(Parte XV de XX)
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
— ¿Por qué tanta especulación sobre tu persona…? —Evelio interrumpió el relato.
—Sencillo. Una mujer sola, joven, agraciada, refinada y culta; hablando más de un idioma, con solvencia económica y un halo de misterio, en cualquier sociedad es foco de interés y habladurías.
— ¿Habrás tenido muchos pretendientes?
—Me sobraban.
— ¿Y amantes…?
Dalia soltó una risita irónica y respondió.
—Los necesarios para mantener la leyenda —cambió la expresión y acotó. —Al poco tiempo vino la debacle.
Evelio bebió de la botella y se dispuso a escuchar.
Los envíos de dinero abruptamente cesaron. Como tenía suficiente como para pasar una buena temporada, al principio, la demora la atribuí a inconvenientes causados por la distancia. Sin embargo, a dos meses de la interrupción, vino a París el agente comercial y amigo de padre. Nos citamos en un discreto café de barrio y me dio la noticia que volvería a cambiar mi vida.
Aunque a padre no lo pudieron implicar en mi fuga y desaparición, aquellos que pedían mi cabeza, llenos de envidia, resentimiento y racismo, no se tragaron el cuento e iniciaron, contra él, una campaña de descrédito personal, moral y comercial que lo condujo a la ruina económica. No obstante, hombre previsor, había ocultado, en metálico y joyas, recursos suficientes que le permitieron poder seguir sosteniéndome en el extranjero y él vivir decorosamente.
De la pérdida del capital y propiedades familiares me enteré esa tarde, en el pequeño café, por boca del amigo. ¿Por qué Usted nunca me puso al corriente de la situación? Callé a pedido de él, respondió. Y ahora, que el dinero se ha agotado es que decide que se me informe… El hombre, incómodo, se movió en el asiento. Tomó un sorbo de café y me miró apenado. Conociendo a su padre, presumo que todavía hay suficiente dinero. Perpleja lo miré. Carraspeó y jugueteó con la taza vacía. Hace unos meses murió de manera repentina. Celoso de todo lo que concernía a su protección y bienestar a nadie le dijo donde ocultaba el remanente de la fortuna. El secreto se lo llevó a la tumba, a no ser que Usted tenga idea de donde pudo haberla escondido, sugirió. La notica de su fallecimiento, se sumó al dolor del destierro involuntario, pero no mostré síntomas visibles de alteración. Haciéndome cargo de la situación respondí con voz lenta. Si yo volviese a Santiago de Cuba es probable, aunque no seguro, que diese con el escondite, pero eso, como bien sabe, es imposible. ¿Y no tiene ideas…? Con las manos hice un gesto ambiguo y él prosiguió. Yo sí puedo ir a Santiago de Cuba, pero necesitaría disponer de pistas concretas. Imposible darlas porque no las tengo. Conmigo fue dadivoso, pero hermético en cuanto a sus negocios y fortuna líquida. El amigo suspiró desalentado. En esas condiciones no es factible viajar allá. Se consumiría, sin miras de éxito, tiempo y recursos. Además, correría el riesgo de hacerme, ante las autoridades, sospechoso. Lo comprendo, dije, resignada a la realidad. El hombre, discretamente, de uno de los bolsillos de la vestimenta extrajo un fajo grueso de francos. Tome, es un obsequio personal, en nombre de la gran amistad que me unió a su padre. Es lo último que puedo darle, ya que no soy persona de gran fortuna. Por urbanidad, rechacé el regalo, pero él insistió. Acéptelo, le aguarda un futuro incierto y esta será la última vez que nos veamos. Roja de vergüenza, sin hablar acepté los billetes y temblándome las manos los introduje en el bolso de mano. Emocionado, murmurando palabras de aliento, me besó las mejillas y abandonó el café. Hasta el día de hoy no he vuelto a verle. Era un hombre mayor; tal vez haya muerto, pero lo recuerdo con agradecimiento y afecto.
— ¿Qué sucedió después…?, Evelio se interesó.
—Ahorré, siempre pensando en volver a Santiago para tomar venganza, el dinero disponible y me dedique a escoger como amantes a hombres pudientes que pudiesen mantener mi estilo de vida. También, aprendí diferentes juegos de naipes y apostando, invariablemente el dinero del galán de turno, gané lo suficiente como para incrementar mis ahorros. No obstante, el deseo de retornar para castigar y eliminar físicamente a los que ayudaron a malograr mi existencia y arruinaron a mi padre cada vez crecía más. Por otro lado, eso de ser puta de lujo no va conmigo. Lo hacía por necesidad, pero sentía asco de mí y desprecio por los burgueses adinerados, y algunos con títulos nobiliarios, que se acostaban conmigo y en público mostraban posturas puritanas y conservadoras. Aunque la vida no me ha tratado bien y parte de mi proceder pasado lo desmiente, soy incapaz de dejar de creer en el amor.
(Continuará la semana próxima)
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