Como siempre desde que comenzaba diciembre mi despertador eran los muchachitos del barrio escandalizando. Y los ruidos de los revólveres de fulminantes.
Abría la puerta y sentía un profundo olor a lechón asado e invariablemente yo decía: “¡Qué rico, pero es muy temprano para deglutir lechón!”
Mentira, jamás yo decía “deglutir”, esa palabra se me ocurrió ahora.
Mi madre risueña me decía: “Que bueno, porque de todas maneras a las siete de la mañana yo no te voy a dejar comer puerco, ya te hice tu café Baquedano con leche”.
Por la calle pasó un niño llamado Pedrito Enríquez Márquez, de lejos le grité: “Guajiro (nunca supe porque le decíamos “guajiro” porque nació a media cuadra de mi casa) ¿ya hiciste la carta a los Reyes Magos?”.
De pronto, como a las 10 de la mañana aparecía un personaje muy apreciado por mí en la época navideña: Cheo Matienzo.
Vaya, Cheo Matienzo y su orquestica. Cinco o seis morenos con tumbadoras y una guitarra.
Iban de puerta en puerta tocando y cantando villancicos. Papi le daba siempre un peso y yo para molestarlo le decía: “¡Viejo, dale más, dale más al pobre Cheo! Y mi padre muerto de la risa, año tras año, me respondía: “¡Dáselo tú, que muchos pesos te he dado este año!”.
De pronto, pasaba mi vecino habanista Albertico Garcés y yo le gritaba: “¡No olvides que el que le gane al Almendares se muere!”
Mi madre me dio una tremenda alegría diciéndome que “el 24 vamos a cenar a la casa de mi hermana Angélica en la calle Cuatro Palmas”… Imagínense, era el hogar de mi primo favorito y que yo trataba de imitar: Jaime Quintero, alcalde de Güines.
La Navidad duraba hasta el 6 de enero, día supremo de la alegría navideña. Ese día llegó lo que yo venía desesperadamente esperando: Mi bicicleta nueva…
Desgraciadamente recibí ese Año Nuevo una terrible noticia, a la hora de almorzar mi padre dijo muy serio sólo dos palabras: “¡Nos mudamos!”
La mudada fue terrible, mi hermano y yo con ataques de pánico, besando las paredes, aferrados a las barandas y tenían que sacarnos a rastras, el vecino de al lado llamado Gerardito Morales nos decía adiós con su mano.
La situación la salvó mi brillante vecina y maestra Mahelia Núñez, se acercó y me dijo: “¡Tranquilo, Esteban de Jesús, que no te vas a otro planeta, puedes visitarnos cada vez que lo desees!”.
Y así lo hice por el resto de mi vida en Güines, jamás dejé de pasar por mi barrio, que en realidad fue mi mundo.







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