Las exploraciones del Atlántico antes de Colón (final)

Written by Libre Online

12 de agosto de 2025

Un pueblo que tenía su asiento en el extremo oriental del mar Mediterráneo fue el primero en desafiar los misterios del Mar Tenebroso que era para los remotos habitantes del mar interior, el Océano Atlántico. Le siguieron otros del mismo mar primero y del norte después, hasta el advenimiento de los marinos portugueses.

Por HENRY CHAPIN y F. G. WALTON SMITH (1954)

Hoy los estudiosos de los cambios climáticos de largo alcance creen posible que el periodo cálido que siguió a la última retirada glacial de Europa se mantuvo hasta los tiempos históricos modernos. Sea como fuere, los noruegos, en grandes números, cruzaron el mar de Noruega y fueron a Islandia y Groenlandia en sus barcos abiertos. En esos dos lugares recogieron maderas extranjeras y semillas y vegetación flotantes que procedían de algún lugar sobre el horizonte hacia el oeste y el sur. No conocían la Corriente del Golfo como portadora, pero observaron su efecto, y esto sin duda excitó su curiosidad sobre tierras desconocidas al oeste del mar océano.

Este ventajoso periodo de clima, acoplado a las crecientes vicisitudes en casa, ayudaron a esparcir los bajeles noruegos por lejanas y extensas regiones hacia el sur y el oeste. Como los fenicios de épocas anteriores, los hombres del norte eran comerciantes y exploradores más que agentes de una nueva civilización. Lo mejor de la tradición noruega de organización democrática y respetuosa de la ley maduró en la remota Islandia. Pero solamente de segunda mano y más tarde, a través de los normandos, el norte escandinavo ejerció influencia alguna en los pueblos del sur, y esa influencia no fue grande. Las exploraciones de los noruegos, no obstante, fueron grandes pasos de avance en eso de revelar el mundo atlántico desconocido; e ilustraron una vez más cómo, hombres atrevidos y diestros, sin cuidarse del tiempo, podían desafiar la distancia en largos vagares por mar, más allá de los límites del mundo puesto en el mapa.

Cayendo en grandes nubes sobre las Islas Británicas en el siglo X se establecieron en Dublín, y se apoderaron de Escocia y las islas occidentales, así como de la mayoría de Irlanda. Otros se establecieron en el país normando de Francia; y algunos fueron aún más al sur, a través del estrecho de Gibraltar, invirtiendo la ruta de los fenicios, y se alquilaron al emperador de Bisando como su guardia varangia. De este modo la Ultima Thule de los fenicios fue al Mediterráneo.

Sucedió, de tal suerte, como al mundo occidental de la América Septentrional llegaron a conocer los hombres del norte. Erico el Rojo, padre de Leif Ericson, era un hombre de mal genio que llegó a ser proscrito. Primero fue de Noruega a Islandia. Pero al cabo de algún tiempo se metió en conflictos allí también, y partió una vez más hacía occidente en busca de un asilo. Halló un buen puerto en la parte meridional de Groenlandia en 982, y cuatro años más tarde, con 25 barcos conteniendo los primeros colonos, zarpó de Islandia. Catorce de esos barcos llegaron salvos a la costa de Groenlandia. Los hombres habían oído rumores de tierras más al oeste aún, y esos rumores se convirtieron en hechos probados cuando Biarni Herulfson, un comerciante, arrastrado fuera de su ruta, desde Irlanda, bordeó las costas boscosas de una tierra occidental y la llamó Heilulandia. De esto informó en Groenlandia el año 986.

Leif Ericson partió el año 1000 con el objeto de explorar este nuevo continente occidental, probablemente costeándolo hacia el sur hasta el cabo Cod e invernando allí antes de retornar a Groenlandia el próximo año. El hermano menor de Leif, llamado Thorvald fue muerto por los indios y su gente retomó a Brattahid en Groenlandia en el año 1001. Entre los años 1007 y 1010 Thorfin Karisefni hizo un nuevo intento de efectuar un establecimiento permanente en la costa americana, pero no fue permanente por las disensiones habidas entre diferentes miembros de la expedición. No había nada de milagroso en estos viajes. Los largos y bien modelados barcos de los noruegos eran probablemente embarcaciones tan marineras a su modo como las utilizadas por Colón quinientos años después, y no había una extensión insuperable de mar abierto que detuviera a hombres experimentados. La extensión o tirón más largo de un viaje de Noruega a Vinlandia (Labrador) sería, en realidad, la acostumbrada etapa de Noruega a Islandia.

Se plantea naturalmente la cuestión de que por qué este atrevido comienzo no fue seguido hasta su culminación. En parte se debió al mismo género de dificultades que dio el alto a la primera gran aventura de los fenicios en el Atlántico. Corrían en la patria de origen malos tiempos. Estallaron guerras civiles en Noruega, y lentamente sobrevinieron tiempos difíciles a la colonia de Groenlandia. Murió Leif Ericson, y con él la inspiración inmediata para nuevos descubrimientos. Empero más allá del desquiciamiento económico y político más o menos temporal, a medida que avanzaba el siglo XI un perceptible cambio en las condiciones del tiempo cálido afectó las tierras del norte. El largo periodo de temperatura tibia de que gozaba el septentrión remoto terminó. Baste consignar que el casquete de hielo descendió de la Groenlandia central y trajo consigo nuevas masas flotantes de hielo en las aguas y también un avance gradual de la población esquimal para competir con la pequeña colonia establecida en la punta de Groenlandia. Ya no acudían nuevos reclutas de la metrópoli a reforzar a los pioneros en el oeste. Con tal motivo, entre una Europa convulsionada y una fluctuación definida en la necesaria tibieza climatológica llevada desde el ecuador por el Río Oceánico, los tiempos se hicieron duros. La cosecha de heno mermó y la pesca se tornó más difícil. La acotada colonia de Groenlandia hizo audaces y desesperados esfuerzos por establecerse más al oeste. En 1121, el obispo Erico de Groenlandia partió en una exploración misionera con el objeto de relocalizar a la primitiva colonia de Vinlandia nadada por Leif Ericson. Nada volvió a saberse de este atrevido eclesiástico, y en 1124 fue nombrado un nuevo obispo de Groenlandia.

En 1135 se dice que unos hombres se establecieron en las costas de la bahía de Baffin; y hay vagos anales de intentos de colonización en el continente norteamericano otra vez en 1266 y en 1285. Pero en 1347-según los anales islandeses—un barco groenlandés, con dieciocho hombres a bordo, llegó a Straumsfiord en Islandia, de un viaje a Marklandía o Terranova. Esto debe hacernos tener presente que todavía en el siglo XIV el cruce del Atlántico septentrional, por vía de Groenlandia al continente americano, era notable pero no tenía nada de maravilloso. Para 1264, cuando Ivar Berdsen regresó a Noruega de la sede episcopal de Gardar, no tenía sino malas nuevas que reportar sobre la colonia de Groenlandia, Parece que subsistió aún por algún tiempo alguna vida y algún contacto con fuentes europeas, sin embargo, porque en 1488 una epístola papal se refería a los sufrimientos de la iglesia en este remoto rincón del noroeste. Empero, hay todavía un trocito más de testimonio de la acometida de los descubridores noruegos en la época precolombina. En años recientes se ha hecho un notabilísimo descubrimiento en Minnesota. En un pequeño establecimiento llamado Kensington se halló, una piedra rúnica cuidadosamente inscripta que contaba la historia de un pequeño grupo que vino por tierra desde el mar y cómo la mitad del dicho grupo, habiendo salido de caza, retornó para encontrar asesinada a la otra mitad. Esta piedra fue hecha y colocada como hito final—y luego reina el silencio. Durante muchos años no se creyó que esta piedra de Kensington fuese auténtica. Pero después de un acucioso estudio por los anticuarios de EE.UU. y Escandinavia se cree ahora que esa piedra de mediados del siglo XIV es genuina. Una réplica de ella puede verse en la Institución Smithsoniana en Washington. Esos fueron realmente los primeros exploradores del continente norteamericano.

Todo esto añade fuerza a la impresión—porque de ello no tenemos pruebas escritas-de que la fraternidad de pilotos, marineros y navegantes del continente occidental sabía mucho más, antes de Colón, de lo que admiten los historiadores.

Esto nada resta a la audaz aventura del navegante genovés, pero indica que un capitán de mar, de su época educado y experimentado, probablemente sabía las cosas que eran moneda corriente en cuanto a hechos y rumores, desde los puertos de Islandia a Portugal.

Se ha escrito que un bajel danés, arrastrado por la tormenta fuera de su curso, fondeó en el viejo puerto de Gardar en Groenlandia en 1450. La colonia de Groenlandia no existía ya; pero había huellas de una invasión esquimal, y en unas cuantas tumbas los últimos vigorosos descendientes de Erico el Rojo habían dejado restos de criaturas lamentablemente subnutridas y enfermas que yacían allí con sus gastadas armas de hierro a su lado.

Tocó ahora a otra raza, bajo el estímulo de un renovado vigor procedente del Renacimiento en el Mediterráneo, recoger la interminable, aunque con frecuencia, interrumpida revelación de las anchas aguas del Atlántico. El pueblo de España y Portugal en el siglo XV reanudó las exploraciones que habían sido obstruccionadas por las épocas obscurantistas de los últimos mil años. Siempre será objeto de especulación interesante en qué medida el conocimiento común a las flotas pesqueras de Brest, Dieppe, St. Malo y los puertos de la costa vasca daba confianza a los doctos pilotos y navegantes que por esta época proyectaban nuevos descubrimientos. Cierto es que no existen anales escritos de las pesquerías frente a los grandes bancos de Terranova antes del 1500, pero sabemos que durante centenares de años previos a esa época algunos pescadores aventureros desempeñaban su oficio en las aguas que circundan a Islandia y al oeste de Irlanda, y ha quedado de sobra establecido que Colón, de joven, visitó Bristol y probablemente Islandia.

Habiendo seguido el segundo estallido de energía en el remoto norte de Europa podemos regresar al Mediterráneo. La caída de Roma en poder de los godos en 474 introdujo la edad del obscurantismo, de estancamiento, en la historia de la Europa moderna. El espíritu de investigación científica se hallaba por lo menos inactivo, latente. Sucesivamente los godos, vándalos y mahometanos cayeron sobre el Mediterráneo. Como bien dice Antonio Galvano: “En aquella época el mundo era una batahola y remaba el tumulto en todas partes”. Pero la llama inmortal humana de la curiosidad y el empeño experimental ardía débilmente en los bordes del Viejo Mundo, en España y Portugal.

Es interesante notar que las Cruzadas, inspiradas por la Iglesia, ayudaron a alzar la represión que la Iglesia misma creara en la Edad Media. Millares de hombres avanzando por los países del Mediterráneo a la Tierra Santa, imbuidos de la gloria de Dios—y una pizca quizás de ansia de aventuras y de deseo de lucro—se tornaron cada vez más curiosos en cuanto a los confines del mundo. Oían hablar de las tierras de God Magog en el extremo septentrional de Asia. Veían cuanto anhelaba el Papa encontrar el reino del Preste Juan de las Indias; y oían a sus hermanos celtas hablar del paraíso terrestre hallado por San Brandan quién sabe dónde, en el horizonte del misterioso Atlántico. Todavía en el siglo XVI Portugal seguía enviando expediciones con la esperanza de reclamar para sí la Isla de San Brandán. La Iglesia, ya potencia imperial, se vio forzada a actuar como constructora de Imperio, y cooperaba con cualesquiera exploradores que pudieran ayudar a extender el cristianismo militante por el mundo.

Aunque en gran medida el énfasis de la exploración en el siglo XII era hacia el este por Asia, los genoveses se empeñaron en hacer avanzar sus aventuras comerciales hacia occidente por el estrecho de Gibraltar. En 1270 una flota genovesa bajo el mando de Lanzarote Malocello navegó a lo largo de la costa occidental de África, redescubrió las olvidadas Canarias, y les puso de nuevo el nombre tradicional de Islas Afortunadas. Veinte años después los famosos capitanes de la familia Doria, buscando una ruta acuática a las Indias por razones estrictamente comerciales, navegaron en el Mar Tenebroso hasta el cabo Nun por el sur, más allá del último punto a que había llegado bajel europeo alguno. Antes de transcurrir los próximos cien años, unos navegantes italianos descubrieron y bautizaron la mayor parte de las Islas Maderas. Durante algún tiempo las islas de Cabo Verde fueron conocidas con el nombre de islas de Antonio, por Antonio Noli, otro italiano.

Hay una interesante contrarreclamación, reportada por Galvano, sobre el descubrimiento de las islas Maderas en el siglo XIV. Se refiere a un atrevido y excéntrico inglés llamado Machara y dice: “Hacia el año de 1344 la isla de Madera fue descubierta por un inglés nombrado Macham, que navegando de Inglaterra a España, con una mujer suya, fue desviado de su curso directo por una tempestad y arribó a esa isla y echó el ancla en ese puerto que ahora se llama Machico en recuerdo de su nombre. Y porque su amante estaba mareada a la sazón, él fue a tierra con alguna de su gente, y entre tanto su bajel levó ancla y se hizo al mar, dejándolo allí. Con lo cual su amante de pasión de ánimo murió. 

Machara, que la amaba mucho, construyó en la isla una capilla o ermita para sepultarla y escribió en la losa de su tumba su nombre y el de ella y la ocasión en que habían arribado allí. Después se hizo un bote con un árbol, siendo grandes allí los árboles, y se lanzó al mar en él con los hombres que le acompañaban y fue a dar a la costa de África. Y los moros, entre los que surgió, tomaron su arribada por milagro y lo regalaron al rey de su país y el rey, admirado también del accidente, lo envió con los suyos al rey de Castilla”.

Empero la historia de los descubrimientos atlánticos durante los cien años que precedieron a Colón está dominada por la gran figura del príncipe portugués don Enrique el Navegante. Lloy B. Brown, en su libro cabal titulado La Bestia de Isa Mapas, expone muy bien el caso de los portugueses: “Varios factores se combinaron para hacer de Portugal la mayor potencia marítima y colonizadora de Europa en el siglo XV. Su pueblo abarcaba una mezcla de moros y mozárabes en el sur, gallegos en el norte y judíos y cruzados extranjeros en todas partes. La cultura más desarrollada se juntaba con la barbarie más primitiva. El resultado fue un pueblo de valor, ingenio y codicia insólitos. Heredaron lo mejor en ciencia de los árabes y adquirieran por compra la habilidad de navegantes desarrollada en Italia. Eran “marineros extremos”.

Las relaciones entre Portugal y los demás países europeos estaban obstaculizadas por tierras por Aragón y Castilla. Las mercaderías portuguesas, pues, eran transportadas por mar a Inglaterra, Flandes y las ciudades Anseáticas del norte de Europa. Cualesquiera mercados nuevos tendrían que dar al Océano. Además, el espíritu de cruzada era todavía fuerte en Portugal. La Orden de Cristo, fundada por el rey Don Dionisio al disolverse la de los Templarios, era rica y poderosa, y los vastos recursos de ella, bajo la dirección del príncipe don Enrique el Navegante, se consagraron a la expansión marítima del cristianismo.

Hasta entonces nada se sabía de las tierras y las aguas situadas al sur del africano cabo Bojador. El príncipe Enrique determinó seguir explorando el Mar Tenebroso en esta dirección. Para 1441, después de varios viajes experimentales, Antam Gonzalvez trajo esclavos y oro de la costa de Guinea, El temor supersticioso al Mar Tenebroso se desvaneció ante el tintineo de las monedas.

Cerca del cabo San Vicente en la costa portuguesa, el príncipe don Enrique, en el promontorio de Sagres, estableció lo que pudiera llamarse una universidad marítima. Allí instaló sus estudiantes de geografía y astronomía y sus cartógrafos, y allí sus aventureros capitanes tenían que presentarse y reportar sus viajes de descubrimiento. Como resultado de esta cámara de compensación de acuciosos estudios y preparativos prácticos, unos veintiocho años después de la muerte de don Enrique, Bartolomé Díaz de Novaes zarpó de Lisboa con tres naves y dio la vuelta al cabo de Buena Esperanza. Fue el primer hombre que hizo esto, si olvidamos la mención hecha por Estrabón de que los fenicios habían circunnavegado el África de este a oeste bajo: los reyes egipcios. Este gran viraje al cabo de Buena Esperanza inclinó la mente de los portugueses al comercio oriental que continuaron desarrollando en la India y las Molucas, dejando de tal suerte el camino expedito en el siglo XVI a España para dominar el mundo occidental de Colón.

Ya no figurarán Portugal ni el pueblo del Mediterráneo en el descubrimiento y exploración del nuevo mundo del Atlántico. España, Inglaterra y Francia se hicieron cargo de aquella empresa que comenzaron en remotísimos tiempos los aventureros comerciantes del extremo oriental del Mediterráneo.

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