Nuestra presente Era Cristiana estaba previsto se extinguiera el día 17 de septiembre del año 2001, según el “Mensaje Divino” esculpido en las piedras milenarias de Gran Pirámide de Cheops, que se levanta desde hace siglos en el Valle de los Reyes, cerca del Cairo, Egipto.
Los acontecimientos del momento actual que se desarrollan en la misteriosa Tierra de los Faraones fueron previstos siglos antes de Cristo —como prevista fue su crucifixión— y escritos están en piedra en las cámaras secretas de ese majestuoso templo legendario, lleno de misterio imponente, desafiando el transcurso del tiempo que todo lo destruye, como si éste se hubiese detenido por siempre ante la Esfinge, respetando los profecías que en la Gran Pirámide están esculpidas; profecías que se han cumplido cabalmente hasta ahora, aunque el hombre no ha sabido —o no ha querido interpretarlas pese a su reiteración a lo largo de la Historia.
El 16 de julio de 1936, según otra profecía de la Gran Pirámide, comenzó “el divino inventario y juicio de las naciones”. Y ese inventario se está llevando a cabo con cronométrica regularidad.
De acuerdo con la interpretación del sistema numérico de la Gran Pirámide de Cheops y de una manera muy compleja que por su extensión no podríamos explicar totalmente en el reducido espacio de un artículo periodístico, ese sistema numérico está íntimamente relacionado con las profecías bíblicas del Apocalipsis. La relación de tales profecías es extraordinaria, impresionante y significativa. A continuación, veremos por qué.
Y para “ver por qué” no es necesario que nos desviemos a fin de considerar los hechos remotos del pasado que están señalados en las piedras milenarias de las cámaras sagradas de la misteriosa e imponente Pirámide.
Bastará decir que los que se han dedicado a este estudio han encontrado en el “Mensaje de la Pirámide” la confirmación de hechos históricos, tales como las conquistas de Alejandro Magno, el descubrimiento de América por Cristóbal Colón, la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas que cambiaron radicalmente el mapa de Europa, la ampliación excepcional del imperio británico y muchos otros acontecimientos que registran las páginas de la Historia antigua y contemporánea.
Pero más recientemente se pueden citar también la caída de los zares de Rusia, la revolución bolchevique, la primera y segunda guerra mundiales, la desintegración de ese vasto imperio británico, la preponderancia de los Estados Unidos de América como primera gran potencia del universo e incontables cataclismos y azotes que el orbe ha padecido.
La guerra civil española está profetizada en ese misterioso “Mensaje de la Pirámide” cuando, al analizarse este hecho histórico hay una referencia que reza así:
“El 16 de julio de 1936 comenzará con una guerra fratricida, el Divino Inventario y Juicio de las Naciones.”
La profecía, cabalmente cumplida, no puede ser más impresionante y corroborada ha sido por posteriores acontecimientos que en aquel conflicto tuvieron su origen directa o indirectamente. En estas misteriosas profecías se registra así mismo, la que asegura que “entre el 27 de noviembre de 1939 y el 20 de agosto de 1953 transcurrió un ciclo en el que se inició lo que en el Mensaje Divino de la Pirámide” se refiere al “Pueblo de Dios”, que se va diferenciando gradualmente “de la gran masa caótica” al tiempo que Dios lleva a cabo, lenta pero inexorablemente, “su juicio en la Tierra”; y ese “Pueblo de Dios”, guiado por inspiración divina, se transformará, en el decursar del tiempo, “en el núcleo de la nueva humanidad del nuevo orden universal”; es decir, del Reino de Dios en la Tierra.
Este período puede definirse como el “ciclo de transición del materialismo craso” hasta pasar a un nuevo orden mundial caracterizado “por el resurgimiento del idealismo moral”, que en definitiva “unificará a los pueblos de la Tierra”.
No es necesario mencionar que buen número de científicos y otros estudiosos egiptólogos, aunque reconocen “la unidad de la medida que se emplea en la Gran Pirámide” y se dan cuenta de sus simbolismos geométricos, no aceptan el significado trascendente de estas relaciones, burlándose de sus vaticinios.
Sin embargo, la réplica de los intérpretes de esas profecías de la Gran Pirámide es, sencillamente, que los acontecimientos que siguieron no podrían ser explicados como simples coincidencias circunstanciales.
Y he aquí los siguientes hechos, que se han señalado como confirmación plena de la profecía correspondiente al ciclo que se inició el 16 de julio de 1936:
1—La guerra civil española que siguió a la caída del ancestral trono de los Borbones.
2—Surgió una gran crisis monetaria en Francia.
3—El 26 de septiembre de 1936. Francia abandona el patrón oro.
4—En la misma fecha se suscribe el Tratado Financiero Tripartito, entre la Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos.
5—El mundo entero abandona poco después el patrón oro.
Esta profecía ha sido interpretada como “la más trascendental sacudida económica” que registra la Historia del mundo, corroborada por el simbolismo numérico del “Mensaje de la Pirámide”. Y firmada también, después, por el estallido de la segunda guerra mundial, el 1 de septiembre de 1939, cuando Adolfo Hitler invade Holanda.
Se ha probado hasta la saciedad que la fecha del 16 de julio de 1938 marca el comienzo de uno de los más recientes ciclos de las profecías de la Gran Pirámide.
Significó, en otras palabras, un cambio en los asuntos mundiales, en particular un cambio vital en los imperios, alianzas, conciertos internacionales y pactos de diversa índole entre las naciones.
Como resultado de ese histórico ciclo el mundo contempló un enorme desplazamiento de poder y viene después en orden de importancia de la cronológica piramidal, la fecha del 27 de noviembre de 1939, que en la tecnología de las predicciones de la Gran Pirámide se le ha llamado “la gran convocación de las naciones.”
El “juicio final” de esta “convocatoria” o “acercamiento de las naciones” habría de terminar, de acuerdo con esa profecía, el día 20 de agosto de 1953.
Interesante es notar, a este respecto, que en nuestros días somos espectadores de la repetición del conflicto entre la voluntad del pueblo y del Estado. ¿Debe el Estado reflejar la voluntad del hombre y servirlo, o habrá de convertirse en un autómata político que, actuando como una enorme entidad, esclavizará al individuo?
¿No culminará, pues ese conflicto en el surgimiento, en definitiva, del “Pueblo de Dios” profetizando en el “Mensaje Divino” de la Gran Pirámide de Cheops?
¿No estaremos ya experimentando el proceso previo ––reflejado en ese perenne conflicto de la –– “integración del Pueblo de Dios” vaticinado en el Mensaje de la Pirámide y cuyo cielo atravesamos en la actualidad?
Y es que en esa misma fecha del 20 de agosto de 1953 se inició ese ciclo–– el postrero esculpido en las piedras milenarias de la Gran Pirámide––; del “Mensaje Divino”, de sus profecías rigurosamente exactas. Ese ciclo terminaba precisamente el 17 de septiembre del año 2001 y con él ––aparentemente–– terminaba también el ciclo general de la Era Cristiana que se inició en Judea, y con su extinción “la tierra habrá de limpiarse de la corrupción, preparándose para una reconstrucción moral.”
Si como esculpido está en las profecías de la Pirámide desde hace siglos antes de Cristo, hemos arribado ya al ciclo del “juicio final de las naciones” ¿qué le espera a la Humanidad después de esa fecha, marcada con impresionante exactitud?
¿Por qué se detienen allí las profecías de la Gran Pirámide?
Es evidente que donde se interrumpen las profecías se ha detenido su “Mensaje Divino”.
Es como si la incógnita que allí se abre, correspondiera cerrarla únicamente, a Dios; como si ello estuviera sencillamente reservado a su voluntad omnipotente.
Es oportuno recordar algunas cosas más, relacionadas con la historia de las Pirámides; especialmente con la Gran Pirámide de Cheops, majestuosa estructura de piedra caliza, tan llena de inescrutables misterios.
Las Pirámides de Giseh, entre los cuales se destaca la de Cheops —o “la Gran Pirámide” porque es la mayor de todas constituyen solamente tres del gran número de ellas que se levantan un el Valle de los Reyes. En la historia de Egipto hay un período que se conoce como “La Era de las Pirámides”. Este período duró desde el año 2500 hasta el año 3000 Antes de Cristo; es decir, un lapso de 500 años.
Las pirámides construidas durante esos cinco siglos se extienden paralelas al Nilo, en un espacio de sesenta millas de extensión. Cada una era la tumba de un Faraón y las inscripciones que se encuentran esculpidas en sus paredes y en sus cámaras internas, narran la vida y la época de los difuntos. Y con ellas, la liturgia del “Libro de los Muertos”, que refiere lo que habría de encontrarse “más allá de esta vida”.
La traducción de esas inscripciones se conoce con el nombre de “Textos Piramidales”, que constituyen una parte fundamental de la Historia Antigua de Egipto.
El incentivo para la construcción de estas pirámides macizas tiene su origen en las creencias religiosas de la época por parte de quienes ordenaron su edificación, obedeciendo al arraigado concepto que de la inmortalidad tenían los antiguos —y aún hoy— los modernos egipcios.
Es decir, la “inmortalidad”, “la vida después de la muerte” y el consiguiente deseo de preservar el cuerpo y los tesoros personales o posesiones materiales del difunto para el mundo venidero.
Mucho antes de la construcción de la primera pirámide, llevada a cabo por el Faraón Zoser, los reyes y los nobles egipcios habían edificado sus tumbas de ladrillo de adobe. Estas tumbas tenían una forma rectangular y eran de escasa altura. Debajo había un sótano o cámara sepulcral; así como una capilla, también rectangular, donde se rendía culto de respeto a los difuntos.
Era costumbre que poco después del advenimiento al trono, cada Faraón comenzara a planear y a construir su propia tumba. Con el tiempo, después de Zoser, las pirámides fueron más elaboradas y grandiosas y evidentemente se destinaron a sepulcros permanentes de los Faraones.
En todas ellas se ha encontrado el cuerpo momificado del Faraón, o en su defecto pruebas fehacientes de haber estado sepultado allí, y cuando no se hallaba, el hecho se debía a que los antiguos “ladrones de tumbas” lo habían sustraído para apoderarse de las preciosas alhajas y el cuantioso oro con que generalmente se les enterraba.
Pero la Gran Pirámide de Cheops es única en todos sus aspectos. En primer lugar, no hay indicios de que el gran sarcófago de piedra en la cámara del Faraón hubiese contenido el cuerpo de éste. No contiene ninguna inscripción antigua, ni pueden encontrarse tales inscripciones, en ninguna otra parte de la pirámide. Ni siquiera hay una cubierta para el sarcófago macizo, que no se ha podido hallar en parte alguna.
De hecho, la cámara del Faraón Cheops es significativamente austera en su sencillez, en comparación con las cámaras sepulcrales de otras pirámides de inferior rango.
Numerosos historiadores, como Herodoto, Plinio, Diodoro, Estrabón y Alejandro, han dejado impresionantes narraciones acerca de la Gran Pirámide. A esto hay que añadir las conclusiones de arqueólogos y egiptólogos, aunque no siempre estén de acuerdo.
Parece que la construcción de la Gran Pirámide comenzó durante la Cuarta Dinastía, en el año 2900 Antes de Cristo. De acuerdo con la narración de Herodoto, historiador griego del Siglo Quinto Antes de Cristo, se edificó durante el reinado de Khufu (Cheops) y necesitó 100.000 hombres, trabajándose constantemente durante veinte años para completarla.
La magnitud del proyecto puede comprenderse recordando que contiene 2,300,000 bloques de granito y piedra caliza, que pesan por lo general dos y media toneladas cada una. Algunas de estas piedras tienen treinta pies de largo, cinco de altura y cuatro de ancho y el peso enorme de la construcción descansa en el subsuelo de roca viva, a un nivel más alto que el Valle del Nilo.
La altura de la Gran Pirámide es aproximadamente de 500 pies; la longitud de cada uno de sus cuatro lados es de 761.1/2 pies; es decir, una extensión superior a la de dos cuadras y media de nuestras ciudades modernas. Contiene más de noventa millones de pies cúbicos, equivalente a cinco millones de toneladas de granito y piedra caliza.
Es decir, hay piedra suficiente para construir un muro de cuatro pies de altura por uno de ancho ¡de Nueva York a San Francisco y regreso hasta mitad del camino!
Una técnica admirable asociada con los conocimientos de la mecánica y otras ciencias resultaría necesaria solamente para mover estos enormes bloques en balsas especiales desde las canteras. Nilo arriba, hasta sus márgenes, para llevarlas luego en rampas, colocándolas en su lugar correspondiente.
La excelencia de la mano de obra se pone de manifiesto si tenemos en cuenta que los bloques están unidos con un error inferior a 1/1000 de pulgada, en una longitud de seis pies.
Piedras de dieciséis toneladas de superficie de contacto en treinta y cinco pies cuadrados, están unidas entre sí por una carpa de una especie de cemento especial, no más gruesa que el espesor de un cabello.
Antiguamente toda la superficie exterior estaba recubierta de piedra caliza bien pulida, que hacía que la pirámide resplandeciera bajo el sol brillante de Egipto.
¡Era como un dedo gigantesco señalando la Sabiduría Divina en las alturas que había inspirado a sus constructores!
¿De dónde vino ese conocimiento?
—Evidentemente no pudo desarrollarse en un período tan corto. Las líneas donde se reúne la cubierta de piedras calizas es perfectamente perpendicular, calculadas previamente. Esto pone de manifiesto un conocimiento de trigonometría y matemáticas superiores.
El peso de la gran pirámide, en proporción con su volumen correspondiente a la relación entre el peso y el tamaño de la Tierra. También hay indicios de que la pirámide se usaba para observaciones astronómicas.
Además, —hecho curiosísimo–– su temperatura media, aún en los días más calurosos del caldeado verano egipcio, es de veinte grados centígrados aproximadamente lo cual equivale a la temperatura media de todos los mares a una profundidad determinada.
El primero en entrar en la Gran Pirámide de Cheops fue el Califa, El Mamoun. Pensó que al igual que otras pirámides contenía un gran tesoro. Hizo una entrada falsa, y cuando logró llegar hasta la Cámara del Rey, la encontró como hoy está: sencilla, austera, sin indicación alguna de su verdadero propósito.
Por su parte, el historiador Diodoro, del Siglo I antes de la Era Cristiana, afirma que no era la sepultura del Faraón:
“Cheops no fue sepultado aquí, sino en un lugar desconocido”.
Esta enfática afirmación, que coincide con los resultados de posteriores investigaciones, parece no dejar lugar a dudas de que la construcción de la Gran Pirámide tuvo otro distinto propósito que nadie, hasta ahora, ha podido descifrar.
Lo cierto es que, en sus pasadizos milenarios, en sus cámaras imponentes, en el mudo simbolismo de sus ecuaciones algebraicas, escritas están las profecías que, como singular mandato divino, esculpidas aparecen en sus piedras que los siglos han respetado, como si en ellas se hubiera detenido el tiempo, para legar así a las futuras generaciones el misterio insondable de sus vaticinios.
He ahí el “Mensaje Divino de la Gran Pirámide”; he ahí sus profecías, que se han cumplido cabalmente hasta ahora y que terminaban en la fecha del 17 de septiembre del año 2001, interrumpiéndose significativamente ese día para dejar abierta una incógnita inquietante; como si, obedeciendo a un mandato supremo, estuviera únicamente reservado al Supremo Hacedor hacer luz en el misterio que, después de esa fecha, envuelve a la Humanidad de la presente Era Cristiana.
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