Ya saben que no simpaticé ni por un minuto con los barbudos que bajaron de la montaña y mucho menos con su líder. Sin embargo, algo me alegraba mucho: Que se había acabado la guerra y podría de nuevo regresar al Instituto y dedicarme a estudiar.
En enero de 1959 esa era mi única obligación y deber en la vida: Estudiar, eso me lo habían inculcado mis padres y durante el pasado año prácticamente era imposible ya que nos obligaban a ir de huelga en huelga.
Tremenda decepción al retornar al centro de estudios, aquello era un hervidero de fidelistas, discursos, gritos de “Viva Fidel” y yo me quedé frio.
Un joven llamado Godofredo de Armas Borrell (su único “mérito” era ser hermano de un mártir) se me acercó y me sorprendió diciéndome para acomplejarme: “Yo sé quien es tu padre, él es de los que -bajo las órdenes de Antonio “Tony” Varona- están pidiendo elecciones, siempre ha sido un politiquero Auténtico”.
Y añadió: “Pero, necesitamos que te incorpores a la revolución” … Pidió a unos oportunistas que le trajeran un viejo rifle San Cristóbal sin balas y me exigió con altivez y yo creo que para probarme: “Coge este rifle y ponte a cuidar la puerta de atrás del Instituto porque es inminente un ataque de los Tigres de Masferrer a este plantel” .
Me sonreí y le dije: “Mira, la más elemental lógica indica que en estos momentos los Tigres de Masferrer andan en desbandada, lo último que van a intentar es atacar a un centro educacional, y si lo hicieran créeme que ni por la cabeza me pasa fajarme con ellos con un vetusto rifle sin municiones”.
Y ya muy serio le manifesté: “Quizás si me hubieras pedido el favor de buena forma hubiera agarrado el rifle por un par de horas, pero atacando al hombre que más yo quiero en mi vida, lo único que puedo hacer es mandarte para casa del carajo”.
Le viré las espaldas y salí del local, atrás de mi salieron varios recién estrenados esbirros, antes de llegar a mi bicicleta ya Tatica, Candín, Escaparte, Atino, Camión, me golpearon sin compasión, me rompieron el jacket de cuero y mi reloj.
Dos semanas más tarde fuimos expulsados del Instituto- entre ellos Milton Sorí, Tony Marín, José Ángel Goiriena, Ledia Herrrera, Gisela Granda, Robertico García Curbelo- a todos lo que se les ocurrió botar del glorioso centro de enseñanzas.
Al Instituto le pusieron Bernardo Juan Borrell y su hermano Godofredo terminó siendo teniente coronel del Ministerio del Interior.
Todos acabaron siendo miles veces peores que los Tigres de Rolando Masferrer.
Y estas líneas están encaminadas a darles una buena respuesta a los que dicen : “Gracias a la revolución obtuve una carrera universitaria”.
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