La prevención del Envejecimiento

Written by Libre Online

18 de marzo de 2025

Por el Dr. Huet, versión de J. Pinciano (1955)

Hace tiempo que Tolstoi sentó la afirmación de que la Ciencia era prácticamente inútil porque sólo limitaba el campo de sus investigaciones a hechos y detalles de escasa importancia, como el color de las alas de una mariposa o la estructura muscular del gorrión, descuidando, en cambio, por ejemplo, la mejor manera de que los alimentos, las bebidas, el sueño y el ejercicio, den el resultado de una existencia saludable y prolongada.

Al hacer tan rotunda afirmación, el ilustre escritor ruso no tuvo presente que prestando atención a los detalles es como la Ciencia llega a resolver los grandes problemas de los cuales son parte esos detalles; y hoy ya los sabios investigan las regiones que en otro tiempo estaban reservadas a poetas y filósofos, como son los misterios de la vida y de la muerte, de tal manera que el hecho más digno de consideración, relacionado con los recientes progresos y descubrimientos de los sabios, es la atención siempre creciente que se presta a los problemas que afectan a la felicidad y a la vida del hombre.

En efecto, de todos los problemas que a la humanidad conciernen quizás ninguno sea más interesante que el de alcanzar larga, lúcida y cómoda existencia, problema que hoy estudian muchas eminencias científicas.

El problema del envejecimiento considerado desde el punto de vista social: “No basta agregar años a la vida es preciso agregar vida a los años”.

Envejecer es la tragedia que más nos angustia a todos. La pérdida progresiva de las facultades físicas e intelectuales, a medida que pasan los años, es una decadencia que todo ser humano comprueba con desesperación, y, por ello se halla dispuesto a realizar todo lo que esté en su poder para evitarla. Como una cristalización de tales angustias, una ciencia nueva ha nacido en estos últimos tiempos, la “Gerontología”, o ciencia de la vejez. El aumento continuo de la duración de la vida humana plantea, en efecto, a los demógrafos, problemas psicológicos, económicos y sociales de un orden tan particular, que algunos de esos sabios se consagran hoy al estudio exclusivo del envejecimiento de las poblaciones.

La noción misma de la vejez ha variado en el transcurso de los siglos, en razón directa de las posibilidades médicas y científicas del crecimiento de la duración de la vida. Cicerón no tenía 60 años cuando escribió el tratado “De Senectute”. A los 50 años se consideraba viejo. Para Avicena, médico del siglo XI, un hombre era ya “de edad” a los 40 años, y decrépito transcurridos los 60 años. Hoy, cuando ya en muchos países la edad oficial de la jubilación se sitúa en los 60 años para las mujeres, y en los 65 para los hombres, a los cuarenta años se es joven. 

La edad madura comienza a los 50, “la primavera de la vejez a los 65”, el periodo vigoroso a los 70, la verdadera vejez a los 75, y la extrema vejez a los 85. Este cambio es debido a los progresos considerables obtenidos en la longevidad media de los individuos. Esta ha dado un salto prodigioso en el siglo último, con los descubrimientos de Pasteur y con la aparición de la higiene, y actualmente con las sulfamidas y los antibióticos. La duración media de la vida humana, que era en la antigüedad grecorromana de 18 a 20 años; en el siglo XVII de 30 a 32; de 40 años en 1820; y de 50 en 1900: es en la hora actual de 60 a 65. Un recién nacido de hoy (a pesar de los accidentes y de las guerras), puede tener la esperanza de vivir 70 años. Un hombre que franquea el cabo, siempre peligroso, de la cincuentena, puede esperar razonablemente vivir hasta los 90 años.

Hace un siglo, la imagen sintética de las diferentes edades de los habitantes de Francia se presentaba como una pirámide, las capas jóvenes, que eran, con gran diferencia, las más importantes, formaban la base. Actualmente la pirámide se ha achatado un poco. Esto quiere decir que las capas medias de la población, cuya cifra permanece casi constante, tendrán que soportar la carga material de un número cada vez más elevado de personas improductivas: la proporción de sexagenarios ha aumentado estos últimos años en un 60 por ciento; la de los septuagenarios en un 122 por ciento, y la de los octogenarios en un 20 por ciento. 

El problema central de los demógrafos modernos es pues el de dar a los ancianos los medios de permanecer el mayor tiempo posible en las capas activas de la población: “No basta, como ha dicho un especialista americano de la gerontología, agregar años a la vida, es preciso agregar vida a los años”. Y una vida decente. Este es un problema arduo.

Cinco causas de envejecimiento

Los médicos no están de acuerdo sobre las razones del envejecimiento. Las principales teorías son, actualmente, las siguientes:

I. La Herencia: hay, según algunos, “familias” de centenarios, en las que se muere viejo, y otras en las que se muere joven. De acuerdo con esto la tendencia a la longevidad se trasmitiría hereditariamente;

II. El potencial calórico: cada ser vivo dispondría de un cierto número de calorías para consumir en el curso de su existencia. Los “ahorrativos” de su fuerza durarían más tiempo que los otros;

III. El potencial energético: un corazón de mamífero puede dar, por ejemplo, antes de detenerse, mil millones de pulsaciones (a un ritmo diferente según las especies). Una vez agotado el stock global de pulsaciones se muere. En consecuencia, todas las agresiones del medio exterior (enfermedades, accidentes, etc.), que aceleran el ritmo de los latidos del corazón, favorecen el envejecimiento.

IV. Los factores del medio exterior. La senectud, según esta hipótesis, no sería un fenómeno fisiológico ineluctable, sino un proceso de orden patológico que se podría frenar modificando las condiciones de vida de los seres humanos;

V. La alimentación deficiente: aunque la sobriedad constituiría, a los ojos de ciertos sabios, una patente de larga vida, esto es evidente con la condición de no llevarla a tales limites que ocasione la aparición de graves enfermedades de carencia.

Los problemas que se plantean a la Gerontología

Las cuestiones que la Gerontología se esfuerza por resolver tienen resonancias profundas en el corazón de todo ser humano: ¿Por qué envejecemos? ¿El envejecimiento es inevitable? ¿Se puede determinar de manera precisa el grado de vejez de un organismo? ¿Es posible, conociendo mejor su desarrollo, prevenir los fenómenos naturales que constituyen la senectud y el envejecimiento o, por lo menos, retrasar la decadencia física y atenuar sus efectos?

Ante todo: ¿el envejecimiento es inevitable? A esta primera cuestión esencial, estamos obligados a responder: sí. La curva de toda vida conoce, después de una subida hacia la plenitud y el equilibrio de la edad adulta, un descenso progresivo del cual la muerte es la terminación fatal. La explicación de esto se sitúa en la escala celular. Simplificando la cuestión, se puede decir que el cuerpo humano comprende dos clases de células: unas que se renuevan constantemente (estas son, por ejemplo, las de la piel, de los glóbulos rojos de la sangre, etc.), y otras cuyo número queda fijado de una vez para siempre, y que son incapaces de renovarse: éstas son las células nerviosas. Hacia la edad de siete años, aproximadamente, nuestro organismo dispone de una cierta cantidad de células nerviosas que va a permanecer sin variar, en absoluto, hasta la hora de la muerte. En tanto que no se haya encontrado el medio de renovar este stock de células nerviosas (y, por lo menos en el estado actual de nuestros conocimientos biológicos no parece que pueda lograrse pronto), no se impedirá el envejecimiento del organismo y la muerte.

Pero ¿no se podría hacer retroceder el fin? Si se compara la duración máxima de una existencia humana con la de otros mamíferos, nos damos cuenta de que es muy inferior a la de ellos. Los animales viven por término medio seis veces la duración de su época de crecimiento: el caballo que tarda unos cuatro años en llegar a la edad adulta, vive unos veinticinco años; el perro que termina su crecimiento en dos años, vive, aproximadamente, doce, etc. El hombre continúa creciendo hasta los veinticinco años, ¿debería vivir hasta los ciento cincuenta?

Los biólogos responden que no. Su corazón, sus arterias y sus vasos sanguíneos no le conducirían a una edad tan avanzada. Pero el hombre podría y debería vivir normalmente hasta los noventa o cien años (y esto en condiciones físicas y psíquicas aceptables), si observase ciertas reglas de higiene corporal y mental, y si se dedicase a prevenir, desde el comienzo de su manifestación, por terapéuticas apropiadas, los primeros indicios de la vejez.

Pero, para adelantarse a la aparición de un fenómeno o para limitar los efectos de éste, es preciso, ante todo, conocerle a fondo. Los procesos fisiológicos del envejecimiento (que se resumen esencialmente en una esclerosis progresiva de los tejidos y de los órganos), han sido perfectamente estudiados por los biólogos. La gerontología se propone utilizar el resultado de sus investigaciones tanto sobre el plano individual como sobre el plano social, adjuntando una serie de test que permitirían determinar, de una manera precisa, “la edad biológica” real de un individuo en relación con su “edad legal”, estableciendo su grado de envejecimiento (muy diferente, en la misma edad, según los individuos); puntualizando cuáles son en él los puntos débiles particularmente amenazados por los fenómenos de la senectud, y facilitándole, en consecuencia, los medios prácticos para defender contra ellos durante el tiempo más largo posible.

“No se tiene más edad que la que se representa”, dice la sabiduría popular; y esto lo confirma el hecho de que a los cincuenta años algunas personas tienen la moral y la actividad de un individuo de cuarenta años, y en cambio otras las de un hombre de sesenta.

Determinación de la edad biológica real

Para determinar de manera precisa una edad biológica real, es preciso hacer lo que los gerontólogos llaman “un balance”, a la vez orgánico, biológico, fisiológico y moral. La fórmula de tales balances está ya perfectamente determinada, y se utiliza corrientemente en todos los países donde existen centros gerontológicos especializados. Fórmulas de interrogatorios y de investigaciones han sido meticulosamente preparadas para determinar la importancia, en cada caso, de los efectos de la acción del medio social sobre un individuo dado. Test psicomotores permiten evaluar el grado de juventud muscular, intelectual y psíquica del sujeto. Exámenes clínicos y radiológicos facilitan datos muy exactos sobre el envejecimiento fisiológico. (Sólo el examen de una gota de sangre proporciona ya indicaciones interesantes). 

Entre los diferentes exámenes que permiten obtener un balance riguroso del grado de envejecimiento de una persona, destacaremos el importante papel jugado por la “microquímica”, es decir, por la dosificación exacta de los elementos que existen en el organismo humano en dosis ínfimas, pero que realizan una función primordial sobre el metabolismo, condición básica de nuestro equilibrio. Estos microanálisis pueden ser realizados ya de una manera extremadamente rigurosa y con relación a referencias precisas. Consideremos, por ejemplo, el calcio, elemento mineral que tiene tan extraordinaria importancia en el organismo humano. Se establece por la microquímica y el microanálisis un balance del calcio minuciosamente detallado: dosificación del calcio en la orina, en la sangre, el calcio proteico, ionizado, etc. La cantidad básica de calcio para un organismo en perfecto estado es de un gramo. Por encima o por debajo hay desequilibrio, el cual es necesario compensar.

El establecimiento del balance cálcico no es más que un ejemplo de las pruebas que forman la serie de exámenes y de “tests”, que permiten establecer el grado preciso de envejecimiento de un individuo dado y de sacar, en consecuencia, las probabilidades de su longevidad.

Los “tests” gerontológicos son actualmente utilizados, con esa intención, en los Estados Unidos, y en diversos países, por las grandes industrias y por las compañías de seguros, que tienen que comprometer grandes sumas sobre el estado de salud y la longevidad probable de un individuo. Tomemos, por ejemplo, el caso de una industria importante que se prepara a emplear unos millones en la realización de obras cuyo desarrollo reposa sobre la dirección de uno de sus ingenieros. Entonces esa sociedad se dirige a un Instituto de gerontología, y allí el ingeniero será examinado, según los métodos que acabamos de exponer. De su “balance” el especialista sacará un cierto número de conclusiones tanto sobre sus probabilidades de longevidad (salvo accidente, desde luego), como de las precauciones que debe tomar para “durar”: dormir más, comer menos, limitar la duración de su trabajo diario, someterse a ciertas prescripciones terapéuticas, etc.

Las compañías de seguros hacen realizar frecuentemente el balance gerontológico de las personas que desean contraer un seguro de vida y establecen la importancia de la prima según los resultados de estos balances.

El conocer bien nuestro organismo es la clave de una buena vejez

Si el establecimiento de un balance gerontológico tiene, sobre el plan que acabamos de exponer, un aspecto que pudiera parecer excesivamente materialista y metalizado es, por el contrario, desde el punto de vista individual, extremadamente práctico. El hombre que se da cuenta de que envejece debe estar interesado por conocer el grado real de este envejecimiento y los puntos débiles que deberá particularmente vigilar. 

Para uno será el corazón, para otro el estómago, para un tercero, los nervios; habrá quienes acusen una mala asimilación del calcio, o un desarreglo hormonal, o un mal equilibrio del agua, etc. Y cada uno será aconsejado y atendido con todas las garantías de una intervención eficaz, puesto que el tratamiento reposará sobre un “conocimiento casi matemático de su estado”. 

Por ejemplo, hay personas que se administran hormonas al azar, lo que ha ocasionado accidentes, a veces graves. Pero, si, por el contrario, se conoce exactamente la proporción de cada variedad de hormonas en el organismo, y si se sabe dosificar cada hormona, comparando la cantidad a una cifra básica, se pueden compensar las deficiencias hormonales con una rigurosidad científica; excluyendo toda posibilidad de accidente.

El que algo quiere algo le cuesta

Pero es preciso tener el valor de seguir las prescripciones del especialista. Los gerontólogos reciben frecuentemente la visita de personas de 45 a 50 años que, por razones diversas (tienen hijos pequeños, o han emprendido un importante negocio que desean concluir bien, etc.) quieren prevenir su envejecimiento. Pero son pocos los que tienen la fuerza de voluntad de escuchar los consejos del médico, casi siempre porque éstos los obligarían a limitar su actividad. Y por no querer reducir ésta, la muerte les obliga a que la abandonen totalmente.

Dos palabras son esenciales para evitar el envejecimiento: balance, equilibrio. El balance indica por dónde comienza a fallar el equilibrio. Y lo que es necesario hacer para restablecerle. A falta de un gerontólogo, el médico de cabecera puede perfectamente hacer el examen y dar los conocimientos necesarios.

En cuanto a los diversos métodos de rejuvenecimiento la palabra más apropiada es: prudencia. En lo referente a la vejez, más vale prevenir que curar. Y para prevenir es muy aconsejable obedecer lo que ordena este viejo proverbio chino:

“Cuando envejezcas, come una vez menos, bebe dos veces más, descansa tres veces más y ríe cuatro veces más”.

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