Por Gustavo Sánchez Perdomo
Gracias a la excepcional Lisette Oropesa ha vuelto a Francia lo mejor de lo mejor en el bel canto actual. La cantante de origen cubano nacida en Nueva Orleans actuó en Versailles el pasado martes 29 de abril y pudimos disfrutar de su interpretación protagónica como la Alcina de Haendel. Llenó el teatro de la Opéra Royal de Versailles que con sus 700 butacas está en el ala norte del castillo. Ya en enero la Bustamante – ¿y por qué no “nuestra Bustamante”? – había conseguido fundirse con la Elvira de Bellini sobre las planchas de la Opéra Bastille en París. Ahora acaba de concluir su presencia en Francia para el año en curso porque a pesar de que el público pide más no será posible: solicitada en medio mundo su agenda está repleta hasta finales de 2026.
El teatro del Castillo de Versalles data de 1770 habiendo coincidido su inauguración con la gran fiesta que marcó la boda de Louis, delfín y futuro rey, con María Antonieta. Novios felices que en medio del fasto de aquel día ignoraban el funesto destino que les esperaba veinte años después. De entonces a nuestros días y después de numerosas vicisitudes que son historia, el lugar ha recobrado casi totalmente su aspecto original y parte de las cualidades acústicas que lo han hecho célebre.
La crítica francesa ha encomiado a Lisette Oropesa a partir de su primera presentación en París hace diez años. Después ha venido a Francia casi todos los años. Como es natural ha aparecido desde diciembre en revistas y estaciones de radio, que han destacado sus orígenes cubanos. Cosa que, chovinismo obliga y que los lectores me apunten ese pecado capital venial, llamó mi atención de diletante. En efecto, la virtuosa cubanoamericana nació en Nueva Orleans en el seno de un hogar de exiliados que tuvieron tres hijas en Estados Unidos, todas giradas hacia la música desde la infancia. Una probable herencia de la madre también cantante y de un abuelo que nunca cesó de hablar en casa de su afición pretérita a zarzuelas, vodeviles y operetas disfrutadas en La Habana, en tiempos idos de “cuando Cuba reía”.
En Alcina, ópera de tres actos, nuestra heroína desempeña el papel de una hechicera que reina en una isla mágica a la cual llegan, o ya la habitan, los distintos personajes concebidos por el genial autor. La trama, hecha de conflictos, de traiciones y de celos inapagables, es sobrevolada por una música portentosa que para esta ocasión ejecutó el grupo Les Epopées dirigido por el Maestro Stéphane Fuget. La orquesta, integrada por músicos jóvenes, es conocida tanto en los escenarios franceses como en el extranjero. Fuget, puesta a un lado la batuta, toca el clavecín un instrumento en el cual es reconocido virtuoso.
Lisette Oropesa y de ella se trata en esta crónica, no solo convenció, sino que con sus agudos que asombran y gracias a la manera que tiene para administrar el aliento, mostró a profesionales y a legos como yo capacidades sorprendentes acompañadas de una actuación emotiva indispensable en este tipo de espectáculo. Comunicó al público, que raramente se equivoca, esa química que incita a pedir más y más. El resto del elenco quedó relativamente opacado por el resplandor de la cubana, salvo a mi juicio en lo concerniente a la mesosoprano Gaëlle Arquez, excelente en su interpretación de Ruggiero.
A quienes, sea donde sea, -¿y por qué no un día en el Adrienne Arsht Center, o si no estando de vacaciones en New York o en París? – les sea posible ir a escuchar a la Oropesa, se la recomiendo sinceramente desde Francia donde trataremos de ir a aplaudirla cada vez que sea presentada. Mejor aún si fuere en alguna ciudad española coincidiendo con sus interpretaciones de zarzuelas: su María la O, de Ernesto Lecuona es ni más ni menos que espectacular (1).
(1) En https://www.radiofrance.fr buscar “Lisette Oropesa, reine du bel canto”.
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