La mujer cubana no necesita ser “feminista” en su hogar -y dondequiera- saber defender sus derechos sin querer ser “machos”…
La mujer cubana cocina mejor que la inmensa mayoría de las mujeres del mundo, pero les advierte a todos en su entorno que: “¡Yo no soy la cocinera y mucho menos la criada de esta casa!”… Eso yo lo escuché en mi casa casi desde que nací.
Antes de que se inventara “la liberación de las mujeres” mi madre decidió: “Los domingos me declaro en huelga, váyanse al frente del parque a comerse una frita o a que Joaquín Domínguez les prepare un disco volador en la Viña Aragonesa”.
La democracia se acaba en todas las casas cubanas en el mismo instante en que la cubana cocina y sirve la comida…
Ahí surge la “dictadura culinaria” donde no se puede chistar, ni criticar, ni decir “esto te quedó muy salado o desabrido”.
Por muy valiente que sea un compatriota jamás se atrevería a levantarse de la mesa y gritar: “¡La verdad que los frijoles negros que tú haces son una mierda!” Porque el guapo que diga eso escuchará a la cubana decir: “Bueno, chico, pues de ahora en lo adelante que te cocine tu abuela”.
Las cubanas (ayer, hoy, mañana y siempre) no admiten jaranas pesadas, ni burlas, ni que las tiren a coña, ni rebajarlas.
Las cubanas no necesitan que los “Movimientos de liberación de las mujeres” las enseñen a darse a respetar.
Mi madre era una mujer sencilla, casada con un hombre que tenía “tremenda calle”, sin embargo, los tres machos de la casa cuando ella decía: “¡Hoy el horno no está para galleticas!” nos poníamos más tranquilos que “estate quieto”.
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