Maceo, figura continental americana (final)

Written by Libre Online

3 de diciembre de 2024

Por Herminio Portell Vilá  (1944)

Derrocados, más no vencidos, los patriotas no olvidaban a Cuba y seguían dispuestos a reanudar sus esfuerzos para libertarla. Dispersos en los países en torno al Caribe, en los Estados, Unidos, México y Perú, Ecuador y Argentina, por todas partes mantenían pequeños grupos revolucionarios que de uno u otro modo seguían en contacto. En Nueva York había surgido una nueva figura de agitador político, condenado por España a presidio cuando era casi un niño y desterrado después a la Península, que hablaba con palabra luminosa y estaba llamado a ser el organizador de la lucha decisiva por la Independencia: se llamaba José Martí. Aprovechando el viaje de Flor Crombet, en 1882, Martí le envió a Maceo una carta, la primera que le escribía, en la que le decía:

 …No conozco yo, general Maceo, soldado más bravo, ni cubano más tenaz que usted… Ni tengo tiempo de decirle, general, como a mis ojos no está el problema cubano en la solución política, sino en lo social, y como ésta no puede lograrse sino con aquel amor y perdón mutuo de una y otra raza, y aquella prudencia siempre digna y generosa de que sé que su altivo y noble corazón está animado…

 Para los hombres del 68 el nombre de Martí no significaba mucho; pero había algunos emigrados de la América Central que, si le conocían y le admiraban, como el poeta José Joaquín Palma y el maestro José María Izaguirre, con quienes Maceo y sus amigos estaban en estrecha relación. La carta circuló entre ellos y como que las noticias de Cuba parecían ser favorables para una nueva intentona revolucionaria, los patriotas de Honduras decidieron trabajar de acuerdo con el comité constituido en Nueva York y que los llamaba a la lucha. En 1884 se reúnen en casa de Máximo Gómez, en San Pedro de Sula, Honduras, el bravo dominicano, Antonio Maceo y el doctor Eusebio Hernández, y allí acuerdan un plan revolucionario en el que Gómez tendría el mando militar supremo. Poco después emprendían viaje a Nueva York, Gómez y Maceo, con escasísimos recursos y pasando estrecheces dolorosas en la escala en Nueva Orleans. 

En Cayo Hueso, donde Maceo tenía sembrados tantos afectos. la figura principal era la de Fernando Figueredo, compañero suyo hasta los últimos días de la guerra, y los jefes revolucionarlos pudieron advertir que, quizás por la mayor proximidad a Cuba, la emigración estaba en pie y dispuesta a todos los sacrificios. En Nueva York, sin embargo, el plan libertador no tardó en sufrir su primer percance, porque el general Gómez, todavía sin haber advertido la valía de Martí y con el pensamiento fijo en lo que había ocurrido durante la Guerra Grande, por las pugnas entre civiles y militares, quiso zanjar de antemano la cuestión relegando a Martí a un puesto secundario con una brusca frase que le hirió profundamente. Al retirarse Gómez, quedaron solos Martí y Maceo, y este último, que no había dejado de percibir el efecto que las palabras de Gómez habían producido en su interlocutor, se esforzó por borrar la impresión de lo ocurrido:

-No hay que considerarse lastimado, señor Martí, –le dijo—, es que el general Gómez es militar antes que nada y ha hecho tanto por la independencia de Cuba, que la mira como cosa suya. Su propósito es el de asegurar que el esfuerzo libertador no se pierda esta vez y por eso es que se muestra un poco autoritario. El General se muestra nervioso en cuanto le hablan de la autoridad militar y la autoridad civil porque esas cuestiones tuvieron mucho que ver con el fracaso de la Guerra Grande…

Martí, dolido todavía, y sabedor de que Maceo no tenía que ver con lo ocurrido, no contestó directamente a estas palabras, sino que se limitó a ratificar su complacencia por haber conocido al caudillo cuyas hazañas llenaban la historia de la década heroica, hasta Baraguá, inclusive, y casi en seguida se retiró para escribir su famosa carta a Máximo Gómez en la que habría de decirle: “…la Patria no es de nadie; y si es de alguien, será, y esto en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia… En cuanto a Maceo, su fina perspicacia le advirtió la gravedad de la situación creada, y volviendo al lado de Gómez, le previno: –Este hombre general se va disgustado con nosotros…

De allí en adelante el plan revolucionarlo fue dando tumbos por la falta de unidad. El fracaso de la intentona de Bonachea, en Hornos de Cal, causó general abatimiento entre los patriotas, y el viaje de Maceo a México apenas si logró más que expresiones de buena voluntad por parte de los emigrados cubanos allí residentes. Haciendo frente a la adversidad. Maceo va a Jamaica, a Panamá, vuelve a los Estados Unidos en viaje de propaganda, desde Cayo Hueso hasta Nueva York, regresa a Jamaica y desarrolla una portentosa actividad de propaganda por la Independencia. Paralelamente, Gómez, Crombet y otros patriotas, hacen análogas gestiones; pero todas sin éxito, y el fracaso de tantos y tan nobles esfuerzos comienza a pesar sobre el ánimo de todos y va agriando las relaciones entre ellos hasta el punto de que surgen lamentables incidentes personales entre Maceo y Crombet y hasta entre Maceo y Gómez. En 1887 no hubo más remedio que dar por terminados aquellos trabajos revolucionarios y prepararse para aprovechar alguna oportunidad futura. Maceo, radicado en Panamá, estrecha amistad con un desterrado ecuatoriano, Eloy Alfaro, destinado a ser una de las primeras figuras del liberalismo americano y gran amigo de Cuba cuando llegó a la presidencia de su país. Con él intercambia confidencias y discute planes para la América del porvenir…

Pasaron algunos años y en 1800 Maceo regresó a Cuba, ostensiblemente para liquidar intereses de la familia en la región oriental; pero en realidad con el objeto de pulsar la opinión cubana en cuanto a la Independencia. En Santiago, en Baracoa, en Nuevitas y en La Habana, su visita fue como una llamada a la revolución. Los antiguos compañeros de armas, aún aquéllos que habían transigido con España, no pudieren resistir el influjo de aquella personalidad magnética, y acudieron a saludarle y a pedir la consigna, que Maceo dio con firmeza y discreción, mientras que crecía la alarma entre los españoles, que maldecían el permiso expedido por el general Salamanca… La juventud de la Acera del Louvre, de La Habana, en la que figuraban no pocos soldados de la Revolución Cubana, se agrupó en torno al guerrero oriental. Un día vinieron a avisarle en su hotel de que un coronel español deseaba verlo.

—Dígale que pase -ordenó Maceo, y entró el militar, de completo uniforme.

–General Maceo, —se le oyó decir entonces–, soy el coronel Fidel Santocildes, del batallón de San Quintín, que peleó contra usted en el combate de San Ulpiano y tengo motivos para recordarle como un adversario valiente y generoso. Por eso he venido a saludarle…

–Sí que recuerdo el combate –comentó sonriendo el caudillo, –pero la primera vez que luché contra San Quintín, fue allá por 1871, cuando invadíamos la comarca de Guantánamo. Se luchó bravamente por ambas partes.

–Usted volverá un día a la manigua, general, y me tendrá frente a frente, prometió Santocildes, que así anunciaba su propia muerte en la batalla de Peralejos, años después y agregó: Sin usted la campaña no tendría atractivo para mí.

Un día Maceo marchó a Cárdenas, inopinadamente; pero también en el desarrollo de sus actividades revolucionarias. Hospedado en el hotel “La Dominica” un día hablaba con el propietario, el catalán “Jovita” Dalmau, sobre cosas de la historia local y al decirle el hotelero que aquel era el edificio en que había estado sitiada la guarnición de la plaza cuando la toma de Cárdenas por Narciso López, Maceo le preguntó:

–¿Pudiera usted guiarme por las calles desde el lugar del desembarco hasta el lugar del combate?

–¿Pues sí que puedo; lo recuerdo perfectamente? Vamos ahora mismo…

Y allá se fueron el mambí y el catalán, hasta los restos del muelle de Muro, y juntos siguieron el trayecto de la primera expedición de aquel Narciso López, jefe que había sido de Marcos Maceo en la guerra de Venezuela, que el 19 de mayo de 1850 había traído a Cuba la bandera por la cual Antonio Maceo había derramado su sangre y daría su vida. ¿Pensaba el caudillo oriental repetir la hazaña del compatriota de su padre con otro desembarco que uniera en Cárdenas los esfuerzos libertadores de 1850 y 1895?  ¡Quién lo sabe!

Poco después las autoridades españolas decidieron expulsarlo de Cuba, ante el sesgo que tomaban los acontecimientos, y así se hizo, no sin que en Santiago de Cuba su estancia se convirtiese en una apoteosis que anunciaba la disposición revolucionaria de los orientales y que preocupó extraordinariamente al gobierno colonial. Reafirmó Maceo sus pronunciamientos de todas las épocas por la independencia absoluta y hasta brindó por ella en un banquete, y cuando salió de Cuba llevaba la seguridad de que la Revolución estaba en marcha.

Maceo volvió a Costa Rica, a laborar por la independencia y a ganarse el sustento con un ingenio azucarero que fomentaría al amparo de una concesión otorgada por el gobierno de San José. Protestó España de que el caudillo se estableciese en la costa del Atlántico, temiendo que crease una base de operaciones contra Cuba, y por eso fue que la finca se fundó en Nicoya, sobre la vertiente del Pacífico. 

Allí estaba como un cincinato cuando le llegó la noticia de los trabajos de Martí y los emigrados de Estados Unidos que culminaron en la fundación del Partido Revolucionario Cubano. Desde el primer momento se consideró parte del movimiento y se vio confirmado en su creencia cuando el propio Martí acudió a visitarlo:

–Usted es imprescindible para Cuba. Usted es para mí uno de los hombres más enteros y pudientes más lúcidos y útiles de Cuba. Le dijo el Apóstol, – descanse que jamás mientras tenga yo mano se prescindirá de usted…

Incorporados Maceo y Gómez a la empresa libertadora, ésta marchó hacia delante con el mayor vigor, y Martí al dar a Gómez las seguridades de la participación de Maceo, le garantizaba el éxito de la nueva tentativa. Por ello fue que escribió en “Patria”:

…En Nicoya vive ahora el cubano que no tuvo rival en defender con el brazo y el respeto, la ley de la Revolución. Calla el nombre útil, como el cañón sobre los muros, mientras la idea encendida no lo carga de justicia y muerte. Va al paso por los caseríos de su colonia con el jinete astuto, el caballo que un día…  se echó de un salto, revoleando el acero en el medio de las bayonetas enemigas…Maceo tiene en la mente tanta fuerza como su brazo… Firme en su pensamiento, y armonioso, como las líneas de su cráneo… Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria… Ni hincha la palabra nunca, ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el sol, y amanece al otro, y el primer fulgor da… sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándole caminos a la Patria. Su columna será él: jamás puñal suyo. Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor le son naturales el vigor y la grandeza…

Y la relación entre Martí y Maceo se estrecha en una firme amistad que no pueden separar las intrigas y las malas pasiones que se introducían en la obra revolucionaria. En el héroe iban cayendo la madre y los hermanos, y su vida se apoyaba en el anhelo de ver libre a la Patria, en la esposa y en el hermano José, bravo como pocos y que le idealizaba: pero que, resultaba ingobernable. Cuando se hizo evidente que Maceo figuraba entre los jefes de empresa revolucionaria, los españoles de Costa Rica lo miraron con odio todavía mayor que el que le profesaban por sus hazañas de antaño. De ese odio surgió la idea de asesinar a Maceo mediante un atentado que tuvo lugar en noviembre de 1894, cuando faltaban pocos meses para la sublevación. El primer balazo hirió a Maceo por la espalda: pero los asesinos no lo pudieron rematar por haber sido repelida la agresión cuando el héroe, ya derribado en el suelo, iba a recibir el tiro fatal…

Al expedirse las órdenes finales para el alzamiento, la expedición de Centroamérica quedaba a las órdenes de Maceo, como era natural, y los recursos para la misma debía enviarlos la tesorería del Partido Revolucionario Cubano. El fracaso de Fernandina, sin embargo, al ser confiscada las armas y municiones destinadas a Cuba, estuvo a punto de dar al traste con el alzamiento proyectado. Cuando por fin, se insistió en la sublevación, los fondos se habían reducido de tal manera que resultó imposible aportar la cantidad convenida con Maceo. Una difícil situación surgió entonces, cuando el tiempo apremiaba, y Crombet, cuya rivalidad con Maceo no había desparecido, sino estaba solamente adormecida, se ofreció a conducir la expedición norteamericana con el dinero disponible, ya que él, por su parte, tenía ciertas facilidades que se lo permitían, si usaban el vapor norteamericano “Adirondack”, cuyo capitán era masón, como él. 

Por fin, se aceptó la oferta de Crombet; pero con la obligación de que el mando militar correspondiese a Maceo, quien se sintió herido por el acuerdo hecho con su rival. La Revolución había estallado en Cuba y Martínez Campos, “El Pacificador”, volvía a Cuba con refuerzos, dispuesto a aplastar el alzamiento. Ante estas consideraciones el caudillo no vaciló aceptó lo dispuesto. El 25 de abril de 1895 embarcaron los expedicionarios, con escaso armamento, para Kingston, Jamaica, a bordo del “Adirondack”, y eludiendo a los guardacostas españoles el vapor llegó felizmente a su primera escala, aunque ya se había dado la alarma. Rehusó entonces el capitán del buque el cumplimiento de su compromiso, por el peligro de ser interceptado su viaje o de que lo denunciasen los demás pasajeros, que seguían para Nueva York. 

En una reunión convocada a  toda prisa, Maceo se mostró dispuesto a obligar al capitán a que los dejase en las costas de Cuba; pero se opuso Crombet a ello a virtud de las consideraciones que mediaban entre él y el marino norteamericano, y cuando el “Adirondack” llegó a la isla Fortuna en las Bahamas, surgió una solución inesperada en la persona del vicecónsul de los Estados Unidos allí, míster Rarrington, que se entusiasmó con la empresa libertadora de los cubanos y les prestó la goleta “Honor”, que les llevó hasta la playa de Duaba, donde desembarcaron el primero de abril de 1895. 

Casi enseguida se inició la persecución por parte de las tropas españolas de Baracoa, que fue tenaz e implacable. El pequeño grupo de veinte y tres patriotas se defendió con desesperación, mientras buscaba establecer contacto con fuerzas cubanas más numerosas, que operaban en las cercanías, pero en la lucha dieron sus vidas Flor Crombet y otros, mientras que algunos de los expedicionarios caían prisioneros. Antonio Maceo, su hermano José y varios compañeros más se internaron por la serranía y lograron eludir la persecución cuando el once de abril un vecino del villorrio de Guayabal, que le reconoció en el acto, les guio hasta que una semana después se reunieron con al primer contingente importante de fuerzas cubanas, en Vega Bellaca, y Maceo asumió el mando de las mismas. Ya por entonces Martí y Gómez también habían desembarcado y la revolución se extendía por todo Oriente, aunque los camagüeyanos y villareños no parecían muy bien dispuestos a secundarla y Occidente, sobrecogido con el fracaso de lbarra, abandonaba la lucha.

Así llega el momento de la reunión de las grandes fisuras de la Revolución, que es, la Conferencia de La Mejorana. A ella va Maceo sin olvidar que fue Crombet quien se encargó de la expedición, y en su ánimo hay quienes han sembrado desconfianzas sobre el porvenir, que él nunca había tenido antes, por lo que había llegado a la conclusión de que el gobierno revolucionarlo debía ser distinto de lo que generalmente se había pensado. Por supuesto, Maceo aprobó el contenido del “Manifiesto de Montecristi”; pero en cuanto a la dirección del esfuerzo libertador, su idea era otra:

–Lo que debe hacerse es establecer una junta de los generales con mando, por medio de sus representantes, y una secretaría general… —indicó Maceo.

—No, eso no. —comentó Martí— porque de ese modo la Patria, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, se convierten en la secretaría del ejército…

La discusión se enreda y Maceo le pregunta a Martí:

—Pero ¿usted se queda conmigo o se va con Gómez? — a lo cual agrega, en tono herido. —lo quiero menos de lo que le quería por la reducción a Flor en el encargo de la expedición y el gasto de los dineros…

Martí, tratando de precisar la organización definitiva de la Revolución, decía:

—Creo que debemos separarnos cuando se reúnan los representantes para elegir gobierno, y en presencia de ellos…,

Y Maceo, conviniendo en ello, hubo de indicar:

—Las cuatro delegaciones de Oriente las mandaré yo a fin de evitar que cada jefe de operaciones mande sus representantes. Dentro de quince días estarán con usted y serán gentes que no me las pueda enredar el sabio Martí…

Sentados a la mesa, delante de la oficialidad, el agrio intercambio de palabras continuó y por fin lo terminó Martí con el deseo de aclarar del todo la situación planteada, diciendo:

—Mantengo que el ejército debe ser libre y que el país como país y con toda su dignidad, debe estar representado en el gobierno. Por lo demás lamento que estos asuntos haya que tratarlos así…

El pensamiento político de Maceo, por otra parte, quedaría expuesto de este modo:

—Mientras dure la guerra sólo debe haber en Cuba, espadas y soldados… hombres que sepan encauzar la Revolución… para llegar a la redención política de nuestro pueblo. Conseguido… que se constituya un gobierno civil, eminentemente democrático…

Allí se separan Martí, Gómez y Maceo, uno solo de los cuales, y el mayor en años de los tres, precisamente llegaría a ver a Cuba independiente.

La formidable campaña que llevó a cabo Maceo durante la primavera y el verano de 1895 mucho tuvo que ver con el mantenimiento de la resistencia de los cubanos, sobrecogidos en un principio por la muerte de Martí en Dos Ríos. En Nipe se apoderó Maceo de una pequeña imprenta, y encargó que fuese unida a la impedimenta y conservada con el mayor cuidado. Alguien, al ver aquellas máquinas, hubo de preguntarle:

–Y eso que traen ahí, ¿qué es?

Y Maceo le contestó: “Eso es la artillería de la Revolución”. En esa imprenta volverá a publicarse “El Cubano Libre”.

El doce de Julio de 1895 el general; Santocildes vio cumplido su anhelo de encontrarse frente a las tropas de Maceo. Iba al mando de una fuerte columna, acompañando a su general Martínez Campos y los cubanos le salieron al encuentro en Peralejos, Santocildes figuró entre los muertos en esa acción y los restos de aquellas fuerzas, con su general en Jefe, fueron a refugiarse en Bayamo, perseguidos por los mambises. Con una divertida estratagema, Maceo destacó a varios soldados para que mantuviesen encendidas unas fogatas a la vista de Bayamo, dando la ilusión de que acampaban allí, en espera de una salida o resueltos, de emprender el asalto, y con el grueso de sus hombres siguió sus correrías mientras decía, humorísticamente, que tenía sitiado a Martínez Campos con unas cuantas hogueras.

Cuando se reunió la Asamblea Constituyente de Jimaguayú ya Maceo había renunciado a sus ideas sobre el gobierno militar y tanto él como Máximo Gómez, juraron la nueva Constitución y reconocieron la supremacía civil. Pocos días después, el 22 de octubre de 1885. Maceo volvía al escenario de una de sus mayores glorias, en los históricos Mangos de Baraguá, escogidos como punto de partida de la invasión que habría de llevar la bandera de la independencia hasta el último confín de la isla, en Occidente. De allí salió la columna invasora, con menos de dos mil hombres, pobremente armados municionados, y de victoria en victoria avanzaron por las llamas camagüeyanas. En La Matilde, ante los mambises enardecidos, Loynaz del Castillo, ayudante de Maceo, compone los versos de un himno dedicado al valiente caudillo y tararea unas notas marciales hasta que logra fijarlas como un aire militar que canta ante Maceo y que en seguida se populariza en todo el campamento. El general le dijo a Loynaz del Castillo.

–Quítale la palabra Maceo y en su lugar pon “Invasor”; este himno se tocará en todas las dianas y formaciones del ejército… Ponte de acuerdo con Dositeo Aguilera, el director de la banda, a fin de que mañana esté instrumentado…

Desde el día siguiente, al compás de aquellas notas vibrantes, los soldados libertadores siguieron su marcha por serranías, valles, cruzando ríos y pueblos, en busca en lo que el general Gómez había pronosticado como el Ayacucho cubano. Por dondequiera que van la toponimia les recuerda los hechos gloriosos de la otra guerra, y un día pasan por el potrero de las Guásimas, escena de uno de los más brillantes triunfos cubanos, del que había participado Maceo. Antes de terminar el mes de noviembre habían forzado el paso de la trocha fortificada de Júcaro a Morón y penetraban en Las Villas, cuyos guerreros ya no objetaron al caudillo cuya jefatura habían rechazado en 1874. Ingenios y cañaverales incendiados, vías férreas destruidas, hilos telegráficos cortados, pueblos tomados, señales de batallas, iban dejando por doquier. 

Los esfuerzos de Martínez Campos para contener a Gómez y Maceo fracasaban unos tras otro y poco antes de Navidad los libertadores entraron en la Provincia de Matanzas, que recorrieron en unos días. El primero de enero de 1896 ya entraban en tierras de La Habana, incontenibles en su marcha cuando Martínez Campos confesaba su fracaso militar y renunciaba al mando de Cuba. El nueve de enero pasaban de La Habana a Pinar del Río, por primera vez en la historia revolucionaria de Cuba, las huestes mambisas, y el día 22 del propio mes llegaban triunfalmente a Mantua, en la extremidad occidental de la Isla; habían recorrido, combatiendo siempre a caballo y a pie, dos mil trescientos kilómetros, en marchas y contramarchas, en noventa días. 

Admirable como había sido aquella campaña, todavía lo sería más de Vuelta Abajo, durante el resto del año 1896 manteniéndose contra las mejores tropas españolas a pesar de contar con pocos elementos de guerra. En uno de esos combates, el de Las Pozas, triunfó donde también había vencido, años antes Narciso López, y con todo detenimiento estudió el terreno en que había tenido lugar la acción. En Loma de Tapia, fines de junio, recibió su vigésima cuarta herida al servicio de la independencia de Cuba, que fue un balazo en una pierna; pero todavía escapó con vida. Al otro extremo de la Isla, sin embargo, en Loma del Gato, su hermano José cayó para siempre, combatiendo por Cuba libre. Pudo entonces examinar su vida y sentirse orgulloso de sí mismo y de su estirpe, que cumplía el juramento hecho a Mariana Grajales el día en que se sumaron a la Revolución: “Todos los Maceo tenemos que morir por la Patria”: acostumbraba a decir. 

Su ideal cubano se mantenía puro y sus lecturas, sus viajes y el provecho que había sacado de su trato con hombres de gran cultura, habían madurado su pensamiento político en cuanto a Cuba y al resto de la América.

La crisis en el seno del Consejo de Gobierno y en ciertos mandos militares, que por igual le preocupaba a él y a Gómez, le determinó a fines de 1896 a burlar la trocha de Mariel a Majana, para ir al encuentro del general Gómez. Con pasmosa audacia, utilizando un pequeño bote, pasó de una a otra orilla del puerto de Mariel, en la noche del 4 al 5 de diciembre de 1896 y a las pocas horas estaba en la provincia de La Habana al mando de una pequeña fuerza. 

El día 7 en San Pedro, Maceo y los suyos empiezan un combate, uno más, al parecer, contra los españoles, y cuando apenas habían sonado los primeros tiros y disponíase él a dirigir una de aquellas famosas cargas suyas, dos balas fueron a herirle de muerte, como para completar el cumplimiento de su profecía. 

La Revolución no murió, porque no podía ser que muriese cuando él le había dado su vida; pero por un momento quedó paralizada, mientras que los enemigos de Cuba Libre echaban al vuelo aplausos, campanas y volantes por la muerte del que había sido enemigo generoso, hidalgo y noble cual ninguno, y que entraba en la inmortalidad, con la más pura carrera de libertador.

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