LOS CARROS O PUESTOS DE FRITAS

Written by Alvaro Alvarez

28 de enero de 2025

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

La ciudad de Ciego de Ávila está situada en la Carretera Central a unos 450 km de La Habana y entre sus particularidades, se destacan los portales. La ventaja es si está lloviendo, Ud. puede caminar cuadras y cuadras, sin mojarse, solamente al cruzar las calles.

La muy conocida y alegre canción: “sin clave no hay son” aquí podemos decir “sin portales no hay puestos de fritas”.

Estos portales también sirvieron, para acoger a los carritos o puestos de comida rápida, que la mayoría eran de ventas de fritas, aunque podían ofrecer, además pan con bisté, pan con lechón, arroz con gris, chicharritas, tortillas, etc.

Pero sin duda la Reina de aquellos puestos era La Frita Cubana.

Había muchos de aquellos puestos en los portales de la ciudad, pero los más famosos, debido a su ubicación en el centro del pueblo era el de Evelio, situado en la acera de la calle Maceo casi esquina a Independencia, entre la farmacia del Dr. Waldo Romero y la consulta del Dr. Mayola.

Dicen que hacía el mejor arroz congrí del pueblo.

Otro muy conocido era Oscar en la acera de la escuela pública de la calle Honorato Castillo e Independencia, frente a La Americana.

Tanto en uno como en el otro, había cajones de madera donde los clientes se podían sentar.

Antes de la tormenta, cuando éramos libres, una frita costaba entre 5 y 10 centavos. 

Hubo otro fritero conocido por Tin en la esquina de Marcial Gómez y Máximo Gómez en la acera de la tienda de víveres La Placita.

En la misma Casa Blanca de Manolo Toledo, en la calle Independencia entre Maceo y Simón Reyes estaba un señor que solamente vendía pan con lechón y me recuerda mi amigo Mariano que lograba vender dos o tres puercos asados diarios. Los que tomaban la mañana o la tarde en la barra de la Casa Blanca, eran los que más se beneficiaban con aquellos deliciosos panes con puerco.

Frente al parque Martí, en la misma esquina de Independencia y Honorato Castillo estaba el gallego Manuel el churrero, que solamente vendía churros. A su lado estaba el cojo Eloy, que no era cojo, porque tenía una pierna de palo. Su profesión era limpiabotas, pero de lujo, experto en teñir zapatos de dos tonos.

También quiero recordar a aquellos limpiabotas que, en sus cajones con butacas, le daban brillo a botas y zapatos por 5 o 10 centavos. El más famoso de todos era Hugo en la esquina de El Gallito en Maceo y Libertad. Hugo era todo un personaje con una sabiduría popular adquirida en su trato con el público. Muchos de estos limpiabotas a pesar de no haber ido a la escuela, hablaban de cualquier tema, eran simpáticos, ocurrentes y muy serviciales.

Había otro en la acera del Hotel Sevilla, en la del Ritz, en El Ariete, en El Cañonazo. El que estaba en la bodega de Francisco Betancourt en República y Marcial Gómez se llamaba Mario.

Chiquitico tenía su cajón entre la tienda Los Estados Unidos de la familia Tamargo y la ferretería La Llave de Antonio Rodríguez. Estoy seguro de que había muchos limpiabotas más en otros portales de tiendas o negocios en esta ciudad avileña.

Manuel Corona, el trovador, nació en Caibarién en 1880 cuando se mudó para La Habana era limpiabotas y con el dinero que ganó se compró su primera guitarra y con ella compuso Longina, su canción más conocida de las muchas que escribió. Murió tuberculoso y muy pobre en 1950.

Miguelito Valdés cantó con la Orquesta Casino de la Playa la canción Limpiabotas. La orquesta América del 55 grabó el Cha Cha Chá de los Limpiabotas.

Se dice que el mejor Café con Leche de La Habana era el del Café Las Villas, en Galiano y Laguna. 

El mejor Sándwich Cubano, el del Café OK, en Zanja y Belascoain. 

El Elena Ruz que mezcla el pavo con la mermelada de fresa era la exclusividad del Carmelo de Calzada. Los mejores Ostiones, los de Infanta y San Lázaro. ¿Y dónde se comían las mejores fritas?

Dentro de la comida callejera cubana, los puestos de frita llegaron a ser de los más populares entre los cubanos.

El puesto de frita se hizo presente en cada barrio como las quincallas o las bodegas.

El fritero del barrio, el del carrito metálico con chapas en todo su parte inferior y cerrado con estructura de angulares y vidrio en su parte superior, donde algunos rotulaban su nombre en pintura roja, ya fuera sobre el vidrio trasero o por los costados. 

Esa tapa metálica de cierre estaba abisagrada al borde superior frontal y al abrirla se mantenía como cubierta sobre el fritero, como techo, sostenida por ganchos metálicos, evitando así el sol o la lluvia. Algunos podían conectarse con alguna fuente eléctrica y tenían una buena iluminación, pero generalmente utilizaban la iluminación que tuviera el portal del comercio donde se ubicaban. 

En la zona baja del carrito colocaban la bombona de gas que alimentaba mediante una tubería, un quemador que calentaba el fondo de una gran tapa abombada que era desmontable y sobre la cual se freían tanto las frituras, como el resto de los alimentos. 

Generalmente el fritero era propietario del carrito, aunque había otros que lo alquilaban al verdadero dueño, que en algunos casos tenía más de uno. Los friteros eran muy hábiles en la preparación de las diferentes ofertas. Las papas fritas, al igual que las mariquitas, eran confeccionadas mediante un guayo de madera o utilizando un buen cuchillo bien afilado. Las papas rellenas, las croquetas y las frituras las traían ya preparadas desde su casa y las mantenían en el refrigerador de algún bar o bodega cercano. 

No hay dudas que el gran fritero fue el gallego Sebastián Carro Seijido, quien era un carbonero que a la llegada del gas licuado decidió dejar el negocio de la venta del carbón y poner en los bajos de su casa en Zapata y A, una venta de fritas.

Por aquella época el presidente Grau San Martin sacó un decreto donde prohibía la venta en los portales, pero debido a la fama que habían alcanzado sus fritas el propietario del Paseo Club un restaurante en Paseo y Zapata le cedió un pequeño espacio su negocio para que continuara con la venta de fritas.

Ya sus fritas tenían fama y la afluencia de clientes fue haciéndose cada vez mayor. Sebastián, pese a que contaba con la ayuda de su esposa y de dos empleados, apenas daba abasto.

Su éxito continuo y abrió una cafetería nombrada El Boulevard, ubicada en 23 entre 2 y 4.

Aquí fue cuando incorporó a Juan Pablo Fernández Bravo, conocido por Panchito, llegando a ser socio industrial de Sebastián, es decir, alguien que se incorpora a un negocio y comparte sus ganancias, pero que no aporta capital, solo su trabajo.

Más tarde otra en la calle Paseo, nombrada Sebastián, muy cerca del antiguo Palacio de los Deportes (demolido en 1955 para poder continuar la construcción del Malecón) donde incorporó la venta de otros productos como el café con leche y el pan con tortilla. 

Sebastián aristocratizó la frita. Empleó solo los mejores productos. Enseñó a sus empleados a trabajar con limpieza y, sobre todo, les exigió que, en su trato con los clientes, dieran muestras de una cortesía exquisita, y se empeñó en ganarse a la clientela femenina porque era esta la que arrastraba a los niños y a toda la familia. Tanto prosperó Sebastián Carro que a fines de los años 50 se daba el lujo de anunciarse en el exclusivo Libro de Oro de la Sociedad Habanera.

Puestos de fritas y friteros famosos hubo muchos en La Habana. 

Gran demanda gozaba las fritas del puesto ubicado en la bodega La Guajira, en 24 esquina a 25, en el Vedado. También las fritas de lujo de los Hermanos García, donde llegaban los que acudían a los velorios de la funeraria Alfredo Fernández, en Zapata entre Paseo y 2. 

En los portales de la fonda León, en Diez de Octubre entre Estrada Palma y Luis Estévez, frente al desaparecido cine Tosca, estaba Josefina Siré, cuyas fritas se mantienen aún en el recuerdo de sus clientes.

Frente al Coney Island, en la acera sur de la 5ª Avenida, había toda una hilera de esos puestos de fritas junto a aquellos bares y cabarés de no muy buena categoría, pero siempre muy concurridos.

Como el Rumba Palace, Panchin, Mi Bohío, el Kiosco de Casanova, El Niche Club, El Pompilio, La Choricera, El Ranchito, el Pennsylvania (con dos shows cada noche), La Taberna de Pedro, Los Tres Hermanos, el Barrilito Club y el Flotante Club. 

Seguramente alguien alguna vez pudo tomarle una foto comiéndose una rica frita a Marlon Brando, Agustín Lara, Imperio Argentina, Cab Calloway, Gary Cooper, Federico García Lorca, Toña la Negra, Ernesto Hemingway, María Félix, Benny Moré, Josephine Baker, Errol Flynn, Pedro Vargas, Tito Puente, George Gershwin y muchas otras figuras de alcance mundial, que pasaron por Las Fritas de Marianao.

Así se conocen estos puestos que además vendían pan con bisté, tamales, papas rellenas, croquetas, mariquitas y otras comidas rápidas, pero la reina era la frita, esa incomparable hamburguesa cubana que no tiene que envidiarle nada a cualquier otra oferta de gastronomía callejera.

El domingo 19 de febrero de 1956, Marlon Brando con 32 años viajó a La Habana para comprarse un par de tumbadoras, pero lo real es que todo fue producto de una apuesta. Estando en un cabaré en Miami se habló sobre la música cubana, la riqueza de sus ritmos y la importancia de la percusión dentro de ella, en particular las tumbadoras, los bongos, los timbales y otros elementos, llegando hasta la quijada de burro. 

Marlon dijo que con gusto se iría en ese momento para La Habana, a lo que uno de los que lo acompañaban apostó a que no se iba como estaba vestido, con pantalones de vaquero, tenis y camisa deportiva. Así mismo, vestido informalmente, se fue al aeropuerto y coincidió con Gary Cooper, que también viajaba a La Habana, pero vestido de traje y corbata. 

 Al llegar al aeropuerto de Rancho Boyeros los entrevistó el periodista Alfredo Guas de Radio Aeropuerto y mientras Cooper dijo que iba a visitar a su amigo el escritor Ernest Hemingway, Marlon aseguró que iba a comprarse un par de tumbadoras y a bailar Rumba. Sin quererlo, hizo realidad un viejo sueño que siempre iba posponiendo y de paso ganó la apuesta.

Esta visita se convirtió en una leyenda en el mundo de las celebridades. El conocimiento que tenía el actor de la ciudad y sus atracciones era sorprendente, un poco misterioso para algunos.

La explicación lógica era que desde 1952 era un asiduo todos los miércoles del night club Palladium (situado en Broadway y la 53, funcionó desde 1946 hasta 1966) donde tomaba clases de baile y disfrutaba de las actuaciones de los cubanos Mario Bauzá, Machito y Los Afrocubanos, mientras estaba estudiando en la academia de Elia Kazan, Actor‘s Studios.

El actor se inscribió en los cursos que ofrecía Katherine Dunham (1909-2006), quien enseñaba conga, rumba, cha-cha-chá, mambo y otros bailes cubanos.

El New York Times había publicado un artículo de Drew Pearson, quien escribió que cualquiera que visitara la ciudad y no fuera a ver a Chori en Playa de Marianao, en realidad no había visto La Habana.

Llegó al cabaré Sans Souci (en la Avenida 51 cerca de La Lisa) junto con el pelotero Sungo Carrera y allí un bongosero no quiso venderle su tumba. Estando en Tropicana el director de la orquesta, Armando Romeu le indicó que fuera a ver al fotógrafo y percusionista Constantino Armesto Murgada conocido como Cala, pero a pesar de ofrecerle un cheque en blanco para que él pusiera la cantidad, no aceptó porque aquellas tumbadoras habían sido un regalo del fallecido Chano Pozo. 

Se registró con el nombre falso de Mr. Barker en el hotel Packard situado en Prado y Cárcel y allí llegó Guillermo Cabrera Infante el Caín de Carteles, no solamente lo entrevistó y fotografió, sino que lo acompañó a varios lugares durante los dos últimos días. 

Marlon Brando estuvo hasta la madrugada en La Choricera donde estaba actuando El Chori que aunque siempre muy cuidadoso con quién subía al escenario, permitió a regañadientes que Brando lo hiciera y, para su sorpresa, el actor demostró que tocando las tumbas era bastante bueno.

Brando se quedó sorprendido por las ejecuciones del Chori, se dice que el famoso actor tocó las tumbadoras mano a mano con él e incluso lo invitó a Hollywood, proposición que El Chori rechazó. Solamente logró llevarlo en el carro de Sungo hasta su casa.

Por fin pudo comprarse dos tumbadoras por $90 cada una y pudo traerlas para los EE.UU.

Estoy casi seguro de que aquella noche de tumbas con El Chori, Marlon Brando debe de haberse comido unas cuantas fritas.

Hay varios modos de elaborar la frita. Algunos recomiendan el empleo del huevo batido en su composición, pero en las de Sebastián, nunca se usaba huevos, se aglutinaba con harina su conjunto, que se elaboraba con carne de res de primera y masa de cerdo limpia en iguales cantidades. En todos los casos resulta importante el empleo del pimentón español, que daba a las fritas un sabor característico. Sebastián utilizaba pan de acemita y según Panchito nunca se utilizó el pan de un día para otro, era siempre fresco. 

Sebastián sustituía la papa por boniato. Se cortaba a la juliana, se pasaba por una máquina que le daba consistencia de fideo y se freía. Se colocaba después, junto con la frita, entre las dos tapas de pan.

En la década del 50 hubo un periodista que, aunque no lo trabajaba personalmente, tenía un puesto de fritas frente a la Cafetería Kasalta, en la 5ª Avenida y la calle 2 en Miramar.

Hasta el despreciable castrista el polaco comunista Max Lesnik tenía varios puestos de fritas, uno de ellos en 23 y 12.

Parece aceptado 1930 como año de origen de la “frita”, considerada una creación genuinamente cubana. En la Revista Bohemia de enero de 1927 se describe la facilidad con que los chinos se adaptaban a todas las actividades y lo bien que interpretaban los gustos de cada país. Las fondas de chinos donde con 15 centavos te comes una frita. Al parecer ya los chinos se habían adelantado.

A finales de la década de 1950 una frita costaba 7 centavos, un pan con croqueta o papa rellena 10 centavos, un pan con bisté, tortilla o perro caliente 15 centavos, todos servidos con una abundante ración de papas a la juliana y envueltas en papel de china que servía al final como servilleta. 3 frituras de frijol carita por 5 centavos.

Las Fritas de Marianao, al igual que el Coney Island y los Clubes Sociales de la Playa corrieron la misma suerte, la destrucción que trajo el castrismo, acabando con el encanto de ambas aceras. 

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