Por J. A. Albertini
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo
de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges.
Luis de la Paz es un escritor de prosa clara, precisa y directa que tiene la facultad de atrapar al lector en una especie de tarde tormentosa. De esas tardes húmedas de veranos incesantes que, por caprichos de la memoria, se incrustan en el malestar de la existencia. La narrativa de Luis de la Paz, no busca agradar ni complacer a nadie. Escribe con honesta y egoísta individualidad que termina entrampando al lector en el, a veces, desapercibido accionar del día a día; que la cotidianidad del instante pasa por alto y la memoria almacena con pulcritud que, parafraseando a Marcel Proust, busca, rescata y recrea, permanentemente, el aparente tiempo perdido. El tiempo íntimo, pequeño y paradójicamente inmenso que casi siempre, a consecuencia de factores y elementos ajenos, busca vías alternativas que, aunque válidas, no son o fueron las deseadas o mejores.
Luis de la Paz es cubano. Nace en el populoso barrio habanero de Santo Suárez, agosto de 1956. Su trayectoria literaria referente a cuento, poesía y novela, desarrollada en los Estados Unidos, y anclada a la ciudad de Miami se incubó o inició, yo diría, tan pronto como el niño, por fino instinto animal, olfateó el ambiente contaminado de odios ideológicos que hasta el derecho de pertenencia, a capricho, negaba.
Para seguir contando, para seguir la continuidad sostenida (saga) de la obra de este autor es indispensable hablar de su formación y rechazo espontáneo y visceral a toda forma de accionar o pensamiento, impuesto por una unanimidad de criterios prefabricados y de horma única.
“El hombre de lejos”* una de las primeras historias reales que conocí de Luis de la Paz, y que oportunamente reseñé, encierra el completo despertar de conciencia de un niño de 11 o 12 años que, de manera arbitraria, abusadora y represiva, en 1968, por responder a las preguntas de una visitante extranjera, es atacado por un miembro de la policía política del castro-comunismo: “Una mano poderosa, sólida, descomunalmente furiosa me agarró del brazo, tiró de mí y con un tono que solo invitaba a llorar de miedo me dijo”: ‘¡Estás preso maricón! ¿Tú no sabes que en este país no se puede hablar con extranjeros?’.
A partir de aquel percance el tiempo discurre. El niño, arrastrando el mal sabor del impune atropello se convierte en adolescente; en hombre. Concluye satisfactoriamente la enseñanza requerida y opta por estudiar periodismo. Sin embargo, carente de “militancia revolucionaria” la carrera le es negada. Logra ocupación en una recapadora de neumáticos. Pronto, por seriedad y talento, progresa en el ámbito laboral. En clases universitarias nocturnas inicia estudios, permitidos, para los “apáticos a la revolución”, de ingeniería química.
Durante el año 1972 es registrado en el Servicio Militar Obligatorio (S.M.O.) y avanzado el 1978, en pleno auge triunfalista de la intervención castrista en la llamada “Guerra de Angola”, es llamado para que integre uno de los contingentes de “voluntarios” que en breve partirían para África.
Quienes fueron testigos o vivieron aquellos tiempos recordarán o saben que había que tener valor y entereza para que alguien, frente a una mesa llena de oficiales reclutadores, rehusara participar, a pesar de temores lógicos, de aquella infame aventura castrista. No obstante, el joven Luis de la Paz, con la tozudez de sus serenas y nada estridentes convicciones, dijo: “A Cuba siempre la defendería, pero no voy a una guerra extranjera”.
Huelga decir que a los pocos días, en ominosa asamblea estudiantil, es expulsado del la universidad. Paralelamente, en el empleo, de forma paulatina, es degradado de posición. Realidad adversa que le hizo temer, todo el tiempo restante que vivió en Cuba, la posibilidad de que las autoridades políticas y administrativas del lugar le fabricarán un caso falso de “sabotaje a la producción”. Por suerte eso no sucedió. Lo que sí aconteció fue que, por medio del Comité de Vigilancia de su Cuadra, se le montó un visible acecho policial, buscando, primero, aterrorizarlo y luego detenerlo por anti social y condenarlo a varios años de presidio, bajo el eufemismo de “proceso de reeducación social”.
También, digno de puntualizar es que su vocación de narrador, nunca fue tronchada. La no admisión a la escuela de periodismo de la Universidad de La Habana, fue acicate para que Luis de la Paz, por su cuenta y con el apoyo de amigos como los hermano Abreu (Nicolás, José y Juan) incluyendo al perseguido escritor Reinaldo Arenas y otros más abundara en lecturas y técnicas narrativas. Cuentan algunos participantes de las tertulias literarias y clandestinas que, por entonces, celebraban en el Parque Lenin que Luis era uno de los más jóvenes del grupo.
En mayo de 1980, Luis de las Paz es uno más de los 125,000 cubanos que, a consecuencia de lo que la historia recoge como el éxodo del Mariel logra salir de Cuba en un barco camaronero atestado de personas, llamado Kraut & Cracker.
Cuarenta años después, ya poseedor de una importante obra literaria escribe el libro, basado en hechos reales: “Al pie de las montañas: memorias del Fuerte”, (Ediciones El Ateje, 2021) en el que recuerda el nombre de la embarcación; dispensa varios agradecimientos y narra, prolijamente, en primera persona, bajo el nombre de Tomás, cómo fueron los meses de convivencia en Fort Indiantown Gap, campamento para refugiados del Mariel que el gobierno norteamericano preparó, en el estado de Pensylvania para procesar a los cubanos recién llegados.
Y menciono el valioso texto (testimonio-ficción-realidad) para repujar, una vez más, el compromiso que Luis de la Paz tiene con la memoria. Memoria personal, familiar y grupal, que no soslaya u olvida detalle alguno y se desparrama, dentro del contexto social e histórico en el que le ha tocado vivir.
De su narrativa se desprende cierta imbricación con avatares que lastiman; dificultan la marcha pero no doblegan las pisadas, poderosas o vacilantes que, por decreto de vida, como escamas de pez, caen en su justo lugar. La andadura de los personajes de Luis de la Paz se aparta, avanza, retrocede o converge, a tiempo o destiempo, en el marasmo de la retrospectiva literaria que, pese a la opacidad cementerial, reúne a la familia: “Mis hermanas seguían haciendo cuentos de cuando vivíamos juntos en la casa, en la de allá, en la única que ha significado algo para mí”.
(Continuará la semana próxima)
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