LA ESTRELLA de los chocolates, bombones, caramelos y galleticas

Written by Alvaro Alvarez

18 de febrero de 2025

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII y hasta mediados del XIX, la producción en la Isla estaba centrada fundamentalmente en la caña de azúcar, pero en algunas regiones se diversificó con la presencia de cacaotales a mayor escala, inicialmente en la región de San Juan de los Remedios y posteriormente en la provincia de Oriente, con el objetivo de elevarlo a la categoría de producto exportable. Esta etapa pudiera ser considerada el “siglo cubano del chocolate”, a pesar de que coincide con el inicio en Cuba del consumo de café, cuya siembra se incrementó durante las cuatro primeras décadas del siglo XIX.

Remedios se constituyó en el principal productor de cacao durante el siglo XVIII, mientras en Oriente prosperó su cultivo desde finales de ese mismo siglo, junto con el del café, fomentado por los franceses emigrados de Haití. En función de satisfacer el alto consumo de este producto en la Isla, no solo se cultivaba, sino que también se importaba de otros países de América. 

Según datos extraídos del Censo de 1827, aparece la existencia de 60 cacaotales o cacahuales: 2 en Occidente, jurisdicción de La Habana, 41 en Remedios, 13 en Sancti Spíritus, 2 en Santiago y 2 en Baracoa, siendo la cosecha total de 23,806 arrobas, de las que se exportaron 1,953. La cosecha en Remedios constituía más del 90% de la producción nacional.

En 1832, por Real Orden recomendó fomentar el cultivo del cacao en la Isla, a escala comercial, pues la independencia de las posesiones españolas de América privaba a España de sus abastecedores, determinando la escasez y el encarecimiento del grano, lo que influyó en la disminución de su consumo, tanto en la metrópoli, como en Cuba.

Sobre su consumo en Cuba durante este período encontramos muchas referencias en la literatura, no solo las citadas por Cirilo Villaverde en su crónica “Excursión a Vuelta Abajo”, sino también las abundantes en la literatura de visitantes a nuestro país, dejándonos incluso constancia de los cafés más conocidos, donde se servía chocolate o café, como en 1819, La Paloma, Del Comercio, La Lonja en 1838 o La Dominica en 1860.

En sus “Cartas habaneras”, Francis Robert Jameson, afirmó que: “el caballero cubano se levanta temprano y toma una taza de chocolate tan pronto como se levanta” y la Condesa de Merlín (1789-1852, María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo) en su “Viaje a La Habana” (libro publicado en 1844 en Madrid) nos cuenta que: “en todas partes hay letreros que dicen café, azúcar, cacao. También hizo referencias sobre el consumo de chocolate y café en los velorios y festejos”.

El cacao no llegó con fuerza a la región de Baracoa hasta principios del Siglo XIX, convirtiéndose desde entonces, en el lugar del territorio cubano más propicio para la cosecha del cacao por sus condiciones climáticas favorables y la riqueza de los suelos.

Para la segunda mitad del siglo, ocurrió un estancamiento de la agricultura, que se vio afectada por las guerras independentistas, lo que motivó una particular incidencia en los cacaotales de Oriente, provincia que fue escenario fundamental de las acciones bélicas mambisas. Esto afectó la producción de cacao, lo que favoreció la paulatina sustitución del chocolate por el café, que comenzó a convertirse en nuestra bebida nacional.

Durante la primera mitad del siglo XX, sucedió la casi absoluta extensión del latifundio azucarero a toda la Isla, lo que implicó un total desplazamiento de los cacaotales a las zonas montañosas de Oriente, especialmente las de Baracoa, que no eran consideradas aptas para el cultivo de la caña. El consumo tradicional de chocolate quedó prácticamente reducido a esta región del país.

No obstante, se fundó la primera fábrica cubana de chocolate, en Santiago de Cuba, a principios del siglo XX, con el nombre de “La India”, posteriormente surgieron La Española, Baguer, La Estrella y Armada. Las barras de chocolate y los bombones cubanos aparecían en las chocolaterías francesas en Santiago de Cuba. 

En La Habana, La Dominica, ubicada en la esquina de las calles O’Reilly y Mercaderes, se hizo famoso por sus exquisiteces. También la manteca de cacao se utilizaba como combustible para el alumbrado doméstico, en las farmacias para preparar pomadas y en perfumería, para la elaboración de cosméticos y jabones.

Hablando ahora sobre La Estrella, no se ha podido precisar el año exacto de su fundación, según el escritor italiano Adolfo Dollero (1872-1936) pudo determinar en 1916 cuando visitó y recorrió sus instalaciones no pudo evitar la admiración que le causó la mayor fábrica de confituras de la Isla, que apenas a unas pocas décadas de fundada ya era un orgullo nacional.

Unos dicen que fue fundada en 1868 en la calle San Miguel #117 por el catalán Antonio Gasol Civet, aunque otros la sitúan el 21 de noviembre de 1881, bajo la razón social de Chaverri y Compañía S. en C., reestructurándose después como Vilaplana, Guerrero y Compañía S. en C. de Manuel Vilaplana y Luis C. Guerrero. En 1900 se incorporó Ernesto B. Calbó y más tarde Antonio Gasol, quien residía en Barcelona, los cuales se mantuvieron como socios durante varios años del siglo XX.

Se constituyó entonces como Vilaplana B. Calbó S. en C. y tenía un departamento especial para la producción de pasta de guayaba que producía unas 32,000 libras diarias en pequeñas cajitas de madera. 

Ernesto B. Calbó, un catalán culto, era uno de los socios propietarios de la firma.

Inmensa montaña de dulces, de chocolates, de galleticas, por un valor de $ 1,500 000. Tal era la enorme producción anual de esta fábrica que dejó muy atrás a todas las industrias similares existentes en Cuba, por la importancia que había adquirido.

El público no se figuraba que los artículos más finos y mejores presentados de las dulcerías procedían directamente de esta fábrica admirable, artículos todos que hace unos años se importaba casi exclusivamente del extranjero.

A finales de la década de 1880, en La Habana existían varias fábricas que elaboraban chocolates y otras confituras. Entre las más populares estaban La Habanera y El Modelo Cubano, ambas situadas en la céntrica calle Obispo y La Tropical, en Jesús del Monte. 

Según el Diario de la Marina a principios de la década de 1890 pertenecía a Manuel Vilaplana Alemany y a Luis Cajete Guerrero y estaba inscripta como Vilaplana, Guerrero y Compañía. 

En 1893 las marcas de chocolate producido en La Habana eran las siguientes: La Colonial, Mestre y Martinica, La Estrella, Isla de Cuba y La Tropical.

Luis Cajete Guerrero, junto con Vilaplana fue el alma de la compañía hasta 1914, año en que falleció.

Meses después de finalizada la guerra independentista trataron de patentizar la marca para dulces y chocolates La Estrella de Occidente, pero la Secretaría de Agricultura, Industria y Comercio denegó la solicitud en noviembre de 1899 y le impuso, además, una multa por el uso indebido de la marca para chocolate La Flor Gallega.  

En la exposición de París de 1900 presentaron con éxito sus chocolates, galleticas, dulces, caramelos y frutas en almíbar. 

En 1901 la fábrica ya estaba en Calzada de Infanta # 62 entre Sitios y Peñalver, frente a la antigua plaza de toros. Disponían de instalaciones amplias con tecnología moderna.

El Diario de la Marina, en un reportaje fechado el 4 de enero, nos dice: “En el sitio indicado de la Calzada de la Infanta han levantado los señores Vilaplana y Guerrero y Cía un gran edificio con honores de palacio, expresamente construido para sus prósperas industrias. En la planta baja se haya instalado la fabricación de chocolates, en el piso principal la de galletitas finas y en el segundo la de caramelos, confituras y bombones, siendo todo ello tan selecto, tan bien presentado, tan elegante y sabroso, como pudiera salir de las más refinadas fábricas parisienses o neoyorquinas. La máquina ha sustituido allí el trabajo del hombre hasta un límite sorprendente. Por procedimientos mecánicos, con limpieza y rapidez ideales, a la vista del que quiera visitar aquellos departamentos, se realizan todas las operaciones hasta que la pasta ya elaborada pasa a la cámara frigorífica sostenida constantemente a la temperatura de cero grados”.

A principios de 1908, por iniciativa de Ernesto Barnach Calvo (1871-1951) el gerente de la Compañía introdujo importantes cambios, entre ellos el establecimiento de la Sociedad de Ahorros Empleados de La Estrella. La empresa tenía entonces 450 trabajadores. El proyecto dio el resultado esperado. 

La empresa tenía contratados a 130 obreros y poseía también un edificio, anexo al principal, para elaborar dulces en almíbar y conservas con frutas producidas en el país y un taller donde construían los envases de madera y de hoja de lata. A pesar de este progreso, aún debieron superar trabas burocráticas. 

En 1902, la Secretaría de Agricultura, Industria y Comercio no aprobó la marca La Estrella, para los dulces en conserva. Sin embargo, así ya eran conocidos los chocolates finos que producían. El 21 de febrero de 1903 recibieron la visita del presidente de la República Tomás Estrada Palma.

La primera década del siglo XX acentuó la expansión productiva y comercial de la industria, además de los reconocidos chocolates La Estrella y Tipo Francés, los populares queques y dulces en conserva, las galleticas especiales Malvern, Presidente y La Africana alcanzaban el éxito. 

En mayo de 1906 Manuel Vilaplana Alemany regresó de un largo viaje por Europa y Estados Unidos donde compró modernas maquinarias. Inauguraron en ese año una refinería de azúcar. Para satisfacer la demanda de materia prima compraban cacao en Ecuador, Venezuela y en la provincia de Oriente.

La revista ilustrada El Fígaro, les premió con un amplio reportaje, con las fotos de todos los directivos.

Cuando Adolfo Dollero estuvo en la fábrica, en 1916, escribió: “Detalle que no debe pasar inadvertido: su Caja de Ahorros, que funciona admirablemente desde hace unos ocho años. Creada para fomentar el ahorro de los obreros ¡Ha logrado reunir un capital de $170,000! Reparte utilidades del 8 al 9%, sin invertir los fondos depositados en alguna empresa de carácter aleatorios, sino en hipotecas exclusivamente. Es una Caja de Ahorros modelo: no causa gastos generales. Local, luz, mesa directiva, contabilidad, todo es gratuito para los afortunados clientes”.

Mientras sucedía esto, los triunfos en exposiciones universales avalaban la calidad de los productos. 

El Diario de la Marina así lo destacó en 1909: “No hace mucho, precisamente, obtuvo dos grandes premios. Uno en The Internacional Cristal Palace London 1908, y otro Le Grand Prix alcanzado en la Exposición Internacional de La Haya, uniendo dos nuevos diplomas a los tres que ya había obtenido, presentando sus galleticas, bombones, dulces en almíbar y demás productos que se fabrican en La Estrella, en competencia con las más acreditadas fábricas del extranjero. Esta y otras como la industria que nos ocupa constituyen la verdadera fuente de riqueza que tiene Cuba como complemento de los abundantes frutos agrícolas que producen nuestros fecundos campos. Y siendo ellas, en unión del comercio, la base de los cimientos para la prosperidad de todo país que ajeno a fantásticas ideas busque en sí mismo su bienestar, no debiéramos regatear la necesaria atención a lo nuestro para que no nos veamos en el caso de consumir de lo propio escasamente la mitad de lo que la exportación se lleva”.

Los galardones recibidos por La Estrella continuaron. En 1911 ganó tres premios y medalla de oro en la Exposición Nacional, celebrada en la Quinta de los Molinos, en La Habana y en 1915 el Gran Premio en la Exposición Internacional de Panamá. 

 Otro hecho destacable fue el nombramiento como representantes de la Compañía de Mariano Siré Pluyer, Santiago Solo Farrés y Ricardo Uribarri Eguia, quienes cubrirían, en parte, el vacío que dejó la muerte de Luis Cajete Guerrero, ocurrida en 1914. 

En 1915, en un intento por recuperar el prestigio de tiempos pasados, los hacendados orientales solicitaron del Gobierno que hiciera gestiones para abrir en el extranjero mercados para el cacao cubano, pues consideraban que era uno de los frutos que se debería exportar en gran escala, por tener excelentes condiciones para su cultivo, por ser de superior calidad y poder competir con los más acreditados, y esto podría convertir a Cuba en un importantísimo mercado exportador del valioso fruto.

En la publicación “Cuba en Europa” de diciembre de 1915, en un artículo en que se debatía sobre su uso, encontramos:

“No es, hermano, soberbio disparate preferir chocolate al desayuno, ni es más estomacal, más oportuno un par de huevos fritos con tomate”.

El Libro de Oro Hispanoamericano en 1917 informó que las exportaciones de la empresa se concentraban en EE. UU, Canarias, Europa y Centroamérica. Ese fue un año de cambios para la razón social porque, el 28 de julio, se fundió en la Compañía Manufacturera Nacional S. A. junto a Mestre y Martinica, La Constancia y Cuba Biscuit.  

El capital social de la nueva sociedad era de $7 millones. 

Ernesto B. Calvó era el Director General y como presidente eligieron a José Marimón, quien también era el máximo ejecutivo del Banco Español.

En apenas seis meses, después de su constitución, las ventas ascendieron a $2,580,630. Tenía más de 1,300 empleados, la mayor cantidad correspondía a mujeres y los directivos de la empresa eran españoles y cubanos, según la edición extraordinaria del Diario de la Marina, publicada en 1918.

La Estrella, en 1922, era registrada en la Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo como marca de la nueva compañía y amparaba los siguientes productos: chocolates, dulces, confituras, bombones, galletas, pastas para sopas, caramelos y azúcar.  Seguiría así su andar. Un recorrido que, sin dudas, la situó en lugar cimero de la historia empresarial de Cuba.

Un cubano dijo: “Recuerdo los sabrosos bombones que fabricaban en La Estrella, envueltos en papel de aluminio, que valían 1 centavo. También las galleticas dulces, que podían ser de chocolate o vainilla, los caramelos de variados sabores y las barras de chocolate. Yo prefería las Miniaturas de Chocolate, pequeñísimos bomboncitos que venían en un paquete de celofán y costaban 10 centavos. También me gustaban mucho las Goticas de Chocolate, diminutas galleticas dulces que se vendían tanto al menudeo como en envases.

Cuando niño, mi escuela me llevó a visitar La Estrella. Allí nos explicaron cómo hacían sus producciones y, antes de irnos, nos obsequiaron golosinas, como parte de su campaña publicitaria”.

Originalmente sólo producían pan, galletas y dulces, ampliándose en 1890 a dulces en conservas y erigiendo una nueva fábrica en 1900 en la calle Infanta.

Refundió bajo la Compañía Manufacturera Nacional S.A. varias fábricas de las marcas La Estrella, Mestre y Martinica, La Constancia (Baguer), El Fénix y La Habanera Industrial S.A.

Hasta 1930 cuando fue comprada por la firma actual y se trasladaron para la planta perteneciente a Cuba Biscuit, a las instalaciones que aún existen en Buenos Aires y Vía Blanca en El Cerro, que ocupan más de dos manzanas de superficie.

Independiente a todos los factores anteriormente expuestos, que hicieron mermara su producción, encontramos en 1940 nuevas fábricas de chocolate, como La Ambrosía Industrial S.A., La Española, Rubine e Hijos, Solo y Cía.o Suárez Ramos y Cía., entre otras.

En 1958 La Estrella y Baguer estaban en Buenos Aires #35 con 480 obreros siendo la industria más importante en su giro y la 16ª por el número de trabajadores entre las no azucareras.

Con un capital ascendente a $2,280,000 y propiedad del ing. Basilio del Real quien tenía variados intereses siendo el principal propietario y presidente del Banco de Fomento Comercial.

Felipe Navia Cuscó era el director general, sus hermanos Juan y Luis Navia Cuscó eran sus directores auxiliares.

La Estrella tenía un sistema de pizarra telefónica para comunicarse con los departamentos, así localizaban a sus trabajadores si existía algún problema.

Después de ser robada el 13 de octubre de 1960, La Empresa de Telecomunicaciones de Cuba S.A. (ETECSA) cerró el contrato telefónico. La pizarra quedó abandonada al no tener la fábrica presupuestos para pagar. Dentro del área de la fábrica, quedó solamente un teléfono público. 

A los trabajadores sólo les quedó esa opción para poder comunicase con el exterior.

Un día el horno de las galletas se incendió. Los trabajadores asustados llamaron a los bomberos. Los bomberos tienen identificador de llamadas para saber de dónde los llaman. No atienden cuando es teléfono público, previendo que fuera una broma. Como el número que los llamaba era público, no creyeron en la alarma.

Entre los operadores apagaron el fuego. Nadie se enteró y el que lo supo, no lo creyó.

Aún queda mucho por decir, pero al menos ya tienen una elemental panorámica sobre la historia de este producto en nuestro país, pues siempre es mejor tener las cosas claras y el chocolate a la española. Además, toma chocolate y paga lo que debes.

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