La mujer más dulce del mundo, la que me complacía en todo, la que me embadurnaba de Vicks tras el primer estornudo, era inflexible enforzando la “ley cubana” de obligarnos a esperar tres horas para bañarme hasta después de haberme comido una simple galletica de soda.
Se molestó un día que le dije: “Mami, Delia, la mamá de Robertico “el pinto” García Saldaña- dice que solo hay que esperar dos horas” y me respondió: “Bueno, eso será en su casa, pero aquí en la mía son tres”.
Llegaba montado en mi bicicleta, sudoroso, cansado, hambriento, después de haber estado muchas horas jugando a la pelota, y en todo el trayecto iba pensado: “¿Qué hago primero, como algo o me baño?”
La respuesta siempre era: “Si mami no está en la casa o está distraída me hago y me como un sandwichito, si mamá está como un águila vigilando mi proceder entonces me meto en la ducha como un bólido”.
Cuando padre anunciaba que “quizás iríamos a la playa “Cuba” el próximo domingo”, ya desde el amanecer me ponía en ayunas.
Y con todo y eso mi madre nos daba desayuno y al llegar allá -desde que mi hermano y yo nos poníamos las trusas- ella se plantaba entre la playa y nosotros con un ciento en una mano y un reloj de pulsera en la otra muñeca.
Recuerdo que un día fui a La Habana con mi amigo Tony “Capitolio” Hernández; en Jamaica la guagua paró y nos disparamos dos panques cada uno, después en los “Parados” nos comimos sendos enormes sándwiches.
Él me dijo: “Oye, vamos a pasar por el “Barrio La Victoria” y se rió de mí cuando le dije: “Está bien, pero tengo que esperar tres horas”.
En Cuba desobedecía a mi madre al respecto, en el exilio me olvidé totalmente de sus consejos, pero hoy -después de documentarme con mi buen amigo llamado “Google”- le pido disculpas a mi madre:
Porque lo cierto es que es fundamental dejar que el cuerpo realice los primeros pasos de la digestión antes de ducharse o meterse en las curativas aguas de la Playa del Rosario.
Por lo tanto, estoy tratando que en las oficinas centrales de la “Organización Mundial de la Salud” pongan una foto de mi madre Ana María Gómez en representación del millón de madres cubanas precursoras de esa idea que tantas vidas ha salvado.
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