La Constitución de 1940 (I)

Written by Libre Online

30 de diciembre de 2024

Preconizada en numerosas ocasiones, y también ignorada y abusada en otras, la “Constitución de 1940” de la República de Cuba, representa, sin duda alguna, quizá la más completa Carta Constitutiva de toda Iberoamérica y tal vez una de las mejores del mundo, aún incluyendo la que los 55 honorables proceres de la nación norteamericana redactaron e implantaron en 1787.

Los ilustres “padres de la patria norteamericana” fueron hombres con grandes méritos, y también con grandes máculas.

Los brillantes cubanos que redactaron la nuestra, fueron igualmente personas con virtudes y defectos, con aciertos y errores a lo largo de sus vidas, como todos los seres humanos; pero, en un momento dado, con el amor patrio y el deseo de servir a su pueblo por sobre sus muchas o pocas deficiencias personales.

“La Constitución  de  la  República  de Cuba” firmada finalmente en Guáimaro, Camagüey, el primero de julio de 1940, no solamente deslumbra como un documento histórico, sino como un virtuoso ejemplo a seguir por muchos, muchísimos países del mundo. Es la viva expresión del “amor patrio” aún a la altura de nuestros días.

Aquellos hombres y mujeres, cuyas vidas sencillas, en algunos casos, bien podría contemplarse al espejo de un “Juan Pérez Cualquiera”, supieron envestirse en su momento con el ejemplo de José Martí, la gallardía y el valor de Antonio Maceo y la generosidad desinteresada de Máximo Gómez, para ofrecerle a la nación cubana una sublime herramienta invalorable, un timonel seguro y diestro que podría conducir a la patria querida no por los mares atávicos y viciados del egoísmo y la injusticia, ni por los mares turbios y onerosos de la imposición, la opresión y el crimen, o por las marejadas borrascosas de la inestabilidad, la angustia y el desconcierto, sino por las aguas serenas y azules que la llevarían a la estabilidad, la prosperidad y el bienestar de toda su nación, de todas las familias, de todo el pueblo cubano, de todos aquellos que vieran la primera luz de sus vidas en la hermosa tierra que describió Colón.

Aquellos seres, apreciados por unos y desdeñados por otros (porque nadie es un billetito de cien dólares que gusta a todos por igual), con sus propios problemas, sus sueños y aspiraciones, sus éxitos y fracasos, sus contradicciones y fallos humanos —como todo el mundo—, supieron en aquel minuto crítico elevar su cubanía en un desmedido esfuerzo por dar lo mejor de su intelectualidad, su talento y sus más depuradas intenciones al progreso de su patria, a la felicidad de todo su pueblo, por sobre sus agendas individuales.

Desde Carlos Márquez Sterling, Alberto Boada, Emilio Núñez Portuondo, Francisco Aloma, Pelayo Cuervo, Orestes Ferrara, Ramón Grau San Martín, Rafael Guas Inclán, Alicia Hernández, Francisco Ichazo y Jorge Mañach; hasta Eduardo R. Chibás, Emilio Ochoa, Eusebio Mujal, Santiago Rey Pernas, Carlos Prío Socarrás, Primitivo Rodríguez, Esperanza Sánchez, María Esther Villoch y el resto de los 71 constituyentes, debemos reconocer que le regalaron a Cuba el mayor tesoro de todos.

Después, las luchas políticas intestinas y los intereses y afiliaciones de algunos de ellos, les colocó en muchas ocasiones en lados opuestos de la Historia, pero la obra que dejaron debe exonerar en gran medida los errores políticos que siguieron más tarde, o las diferencias de criterios, partidos o puntos de vista que manifestaron luego en la consecución de sus destinos personales.

Unos pocos, ciertamente, mancillaron para siempre el lustre de su imagen, radicalizando sus ideas y conductas hacia antagónicos caminos perjudiciales para la nación, como Blas Roca Calderío y otros. Pero esos lamentables sucesos ocurren en todos los países del mundo, desdichadamente. No hay regla sin excepción; es condición humana.

No obstante, la egregia “Constitución de 1940”, que nunca tendrá edad por su eterna vigencia, igual que la que Washington, Jefferson, Madison y Frañklin ayudaron a redactar en 1787, es y siempre será la estrella rutilante que irradiará el futuro del pueblo cubano; y, aunque lógicamente habrá “enmiendas” a partir de ella, ¡ella siempre será el faro de la nación!

Felipe Lorenzo

Hialeah, Fl.

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