Por Eladio Secades (1953)
Hay en la vida moderna dos cosas que hubieran hecho palidecer de asombro o morir de risa a nuestros abuelos: la alergia y el hobby. El Hobby es cualquier tontería convertida en culto. La alergia es la rama misteriosa de la medicina. Hace del médico un poco brujo y un poco detective. Porque no es ni una especialidad de síntomas que se observan sino de pistas que se siguen. Con frecuencia el diagnóstico se hace por adivinación. La mancha que nos sale en la piel nos puede desaparecer al cambiarnos el color del jabón. O si le regalamos a la vecina la maceta de flores.
Los alérgicos son seres en perpetuo estado de acecho. Miran cualquier objeto con la sospecha de que cualquier proximidad les está arruinando la vida. Los médicos de nuestra niñez no hubieran tomado la alergia en serio. Aquellos médicos que usaban reloj de cuatro tapas y mandaban sacar la lengua. La alergia sirve para que los profanos desconfiemos de los progresos de la clínica. Tantos años para llegar al doctorado y ahora resulta que el asma puede curarse cambiando de domicilio. Yo tengo un amigo que cuando le da la coriza no llama al médico. Bota la almohada.
Hoy se usa la alergia como se usan los hobbies. Hay damas que dicen “soy alérgica”, como si la enfermedad dejara traslucir un espíritu superior. Todos somos alérgicos a algo. Hay señoras alérgicas a las capas de pieles. De lo que resulta el milagro de la esposa humilde. Por prescripción facultativa.
Hobby es la palabra mágica que de sopetón se ha injertado en nuestro idioma.
En nombre del hobby que se tiene se pueden cometer las mayores tonterías sin perder la personalidad. Desde coleccionar ratones blancos hasta coleccionar esquelas de defunción. Un fiscal de la audiencia puede empinar papalote. El oficinista que trabaja de día puede pasarse la noche en vela hablando por radio con un amigo de Guatemala. Hay dos que viajan por carretera, no para el deleite de cambiar de paisaje sino para llenar los cristales del automóvil de dibujos de las ciudades recorridas. Convierten el vehículo en tapa de maleta. Pero es su hobby. Y la cosa no tiene remedio.
Los criollos modernos creen que el hobby es una señal de refinamiento. Los otros criollos creen que es una de las veinte mil maneras. Claro que con el atenuante de un vocablo extranjero que sirve para que el señor presidente de banco críe un canario flauta y para que la pepilla le quite al compañero de club la insignia que trajo de cualquier Militar Academy. Hay señoritas que coleccionan botones de cualquier entidad que arrancan de cualquier solapa. Se ponen una gran faja de cowboy que acribillan de distintivos. Porque el capítulo de los hobbies que se usan es tan infinito como la ingenuidad humana y como la infantilidad de los adultos.
Ya los periodistas que le hacen la entrevista a la estrella de radio tienen una pregunta para añadir al repertorio:
–¿Cuál es su hobby?
Y resulta que la actriz que agoniza de amor en las novelas del aire –largas como la noche en el polo y cursis como una moña rosada– en la intimidad se dedica a coleccionar espejuelos. De todas las armaduras, de todos los colores, como si aspirara a la inmortalidad propia a través de la miopía ajena.
Al imperio del hobby se debe el espectáculo encantador y ridículo de esas señoras que van tejiendo en la guagua. Es decir, practicando la soledad tumultuaria. Con ese aire solemne que adoptan las señoras cuando tejen. Cuando piden permiso para salir del ascensor. O cuando deciden
ponerse a dieta.
Son admirables los sacrificios de algunas mujeres por lucir flacas. O por lo menos entraditas en carnes. Creo que me han comprendido los que han visto a una gorda poniéndose una trusa elástica. Mete una pierna, la alza y la sacude en el aire. Resopla, pierde el equilibrio y por poco se cae. Mete la otra pierna y lo mismo. Después le echa la culpa al fabricante. Todavía falta quien vaya a subirle el riqui. No hay circo en el mundo que tenga un acto de fuerza igual.
Antes ir tejiendo en una guagua era cursilería o exceso de laboriosidad. Era el alarde de la mujer de su casa que quería seguir siendo mujer de su casa en la calle. Ahora vemos a una vieja tejiendo una chaquetilla en una ruta 15 y como si tal cosa. Es su hobby y se acabó.
Tejer es una actividad que está reñida con la sonrisa. Cuando la mujer teje, pone la misma cara del hombre de negocios que se desayuna con un editorial sobre economía política. La glorificación del hobby prueba que aún después de viejos seguimos siendo un poco niños. Es decir, un poco tontos. Los que creen demasiado en la raza de su perro. Los que poseen las mejores porcelanas. Los que almacenan relojes viejos. Los que compran discos que no tocan, libros que no leen, corbatas que no usan. Los que tienen un hobby orgulloso y recóndito, son personas mayores con un gran fondo de sencillez. Como si dijéramos gente grave por fuera y boy-scouts por dentro.
Hay hobbies que nada tienen de diversión. Si acaso han sido inventados por el hombre para organizar el aburrimiento. Como el solitario, el crucigrama, la filatelia y el ajedrez. Las damas chinas son la versión casera de una carrera de obstáculos. La canasta uruguaya es vicio con disimulo de hobby. El Pin-Pon es el tenis sietemesino. El dominó es la licencia con pretexto de hobby para que algunas señoras hablen en la casa ajena como en la propia. Porque no hay educación que resista la segunda
pollona.
Hay hobbies que son atrozmente ridículos como ir a todas partes con un radio de pilas. Los radios portátiles son estuches afónicos y casi inútiles. Fueron creados para sacar la música de la ciudad y llevarla al campo en el paquete de la merienda. Como la gaita, el radio de pilas es un instrumento de sobaco. Lo que pasa es que existe un hobby consistente en andar con el radio de pilas como se anda con un niño en brazos. También un niño en brazos es una melodía ambulante. Los que recorren la ciudad cargando un radio tienen alma de organero. El hobby quedaría completo con un mono al hombro.
La humanidad siempre tuvo sus extravíos. Claro que muchas de esas cosas que ahora se llaman hobbies, eran pequeñas y grandes manías inconfesables. Siempre hubo coleccionistas de monedas y amigos pacíficos entregados al deleite de acumular armas de fuego.
Había también los que se pasaban la vida curando una pipa. El pipómano habla de su mejor pipa como el filatélico de un sello de las islas Mauricio. La pipa proporciona una aureola de austeridad y de mundología. Es como el hermano mayor del pensamiento. No debe leerse un artículo malo fumando en una pipa de raza.
Antaño había solteronas que dedicaban los ratos de ocios a enseñarle palabrotas al loro. Pero ese loro mal hablado era escondido como se esconde un secreto de familia. Llegaba la visita y no podían salir ni la abuela ni el loro. Verde, rojo, enano e insolente. La abuela que antes se escondía porque no sabía estar sin su cabo de tabaco hoy no tendría problemas. Las muchachitas dirían que es su hobby y encantado todo el mundo.
Había costumbres que ahora merecerían calidad de hobby. Por ejemplo, el abanico de la señorita bonita con las varillas endulzadas de versos de amor. El placer romántico de guardar hojas de un árbol entre las páginas del libro predilecto. La señorita guardaba la hoja que el tiempo convertiría en encaje de Venecia. Yo supe de un abogado que coleccionaba paraguas como si estuviese equipándose para el segundo diluvio.
El paraguas es bastón hasta que empieza a llover. Después de la lluvia nuestros antepasados lo dejaban abierto en la sala como la bailarina que echa las faldas hacia atrás y se agacha en delicada reverencia para saludar al público que la aplaude. El paraguas fue también la razón por la cual el criollo después de pelarse tenía que volver a la barbería porque se le había olvidado el paraguas. Hay hobbies que son primos bastardos de la chifladura. Como coleccionar gatos. Ser rico y gastar más dinero en un caballo de carreras que en una mujer. Comprar un automóvil para el placer picúo de llenarlo de adornos. Hay automóviles que parecen la vidriera de un bazar con ruedas.
Puede hablarse también de los hobbies que serían inocentes si no fueran torturadores. Como el hobby de esa amiga que recita. La recitación es una actitud mixta de poesía y de “shadow-boxing”. Pero ningún hobby debe sorprendernos en esta época en que coinciden y se confunden lo pequeño y lo grandioso.
El mismo siglo que desintegró el átomo hizo millonario al inventor del yoyo.
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