Lo que ocurrió en Cuba el 24 de febrero de 1895.- La injustificada denominación del “Grito de Baire”.- Un tabaco con la orden del levantamiento.- Coincidencia con los carnavales.- Derrota cubana en Occidente.- Sangrientos combates en Guantánamo y Bayate.- Los separatistas ganan la lucha a autonomistas y absolutistas.
Por Baldomero Álvarez Ríos (1952)
Ni el pacto del Zanjón firmado por el General Antonio Maceo en el 78; ni el fracaso de la Guerra Chiquita en el 79; ni el desastre de la expedición de Fernandina, en el 94 fueron capaces de vencer el entusiasmo y el fervor de los cubanos, que querían a toda costa, y merecieron por su heroísmo la independencia de su tierra oprimida.
Dentro y fuera no se había dejado de conspirar. Ya las famosas bases del Partido Revolucionario Cubano, señalaban la necesidad de coordinar los esfuerzos unidos en la isla y el exterior como indispensables para conseguir el objetivo perseguido por los cubanos.
Aquel gran movimiento encabezado y alentado por Martí, iba a tener su consagración tres años después de firmadas las bases. El propio Generalísimo Gómez hablando después con el general Antonio, le decía:
– General Maceo esta guerra la estamos haciendo usted y yo, pero recuérdelo, se llamará la Revolución de Martí, como la anterior se llamó la Revolución de Céspedes, a pesar de la participación de hombres como Ignacio Agramonte.
Así fue en efecto. Aquel luchador que en su largo peregrinar por las tierras de América tanto estaba haciendo por la independencia de su pueblo, aunque casi desconocido por él, se iba a ir descubriendo después de su muerte.
En su obra figuraban miseria, cárcel y destierro, como sanciones a su sublime ideario. En su trabajo aparecían artículos periodísticos divulgados por publicaciones de varios países: redacción de documentos fundamentales; contacto con figuras sobresalientes de otros pueblos para la ayuda al objetivo común, unión de los principales elementos de dentro y fuera de Cuba, abrazados a una sola idea; y fundación, coordinación y creación de los instrumentos necesarios para canalizar los esfuerzos patrióticos.
La culminación más inmediata fue el levantamiento del 24 de febrero de 1895. Martí había dispuesto todos los preparativos desde su espinoso puesto en la Emigración. En Cuba tenía su hombre de confianza: Juan Gualberto Gómez, que sería el encargado de cumplir con la fidelidad del patriota íntegro, «con el tesón del periodista, y la energía del organizador y la visión distante del hombre de Estado», – como bien dijera el propio Apóstol-, la encomienda que este le diera. Así ocurrió.
El 29 de enero es firmada la orden del levantamiento por Martí como Delegado del PRC; Mayía Rodríguez, en representación del Generalísimo Gómez, y Enrique Collazo, Comisionado de la Junta Revolucionaria de La Habana. Pero, ¿cómo se enviaría la orden a Cuba para que no la descubrieran los españoles ni aquellos norteamericanos enemigos de Cuba? La feliz iniciativa de que viniera desde Cayo Hueso envuelta en un tabaco, dirigida al representante legal y único de la Junta Revolucionaria, Juan Gualberto Gómez, resultaba certera. Entregada por Martí a Gonzalo de Quesada en New York, este viene con ella al Cayo y la hace llegar a Miguel Ángel Duque de Estrada, que rebasa satisfactoriamente el viaje con la trascendental misión, saliendo en el barco «Mascotte» en la noche luminosa del 21. En pocas horas, al amanecer del 23, está en La Habana.
Pronto el valioso tabaco llega a poder de Juan Gualberto. Este sabe, está consciente, que la atención de Cuba irredenta se concentra en el diminuto papel impregnado de la aromosa hoja y de las ansias libertadoras de un pueblo que no quería continuar soportando la pesada carga y el doloroso vía crucis absolutista con su vejaminosa intransigencia; ni arriesgarse a un autonomismo sumido a la España colonial, y a las falsas reformas políticas anunciadas. Juan Gualberto no demora su rol en la conspiración. Corre a la residencia de López Coloma, en el número 74 y medio de la calle Trocadero.
Los miembros de la Junta Revolucionaria, convocados con el apremio que la situación requería, toman el acuerdo de que sea el 24 la del inicio de la gesta heroica, fecha en que, por celebrarse los festejos del Carnaval, despistaría a las autoridades españolas.
La ansiedad de los revolucionarios que estaban en la Emigración quedan calmadas, al recibir en New York Gonzalo de Quesada, el cable de Juan Gualberto, que señalando lacónicamente: «Aceptamos Giros. Arturo», indicaba que todo estaba listo y que la Orden no había sufrido ningún contratiempo. El representante de la Junta no se detiene ahí. Los líderes del movimiento en las provincias esperan también. A Miró Argenter le telegrafía JGG a Manzanillo: «Publique artículo en El Liberal. Martínez», que significaba que ya la Orden había sido dada. Con las debidas instrucciones se entrevista personalmente con Manuel y Julio Sanguily, prometiendo este último cooperar con la revolución como Jefe Militar de Occidente. La fecha fijada se estaba acercando, y Juan Gualberto, que estaba cumpliendo fielmente las órdenes de la Emigración, va también a ocupar su puesto de combate, como lo hiciera el propio Martí después de desembarcar en Playitas.
En la tarde del 23 sale en tren hacia Ibarra. Allí le espera el desdichado Antonio López Coloma, quien fracasado el intento de insurrección en Occidente, iba a ser preso con Juan Gualberto y Sanguily, y fusilado más tarde en los patios de la Fortaleza de la Cabaña, a los enardecidos gritos de Viva Cuba Libre, mientras Juan Gualberto y el General Betancourt, serían deportados al África, aislados de lo que estaba ocurriendo en la patria que había quedado atrás, llorando la agonía de la esclavitud.
El General Sanguily, apenado por la tragedia, animaba al líder de Ibarra, diciéndole: «Muere con valor, López Coloma; recuerda que eres hombre del 24 de febrero». Con el vigor y la entereza de un personaje de sus condiciones, ya camino a su escenario de muerte, contestaba: -«Así lo Haré, General».
Este fue el doloroso epílogo del más infausto levantamiento del 24: el de Ibarra.
En otras ciudades y localidades de la Isla se desarrollaba también la lucha por la independencia; en todas con gran patriotismo, con incomparable entusiasmo y valentía; por eso el lógico criterio que se tiene de la injustificada denominación del Grito de Baire, concediéndole a esta localidad el privilegio que también podían tener Bayate; Jiguaní, Guantánamo y otras regiones de Cuba.
Pero veamos sucintamente lo que ocurre en aquella fecha histórica. En Bayate, por ejemplo, de acuerdo con los datos que al respecto se conocen, parece que se registró uno de los levantamientos más vigorosos del 24. Al General Bartolomé Masó hay que atribuirle una gran parte del éxito. Le ordena a Miró que se traslade a Holguín y avisa telegráficamente a los hermanos Sartorius. Con la experiencia que le daba la graduación de General del 68 y su vida en el destierro, laureles tenían que coronar su decisión heroica.
Masó abandona una buena situación económica como colono azucarero para irse a la manigua. Sus órdenes de que al alborear el 24 se levantaran los insurrectos en los centrales «Tranquilidad» y «El Salvador», son rigurosamente cumplimentadas. Y como para completar su gestión libertadora, redacta dos valientes y sensatas proclamas, dirigidos una a los españoles y a los cubanos la otra. A los compatriotas les dice que está muy próxima la incorporación a los campos de batalla de los Generales Máximo Gómez, José Martí y Antonio Maceo, terminando: «A todos los esperamos con los brazos abiertos». A los adversarios les recuerda la justicia de la causa cubana significándoles que, mientras no fueren hostiles a la causa, se les considerará como a los cubanos.
Las interesantes proclamas lanzadas en Bayate por Masó; la circunstancia de haber sido las únicas que se hicieron y el hecho de que a las seis de la mañana, ya los hombres a su mando estuvieran dispuestos a la pelea, han sido motivos suficientes para que se haya considerado a Bayate, el lugar donde en realidad comenzó la verdadera Revolución de Martí.
Otros hechos ocurren el 24. Al atardecer, el General Moncada, responsable de la conspiración, cede el mando en Guantánamo al General Periquito Pérez. El valeroso soldado de la guerra, a quien el pueblo guantanamero recuerda con un monumento en su parque principal, cumple las instrucciones. Sus hombres se levantan desde el Ingenio La Confianza, en Santa Cecilia, Matabajo y Boca de Jaibo. La sangre ha teñido los campos del generoso pueblo oriental; toma de un Fuerte español y un combate, concluyen en Guantánamo la jornada de ese día.
Jiguaní. En un pequeño caserío a sólo dos leguas de este lugar llamado Baire, se produce otro levantamiento ordenado por el General Moncada. El Jefe lo es el Coronel Florencio Salcedo y los hermanos Lora sus valiosos acompañantes. Uno de éstos, Saturnino, con los disparos de su revólver, anuncia que la guerra con España ha comenzado en esa región.
De Colón a Jagüey Grande, en Matanzas, se tienen noticias de acontecimientos similares, animados y propiciados por el doctor Martín Marrero, Alfredo Arango, Joaquín Pedroso, los hermanos Aguirre y otros.
En Santiago de Cuba, Moncada y Rafael Portuondo empuñan las armas y alientan a los insurrectos. En el Cobre, lo hacen Quintín Banderas y Victoriano Garzón. En Holguín, los hermanos Sartorius. En Bayamo, Enrique Figueredo; y en Camagüey, Salvador Cisneros Betancourt.
Sobre Martí, que en carta memorable al difunto Federico Henríquez y Carvajal dijera: “Yo evoqué la guerra; mi responsabilidad comienza con ella”, caía desde luego, la más alta responsabilidad de este movimiento hoy conocido con justicia como “La Revolución de Martí”; y sobre otros tres hombres recaía, de momento, el peso militar de las tres zonas en que quedaba dividido el movimiento. En Oriente, el Mayor General Guillermo Moncada; en Las Villas o Centro, el Mayor General Francisco Carrillo; y en el Occidente, el Mayor General Sanguily.
No todo, sin embargo, resultó satisfactorio en la fecha. Repetimos que varias razones hicieron que los señalamientos de Centro y Occidente fueran condenados al fracaso. Oriente mantuvo su calor y el son de guerra con España, gracias a lo cual se fue dando oportunidad a que se coordinaran todos los planes de dentro y fuera, concebidos por Martí, allegando los recursos suficientes para que la Revolución se extendiera a todo el territorio y concluyera, al fin, con la independencia de Cuba, dejando atrás una lista de heroicos mambises que han formado, para la posteridad, el Cuadro de Honor de la patria.
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