José Martí y las dos Carmen

Written by Alvaro Alvarez

7 de octubre de 2025

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

José Julián Martí y Pérez nació el viernes 28 de enero de 1853 en el # 41 de la calle Paula en La Habana. Su padre Mariano Martí Navarro (1815-1887) natural de Valencia, España y su madre Leonor Pérez Cabrera (1828-1907) nacida en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias.

Fue el único varón y tuvo 7 hermanas: Leonor, Mariana, María del Pilar, María del Carmen, Rita, Antonia y Dolores.

El 21 de octubre de 1869, con 16 años, fue detenido y el 4 de marzo de 1870 con 17 años fue condenado a 6 años de privación de libertad con trabajo forzado, por el delito de infidencia (Le encontraron una carta con escritos contra la colonia). Fue el preso #113, con un grillete en el tobillo derecho para trabajar en la Cantera de San Lázaro, limitada por las calles Príncipe, Hospital, 25 y O. 

Luego fue deportado a España, saliendo el 15 de enero de 1871 rumbo a Cádiz, a bordo del vapor Guipúzcoa.

Estudió en Madrid y en Zaragoza y después de graduarse en Derecho Civil y Canónico salió hacia París, luego embarcó hacia Nueva York donde llegó el 14 de enero de 1875. 

Con vistas a encontrarse con su familia viajó a Ciudad México para poder reunirse el 10 de febrero de 1875.

Lo estaban esperando su padre Mariano, su madre Leonor y 5 de sus hermanas. Su hermana Mariana había fallecido un mes antes. Además, estaba su tío Rafael Pérez, hermano de su madre y algunos primos.

En México entabló relaciones con el abogado y senador azteca Manuel Mercado (1838-1909) que ya era amigo de su familia, le ayudó a trabajar como articulista en la Revista Universal en donde escribió artículos y crónicas acerca del mundo parlamentario, teatro, arte y una serie de boletines con el seudónimo de Orestes. Además de ello, colaboró en la Revista El Socialista y en El Federalista.

Martí según cuenta Blanche Zacharie Hutchings (1865-1950) en su libro, no fumaba, bebía muy poco y casi nunca alcohol y su esposo Luis A. Baralt-Peoli (1849-1933) le aseguró que ni siquiera cuando estaban entre hombres solos, empleó jamás una palabra vulgar o impura.

Conoció a Carmen Zayas Bazán (1853-1928) cuando visitaba su casa cercana al edificio donde trabajaba en la revista Universal para jugar ajedrez con su padre. El noviazgo comenzó a principio de 1876.

Otro que lo ayudó en sus comienzos, fue su amigo cubano Pedro Santacilia casado con la hija de Benito Juárez.

Del 2 de enero al 24 de febrero de 1877, durante 53 días, estuvo de incógnito en La Habana con el nombre de Julián Pérez y allí al visitar a la familia de su gran amigo Fermín Valdés Domínguez, el padre quien era guatemalteco, le dio recomendaciones para varias personas en Guatemala, entre otras el Presidente José Rufino Barrios quien había sido discípulo del señor Valdés Domínguez. Posiblemente fueron estas recomendaciones las que lo influenciaron para irse a Guatemala.

Martí llegó por primera vez a Guatemala el 2 de marzo de 1877, procedente de México, trabajó como profesor en la Escuela Normal Central, colaboró en periódicos locales, escribiendo artículos en los que defendía la educación, la libertad y la unión latinoamericana, además de pronunciar conferencias y escribir ensayos.

Miguel García Granados (1809-1878) que había sido presidente entre 1871 y 1873, le abrió su hogar donde disfrutó de sus fiestas y su pasión por el ajedrez. Allí en marzo, conoció a una de sus hijas, María García Granados (1860-1878) hermosa y atrevida jovencita, quien le confesó su amor.

Se relacionó con esta familia destacada en la sociedad guatemalteca y fue allí donde surgió la amistad y la admiración que luego inspiraron su célebre poema “La niña de Guatemala”. La historia sugiere que Martí se sintió atraído por su inteligencia, sensibilidad y belleza, aunque su relación fue principalmente platónica.

En mayo de 1877, en el Teatro Colón, pronunció su famoso discurso Los Pinos Nuevos, dedicado a la juventud guatemalteca, donde exaltó el papel de las nuevas generaciones en la construcción de la patria.

Martí viajó a Ciudad México para casarse con su novia camagüeyana, la boda se efectuó el 20 de diciembre de 1877 en la propia ciudad. Si al principio hubo pasión, al final sobrevino el fracaso porque no se entendieron.

Después de la ceremonia nupcial viajaron a Acapulco y luego hacia la capital guatemalteca donde estuvieron varios meses hasta el 31 de agosto de 1878 en que vía Honduras se trasladaron a La Habana donde se produjo en la casa de Tulipán el nacimiento de su hijo José Francisco el 22 de noviembre de 1878. 

Hacía 24 días del comienzo de la Guerra Chiquita estando, almorzando en casa de Juan Gualberto Gómez, Martí fue arrestado el 17 de septiembre de 1879 por sus discursos en El Liceo de Guanabacoa y luego deportado por segunda vez a España el 25 de septiembre. El viaje en el barco Alfonso XII duró 15 días hasta desembarcar en Santander.

Después, Carmen se llevó a José Francisco para Puerto Príncipe (aún no era Camagüey), a la casa de sus padres, Francisco Zayas Bazán Varona e Isabel María Hidalgo Cabanillas.

Viviendo allí, se percató que no era bienvenida.

María Amalia, una de sus hermanas menores, que estaba casada con el coronel español Leopoldo Barrios y sus hermanos la veían como una carga familiar que no debía estar en esa casa y que incurría en gastos. Desesperada, le pidió al padre la parte de la herencia de la madre que le correspondía desde hacía tres años “porque no tenía ni para zapatos del niño”. Don Francisco se molestó ante lo que consideraba una impertinencia de la hija y le dijo que sólo podía darle 40 pesos para vivir y sus necesidades. Se vio forzada a vivir en casa de sus tías Isabelita y Carmen, que fueron como madres para ella, aunque la situación era tan mala que “comía escasamente con tal de salvarle la leche a mi hijo”. En otra carta le dijo a Martí: “me han herido, me han injuriado, me han ofendido todos”.

Martí, gracias a Ladislao Setien, un diputado español que había conocido en el barco Alfonso XII pudo salir de la cárcel, pasar a Francia y desde allí viajar a Nueva York donde arribó el 3 de enero de 1880, siendo recibido por su amigo y compañero de presidio en Cuba, Miguel Fernández Ledesma que vivía en 337 West 31 St. pero a los pocos días, se mudó a la casa de huéspedes de Carmen y Manuel Mantilla, en 49 East 29 St.

Martí, Carmen y Pepito se volvieron a reunir en Nueva York el 28 de febrero de 1880 y permanecieron juntos una breve temporada, pero Carmen abandonó a Martí y regresó a La Habana con Pepito en octubre de ese año, habían estado juntos apenas 8 meses.

A raíz de la primera separación del matrimonio, Carmen, quien se había instalado en Puerto Príncipe con el niño, le escribió a Martí el 7 de enero de 1881: “He sabido que escribiste una carta a papá en la que le decías yo había venido porque no quería pasar pobreza a tu lado; mi contestación a eso está dada, todos saben que ya solo la ropa teníamos que empeñar para vivir y que tú no tenías donde trabajar.

Desde hoy espero tus órdenes para hacer cuanto me mandes. Créeme, Pepe, yo no quiero, sino que olvidemos el pasado, es necesario estar unidos por nuestro hijo, no se le da vida a un ser para sacrificarlo, sino para sacrificarse por él.

Llevaba poco más de un año cuando le ofrecieron un trabajo en Venezuela. Dejó Nueva York para trabajar en el país de Bolívar, como profesor de literatura. Llevaba cartas de recomendación de Carmita Miyares.

Martí fue muy bien recibido en Caracas, tanto así que el 21 de enero de 1881 la intelectualidad caraqueña le brindó un caluroso recibimiento en el Club de Comercio.

Escribió diversos artículos para el diario La Opinión Nacional, allí redactó sus célebres Sección Constante y Hojas de Nueva York. Fundó y dirigió la Revista Venezolana, de la que solo se publicaron dos números casi íntegramente escritos por él, porque ofendió a las autoridades al escribir un artículo en elogio de un escritor que era considerado un paria político en Venezuela.

Allí escribió un grandioso ensayo a raíz de la muerte de Cecilio Acosta. 

No menos importante fue su labor de maestro de oratoria y literatura en el colegio capitalino de Santa María al que ingresaban los niños huérfanos y de pocos recursos, aunque también asistían niños de varias familias de la sociedad caraqueña.

Solo estuvo Martí en Venezuela escasos seis meses, pero fueron suficientes para tomarle a esa tierra un cariño inmenso que se ve reflejado en su carta de despedida a su amigo venezolano Teodoro Aldrey.

Carmen se resistió ir a Caracas, donde se encontraba Martí, porque pensaba que lo correcto era que él regresara a Cuba. En una carta fortísima lo acusó de cobarde: “Mucho más que tú tienen méritos esos hombres que lucharon y que hoy se rinden, no a un gobierno que combatieron sino a las necesidades de sus hijos no satisfechas. Sacrificar a todos y cantar purezas lejos del contagio, olvidando cuánto hay de más sagrado en la tierra, y más serio en la vida, ni es valor ni así se cumple con el deber”.

Martí anhelaba reunirse con los suyos, y en cuanto pudo materialmente hacerlo, mandó a buscar a su mujer, y a su hijito. Estaba hambriento de su cariño, aunque apesadumbrado por las cartas de ella, las cuales, desde su salida de La Habana, hacía más de un año, estaban llenas a la vez de cariño y de censura.

Confió en Miguel F. Viondi (1846-1919) su amigo de La Habana, esta triste impresión: “Cien puñales clavados en mi pecho no me causarían el dolor que esa primera carta me ha causado.” Ella le rogaba que abandonara sus ideas revolucionarias, que regresara a Cuba, sometiéndose a la dominación española, ya que no tenía remedio. Insistía en que debía velar por el porvenir de su hogar y de su hijo, dedicándose a empresas pacíficas y a una vida sosegada, sin concebir de él, ese eterno batallar por una quimera, algo imposible. 

La pobre mujer consideraba que la familia era antes que la patria, con, tal vez, un punto de vista normal o corriente. Mas, no se puede medir al genio con la misma vara que al común de los mortales. Martí veía más grande, la patria era una obligación superior, y él había jurado solemnemente dedicar su vida sin descanso a la libertad de Cuba. 

Martí consideraba compatible ambos amores: ella no. Ella odiaba esa cosa espantosa: la política. 

No dudo (según Blanche) Carmen Zayas Bazán fuese una mujer excelente, pero entre ella y su marido había una barrera infranqueable: la incomprensión. Él suspiraba y callaba, pero bien sabía que su felicidad conyugal estaba amenazada. Se trasluce su estado de ánimo en frases como estas: “Dios tenga piedad del corazón heroico que no halla en el hogar acogida para sus nobles empresas.”

Carmen seguía en Puerto Príncipe hasta que Martí con su trabajo de vicecónsul del Uruguay, sus artículos periodísticos y sus traducciones en 1882 pudo alquilar una casita nueva en Brooklyn. 

En diciembre de 1882 Carmen y Pepito regresaron a Nueva York a reunirse una vez más con Martí y allí vivieron con cierta estabilidad. 

Ese mismo año, Martí le dedicó a su hijo el poemario llamado Ismaelillo.

Pero Carmen mujer fuerte, exaltada, altiva y celosa pretendía que Martí fuera no sólo un buen marido, sino que se dedicara a su hogar y al trabajo productivo. Ya antes de casarse en una carta le había confesado a Martí: “Es cierto que desde que te vi te amé, pero también es cierto que desde que te conozco no he tenido un día de calma, pues los celos me matan”.

El miércoles 24 de mayo de 1893 el Presidente Chester Arthur y el gobernador Grover Cleveland inauguraron oficialmente el Puente de Brooklyn ante más que 14,000 invitados. El peaje para cruzarlo tuvo un costo de un penique.

En ese momento era el puente colgante más grande del mundo con sus 1,825 metros de largo y el primero suspendido con cables de acero. 

Martí que tenía que atravesar el East River en el ferry desde Manhattan hasta Brooklyn, siempre fue un gran observador de su construcción y ese día la caraqueña Pilar Bolet-Monagas que tenía 25 años, junto con sus padres, Martí, Carmen y Pepito que tenía 4 años, fueron parte de la concurrencia participante en el acto oficial de inauguración. Para que el niño Pepito pudiera ver los fuegos artificiales, se turnaban para cargarlo a ahorcadillas sobre sus hombros tanto Martí como Pilar.

José Martí publicó en 1883 un artículo denominado El Puente de Brooklyn, en el periódico La América, sobre la inauguración del puente. Este artículo fue más tarde incluido en su libro Escenas Norteamericanas, recopilado por Gonzalo de Quesada y Aróstegui. 

Para entonces, el Puente de Brooklyn y la Estatua de La Libertad no sólo eran ya parte esencial de la imagen de identidad de la gran ciudad, sino de toda la nación.

Con el dinero que obtuvo en la traducción de un libro logró que su padre Mariano estuviera con ellos en Brooklyn desde junio de 1883 hasta julio de 1884. Falleció en La Habana en 1887.

Carmen, permaneció a su lado hasta marzo de 1885, fecha en que volvió a separarse el matrimonio.

Tras una separación que esta vez duró 6 largos años, volvió Carmen a reunirse con Martí en Nueva York el 30 de junio de 1891. Esta vez se alojaron en el Hotel Fénix, en los #211 y 213 de la calle 14 del Oeste, permaneciendo 2 meses a su lado, hasta que de repente, sin explicación ni aviso, fue a casa de Enrique Trujillo, para suplicarle ayuda para regresar a Cuba, éste al principio, presentó resistencia debido a su amistad con Martí, pero fue tanta la insistencia de Carmen, que al fin Trujillo los acompañó a solicitar amparo y protección al Consulado Español.

Se refiere Martí con amargura a este incidente en una carta a su amigo Miguel F. Viondi: “Y pensar que sacrifiqué a la pobrecita María (García Granados) por Carmen, que ha subido las escaleras del consulado español para pedir protección de mí.” 

Este acto motivó el distanciamiento de los dos hombres y la separación definitiva de Martí y su mujer, nunca más se volvieron a ver, aunque se escribían periódicamente y Martí le siguió enviando regularmente una mesada.

Debió de haber sufrido mucho de ver la educación anticubana que iba recibiendo el hijito amado en casa de su suegro. 

Blanche en la página 83 dice que Martí le contó que un día Pepito sacó de su bolsillo un reloj de oro con tapa, en cuyo interior estaba grabado el escudo de España, regalo de don Francisco Zayas Bazán y el chico le refirió a su padre que el abuelo, al dárselo, le había dicho: “Toma, hijito, te regalo este reloj para que cada vez que mires la hora, veas este escudo y te acuerdes de que eres español.”

Se conservan 14 cartas de Carmen dirigidas a Martí, 3 vehementes y apasionadas durante el noviazgo en México y las restantes reprobatorias y angustiadas, en su condición de madre y esposa, del destino revolucionario elegido por Martí, de quien que solo se conserva, dirigida a Carmen, una sola carta y dos breves fragmentos.

Carmita Miyares de Mantilla se había mudado varias veces durante la estadía de Martí en Nueva York. De la calle 29, donde él se hospedó al llegar, se cambió a una casa en Brooklyn y otra vez a Nueva York a dos o tres diferentes lugares.

Blanche cuenta que, en noviembre de 1887, estando ella casada, llegó doña Leonor Pérez a Nueva York y la vio en casa de Carmita varias veces. Era mujer más bien alta y gruesa, con una mirada luminosa en cara enérgica. Le llevó a su hijo, como regalo una sortija hecha con un eslabón de la cadena del grillete que llevó en presidio. Tenía la sortija como un centímetro de ancho con la palabra CUBA tallada en grandes letras. Martí dijo al recibirla: “Ahora que tengo una sortija de hierro tengo que hacer obras férreas.”

Desde ese momento que su madre le puso al dedo el anillo de hierro, Martí nunca se separó de él. Se le ve en el retrato al óleo que le hizo el pintor escandinavo Norman, lo llevaba cuando cayó en combate. ¿Qué será de esa prenda inapreciable? ¿A dónde iría a parar?

Apenas murió Martí en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, Carmen trató de que le entregaran el cadáver de su esposo para enterrarlo en el panteón de la familia. Su gestión con el General Arderius, Gobernador General, fue en vano. Pero debemos reconocer la digna actitud que asumió esta mujer, ejemplar para unos y egoísta para otros, ante el destino adverso que marcó su vida.

En septiembre de 1895 Carmen con su hijo llegaron a Nueva York para recoger las pertenencias del esposo, pero cumpliendo instrucciones de Martí, Gonzalo de Quesada le había dado a Carmita Miyares los cuadros y sus papeles.

Contra la oposición de su madre, José Francisco a los 18 años, se unió al Ejército Libertador el 21 de marzo de 1897. En la manigua obtuvo el grado de Capitán. Después de la Guerra de Independencia se hizo ingeniero y llegó a ser Secretario de Guerra y Marina, General y Jefe del Ejército Nacional de Cuba. Murió en La Habana el 22 de octubre de 1945 sin dejar descendencia. Hay quienes creen que, a pesar de sus diferencias, Carmen Zayas-Bazán fue la mujer que Martí más amó, aunque ella por su egoísmo y falta de comprensión no supo o no quiso corresponderle como Martí anhelaba. 

Carmen nunca se volvió a casar, pese a haber vivido junto al Apóstol muy pocos años. Llevó su viudez ejemplarmente hasta que falleció en La Habana el 15 de enero de 1928. 

Sus restos fueron trasladados de La Habana a Camagüey el 30 de junio de 1951 y depositados en el panteón de la familia Zayas-Bazán. 

Ese mismo día, los restos de José Martí se depositaban en un gran Mausoleo en el Cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. 

Triste epitafio de dos almas que nunca se entendieron.

Ahora nos toca escribir sobre la otra Carmen.

María del Carmen Miyares y Peoli mejor conocida como Carmita nació el 7 de octubre de 1848, en Santiago de Cuba. Su padre Carlos Miyares Egui había nacido en San Juan, Puerto Rico y su madre Socorro Peoli Mancebo en La Habana, descendiente de una prominente familia de la Isla de Córcega. 

Siendo niña, la familia se trasladó a Caracas y regresó a Santiago de Cuba en 1860.

Con 16 años quedó huérfana de padre y madre, ella y sus hermanos quedaron al abrigo de familiares cercanos.

Contrajo matrimonio en mayo de 1869, a los 21 años con el santiaguero Manuel de la Caridad Mantilla y Zorzano, de ascendencia colombiana.

Su primer hijo, Manuel Marino nació en Santiago de Cuba en 1870.

Posteriormente la propia situación económica determinó la emigración del matrimonio a los EE.UU, estableciéndose en Nueva York, donde el esposo atendía un pequeño negocio de tabaco. La pareja tuvo otros dos hijos: Carmen y Ernesto. 

Manuel Mantilla murió el 12 de febrero de 1885 a causa de una afección cardíaca. Carmen continuó buscando el sustento familiar en su casa de huéspedes neoyorquina. Se fue enrolando en las actividades patrióticas, y durante la Guerra de Independencia organizó, junto a otras cubanas, el club patriótico “Hijas de Cuba”.

Su amiga Blanche Zacharie-Hutchings de Baralt era la esposa de Luis Alejandro Baralt Peoli íntimo amigo de Martí y primo hermano de Carmita, porque sus madres (Nieves y Socorro) eran hermanas.

Sobre Carmita escribió esto: “Carmita, aunque bien educada, no había estudiado mucho, tenía la instrucción elemental de la mayoría de las mujeres de su época, pero poseía una muy clara inteligencia, una finísima intuición que manaba del corazón, de donde vienen los grandes pensamientos, ella era animosa, desafió la adversidad y mantuvo el barco a flote. Su carácter era un champagne, nunca se quejaba de su suerte adversa, sino que encontraba cada día motivo para darle gracias a Dios, con verdadera alegría.”

En medio de sus tareas de madre de familia y ama de casa, le alcanzaba el tiempo para auxiliar a los pobres, alojar a algún cubano impecune porque su gran corazón era refugio y consuelo de tristes. En 51 East, 29 Street, aceptaban a algunos huéspedes que eran atendidos por una sirvienta alemana y un cocinero cubano.

Todos los relatos históricos concuerdan que Martí vivía como huésped de los Mantilla en febrero de 1880. Sin embargo, 4 meses después, cuando Carmen Miyares estaba embarazada, Martí ya no residía con los Mantilla. El censo federal del 8 de junio de 1880 demuestra que Martí se alojaba en la casa de huéspedes de Henry C. Beers en el #345 de la 4 Avenida de Manhattan, lejos de la familia Mantilla.

María Mantilla nació el 28 de noviembre de 1880 y Martí fue su padrino, según su certificado de nacimiento, su dirección era en el #243 Grand Avenue en Brooklyn.

Cuando Martí estaba viviendo en la casa de huéspedes de los Mantilla todos se sentían complacidos, se respiraba un ambiente cubano y no se hablaba de otra cosa que de la libertad de Cuba. Estos elementos hicieron que Martí se sintiese a gusto en esa casa.

Blanche cuenta sobre los cuidados de Carmita para con Martí y dice: “La salud de Martí, nunca muy robusta, desde que las penalidades sufridas en el presidio le infligieron un mal que iba a mortificarlo mientras viviera, se resintió con tantas angustias. Carmita, en cuya casa vivía, lo cuidó, le dio ánimos. No tardó en encontrar en ella un apoyo, una consejera que le prodigaba una amistad que no iba a terminar y fue en la vida de Martí un gran auxilio, una fuerza hasta en su obra redentora”. 

Cuando Martí viajó a Venezuela en 1881, Carmita le facilitó cartas de presentación para algunos familiares de ella que ocupaban cargos importantes en el país.

En la medida del tiempo Carmita se fue enrolando en las actividades conspirativas de Martí, no dudó en ser la guardiana de sus papeles. Su hogar fue en reiterados momentos el salón de tertulias poéticas y literarias. 

Los 4 hijos de Carmita tenían adoración por Martí y lo querían como a un padre. Ernesto, fungió como mensajero y ayudó en la imprenta de Patria. María deleitaba con el piano a los trabajadores que recibían clases de Martí en La Liga, a quien acompañaba cada noche de jueves.

Cuando se estaba gestando y preparando el plan La Fernandina, Carmen conocía los detalles, incluso su hijo mayor, Manuel estaba designado para ir a bordo del Amadís, uno de los buques. 

Martí aturdido por la desgracia aumentada por el dolor de haber sido traicionado por un compatriota en quien creía, no tardó en reponerse, con indómito valor. Perseguido por las autoridades por conspirador, Gonzalo de Quesada logró llevárselo de Jacksonville para la casa de sus suegros en Nueva York, allí pasó Martí sus últimos días de enero de 1895, protegido y cuidado hasta que la mañana del 31 llegó a despedirse a casa de Ramón L. Miranda y su esposa Luciana Govin. Luego fue al lado en el #135 oeste de la calle 64 y Blanche en su libro cuenta: “Eran las 8:30 de la mañana y estaba desayunando en el comedor cuando sonó el timbre y al abrir la puerta oyó la voz de Martí decir ¿Está el caballero? Y enseguida estaba frente a ella. Que pena que Luis no está, vine presuroso porque no podía marcharme sin darle un abrazo. Habló unos minutos con ella y se marchó como una flecha. Días después se fijaron que un abrigo marrón que estaba colgado al lado de la puerta y al revisar los bolsillos, se asombraron al ver las cartas y papeles suyos. Se había marchado aquella helada mañana sin él.”

Esa misma tarde, Martí se embarcó para Santo Domingo para reunirse con Máximo Gómez, luego desembarcar en Playitas el 11 de abril y morir el 19 de mayo de 1895.

En el viaje secreto que hizo Martí a Santo Domingo en enero de 1895 iba también Manuel, el hijo mayor de Carmita, pero el 18 de marzo Manuel Mantilla y Enrique Collazo se embarcaron para Nueva York con instrucciones precisas de Martí y Máximo Gómez, Manuel había tenido una hemoptisis. Falleció en 1913 en La Habana.

Carmita se fue involucrando en las actividades conspirativas de Martí, era la guardiana y confidente de cuanto papel le dejara para su cuidado.

Una vez que Martí desembarcó en Cuba, Carmita quedó aguardando noticias de él, pero sin cesar en la búsqueda de dinero para adquirir armas y ropa con el objetivo de enviarlas a Cuba.

Al marcharse Martí a Cuba y estando su hijo menor, Ernesto, interno en Central Valley, en el colegio de Estrada Palma, Carmita quitó su piso y fue a pasar, con sus dos hijas Carmita y María una temporada con Blanche y Luis Baralt, hasta ver cómo orientaba su vida. 

Estando madre e hijas allí, se recibió la noticia de la muerte de Martí, acaecida en Dos Ríos, en acción de guerra. La supieron por The New York Herald, diario de la mañana, el 22 de mayo, y algunos días después, llegaron sus últimas cartas escritas en la manigua. 

Blanche cuenta la impresión que les hicieron aquellas cartas palpitantes de vida y de emoción, cuando sabían que la mano que las había escrito estaba yerta y el ardiente corazón había dejado de latir.

Cuando Carmita se enteró de la muerte del Apóstol un drama terrible azotó a la familia que atormentada pasó días horribles. De manera clara le dice a Irene Pintó: “este es el más grande de los pesares que ha podido caer sobre mi alma, no sé si podré tener valor para soportar tanto dolor, por el cariño tan grande y desinteresado que nos teníamos”.

A Clarita Pujols, otra de sus amigas, le dice: “¡qué hombre tan grande y qué falta le va a hacer a Cuba y a los cubanos; con dificultad habrá quien pueda llenar este puesto y para nosotros, para nosotros no tiene tamaño esta desgracia.”

Martí, en su Diario de Campaña recogía el 25 de abril de 1895“Dije en carta a Carmita: En el camino mismo del combate nos esperaban los cubanos triunfadores.”

Existe una carta que Carmen le envió desde Central Valley a su amiga Irene Pintó de Carrillo, donde le dice: “Recibí la semana pasada carta de Martí escrita en los campos de Cuba a la sombra de las palmas, tan queridas por él, me escribe corto pues tú comprenderás que poco puede decir desde allí.”

En los pocos días que duró la presencia de Martí en campos cubanos éste no dejó de pensar en los Mantilla Miyares. Se conocen cinco cartas de Martí dirigidas a Carmen Miyares y sus hijos.

Solo basta leerse las hermosas páginas de su diario para tener una idea exacta de cuanto quería el Héroe Nacional a la familia que lo acogió como uno más.

La familia Mantilla Miyares se quedó en Nueva York después de la muerte de Martí, en el Censo de 1900, aparecen enumerados Carmen, 2 de sus hijas y 3 sobrinos estudiantes universitarios, residiendo en un apartamento rentado en el 322 W. 32 Street. Su vecino era el pianista cubano Emilio Agramonte, exiliado con su familia desde 1875.

Carmita cooperó con la formación del club patriótico cubano Hijas de Cuba, que reunía a prominentes figuras femeninas de acendrado amor por la Patria. Laboró sin cesar, sin desmayos ni vacilaciones por levantar fondos con los cuales engrosar el Tesoro de la Revolución y confeccionar uniformes, banderas y escarapelas que se enviaban a los campos de Cuba Libre.

Fue una celosa guardiana de la rica papelería martiana y contribuyó sobremanera en que se conociera públicamente.  

Cuando Leonor Pérez, madre del Apóstol, se encontraba olvidada, ciega y abandonada en La Habana, Carmen Miyares recabó del entonces presidente de Cuba, Tomás Estrada Palma, la ayuda necesaria para quien había tenido el placer de traer al mundo al “hombre más puro de nuestra raza”. 

En 1915, Carmen Mantilla viajó a La Habana y se hospedó con la familia Baralt. Allí entregó la biblioteca personal de José Martí al doctor Julio Villoldo.

Cinco años después, Carmen y su hijo Ernest aparecen en el censo de Nueva York de 1920.

Residían en el 135 W. 74 Street, un edificio hipotecado a ella de ocho apartamentos. Carmen tenía un negocio de bienes raíces y rentaba apartamentos por cuenta propia. 

Ernest, de 41 años, estaba desempleado. Carmen es descrita como una viuda de 70 años, residente en EE.UU desde 1870 sin ser ciudadana norteamericana.

Cuando Carmen Miyares Peoli falleció el 17 de abril de 1925 dejó de existir uno de los apoyos en los que José Martí halló siempre abrigo y sostén, una luchadora anónima, una verdadera Patriota del Silencio.

Fue inhumada en el cementerio Woodlawn en el Bronx, donde posteriormente la acompañaron dos hijos.

Con frecuencia se ha atribuido a Martí la paternidad de María Mantilla Miyares, nacida en 1880, asunto sobre lo cual no hay pruebas concluyentes, aunque en la correspondencia martiana a esa familia se aprecia claramente la estrecha intimidad entre él y Carmen Miyares y su relación filial con sus hijos, particularmente, con María. 

Diez años después, su hija María Mantilla ofreció la evidencia más contundente que existe respecto a su paternidad en una carta de nueve páginas que le envió a su hijo, el actor César Romero, el 9 de febrero de 1935.

La misiva relata la vida de José Martí y afirma: “Yo quiero que sepas, querido, que él era mi padre, y yo quiero que tú te sientas orgullo de eso. Algún día, hablaremos mucho sobre esto, pero claro, esto es solamente para tu conocimiento, y no para publicidad. Esto es mi secreto, y Papá lo sabe. Bueno, creo que esto es bastante sobre la historia de la familia.” 

María Mantilla falleció en Hollywood en 1962 y sus cenizas están en el Cementerio de Inglewood de Los Ángeles.

Quizá algún día se pueda hacer la prueba de ADN, como se hizo con los restos de Thomas Jefferson y sus descendientes afroamericanos, para definitivamente comprobar el parentesco entre José Martí y María Mantilla.

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