POR LUIS DE LA PAZ
Especial para LIBRE
Hay una impactante imagen satelital que se haya en internet, donde se ve la frontera entre Haití y la República Dominicana. De un lado hay árboles y vías, mientras que en el lado haitiano se aprecia la deforestación y la ausencia de caminos. La lectura que la foto proporciona permite concluir que, ante la falta de electricidad, los haitianos han cortado los árboles para convertirlos en leña y poder cocinar sus alimentos.
Esa impresionante foto me hizo pensar de inmediato en los videos que circulan en las redes sociales y noticieros de televisión, donde las familias cubanas a lo largo de la Isla se valen de ramas y maderos cortados en los montes para encender las hornillas por la falta de electricidad. Incluso hay cubanos que protestan por los altos precios de los sacos de carbón, como si se estuviera estando todavía en los años 30 o 40 del siglo pasado, donde las carbonerías brindaban servicio en los vecindarios y eran parte del diario vivir.
Esa realidad cubana conecta con la haitiana. Habría que añadir que la carencia de combustible y de agua en las cañerías, así como las imágenes de casas derruidas, calles oscuras y desiertas, refuerzan el duro rostro de la pobreza, colindante con la miseria y la hambruna que hay en Cuba.
Aunque Haití es considerada la nación más empobrecida del hemisferio occidental de acuerdo a los indicadores económicos, demográficos y sociales que miden organizaciones internacionales como Naciones Unidas, la realidad cubana le debe estar muy cerca, y hasta en algunos renglones superarla. No se debe olvidar que en Cuba no hay modos independientes de verificación, y las fuentes casi siempre son las oficiales, por lo que los informes pueden ser manipulados por las instituciones cubanas, pues cualquier reporte debe ser aprobado por el Partido Comunista y generalmente lo hacen a su conveniencia.
Hay una secuencia que pude ayudar a completar la analogía entre los dos países: hay cientos de cubanos que viajan a Puerto Príncipe a comprar productos y mercancías para llevarlas a Cuba y revenderlas. Este escenario pone al cubano por debajo del vecino: Haití, se convierte en el proveedor, lo que la sitúa un paso adelante que su vecino.
Si bien en Haití impera la anarquía y grupos armados se imponen por la fuerza, desatando masacres y asesinatos a mansalva, la contraparte cubana está regida por un gobierno tiránico donde prevalece un sistema político, económico y social dictado por un partido político que está en el poder desde hace 66 años, lo que lo convierte en una variante del mismo concepto de mafia.
El gobierno cubano obra al margen de la ley, incluso establece nuevas legislaturas para reforzar su maquinaria de represión, carece de un plan de desarrollo y conducción del país de manera coherente, encarcela y condena a largas penas a sus adversarios, silencia a los opositores y socava la libre expresión, que se paga con la prisión o el destierro. Eso es anarquía de estado. Además, permanentemente reestructura los mecanismos para regular el incipiente sector económico privado, conocido como Mipynes, ahogándolos, multándolos y cerrando sus locales, pues le teme al crecimiento. En Cuba, desde los años sesenta, el hambre ha sido un arma política y de dominio de la sociedad.
Ante la anarquía haitiana, está la tiranía gobernante en la mayor de las Antillas. Los grupos mafiosos en ambas islas dominan al país, en Cuba a través de los militares que controlan la economía y se imponen por el terror, mientras que en Haití grupos armados asesinan. La ausencia de un sistema judicial en Haití se compara a la subordinación de los jueces cubanos a los designios del estado totalitario.
La falta de recursos económicos por la inoperancia de las autoridades y la ausencia de producción tiene a Cuba en la indigencia. Nada permite vislumbrar un mejor porvenir para el cubano. Los Castro y ahora Díaz Canel, han transformado la isla, para convertir a sus ciudadanos en pedigüeños, en sobras de sí mismos. Fotos y videos de La Habana, permiten ver prácticamente en cualquier rincón de la capital, vertederos de desechos desbordados, derrumbes, paredes carcomidas, ciudadanos corriendo detrás de un camión que abastece de agua potable, colas interminables para comprar algo que les permita alimentarse, farmacias sin medicamentos, es decir, un estado fallido.
La escasez y la miseria degrada al hombre. El daño antropológico de 66 años de régimen dictatorial ha sido grave, demoledor y no es fácil distinguir entre la pérdida de toda desesperanza, y la dignidad humana.
Los grupos internacionales que valoran el crecimiento de un país y monitorean las crisis que afrontan otras naciones, deben ir reconociendo que la improductividad en Cuba, la falta de garantías individuales, la falta de lo esencial para vivir hace que Cuba y Haití, cada vez se parezcan más.
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