LA INTERVENCIÓN MILITAR EN CUBA NO ES UNA OPCIÓN VIABLE

Written by Demetiro J Perez

4 de agosto de 2021

Wntre las muchas ideas lanzadas al aire, durante, y después de las multitudinarias manifestaciones de protestas en Cuba, se repite, entre algunos miembros del exilio, con infatigable ardor, e indudable buenas intenciones, pero sin mucho razonamiento persuasivo, la opción de una intervención armada, por supuesto, por, o liderada, por Estados Unidos. En el momento actual, y bajo las presentes circunstancias, no resulta prudente, ni sensato, y mucho menos estratégico, una acción de esta naturaleza, porque, en primer término, los cubanos en la Isla, en su legítima protesta, no manifestaron por semejante opción. No es, en el mejor servicio a la causa de la libertad de Cuba, ni a la democracia en general, aunque muchos no lo crean así, una intervención militar en la Isla. No ahora. No en el contexto de la presente crisis.

Insistir en esa descabellada idea sería sumarse a la insidiosa propaganda del régimen de culpar a USA y al exilio, de tramar acciones militares que sólo castigarían al pueblo. No deberíamos, alentando esa improbable acción, darle la ocasión del momento para que retornen al viejo y gastado argumento de “la invasión” para explotar la victimización. Arrebatémosle esa ficción que han estado explotando por más de 60 años.  Despojémosle de ese fantasma con el cual han estado extorsionando a esta nación, y al continente entero, por más de medio siglo. Todos, incluyendo a los propulsores de esa peregrina sugerencia, saben, o deberían saber, en el terreno de la realidad, que no va a pasar. Las condiciones del día, por horrendas que suenen, no se elevan al nivel que acrediten esa acción.

Por supuesto, esta actitud, que tiene asiento en una notable minoría, es, desde el punto de vista humano, totalmente comprensible, porque surge del dolor que causa la opresión y el maltrato de seres queridos. Sin embargo, estos sentimientos, obedecen más a la pasión y la sensibilidad humanas, que a la razón.

 Los sucesos que han dado la vuelta al mundo y que han puesto de manifiesto la crueldad del régimen comunista en Cuba, han sido un espontáneo gesto de rebeldía social por los agravios sufridos por incontables años. Rebelarse es una actitud propia de sociedades que creen en el libre albedrío. El pueblo de Cuba cree en ese principio, o sea, la aspiración a un mayor y más extenso grado de felicidad, bienestar y progreso, que se le ha negado en nombre de un dogma impuesto por el fatigoso camino del sacrificio, la miseria y el arrebato de su libertad.

Sin embargo, mi premisa, en cuanto a la desaprobación de una intervención en mi país de origen, en estos momentos, no significa, en modo alguno, que, variantes imponderables tuerzan el curso de los acontecimientos, y lo que hoy luce imposible, resulte lógico y probable en tiempo futuro. El destino de los pueblos ha de juzgarse, o percibirse, con el prisma del presente y la pupila atenta ante las posibilidades del incierto porvenir.

Mi criterio en esta delicada cuestión está basado en un proceso analítico, al margen de otros factores que no sean la razón lógica. Me desprendo de esos elementos subjetivos que tienden a nublar el razonamiento en favor de la emoción momentánea.

 Entonces, ¿es posible que, en algún momento, sea aceptable o viable una intervención militar en Cuba? ¡Por supuesto! Todo depende de las circunstancias. Cada escenario en el drama universal que es la vida, requiere actuaciones diferentes. Cada situación, como cada día, tiene matices variantes. Y las reacciones tienen que ser, obviamente, de naturaleza concurrente a los conflictos surgentes. El remedio debe ajustarse al dolor y no ser mayor que éste.

El clima político que envuelve a la nación americana en estos días, luego de cuatro guerras al costo de miles de vidas, ha saciado el apetito bélico del país, y dejado en la población un espíritu de fatiga y desgaste que no deja espacio para nuevos compromisos belicistas. Estados Unidos se va de Afganistán después de veinte años de infructuosa guerra, debido, precisamente, a la apatía y el cansancio del pueblo americano. Ésa es la realidad. El gobierno, éste y el anterior, tomaron el pulso del sentir popular, y decidieron levantar campaña. El próximo paso es la retirada de Iraq por la misma razón. Los políticos, que son electos por esos cansados ciudadanos, captaron el mensaje y decidieron poner fin a los conflictos en los que consumían enormes reservas y sufrían la pérdida de preciosas vidas jóvenes. La sicología popular ha cambiado. La actitud es diferente.

Ante este panorama, en toda su exponente realidad, ¿cree alguien, en sus plenos cabales, que este país esté dispuesto a enrolarse en un empeño de intervención militar en Cuba? No es lo que quieran unos cuantos, sino lo que no quieren muchos.

Y aquí viene, la segunda parte de la ecuación. ¿Cómo y cuándo, con el apoyo de la nación, estaría dispuesto Estados Unidos a una intervención en Cuba, solo, o acompañado?  Solamente si llegara el momento en que la dictadura, en un momento de insuperable locura, desesperado, o desorientado, lanzara los tanques a las calles, para sofocar las protestas, al estilo Tienanmen Square, masacrando a la población en un genocidio repudiable y ofensivo a la conciencia humana. Ante una hipotética masacre de esa magnitud, una intervención sería, más que justificada, exigida, y Estados Unidos, presionado por la comunidad regional, no tendría otra alternativa que la acción armada como parte de una fuerza conjunta con el apoyo de los países vecinos.

Estos son los dos factores que conforman la narrativa presente. No debemos olvidar que los individuos, como los países, son ellos y sus circunstancias. La irrealizable intervención del presente, por carencia de persuasión lógica, y de sentido estratégico político, y la posible acción futura, pendiente de una imponderable metamorfosis, dictada por posibles acontecimientos, lejos de los cálculos presentes, son, en ambos casos, determinados por los imperativos de las circunstancias. Nada está escrito en piedra. Todo depende del momento y las circunstancias.

Pero existe otra opción, quizás la más deseable y menos dañina: el internet, el teléfono celular y las redes sociales.

Esas son las armas de la nueva guerra. No es el ruido letal de los cañones, sino el sonido poderoso de las palabras. El nuevo poder de las comunicaciones. Con ese poder desfilaron docenas de miles el 11 de julio. La tiranía reconoció esa fuerza invisible y la sacó del aire. El miedo cambió de dueño. La disidencia lo abandonó y se lo pasó a sus verdugos.

Esa es la ayuda que la oposición democrática cubana necesita de Estados Unidos y del mundo.

El Internet, las redes sociales, y la comunicación en general, son el gran temor del régimen comunista cubano.

Esa es la gran trinchera en defensa de la democracia y sus libertades.

BALCÓN AL MUNDO

El Covid, apoyado en su variante, Delta, ha recobrado fuerza contagiosa, pero, especialmente, entre aquellos que, por diversas razones, muchas inexplicables al sentido común, han preferido no vacunarse. Es su derecho; pero no está en el derecho de nadie el andar libremente propagando el virus a sus semejantes. Aquí se confirma el refrán de que, en muchas ocasiones, pagan los justos por los pecadores. La vacuna se ha probado efectiva en las pruebas científicas y en la práctica. ¿Qué más pedir?

¡No sea necio, vacúnese! Se estará protegiendo usted, su familia, y aquellos semejantes con los que tiene contacto.

La vida es una larga y hermosa comunidad a la que todos pertenecemos. ¡Cuidémosla!

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Desde el memorable 11 de julio en que las manifestaciones populares contra el régimen comunista le han dado la vuelta al mundo, repetidas veces, han muerto 5 generales del ejército cubano de manera “sorpresiva”. ¡Cinco en una semana! ¿Qué pasó? ¿De que murieron? ¿Fue el Covid, o, quizás, otra de las misteriosas muertes, como la de Oswaldo Payá, que el gobierno nunca pudo explicar con claridad convincente, sino con burdas fabricaciones, chapuceramente hilvanadas, que sólo confirmaron las sospechas de un acto criminal?

De cualquier ángulo que se mire, la muerte de estos 5 generales, en la semana siguiente a las protestas, encierra una coincidencia demasiado curiosa…

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  Cuando se hable de una posible acción conjunta, de cualquier carácter, contra las dictaduras de corte comunista como Venezuela, Nicaragua o Cuba, nunca se podrá contar con el apoyo de López Obrador, de México, ni con Alberto Fernández de Argentina. Ambos están atados a fuerzas superiores que los controlan. Alberto Fernández por la mafia peronista, y López Obrador por los carteles de la droga, y principalmente por la familia del “chapo” Guzmán.

AMLO, como le llaman en México a su presidente, es el peor de la pareja. Se ha convertido en el fogoso alcahuete, el compadre celestino adulón de la satrapía cubana, abogando por la derogación del “embargo”, existente sólo como instrumento de propaganda y nada más.

En su amorosa solidaridad con la hermanda socialista, le ha arrebatado cientos de toneladas de alimentos a sus compatriotas, que mucho lo necesitan, para mandárselos a Cuba, en los momentos en que miles desfilaban en oposición al gobierno.

Ahora le está rogando a Biden que, por favor, en nombre de la misericordia humana, de la que él, AMLO, es tan devoto, como lo demostró liberando al hijo del “chapo” de las manos de la policía, le levante el “embargo” a Cuba.

 El otro, el argentino, es un caso perdido. Nadie le hace caso. Es un pobre títere controlado por Cristina y los sindicatos peronistas.

Y, para terminar, una última aclaración para los que se tragan el embuste del” embargo”: de los 193 “países” que componen la ONU, Cuba puede comerciar, libremente, comprar y vender, a su antojo, con 192.

¿Se le puede llamar a esto embargo?

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