El joven enamoraba a una muchacha, le pedía ser su novia, después que aceptaba, entonces ella -tarde o temprano- le dice: “Mi amor, tienes que ir a mi casa a conocer a mis padres, y pedir mi mano”.
De primera y pata es el padre el que parece ser un “ogro” cuando muy serio pregunta: “¿Cuáles son sus intenciones con mi niña?” pero es en realidad la madre quien protectoramente levanta una barrera que no permite ni darle un besito en la mejilla a la inmaculada muchachita.
De pronto, ponen un horario de visitas, y en la sala colocan tres sillones, uno para la novia, otro para el novio y otro para la mamá que, como les dije, se convierte en una muralla infranqueable evitando el “mate”.
Tímidamente el enamorado dice: “¿Señora, ¿me puede hacer un cafecito?” en un intento desesperado para que se vaya a la cocina y poderle robar un besito a la muchacha.
Vaya, hasta para ir a un baile la “chaperona” se hace presente. Si el muchacho intentaba pegarse demasiado a la joven la “chaperona” se interponía como una “guardia rural” lista para dar plan de machete.
De novios la chaperona resultaba pesada y hasta insoportable, pero ya siendo padres cambiamos de idea.
Porque, vamos estar claros, todos los hombres del mundo cuando en el hospital una enfermera les dice: “¡Felicidades, usted acaba de ser padre de una preciosa hembrita de 8 libras!” Ahí, en ese mismo instante, con solo una hora de nacida la niña ya los recién estrenados papás desean ponerle una chaperona a su lado hasta que cumpla 50 años.
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