Cuentan que el murciélago, harto de verse tan horroroso, subió un día al cielo en busca de Dios, y le dijo:
– Por favor, Dios, dame plumas… ¡me muero de frío!
– Pero no me sobró ninguna pluma, lo siento mucho, murciélago… Pero le pediré a cada ave que te de una pluma- respondió Dios.
Y al murciélago le pareció bien.
Bajó a la Tierra y cada ave le comenzó a dar una de sus plumas: así es cómo el murciélago consiguió una pluma blanca de paloma, una rosada de flamenco, una pluma verde de un papagayo, la pluma color arcilla del águila, una azul del martín pescador, y una de un intenso color amarillo del pecho del tucán.
¡Qué contento estaba el murciélago y qué hermoso se veía con tanto color! Volaba feliz entre las nubes, mostrando su cuerpo lleno de colores. Incluso las estrellas quedaban mudas de admiración. Hasta dicen que el arco iris nació a raíz de su vuelo.
La vanidad del
murciélago y sus
consecuencias
Pero también cuentan que el murciélago comenzó a volverse más y más vanidoso. Miraba y trataba con desprecio a todos, pensando que ningún otro ave podía igualar su belleza. Y hartas de esta situación, las aves se reunieron y decidieron subir al cielo para ver a Dios:
– El murciélago nos trata mal, con desprecio- le explicaron-. Desde que le dimos nuestras plumas, nos menosprecia y además, tenemos frío por las plumas que nos faltan…
Dios tomó entonces una decisión. Al día siguiente, en cuanto el murciélago alzó el vuelo, se desprendieron de su cuerpo todas las plumas y quedó totalmente desnudo.
Las plumas cayeron suavemente y el viento se las llevó por distintos puntos por toda la Tierra. Desde entonces, los murciélagos siguen buscando las plumas de colores por todas partes. Ciegos y feos, enemigos de la luz, viven escondidos en las cuevas.
Reflexiones sobre el cuento del murciélago
Pensarás que baja autoestima y vanidad nunca podrán ir de la mano. Sin embargo, este texto de Galeano, que forma parte de su ‘Memoria del fuego’, nos hace pensar en esta curiosa relación. Te lo explicamos:
La falta de autoestima que nos lleva a la envidia: Aquel que no es capaz de valorar las virtudes que tiene, que tiende a fijarse solo en sus defectos, comienza a sentir celos por aquello que tienen otros y no puede tener él. Su deseo de conquistar precisamente lo que no posee crece y crece en su interior y le lleva a hacer cualquier cosa por conseguirlo. Si lo consigue, es su vanidad la que empieza a crecer sin control.
La vanidad y el desprecio a otros: Sí, en esta historia se habla de una de las características propias del vanidoso. No es otra que el menosprecio y maltrato a los demás. Algo que, de no corregirse, deriva en el aislamiento del vanidoso, que poco a poco se va quedando solo y sin amigos. Porque… ¿quién querría estar cerca de alguien que le trata como un ser inferior?
La generosidad mal empleada: Si bien las aves fueron muy generosas al compartir con el murciélago sus plumas, éste no supo agradecérselo. La generosidad, que debería generar gratitud, en este caso originó vanidad y prepotencia, algo que llevó a Dios a tomar una decisión para dar una lección a este ave que se creía más poderoso que el resto.
La frustración del murciélago: El final de este cuento corto viene a ser un castigo al murciélago, aunque simplemente podría ser el ‘karma’ que le devuelve lo que ha dado, o más bien le quita aquello que le fue dado y que no supo utilizar. En realidad fue una lección, una consecuencia a sus actos, a su elección. Podría haber elegido la gratitud, la bondad y la generosidad con aquellos que le habían regalado la belleza, y en cambio, optó por la vanidad, el desdén y la prepotencia.
Las consecuencias ya las conocemos, y es que el murciélago perdió las plumas que había recibido. Ante esta pérdida, el murciélago tenía dos opciones: asumir su castigo y aprender de la lección recibida o bien protestar, sufrir, ‘patalear’ e intentar recuperar lo que ya no podría conseguir nunca más. Y sin ser capaz de afrontar su sentimiento de frustración, optó por lo segundo, retirándose de la luz y del mundo, buscando la soledad de las cuevas.
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