Al creerme ser “un hombre hecho y derecho”, detestaba mi pasada inocencia.
Hoy en día me encanta y disfruto recordando aquella bonita candidez inicial.
Me iba a nadar al río Mayabeque escondido y sin permiso. 10 minutos después de llegar a mi casa ya mi madre me decía: “¿Fuiste a nadar a la parte honda del río, verdad?”
“No ¿quién te dijo eso, mamá?” “¿Quién me lo va a decir, chico? Me lo dijo el pajarito”.
Yo creía firmemente en el “pajarito”, odiaba al “pajarito”, lo despreciaba por chismoso. El pajarito fue parte integral en mi vida.
Imposible que mi padre hubiera descubierto que yo había adquirido 10 cigarrillos “Kool Mentolado” en la bodega de Felipe Álvarez sin el chivatazo y la complicidad del detestable pajarito.
Un día tuve un gesto bonito: Me robé cinco bellas rosas rojas del jardín de la vecina Esperanza Piedra y se las regalé a mi mamá.
Eran tantas las flores en aquella terraza que imaginaba no se darían cuenta, pero al pasar por frente a la casa de la calle Soparda, me llamó Esperanza y me dijo: “Esteban de Jesús ¿tú te llevaste unas flores de nuestro vergel?” No sabía lo que quería decir “vergel”, pero lo negué rotundamente.
Y la respuesta me dejó sin palabras: “Bueno, quizás el pajarito se equivocó, él se posó en esa cerca y nos dijo que fuiste tú”.
Dejé de creer en los Reyes Magos, pero hasta muchos años después viví convencido de la existencia del pajarito delator de todo lo malo que hiciera.
A los 14 años “viré la tortilla” y le preguntaba a mi padre: “Viejo ¿dónde estabas?” Me respondía: “Chico, estuve hasta tarde trabajando en el Ayuntamiento”… Yo le decía: “Oh, que raro, un pajarito me dijo que estabas en la Viña Aragonesa jugando al cubilete y tomando cervezas Polar”… Me dijo riéndose: “Está equivocado el pajarito, eran Hatuey bien frías”.
Al nacer mis hijas traté de incorporar el pajarito en la crianza de ellas, sin embargo, resultaron ser mucho más vivas que yo, y a la segunda vez me dijeron: “Sorry, dad, la gata “Bella” se comió el pajarito”.
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