JORGE QUINTANA (1957)
Lino Pérez Muñoz, el patriota trinitario de cuarenta años defendiendo las libertades de Cuba, nació en la villa de Trinidad, el día 23 de septiembre de 1834.
Sus padres, por la posición holgada que tenían, ser antiguos moradores del lugar y por la honradez de sus actos, gozaban de un merecido arraigo, influencia y cariño.
Poca fue la atención que dedicaron a la educación de Lino, y él tampoco se ocupó en lo sucesivo de mejorarla, porque desde temprana edad se dedicó con ardor al trabajo, con el noble propósito de hacerse posición independiente; de aquí que faltándole tiempo y amor a los estudios, solamente adquiriese ilustración rudimentaria, aquella que es aplicable en las más apremiantes necesidades en la lucha por vivir, pero sus modales delicados y vivacidad en la conversación le hacían en extremo agradable. Emprendió en el comercio y en negocios de ganado, y por la laboriosidad y tacto, en poco tiempo acumuló una fortuna.
Todo lo abandonó para marcharse a la insurrección. Salió al campo de la guerra acompañado de su hermano, seis sobrinos y ochenta y cinco amigos, y de ellos solamente la mitad iban armados de machetes, escopetas y cuchillos. Sin embargo, Lino refería que viéndose delante de aquellos entusiastas patriotas, que no medían los recursos del Gobierno español, llegó a imaginarse que era jefe de un arrollador ejército. Con esta patrulla se incorporó al General Federico Fernández Cabada, quien al organizar las fuerzas, le dio el grado de Capitán.
Empezó la campaña peleando bajo las órdenes del citado General; encuentros en los que los soldados no salieron del todo bien librados, no sólo por falta de pericia militar, sino también por la deficiencia y escasez de útiles de guerra. No era posible vencer desde los primeros momentos, con escopetas de caza y cuchillos a enemigo conocedor del arte de la guerra y bien pertrechado. Pero adiestró parte de los noveles soldados y tanto batalló con el enemigo que aprendió a vencerlo, siguiendo por intuición la máxima guerrera de Lisandro: de que donde no alcanzaba la piel de león, se había de coser un poco de la de zorra.
Fue esto en la época en que desplegó más vigor. Comprendiendo el Jefe que Lino Pérez era un subalterno muy útil, por la firmeza de su carácter y la intrepidez y habilidad en cumplir las comisiones que se le confiaban, lo ascendió a Comandante y antes del año 1870 lo hizo Teniente Coronel, segundo Jefe de la Brigada de Trinidad.
Durante su primer mando en Trinidad, sostuvo numerosos encuentros y en todos el atrevido guerrillero no dejó al enemigo descansar saliendo triunfante tres veces en la Guanábana, en Veguitas, Limones, Mabujina, Los Güiros, Malambo, Las Calabazas, Potrero Güinía, Fomento, Báez, Quemado Grande. Magarabomba. Era el azote de las tropas que se aventuraban a salir de los poblados. En Buenos Aires apresó un valioso convoy.
A fines del año 1870 fue llamado por el General Villamil para que acompañase a Camagüey, en busca de auxilio. A los ocho meses de permanencia en aquella provincia no habiendo recibido los villareños el apoyo del que estaban necesitados, Villamil dispuso que Lino, acompañado de poca gente, volviese a tomar el mando de su distrito.
A los cuatro meses de fatigas y penosos sufrimientos llegó a Trinidad, recibiendo las fuerzas del Brigadier Peña. Su cuerpo, aunque pequeño era resistente y fuerte, así fue que al mes de su regreso estaba repuesto y pudo dar fe de su presencia, venciendo en Jarico.
En 1872 se entrevistó con Villamil y José González Guerra, jefes respectivos de Sancti Spíritus y Cienfuegos, y acordaron volver a Camagüey. En la marcha se libraron varios combates, en los cuales los insurrectos derrotaron al enemigo que en gran número hacían tenaz persecución, para evitar la invasión; inútil empeño, porque pronto los villareños llegaron al punto donde estaba acordado reunirse con los jefes camagüeyanos.
De aquí pasó a Oriente con el venezolano Salomé Hernández, que iba a ver al Presidente de la República, C. M. de Céspedes. A la muerte de Salomé Hernández, ocurrida cerca de Guantánamo, quedó Lino Pérez escoltando al Gobierno, empleo que le disgustaba, por tener que estar a la defensiva y de retirada en retirada, protegiendo a los funcionarios civiles. Por este motivo solicitó entrar en servicio más activo, pasando a unirse a Villamil, que a poco murió; y entonces Ignacio Agramonte lo llamó a su lado y al ascender a José González a Brigadier, dio a Lino el diploma de Coronel.
En 1875, la más gloriosa etapa de nuestra gran guerra, porque fue entonces cuando Máximo Gómez dio a conocer sus grandes facilidades, facultades y la pujanza de los insurrectos, en combates memorables que constituyen los hechos más brillantes de nuestra historia. En esa campaña que como un meteoro barrió a los que se opusieron, Lino Pérez fue uno de los más firmes soldados que secundaron a Gómez.
Figuró en el asalto y toma de San Jerónimo y ataque a Nuevitas. En Santa Cruz del Sur le encargaron que con 125 hombres defendiera un camino, y desempeñó con tesón su cometido. Combatió en Palo Seco, La Sacra, Naranjo, y en Las Guásimas, al frente de sus soldados, recibió heridas. Peleando bajo las órdenes del General Roloff, en las Nuevas de Jabosí, fue herido gravemente.
En esta guerra, por lo que hemos contado de la vida militar de Lino Pérez, se desprende que sólo fue un bravo y disciplinado subalterno. Pero en la guerra, si bien son indispensables los buenos jefes que elaboren atrevidos e ingeniosos planes, también son necesarios, esenciales, los auxiliares que con obediencia e ímpetu los secunden. En Ayacucho es cierto que Córdoba marchó con los suyos “a paso de vencedores”, pero a cumplir mandado del Mariscal Sucre. Y es que una cabeza necesita brazos y pies.
Lino Pérez, a pesar de su carácter franco y parlador, era severo, severidad que se imponía agradando y que era la más adecuada para nuestro ejército, donde los jefes y oficiales no eran ni podían ser vigilantes de las ordenanzas militares, con hombres que peleaban voluntariamente, sin retribución, sin alimentos, día y noche si era menester. En los campamentos era el mambí más alegre y guasón. “Ya que estamos, —decía— siempre esperando la muerte, mejor: es reír y cantar para que la tristeza huya como el búho de la luz”.
Porque era hombre valiente e inquieto, nunca quiso permanecer en zonas de pocos enemigos. Donde hacía falta luchar, ahí estaba Lino Pérez; por eso sería largo hablar de todos los lugares donde estuvo su brazo, o su inteligencia como director; basta consignar que en los momentos más difíciles acompañó a Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, José González Guerra, Cavada, Roloff… que fueron las constelaciones de aquella jornada bélica. Se casó en la guerra, con arreglo a las leyes vigentes en los dominios insurrectos, con Carmen Canelo Velázquez y tuvo un hijo que al nacer lo primero que oyó fue el clarín cubano mandando un ataque al machete contra el enemigo que avanzaba sobre el campamento.
Cuando el Zanjón era Coronel. Ya sus padres habían muerto. En la paz se dedicó a la agricultura, en Trinidad; porque aquella ciudad era su paraíso; el pez necesita agua y él vivir en Trinidad.
Pero no gozó de mucho descanso. AI estallar la otra revolución, en 1879, no olvidó su deber, yéndose al campo hasta que fracasó la tentativa. Desde entonces las autoridades lo vigilaron constantemente.
En 1893, Martí por medio del primer comisionado que vino de los Estados Unidos a preparar la revolución, escribió a Lino interesado en su apoyo, a lo que él contestó: “Que desde 1868 era soldado de la patria, y por eso al sonar la hora, los sesenta años no le impedirían ceñir el criollo machete”.
Y cumplió su palabra saliendo en son de guerra y bandera desplegada, del poblado de Güinía de Miranda, el día 7 de julio de 1895.
Nombrado Roloff para organizar las fuerzas de Trinidad, ya Brigadier Lino Pérez, lo puso al frente de la zona.
Hallándose enfermo, no pudo formar parte de la invasión, para terminar su historia diciendo que como soldado de la libertad había recorrido desde Guantánamo hasta Güane.
Mandaba las fuerzas que sitiaron a Güinía de Miranda y operó varias veces en combinación con Juan Bruno Zayas.
Al quedar constituido el gobierno, Lino Pérez fue nombrado Delegado de Trinidad. En el desempeño de este cargo enfermó, y debido a la denuncia de un presentado le sorprendieron en su campamento, en el potrero La Mengala, jurisdicción de Sancti Spíritus el día 1º de noviembre de 1897. Su estado de salud era tan delicado que a la cárcel lo condujeron en una camilla.
Puesto en libertad los primeros políticos a la llegada del general Ramón Blanco, Lino volvió a su hogar; pero tan pronto se le presentó la oportunidad, se fugó, incorporándose al general José Miguel Gómez, que lo recibió con un abrazo. Al lado de este caudillo estuvo en los asaltos y toma del Jíbaro y Arroyo Blanco, y después acompañado de una escolta, volvió a su zona, donde mandaba su sobrino el general Juan Bravo y Pérez. Cuando se acabó la dominación de España en Cuba, Luis Pérez creyó terminada su misión patriótica y se retiró a Trinidad, donde era el primero y más querido ciudadano.
Fue alcaide de la Cárcel. Hizo política que disgustó al gobierno de Estrada Palma, y sin tenerse en cuenta los méritos adquiridos por Lino Pérez en cuarenta años de guerras y conspiraciones, lo separaron del destino. El gobierno se hizo excesivamente duro; oprimió al pueblo; y al estallar la revuelta civil, de nuevo vemos al viejo soldado trinitario defendiendo los puros principios de la libertad.
El día 30 de octubre de 1908, durante la segunda intervención norteamericana murió donde mismo había nacido.
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