Por J. A. Albertini
Escribo para no olvidarme.
Max Aub.
Escritor franco-hispano.
Armando Manuel D’Fana en esta obra bilingüe, (español-inglés): Poemas del Confinamiento, comparte con el lector la realidad de un ser humano sensible que padece, junto a su esposa, a causa del Covid, un doloroso y crucial confinamiento de veinte y un día, que lo lleva a dar lo mejor de sí; a reflexionar sobre la vida y el imperceptible trazo que nos separa de la muerte, o tal vez de otra dimensión existencial.
El poeta en la introducción al poemario confiesa: “Nunca los días fueron más largos ni las noches más cortas. Los segundos se hacían minutos y los minutos horas; y Al llegar la noche presentía que no despertaría, que no llegaría al nuevo día…”.
El también creador Ernesto Díaz Rodríguez, en el prólogo que escribió para el libro, a través del testimonio poético, se percata y reflexiona que a pesar de temores, comprensiblemente humanos, Armando Manuel D’Fana posee el don de la fe: “Este poeta de fértil imaginación, quiso dejar constancia del triunfo de su espíritu sobre la adversidad del aislamiento físico”. Y para afianzar el juicio Ernesto cita una estrofa del poema Anduve:
Anduve
por caminos
siguiendo huellas
desgastadas de mis pasos.
Eran líneas rotas
de sombras que
al mirarme callaban,
como imágenes apagadas del ocaso.
Y así, luchando contra el mal que pretendía sumirlo en oscuridad perpetua se rebela contra el acoso turbio. Abre los ojos; los llenas de luz y buscando aire vital grita:
El amor es eterno.
no muere, no mata
no llora ni grita,
no espanta.
En algunos poemas como Así imagino las cosas, Armando Manuel en una duermevela, lucida pero con el acecho constante de Las Moiras, se plantea:
Cómo imaginar…
la luz que no brilla ,
la lluvia seca que moja,
el pasado verbo en presente…
No obstante dudas y temores termina afirmado:
Solo me imagino libre,
así imagino las cosas.
A lo largo de estos diecisiete poemas se palpa el sudor agotador, de intención letal, de la enfermedad. El temor, no sin lucha, de ser doblegado por las tres Moiras, hijas implacables del dios Zeus. Por eso, en La Muerte hecha sombras, composición que considero eje de la obra el poeta; el espíritu obstinado en librar la contienda pero que a la vez, por su profesión, conoce lo endeble que es la materia humana, reflexiona sobre el cometido exterminador de las tres hermanas:
Clotos
hilando su sombra,
rápido seguía mis pasos;
yo corría, corría y corría,
alejándome de sus brazos.
Y eludiendo a Clotos topa con:
Lákesis,
devanado mi ser como hilo,
acortaba distancia en zarpazo,
su sombra también hizo lenta,
pisaba justo mis pasos.
Entonces la última de las diosas tejedoras, filo en mano, le cierra el paso y sonríe con certeza de conclusión ineludible:
Átropos
cortó el hilo,
y a volin mis sueños fueron,
de la vida tuve miedo,
y de los años
el tiempo correr vi…
Tal vez, en ese momento, confiando en las conversaciones diarias que en la introducción, Armando, confiesa tuvo con “mi compadre y hermano†”, fue que el ausente, desde el cielo, desdeñando a las Morias le dice: “No jodas y quédate en la tierra, creo que tendrás ahora mucho de qué escribir”.
Y el que esto escribe, convencido que luego del reclamo del compadre fallecido, Armando finalizó La Muerte Hecha Sombras, con la estrofa siguiente; pletórica de vida:
Vi la muerte
escondida en mi sombra
y grite a la Parca:
¡Detente!
Y sin miedo abrí mis brazos,
No a la muerte, sino a Cristo
Y la sombra se disipó entre mis pasos.
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