José Martí llegó a España el 15 de enero de 1871, embarcado en el vapor “Guipúzcoa”, que hacía el viaje La Habana-Cádiz.
No fue a España por placer, ni para ensanchar su horizonte cultural, sino deportado por las autoridades de la isla.“El grito de Yara, que en 1868 había inaugurado la rebelión armada de los independentistas en Cuba, había conducido a Martí hacia el presidio en el penal de San Lázaro. En las canteras cercanas había trabajado varios meses ceñido por una cadena desde la cintura hasta los pies. Gracias a las gestiones de su padre, don Mariano, pudo pasar
varios meses en la casa del catalán José María Sardá, en Isla de Pinos, que transcurren en un ambiente de serenidad y cariño proporcionados por la familia del catalán, propietario de las canteras del presidio. Ya que el señor Sardá no puede conseguir un indulto total, Martí es deportado a España el 15 de enero de 1871 a bordo del vapor Guipúzcoa”.
Desde Cádiz llegó a Madrid, con dieciocho años recién cumplidos, escasos recursos económicos y la salud quebrantada debido a su cautiverio. La dura experiencia del presidio le había convertido en un convencido revolucionario. Se aloja en la casa de huéspedes (pensión), de una tal Doña Antonia en la calle del Desengaño, 10, 4, segundo (En algunas cartas
enviadas por Martí en esta época aparece la dirección: Calle Desengaño, 10, quintuplicado, segundo.)
En la primavera de 1872 se mudó de pensión a la calle Lope de Vega, 40, 4, tercero. Hoy esa calle se halla a unos cien metros de la Gran Vía; en su tiempo, un laberinto de callejas flanqueadas por casas modestas de dos a cuatro pisos, de las cuales aún existen algunas.
Nada mas llegar a la capital, Martí contacta con otros expatriados cubanos: Fermín Valdés Domínguez, a quien conocía desde los tiempos escolares y que será uno de sus grandes amigos a lo largo de su vida, y Carlos Sauvalle, a quien también conocía de antes, quienes son su vínculo de conexión con los distintos ambientes literarios, artísticos y políticos de la capital.
En seguida, en julio o agosto, escribe, en su humilde pensión de la calle de Desengaño “El presidio político en Cuba” (1871). El folleto, impreso en los talleres de Ramón Ramírez, San Marcos 32, de Madrid, se distribuye entre la comunidad cubana y llega a manos de políticos como Rafael María de Labra, defensor incansable de la abolición de la esclavitud en las Antillas, de Adelardo López de Ayala, ministro de Ultramar, y de periodistas como Francisco Díaz Quintero, director de “El Jurado Federal”. Desde las páginas de este periódico, Martí y Sauvalle polemizan con el diario “La Prensa”, defensor de la españolidad de las Antillas por haber calumniado (los llamó “filibusteros”) a los cubanos residentes en Madrid.
Entre los cubanos que conocen el texto se encuentra doña Barbarita Echevarría, una criolla, viuda de militar “con alma de ángel” quien pronto empezará a prestar a Martí un respaldo afectivo y económico, encargándole de dar clases particulares a sus hijos y, por su medio, también a los hijos de otras familias. A la vez, su conocimiento del inglés le permitirá aliviar su precaria economía al ganarse algunos duros como traductor.
Martí aprovecha también su tiempo en la capital española para continuar estudios. Ese mismo año, 1871, se matricula en el primer curso de la Facultad de Derecho, en la cercana calle de San Bernardo y sigue asignaturas de Derecho Romano, Político y Administrativo que supera en mayo de 1872, aunque suspende la Economía Política.
Durante su estancia en Madrid Martí frecuenta el Ateneo, cercano a su domicilio, en la calle de la Montera, y la Biblioteca Nacional, así como las tertulias y reuniones de cubanos emigrados del Café Oriental, Café de los Artistas, de la Cervecería Inglesa, del Suizo y de la Iberia.
La asistencia a estas tertulias y reuniones le pone al corriente de las noticias de Cuba. Una de las que más le hiere es la del fusilamiento del poeta Juan Clemente Zenea en ese mismo año de 1871, en cuyo honor compondrá un poema.
En 1873 José Martí y su amigo Fermín Valdés, desencantados y desalentados por la política española, deciden marchar a Zaragoza. Allí Martí finalizará sus estudios de Derecho y de Filosofía y Letras, hará nuevas amistades y ganará un amor que no olvidará nunca, la aragonesa Blanca de Montalvo, una belleza rubia perteneciente a una distinguida familia de la ciudad. En noviembre de 1874 regresa a Madrid desde donde viaja a París para embarcarse al mes siguiente en el puerto de El Havre con destino a México.
Martí, no hay duda, debió de disfrutar de las tertulias de los típicos cafés madrileños, donde mantuvo encuentros ilustres. Cuántos escritores se hicieron en esos ámbitos.
En el famoso restaurante Botín, en la calle Cuchilleros, 17,
considerado el más antiguo del mundo, pudo relacionarse con don Benito Pérez Galdós, quien le impresionó vivamente. Acudía también al Café de El Español, donde antaño estuvo El Parnasillo, lugar de reunión de escritores románticos como Mariano José de Larra y José de Espronceda, hoy locales desparecidos con la prolongación del teatro Español, que tiene vuelta a la calle de Manuel Fernández González; la calle en la que vivió el que fue gran héroe nacional de Filipinas, José Rizal, a quien fusilaron las autoridades coloniales españolas.
En El Español conoció al político y premio Nobel, José de Echegaray, y a Nicolás Salmerón, que fue alto cargo de la primera república española. Otro lugar que frecuentaba Martí era la Cervecería La Inglesa, donde entabló amistad con los
novelistas Leopoldo Alas Clarín y Armando Palacio Valdés, que tenían tertulia. Todavía volverá una segunda vez a Madrid, nuevamente deportado, de septiembre a diciembre de 1879, pero esta segunda estancia, reviste, según sus biógrafos, menos importancia.
Por último, LIBRE transcribe a continuación los párrafos de un artículo, “Lindo es Madrid”, que Martí escribió en 1881, dedicado a las fiestas celebradas en la Villa y Corte con motivo del segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca y que demuestran el cariño que Martí tuvo por la capital de España a cuyos gobiernos combatió, ciertamente, por su errada y criminal política colonial, pero sin abjurar nunca de la patria de sus padres.
“Lindo es Madrid en todo el mes de mayo, y en sus rubias mañanas. Amanecen con el día, faenas y amores: cuadrillas revoltosas ríen sin miedo de los chiste de don Juan de cuartel que, cesta al brazo, que es por cierto arma indigna de un soldado, las celebra y persigue;
burrillas próvidas ofrecen al transeúnte su excelente leche; ábrense por manos perezosas de horteras soñolientos, las casas de prendas de la carrera de San Jerónimo, con sus estantes llenos de las menudas maravillas de los
herreros de Eibar; las de paraguas y bastones, resto único de las afamadas covachuelas; y las casas de libros, donde en fraternal mezcla campean este cuento sabroso de Alarcón, aquel ceñudo poema de Núñez de Arce, cual panegírico inquisitorial del batallador Menéndez, el donairoso libro de Valera, la crítica traviesa de Palacio. Y discurren por las calles espaciosas, camino del Retiro,
placer antes de reyes y hoy popular dominio, grupos de esbeltas niñas casaderas, escoltadas del cesante pensativo, de la madre provecta, del galanteador tenaz en aquella misma mañana recogido, mariposilla de verano, que dejará en el corazón su polvo de oro, y morirá con las primeras nieblas autumnales”.
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