En una cena de camaradería, en el Club del barrio, que aglutina especialmente a amigos y familiares de niños con capacidades especiales, el padre de uno de los niños, contó una historia que jamás será olvidada.
Después de felicitar y expresar su reconocimiento a la institución y a todos sus integrantes, dijo lo siguiente:
“Cuando no hay agentes externos que interfieran con la naturaleza, el orden natural de las cosas alcanza la perfección. Mi hijo no puede aprender, ni entender como lo hacen los otros niños, él no está dentro de ese orden natural.
Yo creo que un niño como Facundo, física y mentalmente con capacidades disminuidas, siempre tiene la oportunidad de verse como normal, cuando las personas que tratan a ese niño lo hacen con amor sin diferenciarlo del resto de los niños”.
También contó que un día paseaba con su hijo, cuando de pronto llegaron a un pequeño club de barrio, donde algunos chicos jugaban al fútbol.
Facundo me preguntó: –¿Papá, crees que me dejarán jugar?
Creí en ese momento que a los niños nos les gustaría que alguien como él, ocupara un lugar en el equipo, pero también pensé que si le permitían jugar, le darían un sentido de pertenencia y confianza por ser aceptado por otros, a pesar de sus habilidades especiales.
“Fuimos a ver al entrenador de uno de los equipos y le pregunté si Facundo podría jugar aunque solo fuera unos minutos, el hombre miró a mi hijo y me dijo: –Estamos perdiendo por dos goles a uno y tan solo quedan quince minutos de juego, trataré de que entre unos minutos antes del final”. Ordenó que trajeran una camiseta y le pidió al niño que se la pusiera y se sentara en el banco de suplentes. Vi en Facundo una sonrisa que jamás olvidaré, se desplazó con dificultad y ahí esperó emocionado su turno.
A todos los presentes les llamó la atención esta situación poco normal, pero por sobre todo, la decisión del entrenador. Nadie, por respeto, dijo nada.
Quedaban solo dos minutos de juego, cuando en otra jugada de ataque dentro del área, el árbitro señaló penal a favor del equipo que terminaba de empatar, pero lamentablemente en esta misma jugada se lesionó precisamente el jugador encargado de transformar el penal en gol.
La lesión no le permitió continuar, así que tenían que hacer un cambio de jugador; en ese instante el entrenador miró a Facundo y sin dudarlo le dijo, es tu turno.
El público estaba emocionado viendo la gran oportunidad que tenían de ganar el partido que hacía solamente unos minutos estaban perdiendo, pero cuando vieron entrar a Facundo en el campo de juego, todos se quedaron mudos. El entrenador viendo la situación, gritó a viva voz, este es el mejor pateador de penales. Él estaba entusiasmado viendo la gran oportunidad de ganar el partido a su tradicional oponente. De pronto, todos quedaron en silencio cuando vieron entrar a Facundo en el campo de juego, mientras el DT decía a viva voz, nuevamente, él es el mejor.
Los otros miembros del equipo al verlo entrar caminado con tanta dificultad, corrieron hacia el entrenador y le dijeron: Pero qué haces ¿no te das cuenta que ese niño, no podrá hacer el gol que necesitamos para ganar el partido?
–Tranquilos, él va a tener la misma posibilidad que cualquiera de ustedes, respondió el entrenador.
Facundo, sumamente emocionado, por el hecho de tener la oportunidad, que jamás imaginó, se dirigió con mucha dificultad hacia el punto de penal, pero también con una ilusión y felicidad en su rostro, que cautivó no solo a los presentes, sino también a los jugadores de ambos equipos.
Era tan conmovedor ver a Facundo dirigirse hacia donde estaba el balón, que en aquel instante a nadie le importaba ya el resultado del partido. Inconscientemente, todos se dieron cuenta que lo más importante era ver a ese niño disfrutar de ese momento.
El árbitro hizo sonar el silbato, Facundo se movió con pasos inseguros frente a la pelota y pateo muy suavemente. El arquero, que notó la dirección que llevaba el balón, se arrojó hacia el otro lado, simulando hacer un gran esfuerzo, lo que permitió que la pelota traspusiera la línea del gol. Inmediatamente el árbitro pitó dando por terminado el partido.
Facundo, con sus brazos en alto, rebosando de felicidad, me miró y me dijo, papá lo logré… lo logré.
Todos los jugadores de ambos equipos lo vitoreaban, lo abrazaron y lo llevaron alzado por todo el campo de juego, haciéndole sentir que fue el gran héroe de la jornada.
“Un partido lo podemos ganar en cualquier momento de la vida. Pero hacer sentir importante y feliz a alguien con capacidades diferentes, tal vez solo tengas una oportunidad en la vida. Espero que sepas aprovecharla”.
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