Por César García Pons (1953)
Se trata de las honras a José Martí con motivo del primer centenario de su nacimiento, de las honras que define, orienta e impone una Ley-Decreto, la número 421, aparecida en la «Gaceta Oficial», el 26 de septiembre de 1952, texto que se bautizó a si mismo «Ley-Decreto del Homenaje del Pueblo de Cuba a José Martí». Se trata de las honras que el Apóstol de fijo hubiera rechazado como las únicas para él inaceptables.
LO QUE EL PUEBLO NO ACORDÓ
Salta a la vista, claro es que el tal homenaje no es ni puede ser el del pueblo de Cuba a su más grande hombre, por cuanto que no puede tener esa significación lo que el pueblo no acordó, ni decidió, ni resolvió por propia voluntad.
Empero, séalo o no, ello no obsta para que con arreglo al contenido del citado texto venga éste obligado a recordar a su fundador de la manera que se le dice y señala y que es, por cierto, de un materialismo aterrador, a base de impuestos y de exacciones económicas, aún cuando se aspire a justificar la suma de millones que por la coacción se van a reunir, con la erección de monumentos, palacios y festejos y ediciones de libros.
Dando por existente un asentimiento que sólo por expresa consulta podría obtenerse, el tercer Por cuanto de la Ley-Decreto mencionada se adelanta, “de manera que no haya omisiones lamentables», y fuerza a hacer en orden a honores lo que sólo la conciencia de la ciudadanía habría de decidir en todo caso, y ya fuesen los frutos exponentes de unanimidad de los espíritus o expresión aislada, mayoritaria o minoritaria, de los capaces de identificarse con el centenario y de sentirlo por propia, independiente y personal emoción.
LAS COSAS DEL ESPÍRITU
El patrón, la férula, la uniformidad no rige para las cosas del espíritu, ni es el tributo, en su realidad profunda, porque se ordene y se imponga; ni sentirá más el pueblo la figura que así se lleva a honrar, ni ésta extenderá su influencia porque una medida general y obligatoria concluya por registrar en las oficinas recaudadoras de las zonas fiscales de la República los nombres de tales contribuyentes.
Un día de haber del personal que pagan el Estado, las Provincias y los Municipios; un día de haber del personal que utilizan los comercios, las industrias y cuantos resulten contribuyentes al Seguro de Salud y Maternidad Obrera, en menos palabras, de todo lo que se gana el pan con su trabajo; la suma por cada patrón del total de contribución de sus empleados o asalariados; dos pesos que satisfará cada profesional universitario o no universitario constituyen la obligación impuesta por una sola vez a trabajadores e instituciones que perciban y paguen sueldos y jornales, respectivamente.
Diez centavos por cada una de las cabezas de ganado vacuno que sean sacrificadas durante un año; diez centavos por cada quintal de café limpio o beneficiado, así como de café tostado correspondiente a una cosecha; diez centavos también por cada tercio de tabaco en rama, escogido o empacado de una cosecha; veinte centavos por cada millar de tabacos y un centavo por cada catorce ruedas de cigarrillos fabricados durante un año, son las imposiciones establecidas para aumentar las cargas que sufren la carne, alimento básico en Cuba del pueblo, el café, su bebida habitual y necesaria, y el tabaco de uso consustancial a su costumbre.
Y, por último, cincuenta centavos que deberá satisfacerse por todo el que esté obligado al pago del impuesto territorial, finca urbana o rústica. Remata la lista de impuestos con la aportación que se declara voluntaria, de los niños de las escuelas.
EL PUEBLO PAGARÁ
Esta es la obligación que se impone al pueblo de Cuba para honrar a su fundador. No hay que ser zahorí para descubrir que es ese propio pueblo el que ha de satisfacer a la postre las unas y las otras, las que se fijan a los individuos y las que se señalan a los productos de consumo. Pagará, sin duda, a la larga, los diez centavos de la carne, los diez del café, los diez y los veinte del tabaco, el centavo de los cigarrillos. Lo pagará todo, a fin de cuentas. Y es, a un tiempo seguramente, lo único que jamás hubiera admitido José Martí. Y menos aún para que por vía de tales exacciones y sacrificios económicos el pueblo al que dio la libertad se volviera un día hacia su sombra augusta.
OBLIGACIÓN GARANTIZADA
La tal obligación emerge garantizada. El texto que comentamos prevé la desobediencia y la castiga.
Los contribuyentes directos y los redentores contemplados en él tienen un término para efectuar los ingresos en las oficinas recaudadoras correspondientes, y recargo si no lo hicieren, y aún quedan sujetos a las sanciones que como malversadores puedan aplicárseles con arreglo al C. de Defensa Social cuyo contenido al efecto también se invoca.
Porque, como se ve, el Homenaje del Pueblo de Cuba a José Martí se convierte en una norma impositiva y perseguidora, suficiente, incluso, a llevar a la cárcel a aquel que se le resista.
De un lado, pues, tenemos honras a la fuerza, y de otro formal promesa de castigo para quien no las haga suyas. Ese es el carácter del Homenaje y en todo caso el precio de no participar en él.
50 AÑOS DE REPÚBLICA
Si alguna ves se ha desconocido el espíritu de Martí, lo cardinal de su doctrina, la dirección cierta de su pensamiento cívico ha sido ésta en que el periódico oficial de la Nación hubo de insertar en honor suyo la ristra de impuestos, expresión de la voluntad unilateral de los que mandan. Cincuenta años cuenta la República, y durante ese medio siglo, a juzgar por los impuestos en cuestión, ha sido tan baldía su marcha económica que frente al centenario de su fundador no puede disponer de unos pesos, sacados tan sólo del Tesoro Público, para emplearlos en Las honras sencillas que la memoria del Maestro reclama.
A lo largo de la vida republicana y del vals que ha sido la política para el usufructo turnado del Poder, miles de cubanos se hicieron de fortunas imprevisibles y de posiciones económicas insospechadas.
Uno solo, cargando los fondos por millones, en apretadas maletas, rumbo a playas extrañas, hizo de la dilapidación y del peculado, bajo el signo de Grau, un como cuento de Las Mil y una noches.
Palacios, fincas como remedos del Paraíso, barcos propios, cuentas crecidas en bancos extranjeros, han venido saliendo de las arcas nacionales a beneficio particular y privadísimo de los privilegiados.
Y paralelamente la sinecura y la botella, corrompiendo el sentido honorable del trabajo y la educación popular, malgastando el dinero necesario a escuelas y hospitales, alimentó a una parte flotante y errabunda de la población que solamente del propio esfuerzo ha debido vivir.
Y por eso mismo, a la hora de enfrentarse con la imagen pura y severa de Martí, el Estado sin virtud y sin dinero no encuentra, para cumplir deberes naturales, otro medio de agenciar fondos que tomándolos de la bolsa exigua o exhausta del trabajador y del empresario que contribuye con su establecimiento o con su industria y por sus cargas y gravámenes que de ordinario afronta, a la riqueza y progreso del país, como el primero lo realiza con el sudor de su frente o el empleo eficaz de su inteligencia.
SE FRUSTRA EL
TRIBUTO
No, no son éstos los modos y maneras de honrar al Apóstol. Y se frustra, por otra parte, toda tentativa de homenaje que se canaliza por medios coercitivos, porque en ellos no aparece en forma alguna lo que es esencial y primero: el impulso espontáneo que lo moviliza y lo convierte en ofrenda del corazón.
El tributo del pueblo de Cuba a su fundador, al apóstol de sus luchas por la libertad, al maestro y creador de sus mejores doctrinas, no podía ser otro que aquél que se produjera espontánea y libremente por los beneficiarios de su obra.
Si grande y estruendoso, si modesto y sencillo, de todos modos homenaje seria venido del alma del pueblo, del pueblo nacido y por él libremente calorizado.
Un ramo de flores sobre su tumba vale mil veces más que el monumento ostentoso y enorme en que pudiera reproducirse su imagen, si el primero es un impulso de conciencia que a más en el orden material no pudo llegar. Y eso, en definitiva, era lo único que importaba a José Martí.
LAS HONRAS QUE HUBIERA
QUERIDO
No hay por qué desconfiar del pueblo cubano, ni la historia individual y colectiva de sus hombres desmiente el carácter generoso que desde muy temprano se advirtió como una de las cualidades de su espíritu. No cabe, Igualmente, sospechar en él de antemano tibieza o despego de sociedad desagradecida. Honras a Martí se hubieran producido, sin duda, en la Isla que él veia, desde nieblas nórdicas, como «un rincón de almas y un retazo de cielo bien azul».
Pero honras sin impuestos, sin cargas y amenazas. Las honras que él hubiera querido como expresión sincera del corazón conmovido de su tierra.
Y si por embotamiento de su sensibilidad, por olvidadizo, por ingrato, por estéril para las cosas del alma el pueblo que tuvo el privilegio de generar un día a esa grande realización de su sangre y de su espíritu que es José Martí, que hoy América aclama como símbolo de su brillo y de su coraje humano y el mundo comienza a considerar como soldado universal de la libertad, milagro, para todos los tiempos, en que se fundieran el Ángel y el Genio, ejemplo inmortal de hombre para iluminar el camino de los hombres mismos; si por cualesquiera de esas circunstancias la fecha conmemorativa, el año del centenario, transcurrieran sin las manifestaciones reverentes y amorosas que la gloria del Maestro merece, el pueblo cubano se condenaría a si mismo, por incapaz para sostener la grandeza de su impar figura, y eso sería en la historia su destino y su castigo.
Sería, cuando menos, y quizá si demasiado pronto, el de un pueblo sin memoria, desprovisto ya del ardor antiguo que le animó a pelear durante un siglo por su propia redención.
Un pueblo, en suma, sin nexo con su cuna, “porque lo que no se recuerda, como lo que no se siente, no existe», en que habría muerto el idead, ese ideal que, como escribiera Sanguily. cambia, se modifica, luce o se eclipsa, pero que por eso mismo es el sol de la vida moral.
Cuando él se apaga en la conciencia de un pueblo, dijo también, entonces si es necesario morir.
EL MAL POR EL BIEN
Por lo demás, sustituir el mal por el bien, el vicio por la virtud, en lo privado y en lo público; hacer a toda hora del suelo patrio «ara y no pedestal», constituiría la ofrenda condigna y bastante a quien por todo eso padeció de continuo y se entregó a la muerte en los campos de Dos Ríos.
Por lo demás, también, fue él precisamente quien afirmó que «no tienen el derecho de gloriarse con los nombres, actos y vida ilustre de sus antepasados, aquellos descendientes que no los perpetúen en su espíritu y acciones», y quien sobre la espontaneidad de la contribución escribió estas palabras definitivas: «¡Qué gloria cuando me ultrajen mañana a mi pueblo, decir de él: pues el dinero con que compró su libertad, yo nunca tuve que pedirlo!»
Fue de él, por último, y tiene perfecta aplicación a la gobernación de un país, esta advertencia al Generalísimo cuando le hablaba de asegurar las libertades públicas del mañana con una guerra en que entraran, conciliadas, las tareas y voluntades que habían de hacerla posible: «Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento».
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