En las llanuras sagradas del Ganges vivía un joven llamado Arjun, de espíritu inquieto y ambición inmensa. Desde niño admiraba a los grandes sabios, aquellos que decían controlar el fuego, el agua o incluso el viento. Él soñaba con lograr lo imposible y ser recordado como uno de los más poderosos yoguis de la historia.
Cuando cumplió diecisiete años, decidió buscar a un maestro. Le hablaron de Rishi Devadatta, un sabio que vivía a orillas del bosque de Neem, conocido por su profunda serenidad y su sabiduría legendaria. Arjun caminó durante días hasta encontrarlo sentado bajo un árbol, inmóvil como si fuera parte del mismo tronco.
—Maestro, —dijo Arjun inclinándose— quiero aprender a controlar el viento. Quiero dominar las fuerzas de la naturaleza.
Rishi Devadatta abrió los ojos lentamente y contestó:
—¿Para qué deseas tanto poder?
Arjun respondió sin dudar:
—Para demostrarle al mundo quién soy.
El sabio lo observó, pero no lo juzgó.
—Entonces, quédate conmigo. Pero primero aprenderás a controlar algo más difícil que el viento.
—¿Más difícil? ¿El fuego? ¿El agua?
—No, —sonrió el maestro— a ti mismo.
Primer año: El silencio
El maestro le ordenó a Arjun pasar largas horas en silencio, sentado frente al río.
—Escucha el agua —le decía—. Si no puedes oírte a ti, jamás oirás al viento.
Durante meses, Arjun se impacientó. ¿Cómo podía aprender poderes si solo meditaba? Varias veces quiso marcharse, pero el respeto por su maestro lo mantenía ahí.
Un día, mientras meditaba frustrado, notó que la corriente del río hablaba un lenguaje sutil: el murmullo del agua parecía una guía, un recordatorio de que nada en la naturaleza tenía prisa, y aun así todo llegaba a su lugar.
El silencio empezó a parecerle un aliado, no un castigo.
Segundo año: El servicio
Devadatta lo llevó luego a los pueblos cercanos para ayudar a los más pobres: limpiar casas, acarrear agua, cocinar para ancianos.
Arjun protestó:
—Maestro, yo vine a aprender a controlar el viento, no a barrer pisos.
—Quien no aprendió a servir, no está listo para recibir —respondió el sabio—. El orgullo es una puerta cerrada para la sabiduría.
Durante ese año, Arjun presenció agradecimientos sinceros, miradas de alivio, humildad real. Y algo comenzó a cambiar en él: ya no hacía las tareas por obediencia, sino porque entendía su valor.
Tercer año: El espejo
interior
El maestro lo llevó al bosque y le ordenó:
—Siéntate frente a este árbol. No volveré hasta que reconozcas al enemigo que te impide avanzar.
Arjun esperó horas, días… hasta que, en un momento de claridad profunda, comprendió:
—Mi enemigo soy yo: mi orgullo, mi impaciencia, mi necesidad de ser admirado.
Cuando Devadatta regresó, encontró a su discípulo llorando.
—Ya viste al verdadero viento —dijo el sabio— el que agita tu interior.
Arjun entendió entonces que dominar la naturaleza exigía primero dominar el ego.
Cuarto año: La revelación del viento
Finalmente, Devadatta llevó a Arjun a una colina alta. El viento corría libre por aquel lugar.
—Si aún deseas controlar el viento, intenta detenerlo —ordenó el maestro.
Arjun extendió las manos, cerró los ojos y se concentró con todas sus fuerzas. El viento siguió soplando como si él no existiera. Lo intentó una y otra vez, hasta caer exhausto.
—Maestro… es imposible.
Devadatta se acercó y dijo en voz baja:
—Por eso mismo, hijo. El viento no se controla. Se comprende. Se respeta. Se acompaña.
Entonces, el sabio abrió los brazos. Arjun hizo lo mismo. Y por primera vez sintió que el viento no era un enemigo ni una prueba, sino un ser vivo danzando a su alrededor. No lo dominaba, pero lo entendía. No lo obligaba, pero lo seguía.
En ese instante, sintió una paz que jamás había conocido.
La enseñanza final
—Arjun, —dijo Devadatta— querías controlar el viento para demostrar tu poder. Pero la verdadera grandeza no está en dominar la naturaleza, sino en dominar tu propia mente.
—Quien tiene poder sobre sí mismo, ya no necesita controlar nada fuera de él.
Y así, Arjun se convirtió en un sabio respetado no por sus poderes, sino por su serenidad y su corazón transformado.
Moraleja
El verdadero poder no está en dominar el mundo, sino en dominar el ego.
La fuerza más grande no es la que controla, sino la que comprende.







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