Por Por Eladio Secades (1952)
En los viejos tiempos criollos, cuando el bombín, la danza y los enamorados que se declaraban por carta a aquellas señoritas que siempre tenían que pensarlo, los bailes de disfraz no habían renunciado a su gran alegría.
Cada máscara era una ilusión. Cada máscara era un traje. Ahora casi todas las máscaras son un solo traje: el capuchón negro, aburrido. Indolente y alquilado. El capuchón tuvo su origen en la complicidad de una aventura de amor. Taparse todo el cuerpo para poder llevar el alma en trusa.
Era también la oportunidad para que la mujer que siempre engañaba al marido de día, una vez pudiera engañarlo de noche. Con la generalización de este disfraz, que es la democracia del dominó, le hemos quitado a Momo los galones, el arrebol y los cascabeles creando un tipo de máscara de multígrafo. El multígrafo es el parto de la peor literatura, elevado al cubo.
En estos bailes de ahora apenas se ve un pirata, un diablito, una gitana, o un gallego. Hay cubanitos que se pasan el año hablando mal de los gallegos y cuando llega el carnaval, se disfrazan de gallego. Y no se ve ningún Pierrot.
Al cambiar la gente y la manera de concebir de la gente, hoy Pierrot no sería un romántico, sino un «picúo”. Con la zapatilla de raso en el peldaño de cuerda, dándole una serenata a la novia, abrazando a la barriga avanzada de la mandolina. La barriga avanzada de la mandolina no es un capricho de un diseño, sino la justa consecuencia de haber querido tornar para sí toda la dulzura del pentagrama.
La mandolina empezó a perder su prestigio cuando empezaron a desaparecer aquellas estudiantinas de señoritas serias que tenían novio con entrada. Una novia seria es un deporte de invierno. Como empezó la deshonra del gato donde el vértigo del rascacielos mató la poesía del tejado español. Los ingenieros españoles no construían los tejados por satisfacer con sentimiento de belleza estética. Sino por proporcionar a la sociedad un sitio decoroso donde el gato pudiera amar a grito limpio. Los gatos aman como discuten los españoles.
A los viejos que fueron a los bailes de “Tacón” les dan pena y les dan rabia estos bailes de ahora. Donde se tocan los boleros cubanos hechos en Puerto Rico. Y donde llevan caretas para que no les conozcan los que nada tienen que perder.
La careta es una mentira completa. El antifaz es una mentira a medias, inventada por una mujer que quiso esconderse del amante sin dejar de enseñarle los dientes a los demás.
Una vieja con capuchón y con antifaz, es un documento velado de lo que en la boca hace la vida y dejó de hacer el dentista.
Toda máscara vieja es una alegría de museo. Con unas cuantas mentiras históricas, también sería museo la Casa de Empeños. Y con unas cuantas verdades históricas, veríamos lo mucho que de Casa de Empeños tienen los museos.
Antes se sacaba a la compañera cogida del brazo y entre lisonjas se la conducía al salón. Ella iba roja de vergüenza y él temía acercarse demasiado. Influencias del rigodón. Todavía había estudiantes de chalina, comerciantes que anunciaban en el telón del teatro y aquellas tías gordas que dejaban al sereno el pomo de sal de higuera y ruibarbo.
Ahora de pronto aparece “el pepillo” haciéndose el sofocado y secándose el cuello con el pañuelo. Y con una seña desde lejos le pregunta a la muchacha “si quiere echar”. Saber un paso de mambo es un motivo para olvidar la educación. De modo que si ella le responde que “no quiere echar”, él se disculpará con sus amigos diciéndoles que “la andoba se da patadas». No se puede tener un gusto más refinado. Las bailadoras de antes llevaban el compás del vals con el alma y con los ojos. Las bailadoras de hoy llevan el compás del mambo con el ombligo.
Para muchos jóvenes, uno de los grandes alicientes del baile es no pagar la entrada. Lo cual se consigue saltando un muro. O, en último caso, teniendo un amigo periodista. Hay también la coba al directivo. El directivo es el guardián de la moral. Aquí está para evitar que se “fajen” los demás, y evita que se “fajen” los demás, “fajándose” él. Alguna vez la condecoración honrosa al directivo será la oreja de coliflor.
Las hijas han prescindido de aquel respeto que las hacía bailar delante de la madre. La madre pobre siempre llega al baile refunfuñando, porque con el apuro de las muchachitas no pudo fregar la loza. Después le dan mareos y extraña su taza de café con leche. El café con leche es la razón por la cual el comercio cubano está en manos de extranjeros. Porque cuando se reúnen tres criollos, y antes de que a cualquiera de ellos se les ocurra hacer un negocio, a otro se le habrá ocurrido ir a tomar café. El café es el vicio terrible de los que viven criticando los vicios de los demás. El café es el vicio de los virtuosos.
Algunos matrimonios de los llamados honrados quieren un día buscar una emoción pecaminosa y se disfrazan y se van al baile público. Creyendo que van a divertirse, porque van a ver más que en el club. Pero se aburren y se marchan, porque ven menos.
Ponerle un disfraz a la mujer de siempre, es engañarse uno mismo. Pensando que es una mujer nueva. Como nos hacemos la idea de que el automóvil viejo es de paquete. Cuando lo sacamos del salón de engrase. Y no le sentimos los ruidos que no son familiares. Como la peluca de la mujer cuando se nos ha olvidado enjuagar la máquina de afeitar.
El gusto del carnaval ha ido desapareciendo. Ya no se ven aquellas comparsas de señoritas que se vestían de modo idéntico y que llegaban al salón en formación armónica. Como lo hacen siempre los militares en los desfiles.
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