Disponer dignamente de autoridad es la capacidad de emitir órdenes y ejercer el poder con sentido común, justicia y noción del límite. Sin embargo, a lo largo de la historia hemos conocido de mandatarios, reyes, dictadores y presidentes que han abusado de la posición de liderazgo y dominio que les ha quedado disponible, sea ya por el camino de la democracia, el atajo, el ataque o el engaño. Han pervertido la autoridad que pudieron haber ejercido de forma equitativa y procedente. El poder ejercido con impropiedad y sin ética es tiranía, despotismo y totalitarismo.
Hay un fenómeno en las dictaduras que lo definió de forma clara Nicolás Champort, dramaturgo francés del siglo XVII, cuando escribió estas palabras: “definición de un gobierno despótico: un orden de cosas en el que el superior es vil, y el inferior, envilecido”.
Ciertamente es increíble que en casos como los de Hitler, para poner un simple ejemplo, un país cómo Alemania de firmes convicciones religiosas se haya entregado en las manos de un codicioso sicópata que pretendió adueñarse del mundo.
Adolf Hitler, nacido en Austria en 1889, se convirtió en el año 1921 en presidente del Partido Nacional Socialista Alemán (NAZI), y con una actitud teomaníaca dispuso salvajemente de las vidas de 6 millones de judíos y 3 millones de romaníes. Lanzó al mundo a su Segunda Guerra Mundial, tratando de adueñarse del continente europeo como preámbulo para apoderarse del mundo. Todo para terminar suicidándose junto a su amante Eva Braun en el año 1945. Claramente lo dijo Marie-Henry Beyle (Stendhal), el aupado escritor francés en 1840: “el despotismo acaba convirtiéndose en la mayor necedad”.
Otro caso de atroz ultraje al poder político lo cometió Joseph Stalin, el joven estudiante de Teología devenido en aniquilador de millones de vidas inocentes. Dirigente del Partido Social Demócrata, y devoto de Carl Marx, este dictador sin entrañas fue casi nuestro contemporáneo pues murió, víctima de una hemorragia cerebral en 1953. Su megalomanía se convirtió en fango cuando multitudes, cansadas de una opresiva dictadura, profanaron su cadáver. Lo predijo Diderot cuando dijo, “ningún hombre ha recibido de la naturaleza el derecho de gobernar a los demás”.
Y citamos a Mao Sedong, mundialmente conocido como Mao-Tse Tung, el líder chino de intensa vocación revolucionaria, que eliminó en su país a más de 50 millones de sus coterráneos para adueñarse de un poder omnímodo, implacable y criminal. Y no podemos olvidarnos de Benito Mussolini, fundador y organizador del Partido Nacional Fascista en Italia en 1919, instrumento de odiosa dictadura mantenida a base de traiciones, crímenes y persecuciones hasta su ejecución sumaria en 1945. Su cadáver fue exhibido en una plaza pública de Milán para alertar al pueblo que un régimen de recuperación democrática sería establecido en el país. “El poder absoluto es tiranía, quien lo procura, procura su ruina”, dijo Diego de Saavedra Fajardo, diplomático y literato español del siglo XVI.
Debiéramos vivir hoy día, aconsejados por la historia, en un mundo de paz y progreso. Los neo dictadores de nuestra generación, sin embargo, han olvidado el final de todos sus antecesores que han secuestrado un poder que resultó, medido en el tiempo, destructor de vidas y ruina de imperios. Lamentablemente no hemos sido capaces de dejarnos conducir por el índice de los años idos.
En este siglo XXI, que podría ser el de las luces y el amor, hemos tenido que andar por el trágico trecho de asoladoras guerras y enfrentarnos a grotescas dictaduras que desconocen la dignidad del ser humano. Ha sido el siglo del comunismo, que ahora sufre el ensombrecido auge de un islamismo aterrador y ambicioso.
En las últimas décadas en varios de nuestros países se ha traicionado la democracia y se ha corrompido el ejercicio del poder, convertido en fuerza hostil, amenaza infame y crímenes indecibles, aunque las tiranías vigentes en América no alcancen la morbosidad de los grupos neo-islámicos de Oriente.
Es necesario extender una firme y contundente crítica al llamado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de ancestro judeo-sefardita, que habla con un muerto que se convierte en pajarito, le susurra mensajes en sueños y ha sido “canonizado” en santo como resultado de un impío sacrilegio. Maduro se siente en el deber de consolidar la tambaleante dictadura socialista implantada por su antecesor, y desde el mandato que asume desde el 14 de abril del 2013, ha cerrado los medios de comunicación pública y ha usado los micrófonos para difamar a todo el que se atreva a criticarlo. Ha encarcelado a centenares de opositores y a centenares de jóvenes manifestantes, sin importarle que las fuerzas militares a su mando hayan asesinado a más de 50 jóvenes venezolanos.
Maduro ha implantado el racionamiento de víveres y efectos hogareños y sanitarios, ha sido responsable de que en Venezuela exista el nivel de inflación más alto del mundo y ha implantado como una demencial proeza la miseria en el que fuera uno de los más prósperos países del continente. Jorge Luis Borges, el brillante autor argentino, escribió algo destinado a Maduro, sin necesidad de que haya tenido que conocerlo: “las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; pero lo más abominable es que fomentan la idiotez”.
Y por supuesto, para mencionar una tristísima combinación de la capacidad de odiar de Hitler, el afán criminal de Stalin, la siniestra habilidad para la traición de Mussolini, y el genocidio de Mao Tse-Tung unimos todas estas atrocidades en la mancillada figura de Fidel Castro, el tirano cuyas huellas sangrientas siguen los dictadores latinoamericanos, no para servir a sus pueblos, sino para perpetuarse en un poder perverso que asesina, empobrece y denigra.
Hay que terminar hablando del cínico mandatario de Nicaragua, Daniel Ortega, depravado sexual, sandinista aprovechado y hacedor de pactos y negocios corrompidos. Alberto Einstein dijo en cierta ocasión que “tendremos el destino que nos hayamos merecido”. Recuerde el nefasto “presidente” de Nicaragua, de los muchos en que pudiera pensar, al dictador rumano Nicolae Ceausescue, justamente fusilado junto a su mujer el 25 de diciembre del 1989. “El que a hierro mata, a hierro muere”, dice el viejo refrán.
La perversión del poder es una afrenta inexorable que deben combatir aquellos que nacieron libres. Hagamos nuestro lema y reto de hoy las firmes palabras de José Martí: “quien tenga patria, que la honre y quien no tenga patria, que la conquiste”.
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