El «ataque terrorista» a la embajada y consulado de Cuba en París sigue siendo un enigma una semana después de los hechos. Carezco de elementos de juicio para pronunciarme sobre algo que de haberse producido de la manera descrita por la parte cubana tiene que haber dejado registro en las cámaras instaladas no solo en la sede y en la cuadra donde está sino por todo el perímetro de calles que la circundan porque no son sistemas de vigilancia electrónica lo que falta en esa zona de la capital francesa. Unos segundos filmados que ha difundido en La Habana la cancillería castrocomunista muestran una secuencia muy borrosa de dos individuos lanzando las botellas de gasolina con el mechero ya encendido. Sean quienes hayan sido si hay empeño en hacerlo los franceses los identificarán.
Por otra parte conozco a una persona que vive a unos metros del lugar, en la misma manzana por detrás. Nada oyó aquella noche ni a nadie le escuchó el más mínimo comentario al ir a buscar su baguette y otras vituallas a la mañana siguiente. Cuando la llamé el martes 27 para comentarle qué se decía había ocurrido me preguntó si estaba bromeando. Quienes no bromean sin embargo son los servicios policiacos y de contrainteligencia del desgobierno cubano. No por gusto están en el poder desde 1959. Y con la mala entraña que les es propia, unida al asesoramiento del bien estructurado sistema comunista internacional, han llegado a construir un eficaz aparato de penetración enriquecido con agentes de influencia en medio mundo. Y si en la isla el mecanismo de vigilancia y de delación tenía como lema «en cada cuadra un comité», allende los mares poseen relevos integrados por legiones de enfebrecidos militantes que les son incondicionales.
Pienso que con esta jugada La Habana ha tratado de orquestar una hábil maniobra de diversión. En un país donde la policía está permanentemente distraída de sus funciones de mantenimiento del orden público y de la lucha contra la delincuencia común por cuestiones que, como el terrorismo islámico acaparan cuantiosos recursos, hay faltas y delitos cuyos autores pasan a través de los tamices en los que deberían quedar atrapados.
Ya en el pasado y en ese mismo edificio cubano hubo un incendio de importantes proporciones y al igual que el lunes 26 los bomberos no entraron al no recibir autorización para hacerlo. Antes, a mediados de la década 1960, el embajador en ejercicio le disparó por la espalda a uno de sus empleados con motivo de diferencias personales entre ambos cuya naturaleza quedó cubierta por un manto de «diplomática» discreción. Una embajada cubana lava su ropa sucia en casa, en cualquier país pero sobre todo en Francia.
De ese episodio bastante rocambolesco quedó como testimonio una buena novela corta, «La bala perdida», escrita en 1973 por el ya desaparecido Juan Arcocha. En medio de jocosas descripciones el autor describe con observaciones muy agudas la mentalidad de todo el personal cubano destacado en París en aquél momento, sin perjuicio de los puestos que ocupaban. Arcocha nos hace comprender como operan estos delincuentes que convertidos por obra y gracia de la tiranía en «diplomáticos» son enviados por Cuba al exterior, en particular a países capitalistas del llamado Primer Mundo. Es evidente que nada ha cambiado desde entonces, o tal vez si, pero para peor.
Otro escritor cubano, Guillermo Cabrera Infante, quien también había sido enviado después de 1959 a trabajar en el Servicio Exterior relató en varios libros y artículos como funcionaban esos nidos de espías. Bruselas, Londres, Madrid y París han sido escenario de acciones delictivas muy graves divulgadas solo cuando han dado lugar a expulsiones de sus autores. Fue el caso cuando apoyado logísticamente por Cuba, el terrorista venezolano Carlos asesinó a dos comisarios de la policía francesa y a un delator argelino a dos cuadras de la Sorbona, en pleno Barrio Latino.
Pienso sinceramente que esta pantomima del supuesto «atentado» a la embajada de la calle Presles va a quedar así, limitada a la gesticulación verbal del ministro cubano que la anunció. Estamos en presencia de un gobierno estructurado por individuos de comportamientos gansteriles que paulatinamente han evolucionado a mafiosos. Se acaba de ver en la isla durante y despues del 11-7: infiltraron alevosamente los grupos de los ciudadanos que se lanzaron a las calles para protestar en San Antonio de los Baños y en decenas de otras ciudades. Y seguidamente los apalearon desde adentro cuando llegaron las tropas represivas conocidas como Boinas Negras, atrapando a sus víctimas entre dos fuegos.
Los distintos actos que se han venido teniendo lugar en docenas de ciudades para poner al regimen cubano frente a sus responsabilidades represivas y antidemocráticas irritan mucho a La Habana. Les molestan las centenares de crónicas publicados en la prensa. Todos sabemos, ellos los primeros, que esas manifestaciones y esos artículos no van a hacer cambiar la política en Cuba. Sin embargo para contrarrestarlas «ellos» son capaces de cualquier cosa y un auto-ataque en París puede haberse presentado como una variante posible. Lacayos no cubanos para actuar es lo que les sobra en Francia a estos jenízaros.
Me lo comentó un día el escritor Lorenzo García Vega, escuétamente «con la llegada de Fidel al poder en 1959 en Cuba se desbordó la fosa «, me dijo. Lo que existe en la embajada cubana es consecuencia del mismo fenómeno, parte de esa pestilente morralla que puebla las llamadas «relaciones exteriores» cubanas. Si no ver (el video esta disponible en línea) a un Carlos Fernádez del Cossío entrevistado hace pocos días de manera más que complaciente por Christiane Amanpour en CNN.
El combate por difundir lo que está sucediendo en Cuba y el valor sin límites de quienes están exigiendo cambios, factores de indispensable convergencia van a servir a desenmascarar a estos fantoches que tras un antifaz de arrogancia ocultan el temor de saberse prometidos a rendir cuentas un día ante la justicia de los hombres y de la Historia.
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