Un pueblo que tenía su asiento en el extremo oriental del mar Mediterráneo fue el primero en desafiar los misterios del Mar Tenebroso que era para los remotos habitantes del mar interior, el Océano Atlántico. Le siguieron otros del mismo mar primero y del norte después, hasta el advenimiento de los marinos portugueses.
Por HENRY CHAPIN y F. G. WALTON SMITH (1954)
Himilco, según Plinio, exploró el año 443 a. de J. con sumo cuidado, las costas atlánticas de Francia y tocó en las Casitérides o Islas del Estaño, frente a Cornwall. El ancho Atlántico ya en esta temprana fecha estaba haciéndose familiar para los marinos del Mediterráneo, aunque todavía éstos no se aventuraban muy lejos de tierra a menos que fueran arrastrados por vientos adversos. Hannón, el hermano del anterior, sin embargo, hizo el viaje más extenso, y hasta dejó establecidas factorías a su paso. Fue este periplo de Hannón el viaje más notable al Atlántico desconocido hasta entonces intentado. Partió hacia el sur con sesenta bajeles, y treinta mil colonizadores que fundaron las ciudades costeñas de Mehedia, Mogador y Acre.
Hannón llegó por el sur hasta la isla de Sherbro frente a Sierra Leona, a tres mil millas de su patria, antes de regresar. Avanzó tanto como muchos de los primeros exploradores portugueses unos quince siglos después, que hallaban difícil aventurarse demasiado lejos de una vez, por miedo al tenebroso más allá y al “Mar Coagulado”. Se ha escrito de las Canarias que Yuba, rey de Mauritania (Marruecos), navegó hasta ellas en la época de Jesucristo. Los etruscos proyectaron colonizar la isla de Madera en tiempos de Hannón pero fueron detenidos en Gibraltar. En lo adelante los viajes hacia el sur tuvieron que aguardar por los portugueses.
Empero el provechoso tráfico en estaño con Britania atraía aún a los hombres al norte. En 300 a. de J. se efectuó un notable periplo por Piteas, un griego o fenicio, que partió de Massalia (Marsella) y continuó adelante hasta costear todo el largo de la Europa septentrional.
En su viaje, como era un poco astrónomo, hizo observaciones de las mareas y corrientes, y dice Eratóstenes, que escribió poco después del dicho viaje, que fue el primer hombre en notar la variación entre el verdadero polo norte y el polo magnético.
Piteas era una rara combinación del intelectual y del aventurero atrevido. Después de visitar las minas de estaño de Cornish continuó por el norte de las Islas Scilly a Escocia y las Orcadas, y varios días de viaje después arribó a una isla que llamó Thule, que pudiera ser Islandia. En esta región tropezó con tan mal tiempo que impresionó a sus sentidos mediterráneos hasta tal punto que le hizo decir que el aire, el hielo, y el agua formaban una especie de mezcla túrgida llamada por él “pulmón de mar”. Anotó en su cuaderno de bitácora que por allí la noche de verano duraba sólo dos horas; debe haber estado frente a Noruega.
Volviendo al sur se detuvo a examinar la costa frisona, donde sus compatriotas solían recoger ámbar para el comercio meridional. En este gran viaje Piteas circunnavegó Britania, y tres siglos antes de Jesucristo y diecisiete siglos antes que Colón cubrió una distancia de unas siete mil millas.
Unos ciento cincuenta años después, de esta exploración Cartago, tras una serie de guerras desastrosas, cayó ante el poderío romano y así terminó el mundo fenicio de aventurero dominio marítimo que inició la prolongada pero intermitente exploración de las aguas atlánticas. El poder romano, esencialmente terrestre, se expandía hacia el este y el norte desde la península italiana. Todos los conocimientos secretos de bien guardadas rutas comerciales y exploraciones septentrionales por mar murieron a lo que parece con la caída de Cartago, y durante algún tiempo las Puertas de Gibraltar permanecieron cerradas.
Podemos representarnos un cuadro de lo que se perdió el mundo en los tiempos romanos. Aunque no hay constancia auténtica del ordenado avance de la investigación científica hasta la época en que los fenicios navegaron hacía el oeste por las Puertas de Gibraltar existen persistentes referencias sobre el particular. A decir verdad, gran parte del progreso intelectual del mundo mediterráneo—por ser sus sendas y conexiones las de pueblos marineros—se halla en la historia de la cartografía. Cuando tan poca cosa se sabía con exactitud, un mapa nuevo era necesariamente un cuadro del progreso intelectual o de la regresión del que lo trazaba.
Para comenzar diremos que, ya en tiempos de Arquímedes, un astrónomo llamado Aristarco de Samoa aventuró la teoría de que la tierra se movía en círculo alrededor del sol. Sólo de oídas se puede probar ese aserto—no por constancia escrita—pero por lo menos sugiere que las ideas y teorías tienen profundas raíces en la mente humana, aun cuando esto ocurría mil ochocientos años antes de que Copérnico hiciera que la teoría quedara como hecho incontrovertible. También oímos hablar de primitivos experimentos con la piedra imán o aguja magnética que fue la precursora de la moderna brújula; y el sencillo astrolabio de que procede el sextante actual lo menciona por vez primera Ptolomeo en el siglo segundo de nuestra era.
Lo que sabemos de los primitivos mapas es todo de viva voz. El pergamino era escaso y frágil. Los soldados y viajeros llevaban mapas en los viajes riesgosos; -su probabilidad de supervivencia era leve. Los mapas maestros, útiles para fines militares o mercantiles, eran lo que hoy llamaríamos “secretos topes”, y antes que separarse de ellos sus dueños los destruían. Estaban envueltos en láminas de plomo, prestas a ser arrojadas por la borda si un enemigo atacaba.
Muchos volúmenes han escrito los contemporáneos y los doctos posteriores señalando lo defectuosos y erróneos que han sido siempre los dibujantes de mapas o cartógrafos. De eso debemos de alegrarnos, porque los primitivos y atrevidos e imaginativos cartógrafos eran hombres que pensaban sobre el papel, dibujando lo que conocían y lo que sospechaban resultaría cierto después de nuevos descubrimientos. Tanto como los que más, los cartógrafos eran instigadores del adelanto intelectual porque no temían equivocarse o izar una red vacía en busca de la huidiza verdad.
Uno de estos pioneros fue el gran geógrafo Eratóstenes, nacido el año 276 a de J., que calculó, observando con los más crudos medios el ángulo del sol, que la tierra tenía 25,000 millas de circunferencia. Uno de los primeros mapas que dio un cuadro razonablemente preciso de la costa europea del Atlántico fue italiano, probablemente hecho después del viaje de Piteas.
En una escala mayor, Eratóstenes e Hipaico, otro docto griego que se le opuso en muchos puntos, hicieron ambos mapas del mundo más simétricos que exactos, pero no obstante fueron los primeros intentos de medir la tierra en paralelos y meridianos. Hipalco inició un método matemático de estudios geográficos que fue continuado por Ptolomeo. Los dos estudiaron la posición de las estrellas, la órbita del sol, y la medición del tiempo sideral; y puede decirse que entre ellos fundaron las matemáticas de la astronomía que fue la norma durante más de mil años de la era cristiana.
Anotamos aquí estos hechos porque hay tal masa de leyendas y supersticiones corrientes en el período de que estamos escribiendo que el verdadero avance científico se pasa a veces por alto. De una cosa si podemos estar bastante seguros: los pilotos y navegantes de la época sabían bien de qué conocimientos científicos se disponía. Los grandes mercaderes y las mentes curiosas y doctas de los países mediterráneos, particularmente los fenicios, eran hombres de mar. Alejandría el centro del saber mediterráneo a fines de la era precristiana, era también la encrucijada de todo el comercio oriental y foco del saber práctico y escolástico. Era aquella una era práctica.
Pero después de la caída de Cartago y el advenimiento de la era cristiana la mente religiosa más que la científica gobernó la investigación de la naturaleza del mundo. San Agustín construyó en su cabeza un reino, y hombres como Solinuo coleccionaron las fábulas e historias exageradas de todos los tiempos para hacer un cuadro que maravillara a los hombres.
Sir Charles Beazley en El amanecer de la Geografía Moderna habla del primitivo saber medieval como dividido en tres categorías: los “Fabulistas” o coleccionadores de narraciones y leyendas; los “Estadísticos”, que compilaban largas categorías de lo que consideraban hecho; y finalmente los “Cosmógrafos” que, con cartas y mapas y descripciones, trataban de trazar un cuadro factible del mundo. Todos estos investigadores se pasaban de la raya, porque había poco que estimulara toda curiosidad científica que pudiera apartar a los hombres de la Ciudad de Dios de San Agustín.
A decir verdad, hasta el siglo X no hubo en occidente gran cosa que pudiera decirse empresa geográfica.
Luego adviene lo que se llama el segundo periodo de los tiempos medievales, que se inicia con un estallido vigoroso de viajes por los vikingos o normandos en el norte del Atlántico, seguido por la avalancha de las Cruzadas en los siglos XI y XII que estimularon la empresa de las grandes ciudades-estados comerciales de Génova y Venecia. El periodo final, hasta los grandes viajes de Colón, cubre unos doscientos años, mayormente bajo la égida de la primera potencia marítima del Atlántico: Portugal.
Como hemos señalado, con el advenimiento del cristianismo las ciencias se vieron obligadas a sumirse en la obscuridad. La mente de los hombres estaba obsedida con una nueva clase de mundo interior, y apartada de los horizontes desconocidos allende las aguas. Además, los romanos construían carreteras con preferencia a naves. Centralizaron la autoridad por el lado político, y deploraban la excentricidad y la iniciativa individual; así como la iglesia, a medida que crecía en poder, le aplicaba el freno a todo lo que no fueran los canales autoritarios del pensamiento.
Esta obstrucción a la libertad intelectual y los nuevos descubrimientos, habiendo aumentado bajo las invasiones de los bárbaros, persistió hasta el siglo XI, cuando las grandes ciudades-estados comerciales de Génova y Venecia, al desarrollar un comercio europeo, abrieron de nuevo las puertas de la investigación.
A la larga el saber y la libertad de los griegos primitivos y el pensamiento oriental fueron liberados en el Mediterráneo y la herencia de los fenicios fue retornada por navegantes nuevos e igualmente atrevidos a lo largo de las costas del gran océano Atlántico. El mundo occidental de nuestra época estaba presto para ser creado.
Los exploradores llegaron en el siglo X de los fiordos de Noruega. Los vikingos se hicieron al mar casi por las mismas razones que los prácticos fenicios. Buscaban el comercio, el bono y el renombre, y en ocasiones tenían que hallar nuevas tierras para sus individualistas gobiernos locales por dificultades y tiranías en su país. En el 835 de nuestra era un grupo de terratenientes noruegos que escaparon a la dominación de Haroldo Harfager, el nuevo rey, fueron a Islandia con sus familias y bienes y se establecieron allí.
Encontraron un país no demasiado frío e infértil, con buena pesca, y sin habitantes, salvo unos pocos monjes irlandeses. En aquellos tiempos, por un periodo de varias centurias, el clima creado en el norte por la Corriente del Golfo se hallaba en uno de sus periódicos turnos de más calor, como ha estado en el área de Groenlandia en los pasados veinticinco años de nuestra época. Había poca o ninguna masa de hielo flotante para contender con el mar, y el gran casquete de hielo de Groenlandia se hallaba, al parecer, en retirada temporal.
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