La Sangrienta Honestidad del Gobernador Salamanca

Written by Libre Online

24 de septiembre de 2024

“En todo crimen la sociedad tiene un tanto de culpa. El bandolerismo es solo un síntoma, un grave síntoma, de otras dolencias más hondas que corroen nuestro organismo social.

“El germen del bandolerismo está en las enseñanzas del régimen social, fundado en la violencia, en la fuerza, en el fraude, en la venalidad y en la injusticia.

“La medicina antigua no conocía más que la cuchilla y el fuego y la gangrena se propagaba, a pesar de las mutilaciones cruentas. Hoy se busca y se combate al germen invisible, y la antisepsia triunfa de la gangrena. Es una lección que no deben olvidar las sociedades enfermas”.

ENRIQUE JOSÉ VARONA.

Por  J.   Rodríguez Díaz  (1954)

En aquella década siniestra de 1885 a 1895, en que Cuba había quedado convertida en una verdadera “Corte de los Milagros”, Enrique José Varona, más que un filósofo fue un psiquiatra. Su voz austera, enérgica y respetada, fue la única que supo levantarse para señalar con experiencia clínica, los males de una sociedad enferma de muerte. El bandolerismo ya no tenía coto ni medida; los crímenes más espeluznantes se sucedían con desconcertante impunidad. El mal genésico se afianzaba en el morbo ya denunciado por Varona: La cobardía de los ciudadanos honestos y la vanalidad mercenaria de las autoridades de la Colonia.

El responsable de esta hecatombe social lo había sido Don Luis Prendergast y Gordon, Teniente General de los Reales Ejércitos, Gobernador y Capitán General de la Isla. Habiendo logrado traer a Cuba durante su mandato, 1881-1883, para complacer a los espíritus liberales, las leyes que regían en España, el Código Civil, la Ley Hipotecaria, el Código de Comercio y los inicios de la abolición de la esclavitud, que partían de la Ley Moret de 1870, la de 1873 y la de 1880 creyó resolver el problema social de Cuba parlamentando también con los bandidos.

Lo más notorios delincuentes, Chamendis, Lengue Romero, Manuel García, Víctor Fragoso, Teodoro Galano y otros, recibieron el indulto, dos mil pesos oro, oficialmente, y cinco mil del propio peculio del Capitán General, así como un pasaporte en toda regla para que abandonaran el país. 

Los miembros de las pandillas, en número incalculable recibieron determinadas cantidades de dinero para que embarcaran también. Durante su gobierno el ser bandido era un admirable negocio; significaba un indulto, un pasaporte y dinero en efectivo.

No es necesario decir, que al abandonar el poder Don Luis Prendergast, ya todos los bandidos se encontraban de regreso y operando a su libre albedrío. 

En el mes de agosto de 1888, La Habana fue conmovida por un acontecimiento excepcional: Los dos más temibles bandoleros de aquel tiempo, Victoriano y Luis Machín, habían sido capturados e internados en el Castillo del Príncipe.

La fama de Victoriano Machín había llegado a la metrópoli como anuncio de terror e impunidad. Fue el único bandido que no aceptó el parlamento del General Prendergast. Cínicamente le contestó que por menos de cincuenta mil pesos no embarcaba, porque poco más o menos, esa era la cantidad que él ganaba todos los años en sus funciones de bandido.

La captura de los hermanos Machín no fue un milagro gubernamental; se debió al gesto cívico de un ciudadano honesto, Don Francisco Fajardo, vecino del Término Municipal de Guanajay. Fajardo que ya había denunciado inútilmente dónde se ocultaba el bandido Joaquín Alemán, esta vez condujo a la Fuerza Pública al lugar donde se encontraban los Machín. A las autoridades no les quedó más remedio que proceder.

El 23 de agosto de 1888, Victoriano y Luis Machín fueron juzgados en el Cuartel de la Fuerza y condenados a la pena de muerte. Cuando el Fiscal, Teniente Coronel Dámaso Berenguer, le preguntó a Victoriano Machín si tenía alguna otra cosa que alegar, éste cínicamente se limitó a responder:

—¡Esto no es más que una mala comedia! ¡No sé por qué razón pierden ustedes el tiempo y me lo hacen perder a mí también!…

En aquellas audaces palabras, el bandido había condensado toda la amarga verdad de aquel proceso.

Si grande fue la conmoción que experimentó La Habana por la captura de los Machín, no hay palabras para expresar la que habría de sufrir poco tiempo después. Sellada la Ejecución para el día 7 de noviembre, en la mañana del día 3, cuando se procedió al conteo de los reclusos, la celda estaba vacía; los hermanos Machín se habían escapado.

El escándalo no tenía precedentes, ni la fuga, que posiblemente no habrá de tener tampoco imitadores.

Denunciadas las palabras del bandido por el Teniente Coronel Berenguer, se le había rodeado de las más rígidas precauciones. Ocupaban el calabozo número dieciséis y medio del Castillo del Príncipe; una celda reducida donde el aire y la luz llegaban por una sola y pequeña claraboya que se levantaba a once varas de altura, cerrada por dos fuertes barrotes de hierro; además, un centinela de vista no se apartaba del pasillo que conducía al 

calabozo.

Los barrotes habían sido limados y una cuerda de algodón torcido y encerado, de menos de un dedo de grueso y diez metros de largo, pendía de la parte exterior del muro que conducía a los fosos.

Fue fácil comprobar que la fuerte complexión de Victoriano Machín no pudo haber pasado por el tragaluz, ni la cuerda hubiera podido resistir el peso de los bandidos, y aunque el Gobernador del Castillo del Príncipe fue encarcelado, el escándalo sobre la impunidad de la delincuencia en Cuba ya no tuvo fronteras.

Un mes más tarde el escándalo adquirió grados inauditos. El 17 de diciembre, los prófugos hicieron acto de presencia en el pueblo de Guanajay y en unión del bandido Joaquín Alemán, casi a los ojos de las autoridades le dieron muerte a Don Francisco Fajardo, al cual se le contaron veintisiete heridas de machete, una de las cuales lo dejó decapitado. ¡Era un ciudadano digno que había pagado con la vida su civismo! ¿Cómo pedir civismo a la honestidad ciudadana, frente a la exacerbada venalidad de las autoridades?… Aquellos hechos tuvieron en España una justa y atronadora repercusión. El General Sabas Marín  que gobernaba la isla por segunda vez fue destituido, designándose en su lugar al Teniente General, Don Manuel Salamanca y Negrete, un hombre honesto, pero rígido, severo, inflexible, que tenía fama de ser una especie de Catón en los Reales Ejércitos.

El General Salamanca no ha sido juzgado con exactitud. Era un militar inflexible, tal vez intransigente, pero sin caer en la crueldad; lo demuestra el hecho, de que de la misma manera que enviaba a los criminales al garrote, supo también ayudar económicamente a los familiares de los mismos. En el orden político nada hizo ni en contra ni en favor de Cuba. Durante su gobierno concedió el permiso para que el General Antonio Maceo regresara a Cuba, pese a suponer que venía con fines revolucionarios. Es preciso aclarar que fue el 

general don Camilo García de Polavieja quien ordenó que el general Maceo se retirara de su patria, no Salamanca como se ha dicho equivocadamente. En la represión del bandolerismo su gran error consistió en aplicar sin piedad la cuchilla del cirujano, sin ocuparse del germen que producía la gangrena de que nos habla Enrique José Varona.

Habiendo el General Salamanca tomado posesión del mando el 13 de marzo de 1889, su primer gesto fue el de responsabilizar a todas las autoridades, civiles y militares, así como a la Policía en general, con las actividades de los bandidos. Esta disposición fue trasmitida por telégrafo a todas las poblaciones de la isla y poco tiempo después, el 27 de Mayo de 1889, para sorpresa de todos y como una voz de alarma a la deficiencia, fue recapturado Victoriano Machín en unión de su suegro, el también bandido Eusebio Moreno, en los muelles de la ciudad de Cienfuegos.

La captura fue realizada por fuerzas combinadas de La Habana y de la Perla del Sur.

Estando cerca de Cienfuegos el General Salamanca, personalmente, con su Estado Mayor, dio alcance al Express en que los prisioneros eran conducidos a La Habana. Sus órdenes verbales fueron breves y terminantes:

-Ordeno que los bandidos sean internados en la Fortaleza de la Cabaña. Deben tomarse todas las precauciones, porque para mí sería lamentable y doloroso que se volvieran a fugar. Lamentable y doloroso porque durante mi mando no se habrá de seguir en Cuba a ningún proceso por “infidelidad en la custodia de presos”. Puede que surja alguna lamentable confusión y se aplique la “ley de fuga” a los custodios que permitan que se fugue un criminal…

Cuatro días después en el costado Norte de la Cárcel se levantaba el garrote. Leída nuevamente la sentencia por el mismo Fiscal Teniente Coronel Dámaso Berenguer, Victoriano Machín. exclamó sorprendido:

—¿Es decir que me matan de verdad?… – ¿Es la Ley?… —¿Pero me van a matar tan pronto?…

—¡Es que a la Ley no le gusta perder el tiempo! —le respondió el Fiscal, recordando sus palabras anteriores.

La ejecución de Victoriano Machín dio lugar a muy variados incidentes. La Habana, que desde tiempos remotos no había presenciado ninguna ejecución, olvidándose de sus crímenes horrendos, había envuelto al bandido en un halo sentimental, por el solo hecho de haber contraído matrimonio en Capilla, con su concubina Simeona, con la cual tenía tres hijos en la mayor orfandad.

Se trajo desde Puerto Príncipe al verdugo oficial. Este se llamaba José Cruz Peña, de 31 años de edad, natural de Badajoz, España; procedía de las filas del Ejército y cumplía condena por insubordinación. Desde 1873, ejercía su siniestro Ministerio, pero no había tenido oportunidad de privar de la vida a nadie. Su llegada al puerto de La Habana el 31 de mayo, en el vapor “Avilés”, fue un acontecimiento. Era alto, de buena presencia, de cabellos y bigotes rubios, bien peinado, envaselinado y perfumado, usaba una chaquetilla azul fileteada de rojo de corte irreprochable. Desde el muelle de Caballería hasta la Cárcel de La Habana, se agolparon millares de hombres y mujeres pertenecientes a todas las clases sociales, que se disputaron el honor de intercambiar sonrisas con el Ministro Ejecutor; se le colmó de regalos y no faltó quien le pidiera su autógrafo.

Ante una multitud como jamás se había visto otra en La Habana se llevó a efecto la ejecución. Victoriano Machín, el terrible bandido que fue capaz de fugarse del Castillo del Príncipe, y en cuya; hoja penal figuraban más de treinta asesinatos, se portó como un cobarde. Lloró, suplicó, se arrodilló, se arrastró por los suelos; dio tales gritos de terror y pruebas tan evidentes de cobardía, que temblando, tuvo que ser cargado para ser sentado en el garrote, donde trató de dar mordidas al verdugo. El pintoresco Ministro Ejecutor no pudo resistir la tensión nerviosa, emocional y cayó al suelo desmayado. Entonces tuvo que ser llamado el ayudante del verdugo, Valentín Ruiz, quien fríamente, serenamente, hasta sonriendo, le dio media vuelta a la palanca terminando con la vida de Victoriano Machín.

El verdugo Valentín cuyo nombre siniestro habría de ser imborrable en nuestra historia, desde aquel mismo instante sustituyó al verdugo oficial. Era uno de tantos presidiarios sin nombre y sin historia. Se llamaba Valentín Ruiz Rodríguez, tenía veintidós años de edad y era natural Matanzas, en cuya ciudad se le señalaron causa por el homicidio de un asiático, siendo condenado a quince años de reclusión.

Muerto Victoriano Machín, el general Salamanca compadecido de su viuda le entregó veinte centenes:

—Lo hago por esos pobres niños —le dijo—, pero no se lo diga a nadie, porque de hoy en adelante el garrote no habrá de descansar en Cuba.

Y así sucedió.

Inmediatamente el verdugo Valentín y su máquina siniestra tuvieron que embarcar para el pueblo de Jovellanos, donde serían ajusticiados el célebre bandido Ramón Fernández Delgado, “Maravillas” y su hermano Cristóbal.

La última fechoría de estos bandidos había sido el secuestro de don Domingo Ugarte, dueño del ingenio Victoria, al cual torturaron hasta arrancarle la cantidad de diez mil pesos. Capturados en Cienfuegos fueron internados en la cárcel de esa ciudad, donde “Maravillas”, al enterarse de la muerte de Machín, trenzó una cuerda con sus sábanas y se suicidó, ahorcándose. Su hermano Cristóbal subió al patíbulo el 4 de junio en Jovellanos. Allí el verdugo Valentín tuvo la oportunidad de demostrar su destreza por segunda vez.

Cristóbal Fernández Delgado estaba casado con Dolores Romero, hermana del también célebre bandido Lengue Romero. El general Salamanca le entregó también quince centenes por los numerosos hijos que tenía.

El 27 de agosto el tranquilo pueblo de Guanajay, en la provincia pinareña, sirvió de escenario al trágico artefacto del verdugo Valentín. Allí, en la zona de sus hazañas, debía morir José Eusebio Moreno y Suárez, suegro de Victoriano Machín, detenido con él en los muelles de Cienfuegos.

Desde 1869, José Eusebio Moreno venía ejerciendo la profesión de bandido, siendo, al ser capturado el guía intelectual de los bandidos de Pinar del Río. Su último golpe contra la sociedad había sido el secuestro de don Ángel Menéndez. Estando en capilla, al enterarse que el general Salamanca pasaba por el pueblo pidió la gracia de hablar con él. Le ofreció entregarle a Luis Machín, a Joaquín Alemán, a “Chano” y a todos los bandidos de Pinar del Río a cambio de su libertad. El Capitán General después de escucharlo con atención le dijo:

—¡El general Salamanca ni pacta, ni hace tratos con bandidos! —Y le volvió las espaldas.

Subió las gradas del cadalso con serenidad y al ver que Valentín comenzaba a desenfundar el garrote le dijo:

—¡Vamos, viejo, apúrate, que ya se acabó todo esto!

Momentos después dejaba de 

existir.

El día 11 de abril de 1890 volvió el garrote a Guanajay para ajusticiar a los bandidos Federico Acosta Figueroa y José Manuel Martín Pérez (Bulldog). Ambos en unión de Feliciano García (Chano), integraban la temible banda de “El Bulldog”, que se había anotado infinidad de incendios, robos, asesinatos y secuestros, siendo el último el de don Agustín Arzola, dueño del cafetal “Pastora”. Acosta Figueroa (El Guineo), era natural de San Antonio de los Baños, como “Chano”, no así “El Bulldog”, que había nacido en las Islas Canarias, llegando a Cuba en 1877. Acosta Figueroa y Martín Pérez fueron condenados a muerte; “Chano” con idénticos delitos, solo fue condenado a veinte años, seguramente por haber dado la confidencia que sirvió para la detención.

El primero en morir fue el “Bulldog”; minutos después, al subir Acosta Figueroa y ver tendido sobre del tablado a su compañero, con la cara descubierta por un descuido de Valentín, se cuadró militarmente diciendo:

—¡Teniente Aguilar! ¡Adiós, adiós!

El 6 de mayo, Valentín y el 

garrote se trasladaron a Santa Clara, donde pagó sus crímenes Domingo Guzmán Pérez, el más siniestro personaje de aquella provincia.

Este bandido era natural de La Esperanza y estaba al margen de la Ley desde 1879. En los diez años transcurridos tenía 83 causas pendientes, por incendios, secuestros y homicidios. Entre sus hechos más notables figuraba el asesinato de dos ancianos de Yaguaramas, el de un sargento de la Guardia Civil en plena ciudad de Santa Clara. Secuestró y dio muerte a don Francisco García Igón, en 1888. En unión del bandido “Juanelo” Fraga, secuestró a don Francisco Cardoso, el 5 de marzo de 1889, por cuyo rescate percibió cuatro mil pesos en oro. Al entrar en posesión del dinero y mientras el otro bandido le soltaba las amarras al señor Cardoso, exclamó:

—¡Esto es muy poco dinero para tener que dividirlo entre dos…! —Y de un terrible machetazo le cercenó el cuello a Juanelo, su compañero de fechorías…

Durante el tiempo que estuvo en capilla dos veces trató de suicidarse; más tarde subió al patíbulo valerosamente y entregó su alma a Dios sin decir ni una palabra.

Al salir de Santa Clara se le ordenó a Valentín que debía quedarse con el garrote en la ciudad de Matanzas para ejecutar a tres reos. Molesto el verdugo replicó: —¡Hasta de matar se cansa uno…!

—¡Ese es tu oficio…! —le dijo un oficial:

—¡Es verdad! —contestó Valentín—. Me había olvidado de que nosotros somos como los circos de caballitos. Vamos de pueblo en pueblo, dando funciones sin podernos bajar.

El 9 de mayo de 1890 fue ejecutada en Matanzas la banda del “Teniente Espinosa”. Esta guerrilla tenía su cuartel en Guamutas y se le atribuían infinidad de homicidios y secuestros, siendo el último el del rico ganadero don Martin Sarasa Echevarría, dueño y vecino de la finca “La Teja”, el cual tuvo que pagar seis mil pesos por su rescate en enero de 1888. No obstante haberse disuelto la pandilla ésta fue capturada.

Estaba integrada por Nicolás Duarte Ramos, “Teniente Espinosa”, natural de Ceja de Pablo, Santa Clara, detenido por el comandante Miquelini, de la Guardia Civil; Manuel de León Ortiz,  “Furriel”, natural de Guamuta capturado por la Guardia Civil en Palma Sola, Sagua; José de León Ortiz “Prieto”, hermano del anterior y natural de San José de los Ramos, sorprendido por el celador de la Policía de Colón en una casa de mal vivir; y Pablo Pérez Paula, “Perecito”. Este último fue el único que pudo escapar de la acción de la justicia, se supone que por haber facilitado la captura de los otros. Los tres murieron con extraordinario valor. El último en sentarse en el garrote lo fue José, quien dijo a Valentín:

—¡Aguanta, compadre…! ¡No tengas tanta prisa, que estoy rezando el “Yo Pecador”!

En estas ejecuciones quedó demostrada la influencia y la “autoridad” de que ya disfrutaba el verdugo Valentín. Se trató de estrenar un nuevo garrote comprado por la Audiencia de Matanzas, pero Valentín se opuso a ello diciendo:

—¡Eso de usar nuevas herramientas no va conmigo! ¡Sólo respondo de la máquina que yo manejo, porque hasta ahora ninguno de mis clientes se ha quejado…!

Y el nuevo garrote de Matanzas se quedó sin estrenar.

El 30 de septiembre el trágico tablado se levantó nuevamente en la ciudad de La Habana para la ejecución de Carmelo, José y Venancio Diaz Ramos. Los dos primeros conocidos delincuentes; el último un jovencito, casi un niño que iniciaban en el delito.

La última fechoría de estos bandidos hizo época en el ya endurecido corazón de la sociedad. El 17 de diciembre de 1889, en la finca “El Mulo”, en Surgidero de Batabanó, destrozaron a golpes de guataca a los esposos Teodoro Gabriel y Josefa Angela Olimpia Rogar, naturales de Turquía y vendedores ambulantes de baratijas, a los cuales habían seguido el rastro por tener la confidencia de que llevaban un pequeño saco repleto de onzas de oro. Este bárbaro crimen fue completamente inútil, porque los bandidos sólo pudieron apoderarse de las baratijas que tenían un escaso valor. Más tarde, la Guardia Civil, al reconocer los cadáveres, hallaron oculto en las ropas de la mujer el pequeño saco que no estaba repleto de onzas de oro, pero sí de centenes.

Capturados los hermanos Díaz Ramos el 29 de agosto, el 29 de septiembre entraron en capilla. Carmelo y José durmieron despreocupadamente, no así el jovencito Venancio, que lloraba amargamente jurando que era la primera vez que acompañaba a sus hermanos y eso porque desconocía lo que pensaban hacer. Compadecido del joven don Juan Federico Centellas, hizo que la Marquesa de 0’Relly pidiera al gobernador civil, Arderius, que aplazara la ejecución de éste, hasta que llegara el indulto y así sucedió.

Carmelo y José, criminales experimentados, murieron con valor. Por un estúpido alarde del verdugo Valentín, de querer manejar la máquina siniestra con una sola mano, José sufrió horriblemente durante algunos minutos. Durante su agonía, tres soldados del Batallón de San Quitin cayeron desmayados.

El 30 de octubre de 1890, nuevamente se levantó el cadalso en Jovellanos donde debían morir tres bandidos muy jóvenes. Eran éstos Felipe González López, natural de Limonar, de veintitrés años de edad; Francisco Paz, natural de Corral Falso, de veintiún años, y su primo Pablo Paz, que no llegaba a los dieciocho. Según el proceso, el 14 de abril de 1887, al tratar la Guardia Civil de sorprender una reunión de bandidos en las afueras de Jovellanos, los tres detenidos se batieron a tiros con la Fuerza Pública, dándole muerte al guardia civil Evaristo Andrés Prieto e hiriendo de gravedad al trompeta de caballería Alejandro Subirat. En los últimos instantes se le conmutó la pena al más joven por la de cadena perpetua. Los otros dos murieron serenamente; sólo Felipe sintiendo que Valentín se demoraba innecesariamente, ya con el dogal aprisionándole el cuello, le dijo:

—¡Vamos, no me hagas sufrir! ¡Déjate de payasadas…!

Aun no se habían retirado los cadáveres del tablado, creado Valentín recibió la orden de prepararse para marchar a Colón, donde había de ejecutar a otros tres reos. Esto no fue del agrado del verdugo que exclamó:

—Ya me está cansando esto de ser el único Ministro Ejecutor; no me va a quedar más remedio que nombrar a un auxiliar, aunque me haga la competencia…

En Colón esperaban los reos Pedro Boitel, natural de Matanzas, de 45 años de edad; Pedro García Ortall, también de Matanzas, de 36 años y José Estrauman Daría, natural de Barcelona, España, de 41 años. Aunque no tenían notoria fama de bandidos, fueron acusados de que el día 26 de enero de 1890, asaltaron y robaron en la finca “El Tomeguín” en Matanzas, al propietario don Manuel Hernández, quien resultó gravemente lesionado.

Fueron condenados a muerte el 28 de febrero, el Supremo confirmó la pena el 31 de julio y el 30 de octubre entraron en Capilla. Ninguno de los tres se inquietó frente al garrote, al extremo, que al sentarse Pedro Macías y ver las mujeres que rodeaban al patíbulo, al ser interrogado por el sacerdote si creía en Dios, respondió; —¡Si, padre, creo en Dios y en las mulatas bonitas!

Valentín para “lucirse” ante el extraordinario número de mujeres que presenciaban la ejecución, movió tan brutalmente la palanca, que el corbatín desarticuló de manera horrible la cabeza del tronco; después simulando estar de mal carácter, exclamó:

—¡Cinco ejecuciones seguidas, ya constituyen un abuso! ¡No volveré a ejercer mi “sagrado Ministerio” si no se me paga el doble y por adelantado…

¡Sin embargo acababa de batir un récord, pues había tardado catorce minutos justos en devorar tres existencias…!

Dos semanas después, el 13 de diciembre de 1890, retornaba el garrote a Santa Clara para ajusticiar a dos temibles bandidos de la Jurisdicción de Remedios: Valentín González López y Guillermo Pérez Cruz. Eran dos desalmados de una impresionante hoja penal. El día 8 de mayo ambos se habían presentado en el lugar conocido por “Vega Enrique” en el Término Municipal de Remedios, secuestrando a don Tomás Cáceres con el cual se internaron en el monte Guamajal. Don Tomás no se ocultaba para decir “que prefería morir antes de dar un solo centavo a ningún bandido”. Pocas horas después apareció su cadáver horriblemente macheteado; tenía la cabeza y los brazos separados del enervo. Ambos subieron al cadalso en son de fiesta Valentín González le dijo al verdugo:

—¡Anda, tocayo, despacha pronto! Y se sentó en el garrote lanzando una carcajada.

El 26 de mayo de 1891, fue ejecutado en Remedios el bandido Pablo Cantero y Cantero, de 32 años, natural de Sancti Spíritus y vecino de Camajuaní. En 1889, al ser detenido en la finca “La Caridad” en Vegas de Palma, dio muerte al soldado que lo conducía, dándose a la fuga. La ejecución estaba señalada para el día 22, pero tuvo que ser aplazada, porque en un descuido el reo extrajo una navaja que llevaba oculta, infiriéndose varias heridas en el cuello.

Una anécdota curiosa lo fue, los solícitos cuidados de Valentín el verdugo, que permaneció día y noche a la cabecera del herido, colmándolo de cuidados y atenciones. Impresionado el médico que lo asistía le preguntó si eran amigos viejos, a lo que respondió el verdugo:

—¡Nada de eso…! Lo que pasa es que he firmado un vale por treinta pesos por levantar el patíbulo y si el reo este muere en vez de matarlo yo, me desgracio…

Cuatro días después subió al cadalso sentando un precedente que ha sido inolvidable en Remedios, pues subió cantando y bailando el zapateo.

A los dos días, el 28 de mayo, fue trasladado otra vez el garrote a la ciudad de Santa Clara, para ejecutar a Teodoro Galano y Galano. Fue uno de los bandidos embarcados por el general Prendergart. Desde su regreso a Cuba en 1885, tenía acumuladas cuarenta y tres causas por asaltos, incendios, secuestros y homicidios, entre ellos un Sargento, dos Cabos y cinco miembros de la Guardia Civil. Subió al patíbulo con valor y murió con toda serenidad.

¡Veinte ejecuciones en menos de año y medio…!

Sin embargo, estas cifras son pálidas ante la realidad de lo que hubo de significar la represión violenta del bandolerismo en Cuba.

Muerto el general Salamanca, para algunos misteriosamente, el 6 de febrero de 1890, sus sucesores no sólo siguieron sus planes para la erradicación del bandolerismo, sino que también hicieron lo que jamás hubiera ordenado el general Salamanca. “Los somatenes”, “La guerrilla de María Cristina”, “La Escuadras de Guantánamo” al mando del teniente coronel Tejada y “Los Guerrilleros” del general Lachambre, diariamente recorrían los campos sembrando el terror y la muerte a espaldas de la Ley. En estas cruzadas sólo se daban para la publicidad los nombres de los bandidos más significados.

Por ejemplo, en Quivicán fue muerto Sixto Salvador Valora y Monteagudo, más conocido por Sixto Valora, segundo del célebre Manuel García, con el cual se inició en el bandolerismo a las órdenes de Lengue Romero.

En el potrero “La Esperanza”, en Alfonso XII, provincia de Matanzas, fue muerto Antonio Mayol, otro célebre bandido, también perteneciente a la partida del titulado “Rey de los Campos de Cuba”. Entre La Habana, Matanzas y Pinar del Rio, los bandidos o supuestos bandidos muertos por “Las Escuadras de Guantánamo” y que jamás llegaron a ser identificados, suman sesenta y dos. Y se llegó también a lo bárbaro y a lo inútil, a la absurda torpeza de la matanza en masa, a la masacre sin ninguna justificación.

En el mes de febrero de 1891 la bahía de La Habana fue escenario de un hecho que negaba nuestra condición de país civilizado. Como todos los más viejos y célebres bandidos recordaban los tiempos del general Prendergast, el coronel Tejada, jefe de las Escuadras de Guantánamo, el comandante Guillermo Tort, jefe de la Guardia Civil del Distrito Norte y el inspector Arístides Solano, con la venia del Gobernador General, concibieron la idea más descabellada y criminal que pueda nacer en el cerebro de un gobernante.

Con la falsa promesa de ser embarcados para Santo Domingo dándoles las más plenas garantías, incluso los pasajes, los pasaportes y el dinero, se atrajeron a los bandidos más significados, y una vez acomodados en un compartimento del vapor “Baldomero Iglesias” en plena bahía de La Habana, la Fuerza Pública disfrazada de supuestos pasajeros, comenzó a disparar sobre ellos, realizando una masacre horrenda, pavorosa, espeluznante. Dos bandidos que pretendieron darse a la fuga en un guadaño abordando al “Baldomero Iglesias”, fueron ametrallados por el cañonero “Concha” y por la lancha de guerra “Contramaestre”, sin respetarse la vida del guadañero que nada tenía que ver con los bandidos.

Allí fueron materialmente despedazados a balazos, los notorios bandidos Domingo Montolongo, segundo de Manuel García después de la muerte de Sixto Varela y autor de todas las hazañas realizadas en contra de los Ferrocarriles Unidos; su hermano Ramón Montolongo, Fernando Delgado, Eulogio Rivero “Nango” y Pedro Rivero y también los que no eran bandidos, como el botero José Adega, los estibadores Justo Torres y José Martínez y los aduaneros Manuel Lamuela y Salvador Arroyal.

¡Un derroche de innecesaria crueldad, absolutamente inútil, porque los bandidos estaban desarmados y de la misma manera que fueron despedazados a balazos, con grave escandalo público, hubieran podido ser entregados al verdugo Valentín, para que el garrote dispusiera de sus vidas con el respaldo de la Ley…!

Todo este torrente de sangre hecha derramar a los bandidos fue tan inútil como la masacre de la bahía de La Habana. Los bandidos siguieron multiplicándose y Manuel García, de infeliz cuatrero llegó a convertirse en el verdadero rey de los campos de Cuba.

Aunque siguieron derramando sangre, los Capitanes Generales que sucedieron al general Salamanca tuvieron alarmantes lunares en la sangrienta honestidad. Joaquín Alemán el más feroz y desalmado de los bandidos pinareños, no fue agarrotado sino indultado inexplicablemente y lo mismo ocurrió con José Sánchez Ortega “Tingo” y Juan Márquez Ávila “Cangrejo”, asesinos probados de mujeres y niños. Y algo que prueba la venalidad gubernamental. 

El 19 de enero de 1891, estando todo preparado por los celadores de la Policía de Guara y Melena para la captura de Manuel García, en un lugar conocido por “Chuya”, cuando este viniera a entrevistarse con su esposa, el comandante Trillo se adelantó al bandido y procedió a la captura, sin haber órdenes de detención, de Rosario Vázquez e Isabel Torres, esposa y amante, respectivamente, de Manuel y Vicente García. Ambas mujeres sin proceso alguno fueron deportadas a Isla de Pinos, cortándose así todas las posibilidades de captura del audaz bandolero. 

Muchos de los bandidos acorralados en el campo, por temor a ser asesinados vinieron a refugiarse en la ciudad y una oleada de crímenes y de violencias se registraron en todas las capitales de provincia.

Solo la Guerra del 95 sirvió de contén al desenfreno de la delincuencia enardecida y no los ríos de sangre que hicieron correr las autoridades españolas con la represión siniestra como profilaxis.

Y es que nadie pensó en las 

palabras del filósofo convertido en psiquiatra. Se aplicó la cuchilla, sin tomarse en consideración el germen invisible en cuya extirpación descansan todos los triunfos de la antisepsia moderna.

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