María Teresa Vera fue una cantante, guitarrista y compositora que nació en Guanajay, provincia de Pinar del Río el 6 de febrero de 1895, en la calle San Fernando, esquina con San José. Su madre era Rita Vera, una negra hija de esclavos, que era la cocinera de la acomodada familia de Joaquín N. Aramburu. A ella le contaron que su padre era un soldado español que había viajado a España para ver a su madre y cuando regresó para ver a su pequeña hija, enfermó y murió.
La niña fue bautizada con el apellido de su madre en la parroquia de San Hilarión en Guanajay, crecería como María Teresa Vera.
Tenía cinco años cuando la familia Aramburu se mudó a la calle 27, en el nuevo barrio de El Vedado, que en aquel entonces era más maleza que otra cosa. La matricularon en una escuela de monjas para que aprendiera a coser y bordar. ¡Pero la echaron! “Esa niña no reza, se la pasa cantando, en un idioma que no entendemos”, protestaron las monjas.
El 20 de mayo de 1902, Tomás Estrada Palma izó la bandera cubana en el Morro. Fue el nacimiento de la República. Para Rita, la vida no cambió. Siguió cocinando, lavando ropa, haciendo lo que fuera necesario para sobrevivir y mudándose cuando no tenían suficiente dinero para el alquiler. Vivieron en San Rafael y Campanario, luego en San José y Escobar, hasta mudarse de nuevo.
María Teresa cumplió 12 años en el solar Maravillas, en San Lázaro #201. Apenas la numerosa familia había plegado las camas en su pequeño cuarto, Rita empezó a pedir ayuda con los quehaceres y María Teresa empezó a cantar. Marcaba el ritmo en un pebetero o en lo que apareciera.
María Teresa cantaba las canciones que su madre Rita solía cantarle para dormirla. Eran canciones yorubas que su madre había oído de Jacoba, su abuela esclava, que trabajaba para la familia Vera, dueños de un ingenio azucarero. La abuela las había oído de sus antepasados africanos.
Según le contó en una entrevista al periodista Don Galaor, publicada en Bohemia el 11 de julio de 1943, le gustaba cantar desde niña, pero un día el guitarrista que la acompañaba lo hizo en un tono tan alto que se sintió muy apurada por terminar la canción. Ese día se hizo el propósito de no cantar más hasta que no se pudiera acompañar.
Recibió lecciones de guitarra del tabaquero José Díaz a quien llamaban El Negro y de Luis Yanes.
María Teresa tenía 16 años cuando conoció al compositor Manuel Corona. Él era 20 años mayor que ella y un bohemio empedernido. Se despertaba cantando y luego se iba a trabajar como tabaquero para ganarse la vida.
Corona había oído hablar de la guapa mulata que cantaba de maravilla. Le puso su guitarra en las manos y le enseñó su canción, Mercedes. Unos días después, el 18 de mayo de 1911, María Teresa, acompañada por Manuel Corona, en un homenaje al negrito del teatro bufo popular cubano, comediante y notable autor, Arquímedes Pous (1891-1926) debutó con Mercedes ante un lleno absoluto en el Teatro Politeama Grande, en la azotea del edificio de la Manzana de Gómez.
Cuando la adolescente, que cantaba con un dejo de tristeza, entonó “Mercedes, que sin cesar consuelas mi alma”, los aplausos fueron tan fuertes que se vio obligada a cantar 6 canciones más.
Luego estuvo bajo la guía de Manuel Corona al que consideraba su maestro, de quien fue su mejor y más fiel intérprete, llegando a grabarle unas 60 composiciones. En Picota y Merced, en la celebración del cumpleaños del anciano cantautor Ramón García, María Teresa conoció a Rafael Zequeira (1888-1924), un mulato apuesto que cantaba tenor. Como para entonces, Teté (como la llamaban cariñosamente) era la cantante de Manuel Corona, Zequeira no tuvo más remedio que unirse a ella como segunda voz. El dúo se puso de moda en clubes sociales, sindicatos, logias e incluso en los cines.
Entre 1914 y 1924, María Teresa conformó un dúo de leyenda junto a Rafael Zequeira, se les consideró como el Dúo Legendario de la Trova Cubana, grabaron casi 200 canciones, muchas de las cuales se hicieron populares de inmediato, como A Llorar a Papá Montero. También cantó en el Grupo Típico de Carlos Godínez.
Estaban cantando en el Cine Esmeralda, cerca de la Plaza de Cuatro Caminos, cuando un joven le entregó una tarjeta a María Teresa. Siendo bohemia y excéntrica, ni se molestó en leerla. Días después, el mismo joven se acercó a ella: “¿Por qué no respondiste a mi propuesta?”, le preguntó. Era el representante del sello discográfico RCA Víctor y realizaron su primera grabación el 3 de julio de 1914 con “Tere”.
En 1914, estalló la Primera Guerra Mundial. El presidente Mario García Menocal, declaró la guerra a Alemania en 1917, aprobó el reclutamiento para solteros y cohabitantes (sin estar casados) ¡Y no se imaginan el caos que se armó! Manuel Corona aprovechó el alboroto para componer una guaracha picante que llamó El Servicio Obligatorio, grabada, por supuesto, por María Teresa, quien era su voz. Podías caminar por La Habana oyendo: “Unos quieren morir, otros suicidarse y la mayoría casarse para no tener que servir”.
En 1918 viajó a Nueva York, junto a Rafael Zequeira donde actuaron en el Teatro Apollo, en el 253 West 125 St., Harlem. Realmente tocaron en las salas latinas del Alto Manhattan y el Bronx.
Ella solía recordar: “cuando comencé a cantar con Zequeira, cantábamos cubanerías, hicimos más de cinco viajes a los EE.UU., nos sentíamos acoplados e identificados en nuestra creación artística y enseguida nos popularizamos dentro y fuera de Cuba. Nuestro dúo fue un éxito popular, aunque sea inmodesto decirlo”.
El 5 de junio de 1919 a bordo del vapor Monterrey viajaron Manuel Corona, María Teresa Vera y Rafael Zequeira a la ciudad de New York.
En otro viaje del día 30 de abril de 1920 salieron del puerto de La Habana en el vapor México llegando a New York el 4 de mayo. Grabaron 19 números para el sello Pathé estando contratados para la Columbia.
En 1922, regresaron a Nueva York y a Zequeira no le quedó más remedio que compartir cuarto en el barco con Manuel Corona. Fueron contratados por la discográfica RCA Víctor.
El último viaje del dúo se realizó el día 22 de mayo de 1924, desde La Habana en el vapor Esperanza y arribando a Nueva York el día 26 de mayo, donde aprovechando la estancia allí para grabar seis números para el sello OKEH. Estas grabaciones quizás hayan fastidiado a los de la Víctor, ya que María Teresa nunca más volvió a grabar para ese sello el resto de su vida.
La Víctor, que se había instalado en La Habana desde 1906, contrató al dúo de María Teresa y Rafael Zequeira y hasta 1924 les grabó 193 números.
Zequeira y María Teresa fueron de turismo a Nueva York y cogió una neumonía. A su regreso, permaneció en cama en el pequeño apartamento donde María Teresa vivía por entonces, en Paula # 54, entre Habana y Compostela, hasta que se fue, muy silenciosamente, como si durmiera. María Teresa no lo lloró. Pasó días sin hablar y dos semanas después, comenzó a cantar sola.
Pero le faltaba una segunda voz, se unió a varias voces segundas hasta que se unió a Miguelito García en marzo de 1925 para formar un dúo.
Dos guitarras no podían competir con el sonido de los grupos de son de la provincia de Oriente, que ya invadían La Habana. Y para competir con ellos, fundó el Sexteto Occidente, a instancia de sus productores musicales y esto se debió fundamentalmente a la gran demanda que tenían los sextetos de son a mediados de los años veinte.
Sus integrantes: María Teresa como guitarrista y cantante; el rumbero Ignacio Piñeiro, al contrabajo, Manolo Reinoso a los bongós, Julio Viart (o Biart) al tres, Francisco “Pancho Majagua” Sánchez a las maracas y nombró al fiel Miguelito García como líder del grupo, por respeto, porque esos abakuás no eran fáciles, decía ella, todos eran músicos de brillantes carreras. Viajaron a los EE. UU y María Teresa pensó que estaba pasando de moda, que ese viaje a Nueva York sería el último, que no la volverían a contratar. Pero se equivocó y volvió a subir al escenario, del legendario Teatro Apollo de Harlem. Y para ganar más dinero, hizo trampa. El Sexteto Occidente iba a grabar exclusivamente para Columbia, pero con otros nombres, grabaron para Brunswick y Odeón ¿Y los músicos? Mientras el dinero seguía fluyendo, ellos guardaban silencio.
Como única mujer en el Sexteto Occidente, María Teresa tenía sus pequeños trucos para salirse con la suya.
La situación se puso tensa cuando Ignacio Piñeiro, el eterno amor de María Teresa, le permitió cantar sus canciones ñáñigas. Estas canciones fueron compuestas por los Abakuá, una sociedad de ayuda mutua de origen africano, cuyos miembros eran exclusivamente hombres.
Piñeiro, miembro del grupo Eforí Erikomo Abakuá, sabía perfectamente que los cantos abakuá solo podían ser cantados por hombres.
La fraternidad secreta, nacida en los puertos, se había extendido por toda la Isla. María Teresa grabó cuatro cantos “en el idioma” a dúo con Miguelito García. Uno de ellos ofendió no solo a los abakuás. Era la primera vez que se escuchaban canciones en la lengua vernácula ñáñiga en la radio cubana, cantadas nada menos que por una mujer.
Cuando regresaron de Nueva York, dos situaciones se presentaron: el ciclón del 26, uno de los más grandes y desastrosos que vivió y sufrió la Isla y el otro según afirmó su biógrafo, que se puso a Ochún en la cabeza y que se le reveló que debía dejar de cantar.
Pero Miguelito García sostuvo que las sociedades abakuá la castigaron por haberse tomado demasiadas libertades, por creerse hombre y por atreverse a grabar canciones masculinas. Lo cierto es que Teté se encerró en su habitación del inmueble Las Maravillas y dejó de cantar.
La joven aceptó tal disposición y le vendió el sexteto a Ignacio Piñeiro, quién rápidamente lo reorganizó y lo llamó Sexteto Nacional.
Tres años estuvo la joven trovadora en silencio absoluto leyendo novelas por entregas, con su sobrino en brazos o jugando con barajas al solitario, bebiendo coñac y fumando puros.
Un día tras otro, hasta que la llevaron ante un juez por no pagar el alquiler. No le quedó más remedio que volver a cantar por esa razón en 1935 reapareció cantando y con su guitarra en el cuarteto de Justa García, junto a Dominica Verges y Lorenzo Hierrezuelo (1907-1993) por Radio Salas, de Laureano Salas, dando a conocer la canción Veinte Años cuya letra es de su amiga desde niña, Guillermina Aramburu, la hija de Joaquín N. Aramburu (1855-1923) masón y periodista de Guanajay. Recuerden que ella se crio en el hogar Aramburo, donde su madre trabajaba. Aunque no fue hasta muchos años después de la muerte de Guillermina en Nueva York, que María Teresa reveló lo que hasta entonces había permanecido en secreto, según le había pedido la propia Guillermina.
Cuando al poco tiempo el grupo se disolvió, todo fue para bien porque ya había conocido a Lorenzo Hierrezuelo, la segunda voz que siempre había buscado, ¡y qué buen guitarrista era este mulato de Caney!
María Teresa y Lorenzo decidieron continuar como dúo.
Ese había sido su inicio en la radio, medio para el que trabajó mucho tiempo. En Radio Salas estuvo 5 años, allí precisamente fue donde María Teresa y Lorenzo presentaron su programa “Canciones de Antaño” a pesar de grabar a medianoche, valió la pena.
Luego pasaron a CMQ, Radio Suaritos, CMZ y casi todas las emisoras de la capital.
La unión se sostuvo a lo largo de 25 años (1937-1962) hasta el momento en que Teté, como la llamaba Hierrezuelo, no pudo continuar en el mundo artístico por su delicado estado de salud.
María Teresa fue una de las más fieles defensora de la canción trovadoresca, aunque también interpretó canciones de Orlando de la Rosa, Fernández Porta y Rafael Hernández.
Fue en 1940 cuando su hermana se enfermó. Ella rezaba para que sus hijos no tuvieran madrastra. Un día le dijo: “Te entrego a todos mis hijos para que los críes”.
Así fue como María Teresa, que nunca dio a luz, se convirtió en madre y abuela.
En la vejez, su voz se volvió ronca. “Ay, Virgen de la Caridad”, rezaba, “¿cómo es posible que hoy, cuando tengo que estar ante un público, tenga esta ronquera? ¡No puedes hacerme esto!”.
Y compraba mantequilla, se comía un trozo entero, luego tomaba un huevo con una taza de café bien cargado, y sin comer, iba al teatro. Y ese fue el día que mejor cantó.
En 1944 la ACRI la seleccionó la más destacada cantante de música folclórica del año.
En 1947 hizo una gira por Yucatán, México, en compañía de Hierrezuelo y a su regreso continuó colaborando en espacios radiales que no olvidaban las mejores tradiciones de la cultura trovadoresca criolla.
Entre las piezas compuestas por ella están Por Qué Me Siento Triste, No Me Sabes Querer y Yo Quiero Que Tú Sepas.
Con Hierrezuelo, CMQ-TV la contrató y la presentaron como la Madre de la Vieja Romanza Cubana, embajadora de las Canciones de Antaño.
En 1952 recibió la medalla por el cincuentenario de la República.
A finales de los cincuenta, estaba cansada y a veces no quería levantarse. Hierrezuelo no tuvo más remedio que unirse a Francisco Repilado para formar el Dúo Los Compadres. Pero no abandonó a María Teresa.
Los dos fueron contratados por Radio Álvarez, una pequeña emisora. El sueldo no era mucho, o peor aún, les debían varias semanas de salario. En más de una ocasión, el juez la obligó a mudarse. Pero no se dio por vencida y entre julio y agosto de 1957 compuso Sufrir y Esperar, Ya no te Quiero y Te digo Adiós.
Grabó varios discos, entre ellos el LP de 1959, Evocando el Pasado en el que incluyó Las Perlas de tu Boca, Mujer perdura, Ausencia, Rosa Roja y otras canciones que, según señaló Bohemia, ocupaba lugares preferenciales en las listas de éxitos de entonces. Allí ella contó que su primera composición fue Sola.
Estaba agotada, desgastada, pero cuando le rindieron un homenaje en el Anfiteatro de la Avenida del Puerto y el público la ovacionó de pie, cantó ocho canciones.
La emisora de televisión CMQ la invitó a aparecer en el exitoso programa Casino de la Alegría.
Cuanto llegó al Estudio 19 del FOCSA, se sentó. Pero ante la cámara y acompañada de su guitarra, cantó de pie, Santa Cecilia, canción que había convertido en su himno, la que había grabado para Columbia Records en 1923.
Benny Moré (1919-1963) estaba en el estudio y se le saltaron las lágrimas.
El 19 de noviembre de 1961, en el Teatro Payret, como parte de un homenaje a José “Pepe” Sánchez (1856-1918), el Padre del Bolero, cantó su hermosa canción Rosa II.
Esa noche extrañó a Manuel Corona más que nunca, porque lo dio todo cuando cantó su Santa Cecilia.
Luego entonó Veinte Años la melodía compuesta por Guillermina “Nena” Aramburo y lo hizo con la mano en el corazón. Sería su última actuación.
Se le concedieron por sus méritos varios honores oficiales: Diploma de Honor, otorgado por el Ayuntamiento de La Habana; Medalla de Honor y Diploma de la Sociedad de Autores Cubanos.
En 1960 fue proclamada Hija Predilecta de Guanajay.
María Teresa Vera, la Madre de la Canción Cubana, nos dejó el 17 de diciembre de 1965, después de haber vivido 70 años musicales.
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