MARTÍ EN VENEZUELA

Written by Libre Online

21 de enero de 2025

Cada año que pasa, se agranda y magnifica la personalidad del Apóstol en el alma de su pueblo. El resplandor de su genio inmortal ilumina las conciencias y la grandeza de su corazón de patriota inigualable, es un ejemplo que estimulará el patriotismo y el civismo cubanos de generación en generación. En este otro aniversario de su nacimiento, los cubanos son un solo espíritu y un solo corazón para amar y admirar la memoria de nuestro gran Martí, gloria de Cuba y de toda América.

Por José Heriberto López (1928)

La patria de Bolívar, la de la epopeya más resonante en la historia de las luchas libertarias, sabía que de un momento a otro tocaría a sus puertas un apóstol, un peregrino del ideal que alentó el alma de los libertadores de nuestra América, y Caracas, la capital, la hermosa ciudad que siempre tiene una sonrisa fraterna para todos los que se llegan hasta ella, al saber el arribo de José Martí, sintió un estremecimiento de alegría, entusiasmo, porque quería conocer de cerca, abrazar y agasajar, al hombre extraordinario que, desde lejos, a través de sus fogosos artículos, de sus versos, hermosos y apasionados como su ardiente corazón, y de su prosa movida y entusiasmadora, había sabido despertar en el alma venezolana, siempre abierta a las grandes expansiones del patriotismo, la admiración  que, como un rosal florecía en su predio, por el apóstol, poeta y orador cubano que moriría, no en lecho blando rodeado de sus versos, y de sus deudos, sino como un bravo soldado en la inclemente manigua, frente al enemigo y de cara al sol, como tanto lo pidió en las vibrantes estrofas que todavía oímos cantar, como si su alma fuese un pájaro que nos deleitara desde la inmortalidad en que vive…

Y Martí llegó a Caracas, como llegan los que van por el mundo, no como piedras vivas con los brazos cruzados, sino como los sembradores de la simiente que regó Bolívar y que sólo fructifica en los grandes corazones y deslumbrado por el recuerdo del Libertador, de quien el caído en Dos Ríos era tan entusiasta admirador y deslumbrado él mismo con su mirada luminosa y penetrante, entró a la capital venezolana, como un viejo amigo a quien se espera con los brazos abiertos y el corazón en la mano.

A poco, sin que todavía hubiese el orador sacudido el polvo del camino, la más alta representación de la sociedad capitalina sentía el orgullo de oír al insigne manejador de la palabra hablada en los salones del club del comercio, con la delectación que deben haber tenido los atenienses cuando algunos de sus cumbres de la oratoria derramaban palabras a sus oyentes. Y después de esa noche, gloriosa para Martí y grata para los caraqueños, vino una sucesión de agasajos, tributo bien merecido a quien sabía conquistar glorias y ganar afectos, y le ofreció al que ya era maestro consumado, una cátedra en el primer instituto educativo de Caracas y enseguida, sin temor de fatigar al recién llegado, se le ofrece una imprenta para que edite un órgano de sus trabajos, y funda la “Revista Venezolana”; los periodistas se apresuran a invitarlo y ponen a su disposición las columnas de los principales diarios, y la “Opinión Nacional”, el más alto exponente de la cultura venezolana en aquella época, se honra más de una vez con las producciones del ilustre cubano, libertador y mártir.

Desgraciadamente para los amigos y admiradores del apóstol, su permanencia en Caracas no fue de larga duración, por circunstancias de su misma vida inquieta, porque como él decía; la actividad es símbolo de la juventud y su juventud fue de luchas y actividad, de un viajar incesante, tanto por el mundo de los hombres como por las altas cumbres del pensamiento, y de un ir y venir tan inquietante, que solo descansó, cuando la muerte depositó sobre su frente pensadora el ósculo frío del más allá.

Nacido en La Habana, de padres españoles, apenas adolescente y a pesar de ser su padre empleado del gobierno monárquico, se inicia en la vida pública y dirige el periódico “La Patria Libre”, donde comienza a revelarse, en su poema “Abdala”, el futuro gran patriota que más tarde daría frutos a su patria y mucho que hacer a la monarquía peninsular. A los dieciséis años su corazón siente las primeras heridas, al verse encerrado en su cárcel y luego enviado a Isla de Pinos, para ser más tarde deportado a España, cuando escribió su brillante folleto “El presidio político en Cuba”. En Madrid vivió pobremente, dando clases, pero sin que su actividad inicial decayera un solo momento, y sin descanso pronunciaba discursos, ante sus compatriotas allí residenciados. Luego trasladado a Zaragoza obtuvo allí su primer triunfo, graduándose de doctor en Derecho y en Filosofía y Letras.

En año de 1873 se fue a París y a Londres, y después de visitar esas dos grandes ciudades, regresó a nuestra América y en México, admirado como poeta orador, fundó la “Revista Universal”; de allí se fue a Guatemala donde a su llegada fue nombrado Director de la “Revista Guatemalteca” y Catedrático de Derecho Político. Poco después regresó a México y contrajo matrimonio con la bella y talentosa dama Carmen de Zayas Bazán y enseguida volvió a Guatemala para venir a Cuba el año 1878, precisamente en momentos en que terminaba la guerra de los Diez Años. Su voz potente y fogosa volvió a oírse en conferencias y discursos y al año justo era nuevamente deportado; pero en esta vez logró fugarse y se fue a París, de donde regresó a Nueva York, y después fue cuando pasó a Venezuela para luego volver a Nueva York y dedicarse allí a toda clase de trabajos, desde tenedor de libros, hasta redactor del periódico “The Sun” y director del semanario “La Edad de Oro”, revista dedicada a los niños. Desempeñó el Consulado General del Paraguay, como también el de la Argentina y el del Uruguay, hasta el año de 1891.

En esa época fue cuando su cerebro prodigioso floreció con mayor intensidad en la multiplicidad de sus facultades; dio conferencias, pronunció discursos, publicó versos, trabajos históricos, políticos, artísticos, etc., y por fin, fundó el Partido Revolucionario Cubano, acero pulido donde se reflejaba, como en un espejo, su férvida propaganda política que a la postre culminaría con el triunfo de la guerra del 95, que podríamos llamar su guerra, y con la fundación de la República Cubana.

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