En años pasados una distinguida dama, en una sala funeral, se quejaba de que el exilio histórico se estaba diezmando con la muerte de sus más destacados líderes. Hablamos del evidente cambio generacional y de la influencia positiva de los que por más de medio siglo habían sostenido en alto la bandera cubana, pero nuestra amable interlocutora insistió en que desde la muerte de Martí hasta nuestros días, la influencia de los que han caído ha sido nulificada como herencia histórica. Se nos quedó dando vueltas en la cabeza tan polémica afirmación y decidí preguntarle a nuestro Apóstol si ciertamente el sacrificio de nuestros mártires ha sido en vano.
Somos cristianos de arraigada convicción desde nuestra adolescencia; pero queremos hoy referirnos, sin alejarnos de nuestra fe, al tema de la muerte fuera del ámbito exclusivamente religioso y hemos decidido acudir a José Martí para pedirle prestadas sus ideas.
Apenas con veintidós años de edad José Martí escribió unos recios versos que tituló con una sola palabra, “Muerte”. Una de las más intensas estrofas es ésta:
“¡Hermano, hermana fuerte!
¡Oh, padre, padre altivo!
¡Que adivinó las vidas de la muerte
y eternamente resplandece vivo!”
Pudiéramos apuntar la posibilidad de que en estas palabras Martí se ajustara a un ideario cristiano; pero ciertamente en las mismas hay más sentido poético que religioso, aunque al mencionar al que permanece “eternamente vivo” la alusión evidente es una referencia a Dios. La idea de que hay vida en la muerte es una afirmación que nos lleva a una concepción laica de la resurrección.
Martí creía en la presencia de la vida después de la muerte sin acudir al trámite de lo religioso. En la sección literaria de “El Federalista” en México publicó un artículo en el que resaltan estas palabras “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida; truécase en polvo el cráneo pensador; pero viven perpetuamente y fructifican los pensamientos que en él se elaboraron”. De acuerdo con esta idea la resurrección de los seres humanos es la vivencia permanente de sus ideas, y no exactamente la preservación eterna de la identidad personal.
El Apóstol creía que “morir es lo mismo que vivir y mejor, si se ha hecho lo que se debe”. La presencia de la vida después de la muerte basada en las obras y creaciones de quienes han cumplido su estancia en este mundo no se asocia a la teología cristiana; pero tiene cierta validez. La obra de un ingeniero, un constructor, un estadista o un maestro queda viva más allá de la muerte de la persona; pero no es la persona misma. Creer en la validez de nuestros actos una vez que hayamos muerto no es algo que podamos relacionar con el concepto cristiano de la resurrección.
Es interesante el hecho de que Martí mencionara siempre la muerte de manera positiva. “La muerte es una victoria -dijo-, y cuando se ha vivido bien el féretro es un carro de triunfo”. En otra ocasión expresó que “la noche es la recompensa del día. La muerte es la recompensa de la vida”. La persona que concibió estos conceptos no puede aceptar la peregrina ida de que la muerte es olvido, ausencia definitiva y clausura de esperanzas para un mañana permanente.
Creer que la voz de nuestros heroicos antepasados ha sido apagada por la afonía, es despreciar a aquellos que por ser nuestros antecesores son los creadores de nuestra propia vida. Recordemos esta vertical expresión martiana: “los muertos no son más que semillas, y morir bien es el único medio seguro de seguir viviendo”.
Aquellos que se preguntan para qué han servido los sacrificios del pasado si el presente que sufrimos no justifica el doloroso drama de ayer, deben volver su mirada a héroes que palpitan de creativa vida en las notas de nuestro himno y en los colores de nuestra bandera. El problema no es la ineficiencia de ayer, sino la cobarde indiferencia de hoy. Dijo el Apóstol que “el árbol de la vida no da frutos si no se le riega con sangre”, y hoy son pocos los que están dispuestos a deponer sus conveniencias ante el reto de una patria que grita. Atraviesan mi alma las certeras palabras del Apóstol: “los que hemos vivido, vemos con tristeza a los que comienzan a vivir”.
Nuestro inolvidable amigo y compatriota Dr. Rolando Espinosa, entre sus varias obras, escribió un pequeño gran libro titulado “Símbolos, Fechas y Biografías” en el que describe las heroicas historias de cerca de 100 ilustres compatriotas, hombres que entregaron riquezas, posiciones y bienestar por la libertad de Cuba del cruel colonialismo español, dando finalmente sus vidas como gloriosa ofrenda a la patria. Martí, en hermosa frase, resume este rosario de heroicidades descrito por el ilustre educador: “la vida se ha de llevar con bravura y a la muerte se le ha de esperar con un beso”.
Es cierto que a lo largo de este trágico medio siglo a muchos se les han olvidado las vidas de los grandes héroes cubanos. La perversa mutilación de nuestra historia implantada por los que asaltaron el poder en nuestra ensombrecida Isla ha mancillado de entreguismo y abulia a los que hoy días se acomodan a la tiranía sin el hálito de una protesta; pero llegar al desatino de afirmar que nuestra historia tiene su vientre enfermo de fracasos es una miserable cobardía. Cuba mantiene su rebeldía, su coraje y su esperanza. Los peleadores a veces no forman ejército por razones varias, pero se sostienen con firmeza abrazados a una historia que los ampara, orienta e impulsa.
Martí dijo que “es ley que en el hueco del árbol en que se posa el águila anide la serpiente”. “No podemos ignorarlo”, le he dicho a la dama que inadvertidamente me animó a que escribiera este artículo, y termino dictándole otro sagrado pensamiento de José Martí: “quien desee patria segura, que la conquiste. Quien no la conquiste, viva a látigo y destierro, oteado como las fieras, echado de un país a otro, encubriendo con la sonrisa limosnera ante el desdén de los hombres libres, la muerte del alma”.
Mi pregunta al Apóstol, “¿ha llegado el tiempo en que debo olvidarme de la historia, resignándome a un futuro sin patria?” Su enérgica y retadora respuesta: “que no se diga que por el interés vanidoso de la gloria, o por cualquier otro interés contribuimos a afligir a nuestra patria en el instante mismo en que íbamos a tener ocasión de salvarla”.
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