Existió en una pequeña aldea de Suecia un gigante enorme y muy bondadoso. A pesar de su imponente altura, nadie le tenía miedo, sino todo lo contrario: le adoraban. Se llamaba Halvar, y vivía de forma humilde en una casa de madera en lo alto de una colina. Lo poco que tenía, lo compartía con los demás, y no había día que no regalara sonrisas a todo el que pasaba por su casa.
Halvar salió un buen día, como de costumbre, a sentarse junto a la entrada de su casa. Le gustaba mucho dedicar la mañana a ver pasar a sus vecinos para saludarles y desearles un buen día. Y ese día, pasó por allí un desconocido, un hombre muy delgado y vestido con harapos. Llevaba una vaca escuálida y cabizbajo, miraba apenado el camino. A Halvar se le encogió el corazón y le preguntó:
– Buen hombre, ¿qué sucede? ¿Por qué esa amargura? ¿Vas a vender esa vaca al mercado?
– Sí, eso es- respondió el hombre- Es lo único que nos queda a mi mujer y a mí. No tenemos nada que comer, así que espero vender el animal, y aunque no valga mucho, espero poder comprar algo de harina para hacer pan.
Halvar pensó en la forma de ayudar a aquel hombre. Le daba muchísima pena su situación.
– Espera, tengo una idea- dijo entonces el gigante- Tengo siete cabritas jóvenes y bien alimentadas. Te las cambio por la vaca. Las cabras te darán leche y al menos tendrás algo de alimento.
– Pero… no entiendo el trato… Tú sales perdiendo- respondió extrañado el hombre.
– No es un trato. Quiero ayudarte. No te pediré nada a cambio- sentenció Halvar.
Así que el ganadero se fue muy feliz con las siete cabritas. El gigante suspiró aliviado al sentir que había hecho algo bueno por alguien. ¡Y lo contenta que se puso la mujer del ganadero al verle llegar con las cabras!
Las llevaron al establo y al día siguiente, comenzaron a ordeñarlas. Con la leche hicieron quesos que vendieron en el pueblo. Con el dinero compraron gallinas y también empezaron a vender huevos. Poco a poco, su negocio fue prosperando y pronto se hizo con una pequeña fortuna. ¡La vida le sonreía!
Pero en ningún momento se le ocurrió al hombre ir a visitar al gigante para darle las gracias. Todo lo contrario… Un día pasó por su casa y allí estaba Halvar, como de costumbre, sentado a la puerta de su hogar, regalando sonrisas. El gigante se puso muy contento al ver pasar al hombre de la vaca escuálida.
– ¡Vaya! ¡Veo que tienes mejor cara! Pasa y te invito a un café y me cuentas cómo le fue con las cabritas- le dijo Halvar.
– No tengo tiempo- respondió con dureza el hombre- Es más, si en lugar de estar ahí sentado todo el día sin hacer nada, te pusieras a emprender un negocio como yo hice, tendrías dinero para arreglar esa casa, que se cae a trozos.
El hombre se alejó sin más, dejando a Halvar allí sentado. El gigante pensó en lo que había dicho aquel hombre. Le dio bastante lástima.
Él, por su parte, decidió no cambiar nada. Era feliz con lo poco que tenía y la bondad que repartía de forma desinteresada. Le bastaba como recompensa el cariño de todos sus vecinos.
Reflexiones sobre el cuento del gigante Halvar
Aquí tienes un pequeño relato que nos habla de bondad y riqueza. Sí, de riqueza, pero no de la riqueza material, sino de aquella que nos hace grandes por dentro. El gigante Halvar no sólo era enorme por fuera, sino que tenía un inmenso corazón:
• La belleza reside en el interior En el cuento del gigante Halvar, se habla de bondad centrándose sobre todo en la empatía y la generosidad. A pesar de su aspecto, el gigante no infundía miedo, sino todo lo contrario, porque en realidad la verdadera belleza no es externa, sino que reside en nuestro interior. Por eso, aquellos que le conocían, sabían lo ‘bello’ que era, lo enorme que era su corazón. El gigante era bondadoso, generoso, empático. Compartía todo lo que tenía con los demás y lo hacía de verdad, sin pedir nada a cambio. La auténtica bondad es aquella que lleva al hombre a buscar la felicidad del otro. La recompensa es la propia felicidad, porque no hay nada más placentero que sentirnos útiles.
• La generosidad que nos hace grandes: No todas las personas son agradecidas. Los ambiciosos, los narcisistas, los egoístas… no sienten ningún reparo en pagar con dureza el regalo que recibieron. Este tipo de personas ‘maquiavélicas’ existen, pero en nuestras manos está el seguir adelante como si nada o sentirnos engañados, defraudados. El gigante Halvar decidió no cambiar y seguir siendo como siempre, a pesar de la ingratitud del hombre al que había sacado de la pobreza. ¿Y sabes por qué no se enfadó, sino que se entristeció? Halvar daba sin pedir nada a cambio. Pero sin embargo, vio en aquel hombre la enfermedad que muchos sufren: la ambición, el egoísmo y la ingratitud que hacen de un hombre su propio esclavo.
• La verdadera riqueza: Presumía el ganadero frente al gigante Halvar de las riquezas que consiguió atesorar con su trabajo, y olvidó que todo lo consiguió gracias a la bondad del gigante. Presumía, sí, porque pensaba que era más rico que Halvar, que sólo tenía una vieja cabaña de madera. Sin embargo, no era capaz de ver su equivocación. El gigante Halvar era en realidad mucho más rico que él: tenía un corazón grande y puro y cientos de personas que le adoraban. Su riqueza era inmaterial pero mucho más grande. En realidad, la verdadera riqueza es invisible. Pero puede sentirse.
Esta historia, ‘El gigante Halvar’, parte de un cuento popular de Suecia, que nos habla de bondad e ingratitud. Existen dos formas de vida: una dedicada a las ganancias personales y otra enfocada en hacer felices a los demás.
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