Por Miguel A. Rivas Agüero (1951)
Hay hombres que, no obstante, toda su grandeza, el silencio los envuelve en un manto inmisericorde; tal ocurre con Joaquín de Agüero.
De este silencio que ahoga la ejecutoria de Joaquín de Agüero son responsables en buena parte los autores de libros de Historia que figuran como obras de texto en los planteles de enseñanza de nuestra patria. Porque si preguntamos a cualquier alumno de octavo grado quién fue y qué hizo Joaquín de Agüero, la respuesta basada en esos libros de texto será: encabezó en el año 1851 un movimiento armado que fracasó.
El fracaso de ese movimiento, vela, oscurece su obra y se convierte en negra ingratitud hacia un hombre cuya memoria en otras latitudes sería reverenciada y su recuerdo perduraría bien adentro en el corazón de generación en generación. Libre siempre alerta a la conmemoración de los hechos patrios se honra con este artículo a 174 años de los sucesos, que tuvieron trágico epílogo el 12 de agosto de 1851, en la sabana del Arroyo de Beatriz Méndez.
Apuntes Biográficos
Joaquín de Agüero y Agüero nació en la entonces villa de Santa María del Puerto Príncipe, antes y después Camagüey. El día 15 de noviembre de 1818. Siendo hijo unigénito de don Miguel Antonio de Agüero y de la Torre y de doña Luisa de Agüero y Duque Estrada, recibiendo los nombres de Joaquín Jacinto al ser bautizado el día 20 del propio mes en la parroquia el mayor apadrinado por el, Presbítero don Luis Francisco de Agüero y Duque de Estrada y doña Trinidad de Cisneros.
De Joaquín de Agüero, nos dice su pariente y compañero de luchas Francisco Agüero Estrada “El Solitario”, lo siguiente: “De talento precoz y despejado que manifestó desde sus primeros pasos en la carrera de la vida, don Joaquín tuvo la buena suerte de recibir la más esmerada educación de sus respetables padres que se desvelaron a porfía por cultivar la tierna planta que la providencia había puesto bajo su amparo y protección.
Su virtuosa madre, sobre todo de una capacidad e instrucción poco comunes en las personas de su sexo (en aquella época), y distinguida además con las dotes inapreciables que constituyen una piedad infinita, pura acrisolada, empleó todos los esfuerzos de que era capaz para ilustrar su entendimiento y formar su corazón en la práctica de las virtudes morales y religiosas que habían sido siempre el norte, el consuelo y la esperanza de su vida, sin limitarse, pues, a inculcarle estériles principios que muy poco o nada significan cuando no están acompañados de una práctica eficaz. Ella a la par que sabía moderar y dirigir sus nacientes pasiones le ejercitaba de continuo en actos de humanidad, beneficencia, noble y generoso desprendimiento que hicieron luego habituales el tiempo y la reflexión; y de aquí el carácter filantrópico y de abnegación sublime que le hicieron después un héroe a los ojos de la humanidad y un mártir glorioso de la patria.”
Y José Ramón Betancourt nos completa su semblanza diciéndonos: “Era un joven que hubiera podido servir para mostrar la viril apostura de un hijo del trópico. De la espaciosa y morena frente coronada de negra y ensortijada cabellera, destacaba una aguileña nariz espeso, bigote y ancha pera permitía ver sus labios agraciados, nunca conmovidos ni por la risa ni por la cólera. La expresión de aquel semblante se concentraba en los ojos grandes, velados por largas pestañas negras como azabache y a través de los cuales irradiaban las pupilas, su penetrante luz, revelando el conjunto de su rostro, la nobleza de su alma, la elevación de sus ideas y un fondo de amargura y desencanto que, a la vez que inspiraba simpatía, infundía respeto a todo el que lo trataba.”
De edad de 21 años, Joaquín de Agüero se trasladó a La Habana para cursar la carrera de Derecho, al cual efecto hubo de tramitar previamente y ante el Escribano público de Camagüey, Don Miguel de Arce, el expediente de limpieza de sangre que entonces era indispensable para poder ingresar en la Universidad. Pero solo cursó dos años la carrera, obteniendo el grado de bachiller en leyes, pues a causa de encontrarse su padre, muy achacoso, hubo de llamarlo para que se hiciera cargo de la dirección de sus negocios.
Nuevamente en Camagüey, Joaquín Jacinto contrajo matrimonio con su prima hermana doña Ana Josefa de Agüero y Perdomo, el día 7 de enero de 1839, en la Parroquial Mayor, de las feliz Unión de Joaquín Jacinto y Ana Josefa nacieron dos hijos: un varón, el día 15 de diciembre de 1839, al que dieron el nombre del abuelo paterno, Miguel Antonio y una hembra, el 17 de agosto de 1842, la que recibió los nombres de la madre y abuela materna Ana Josefa. De los hijos de Joaquín Agüero, que con su madre emigraron a los Estados Unidos en 1851 no hemos podido encontrar huella alguna, no obstante, las gestiones al efecto realizadas, solo conocemos que el varón murió varios años antes que ocurriera el fallecimiento de la madre, el 25 de diciembre de 1868. De la hembra no nos ha sido posible conseguir dato alguno.
El primer reto a España
La lucha titánica que Joaquín de Agüero librará contra el poderío español no tuvo comienzo el día 4 de julio de 1851 al dar el grito de ¡Independencia o Muerte! en “San Francisco del Jucaral” al frente de los 40 y tantos cubanos que se reunieron para hacer armas contra el Gobierno despótico de España. Su esfuerzo heroico por la libertad de Cuba dio principio una década antes, el día 8 de diciembre de 1841, fecha en que él iniciará sus gestiones para establecer una escuela pública gratuita en el poblado de Guáimaro pues fundar una escuela en aquellos días era combatir al Gobierno español con el arma que más daño podía hacerle: la educación del pueblo, para forjar conciencias en que sembrar cimientos de libertad.
Según el censo de 1846, la jurisdicción de Camagüey, tenía 40,276 habitantes, para los cuales había únicamente dos colegios para varones y 27 escuelas de primeras letras para niños y niñas, de las que tres solamente eran públicas, presentadas por el ayuntamiento y las demás particulares y radicadas casi todas en la capital de la jurisdicción que entonces tenía 19,168 habitantes, es decir, que una población rural de 21,108 habitantes no tenía una sola escuela en que sus vecinos pudieran aprender siquiera las primeras letras; contra esa deplorable situación actuó Joaquín de Agüero al fundar una escuela en Guáimaro, y así se señaló, por vez primera, a la desconfianza de las autoridades coloniales, pues fue la creación de ese centro de enseñanza el primer reto que lanzó al poderío español.
Esta escuela, según los que sobre ella han escrito y expresa la lápida colocada en el lugar en que estaba emplazada, fue inaugurada el día 8 de enero de 1842, pero datos obtenidos del periódico de la época, “Gaceta de Puerto Príncipe” permiten asegurar que en esa fecha no había sido fundada, sino que lo fue con posterioridad, el 5 de julio del propio año, pues para ese día citó el Presidente de la sección de Educación de la Diputación Patriótica a los aspirantes a la Plaza de Maestro para designar por oposición al que habría de desempeñarla.
El segundo reto a España
El segundo reto que Joaquín de Agüero lanzó a España constituye la página más bella y honrosa de su vida. Aun considerando que fue el primer cubano que al frente de compatriotas, combatió con las armas al gobierno colonial, porque fue aquel gesto la feliz culminación de la lucha que sostenía en su conciencia, sus sentimientos humanitarios y su amplio espiritual liberal con la dura realidad del medio ambiente de su época en la que había hombres que eran considerados como cosas, como bestias y no como seres humanos y como cosas o como bestias, se les trataba desde los días iniciales de la colonización. No era, pues, el reto contra una situación reciente, sino contra una institución que ya tenía más de tres siglos de establecida y de la cual disfrutaban los habitantes blancos de la isla. Y aunque parezca increíble, muchos negros también.
Contra aquella lacra social que se llamó la esclavitud fue que Joaquín de Agüero lanzó su segundo reto a España al adoptar la heroica resolución de dar libertad a todos los esclavos que heredó de sus padres, pues a su conciencia repugnaba ser amo de seres humanos.
Hoy quizás se mire como mero documento curioso el acto de libertad otorgada por Joaquín de Agüero a favor de sus ocho esclavos ante el Escribano público, don José Rafael Castellanos. El 22 de enero de 1843, pero cuando tal documento fue otorgado, no era valor, sino heroísmo, lo que se necesitaba para llevar a cabo semejante acción, así como para tratar como él lo trató de que por el periódico “Gaceta de Puerto Príncipe” se diera publicidad a un anuncio que redactó dando a conocer el hecho con la idea, según hubo de expresar de que otros imitaran su ejemplo, concediendo también la libertad a sus esclavos; anuncio que no permitió publicar el implacable censor de prensa, a cuya aprobación tenían que ser sometidos hasta los anuncios que se deseara publicar.
Cuenta “El Solitario” que varias veces había llegado a él Joaquín de Agüero, fuertemente conmovido por los actos de bárbara crueldad que veía ejercitar con la infeliz raza africana diciéndole. ¿Cuál es el derecho que tiene un hombre para apoderarse de otro por la fuerza y venderlo como si fuera una propiedad suya? ¿Y qué principio de justicia puede autorizar a alguien para comprar no digo a un hombre, su hermano, ante Dios y la naturaleza, sino una cosa cualquiera adquirida por tan inicuos medios? ¡Ninguno!, ¡Ciertamente ninguno!”. Y agregaba: “Y no se diga que nosotros no tenemos la culpa de los crímenes de nuestros antepasados, porque si en las cosas comunes estamos obligados por un principio de rigurosa justicia, a la restitución de la cosa mal adquirida, con mayoría de razón lo estamos cuando se trata del derecho sagrado e inalienable de la libertad personal, que es la base y el complemento de todos los derechos del hombre. De consiguiente, estamos obligados a reparar la injusticia de nuestros antepasados. Devolviendo la prerrogativa y el derecho de hombres a nuestros hermanos, los hombres de color, a quienes solo el abuso más brutal de la fuerza y el olvido de todo buen principio de moral, de justicia y humanidad ha podido traer a semejante estado de degradación y vilipendio.”
Hecha pública la acción de Joaquín de Agüero a favor de sus ocho esclavos, causó el hecho gran conmoción tanto entre las autoridades como entre los particulares, motivando que fuera llamado por el jefe militar y político de la plaza coronel graduado don Francisco de Paula Alburquerque, el cual hubo de interrogarlo acerca de los motivos que había tenido para libertar sus esclavos.
¡Cumpliendo su deber de humanidad y conciencia! Fue la respuesta viril que brotó más que de los labios del corazón de Joaquín de Agüero, respuesta que naturalmente no podía satisfacer al representante del mayor beneficiado con las dádivas de los negreros, como eran llamados los traficantes de esclavos.
¡Cumpliendo un deber de humanidad y conciencia! Fue la frase que cual latigazo restallando en la espalda desnuda de los infelices esclavos en los terribles boca-abajo recibió en pleno rostro la máxima representación local de aquel régimen de ignominia.
Violenta hubo de ser la reacción de Alburquerque, como grande, sublime la postura de Joaquín de Agüero; porque no eran dos hombres que luchaban en un cuerpo a cuerpo, ni dos ideas que se discutían, sino dos principios que chocaban, eran: la Libertad y la esclavitud que cruzaban legalmente sus primeras armas en Cuba y para honor de Camagüey venció la libertad, porque los esclavos libertados siguieron libres y uno de ellos, el mulato Gregorio, cuando llegó el momento de poner en alto la dignidad cubana, se convirtió en uno de los héroes que afrontó al poderío español y el 4 de julio de 1851 firmó corazón con corazón al lado de su antiguo amo, el Acta de Independencia patria en “San Francisco del Jucaral”.
Conocer todo lo noble y elevado que fue la acción de Joaquín de Agüero, dando la libertad a sus esclavos, consideró él que su obra no estaba completa, si no proporcionaba a esos libertos los medios de que pudieran enfrentarse con la vida y a tal efecto les concedió en una de sus fincas lotes de terreno, algún ganado y aperos de labranza para que cultivaran por su cuenta la tierra, todo lo cual les fue entregado en el acto más impresionante, solemne y digno que haya tenido lugar en los campos de Cuba al notificar al Gran Camagüeyano a sus ocho esclavos en su finca la liberación que les había concedido y las facilidades que les proporcionaba para el desenvolvimiento de sus vidas.
Para aquel acto de trascendencia más que local o nacional, de proyección mundial por los principios humanos que encarnaba Joaquín de Agüero, invitó a su posesión a quien fuera su mentor y amigo Gaspar Betancourt Cisneros, “El Lugareño”, quien gozaría a plenitud aquella escena de genialidad inconmensurable y llevó también al cura de la parroquia mayor de Puerto Príncipe, doctor Álvaro Montes de Oca para que celebrara una misa, como después habría de llevar frecuentemente al Cura de Guáimaro, Presbítero Juan Díaz López, para adoctrinar a aquellos hombres a fin de que recibieran también algún cultivo.
Para poder apreciar en toda su grandeza la resolución adoptada por Joaquín de Agüero libertando a sus esclavos, es preciso considerar que años antes de que Francia, la cuna de la libertad, emancipara a sus esclavos en las colonias antillanas y casi un cuarto de siglo con prioridad a que en los Estados Unidos de América iniciara su santa cruzada por la liberación del esclavo americano, el Gran Camagüeyano luchaba en Cuba y lo hacía con el ejemplo por la libertad de los negros, como años después había de encabezar la lucha por la independencia patria.
Además, hay que considerar que el reto lanzado por Joaquín de Agüero al libertar sus esclavos, era tanto contra España como contra un sistema arraigado en la isla por más de tres siglos y estimado factor indispensable en la economía cubana, por lo que era reputado de intangible, y de allí que, tanto como los gobernantes coloniales, se sintieron alarmados los particulares peninsulares y criollos que por siglos habían dependido del músculo del negro para la creación de sus riquezas y que estimaban que al igual que un animal cualquiera, podían comprar a un ser humano por el solo hecho de tener la piel de color negro.
El gobierno español trató de encauzar a Joaquín de Agüero, pero ante tanta grandeza de alma demostrada por el valiente camagüeyano, optó por archivar el expediente que no tramitó, pero los amos de los hombres, sobresaltados ante la actitud de Joaquín de Agüero, lo lapidaron con el estigma de loco. Loco porque no concebían que alguien en su sano juicio se librara espontáneamente de la propiedad que tenía sobre ocho seres humanos, sin más motivo para ello que escrúpulos de conciencia, sin más razón que una elevada jerarquía moral de la que quedaban muy por debajo sus detractores. Loco sí, pero con la divina locura del hijo de Dios que llamó hermanos a todos los hombres; esa fue la sublime locura de Joaquín de Agüero.
Señalamos antes que, aunque parezca increíble, muchos negros también disfrutaban de la esclavitud de sus hermanos de raza y como prueba del hecho, tomamos un caso del archivo del Gobierno provincial de Camagüey: “El moreno libre José P. Álvarez dio cuenta en 2 de enero de 1872 al Excelentísimo señor Gobernador político del departamento que su esclavo, el negro de 87 años, Adolfo Agramonte, se había fugado del Depósito”; y se nos ocurre pensar: ¿iría este infeliz negro viejo esclavo a buscar al campo de la revolución la libertad que le negaba su hermano de raza?
La esclavitud del hombre negro por el hombre blanco era un crimen de lesa humanidad, pero la esclavitud del hombre negro por el propio negro era además de inhumana la aquiescencia de éste a su esclavitud. Y por ello, al igual que los blancos, consideraron loco a Joaquín de Agüero por liberar sus esclavos, quizás los negros amos de esclavos pensaron que al proceder como lo había hecho, estaba atentando contra una institución en la que ellos tomaban parte, no solo en sentido pasivo, ya que el negro libre tan pronto podía compraba otro negro que fuera su esclavo. ¡Paradojas de la vida! ¡Esclavo, antes esclavizante después!
La sociedad libertadora de Puerto Príncipe
Doce hijos de Camagüey a fines del año 1849 se reunieron en el domicilio de Francisco Agüero Estrada, “El Solitario” para darle forma y acción a los anhelos de libertad que abrigaba.
De aquella reunión nació la sociedad libertadora de Puerto Príncipe, gestora del Movimiento Revolucionario acaudillado por Joaquín de Agüero.
La Sociedad Libertadora trabajó con verdadero ahínco y en breve tiempo organizó un club revolucionario, célula que diríamos hoy en cada uno de los barrios de la ciudad. Estos clubes fueron presididos por Carlos Loret de Mola y Batista, el del barrio de la Mayor; Esteban Estrada Varona, el de San Juan de Dios; Licenciado Bernabé Sánchez Castillo, el de San Francisco; Licenciado Manuel de Jesús Arango, el de La Soledad; Pablo Antonio Bolívar, el de San José; José Manuel Almansa, el de Santa Ana; Licenciado Diego Betancourt Varona “El patriota”, el del Cristo y Manuel Emiliano y Agüero, el de La Caridad.
Como medio de intensificar la propaganda revolucionaria, la sociedad libertadora adquirió dos imprentas portátiles en las que eran publicadas las famosas hojas volantes, como eran llamadas las proclamas que de esas prensas salían, una de las cuales estaba a cargo del propio Joaquín de Agüero en Nuevitas, donde él residía en esa época, y la otra en Camagüey, atendida por la Libertadora; ninguna de esas imprentas, no obstante, la saña con que fueron perseguidas, pudo ser localizada por los esbirros del Gobierno español como tampoco pudieron descubrir ni siquiera a los repartidores de las hojas volantes. A pesar de que éstas llegaron a ser colocadas en el mismo despacho del jefe militar y político de Camagüey.
La Sociedad Libertadora no limitaba su actuación a la jurisdicción de Camagüey, sino que la extendió a la isla tanto hacia oriente como hacia Occidente pues en Las Tunas fue descubierto por las autoridades que Esteban Aguirre recibía y distribuía entre los patriotas de aquella zona, de la que también era líder Facundo de Agüero, las hojas volantes impresas en Camagüey. En Bayamo se estaba en contacto con Francisco Vicente Aguilera y en Santiago de Cuba se contaba con muchos simpatizadores del movimiento iniciado en Camagüey.
Para las provincias de Matanzas, La Habana y Pinar del Río fue enviado en comisión de propaganda revolucionaria uno de los más destacados miembros de la libertad: el doctor Manuel Ramón Silva Barbieri quien fue reiteradamente denunciado al capitán General de la isla por un anónimo español, aunque aquel afortunadamente no le prestó atención. La labor de Silva Barbieri fue tan intensa que para el 12 de marzo de 1851 estaba preparado un golpe armado en Vuelta Abajo, golpe que fracasó a causa de que el capitán general receloso, fundadamente, de la fidelidad de algunos oficiales del Ejército, procedió a trasladarlos.
El levantamiento armado
El día 30 de abril de 1851, Joaquín de Agüero salió de su Casa de Nuevitas en labor personal de propaganda y coordinación para organizar los patriotas que habían de secundar la expedición armada que se esperaba arribara a playas cubanas en la primera quincena de mayo. Según había dado a conocer desde Nueva York Gaspar Betancourt Cisneros alma del movimiento revolucionario de Camagüey y quien encarnaba de muchos años antes la rebeldía contra el régimen español.
En esas gestiones se encontraba Joaquín de Agüero, cuando fue sorprendido con la noticia de que en Camagüey y Nuevitas habían sido detenidos prominentes miembros de la Sociedad Libertadora el día 3 de mayo, lo que le obligó a proceder con toda cautela en sus movimientos y a no presentarse en las poblaciones sino tratar de tomar las precauciones necesarias para pasar desapercibido por las autoridades que le buscaban; no obstante, en su recorrido visitó los poblados de San Miguel de Nuevitas, Cascorro, Sibanicú, Guáimaro, Las Tunas de Bayamo y numerosas fincas ubicadas, en esos lugares.
Joaquín de Agüero, de la situación existente en Camagüey y de que se le buscaba para expatriarlo como lo habían sido los detenidos el día 3, resolvió permanecer a la expectativa de los acontecimientos en un lugar propicio a las comunicaciones con el mayor núcleo de conjurados y que a la vez brindará relativa seguridad. Escogiendo por ello una loma conocida como el nombre de El Palenque o El Farallón situada en las inmediaciones de Cascorro, lugar de gran actividad revolucionaria, loma en la que se estableció su cuartel el 17 de mayo, después de haber empleado 17 días en su recorrido desde Nuevitas hasta la jurisdicción de las Tunas.
En el campamento de El Farallón, Joaquín de Agüero recibía regularmente correspondencia de Camagüey y demás lugares donde los patriotas se preparaban para levantarse en armas una vez llegara la expedición ansiosamente esperada. En ese lugar permaneció hasta el 26 de junio fecha en que, conociendo que una columna de Lanceros llegada a Cascorro se proponía atacarlos al amanecer del 27 resolvió dejar “El Farallón”, dirigiéndose con sus compañeros a distintas fincas de la jurisdicción, hasta que el día 4 de julio, sin haber sido atacado, se reunieron en la hacienda ‘San Francisco del Júcaral’, lugar al que la historia debe señalar como el en que por primera vez en los campos de Cuba libre fuera redactada y firmada la declaración de su independencia.
Esa declaración de independencia se ha perdido para la Historia; de ella solo se conocen párrafos con los nombres de los conjurados, y no en el documento original, sino lo que de él transcribió el escritor español Pirata en sus “Anales de la guerra de Cuba” pero ellos son suficientes a demostrar que el movimiento encabezado por Joaquín de Agüero era de carácter independentista y no anexionista. Lo que quedó o lo que se quiso dar a conocer del Acta de Independencia, dice así:
“En presencia del supremo legislador del universo, a quien invocamos llenos del más profundo respeto para que nos asista con sus luces…
“Nos hemos reunido, protestando ante los hombres que, en fuerza de las razones indicadas, no podemos ni queremos vivir por más tiempo semejante vida. De hecho y de Derecho nos constituimos en abierta rebelión contra todos los actos o leyes que emanen de nuestra antigua metrópoli. Desconocemos toda autoridad de cualquier clase y categoría que sea, cuyos nombramientos y facultades no traigan su origen exclusivamente de la mayoría del pueblo de Cuba. Solo este moral a quien reconocemos con facultades para darse leyes en la persona de sus representantes.
“Bien penetrados de la inmensa responsabilidad que echamos sobre nosotros, asumiendo los derechos y representación de todos nuestros hermanos de Cuba, repetimos y ratificamos todas y cada una de las cláusulas antecedentes y cuantas más fuesen necesarias para ampliar e ilustrar nuestro propósito, el cual puede llevarse a cabo sin temor ninguno, como también sin odios, pero ciertos y seguros que aventuramos la vida en ello, así como nuestra hacienda marchamos impávidos en busca de cuántos peligros puedan presentarse, jurando aquí ante Dios y los hombres que ni ellos ni consideración alguna nos detendrán y como se hacía indispensable sacar de en medio de nosotros un jefe que nos mandase, elegimos por tal al ciudadano Joaquín de Agüero y Agüero, a quien obedeceremos estricta y religiosamente, sin excepción de persona, siendo una de dichas facultades nombrar los individuos que juzguen oportuno para que lo auxilien en el desempeño de su delicado cargo. Todos lo prometemos, así de nuevo y lo juramos. Hacienda San Francisco del Bucaral. En el fundo de “Gracias a Dios”, 4 de junio de 1851.
Augusto Arango Agüero, Carlos Céspedes Agüero, Francisco Perdomo Batista, Juan Ignacio Machado, Pedro Labrada, Carlos Estrada, Mariano Estrada Varona, Fernando de Zayas, M. Francisco Estrada Varona, Antonio María de Agüero, Juan Francisco de Torres, Mariano Benavides, Apolinario Saldívar, Miguel A. Benavides, Fernando de Zayas Cisneros, José Tomás Betancourt Zayas, Ubaldo de Arteaga y Piña, Manuel Agustín de Agüero, José A. Cossío y Recio, Agustín de Agüero y Sánchez, Francisco Hernández Perdomo. Por sí y a nombre de los que no saben firmar en mi compañía, José De Ponte, Pablo A. Golivart, Pedro A. de Aguilar, Juan Francisco Valdés, Rafael Castellanos Arteaga, Miguel Castellano Zayas, Rafael Paneque, Agustín A. Arango, Nicolás Carmenates, Adolfo Pierra Agüero.
Seguidamente a la firma del acta, el caudillo procedió a designar como su primer ayudante a Manuel José de Agüero y segundo a Manuel Agustín de Agüero, dividiendo su fuerza en tres brigadas y nombrando jefes de ella a Augusto Arango Agüero, Francisco Perdomo Batista y José Mateo de Ponte, para médico cirujano en campaña al doctor Agustín Arango Agüero y como secretario a Adolfo Sierra Agüero.
La marcha de Las Tunas
En la tarde del día 5 se puso en marcha aquel puñado de valientes que se proponía libertar a Cuba, llevando por meta la conquista de la plaza, que en el 68 y el 95 habría de ser motivo de preferente objetivo militar: Las Tunas de Bayamo, la que Joaquín de Agüero se proponía tomar por sorpresa la madrugada del 8 de julio.
Llegados a las afueras de la población, el caudillo dio instrucciones para que un grupo fuera por determinadas calles hacia el cuartel español y en sus inmediaciones esperar el regreso de él, pues iría personalmente a hacer prisioneros al teniente Gobernador y al oficial que mandaba las fuerzas allí destacadas, los cuales vivían en distintas casas alejadas del cuartel. El otro grupo con los bagajes quedó estacionado en lugares estratégicos para apoyar a los que en caso necesario atacarían al cuartel, pero la fatalidad se interpuso en el camino de los patriotas y en el preciso momento en que Joaquín de Agüero tocaba a la puerta del teniente gobernador, se oyó una descarga de fusilería y otra…
Algo imprevisto y que resultó trágico había ocurrido, el grupo destinado a atacar el cuartel equivocó la dirección hacia el mismo, viniendo a encontrarse con el grupo que quedó custodiando los bagajes y desconociéndose uno y otro, y creyendo ambos que el otro grupo era de fuerzas españolas, se acometieron, resultando varios heridos. Agüero y los que le acompañaban acudieron presurosos al lugar de donde partían los tiros y allí comprobaron lo ocurrido, constatando el fracaso del golpe por sorpresa que había sido preparado en la confusión que siguió al desafortunado encuentro entre los patriotas, estos se dispersaron, abandonando los bagajes.
De más de cincuenta hombres que concurrieron al ataque a Las Tunas, solo quedaron 23 junto a Joaquín de Agüero. Y viendo este fracasado su plan y que pronto saldrían fuerzas a perseguirlos, resolvió alejarse de aquel fatal teatro de su desgracia. Aquella noche la pasaron en un monte. Y después se internaron en San Carlos, finca que por su aislamiento se prestaba para ocultarse los patriotas mientras se resolvía lo que había de hacerse. Cuatro días llevaban en San Carlos cuando, faltos de comestibles, decidieron mandar a un guajiro que les comprara víveres. En el lugar más cercano. Pero aquel guajiro los traicionó y encontrando las fuerzas españolas que los perseguían, les indicó dónde se encontraban y el camino a seguir para llegar a ellos por sorpresa.
El combate de San Carlos
Serían las cinco y media de la tarde del día 13 de julio de 1851 cuando el grito de los Lanceros del Rey dado por el centinela Fernando de Sáez, hizo que al ordenar Agüero se dirigieran a la manigua inmediata, se separaran los 24 conjurados en dos grupos, uno que siguió al caudillo y otro que interpretando que el jefe se había referido al monte que quedaba algo más alejado, se dirigió a éste.
El primer hecho de armas entre fuerzas españolas y patriotas cubanos iba a iniciarse seguidamente. Eran 150 de un lado y 10 del otro. Eran 15 hombres bien armados y disciplinados contra cada uno de los héroes que apenas tenían con qué defenderse, pero alentado por la más noble de las causas. La independencia patria.
Ante aquella desproporción numérica, Agüero consideró que el peligro de muerte era inminente y por ello dijo a sus compañeros. “Estamos perdidos para la patria, pero no para la gloria. Vamos a morir, pero vendamos cara nuestras vidas, ¡Viva Cuba!, ¡Viva la independencia!
Un oficial español gritó a aquel puñado de valientes: “Ríndanse, señores, hay cuartel”; intimidación a la que diez voces replicaron: ¡Viva Cuba, Viva la independencia! Y el combate se entabló. Las descargas se sucedían cerradas del lado de los españoles, espaciada del de los cubanos, escogiendo el blanco. Así, cuando un plomo privó de la vida a Pancho Perdomo, Joaquín de Agüero recogió el arma de éste y con ella vengó su muerte, cinco de aquellos nuevos espartanos cayeron allí para perpetuar sus nombres nimbados de gloria en las páginas a veces olvidadizas de la Historia: Juan Francisco de Torres, Miguel Antonio Agüero Estrada, Mariano Benavides, Victoriano Malledo, Francisco Perdomo Batista; uno más, Agusto Arango Agüero fue dejado por muerto, pero se recobró y pudo escapar. Ubaldo Arteaga y Piña fue herido en una pierna y en la cabeza. Solo Joaquín de Agüero, Adolfo Piedra y Miguel Benavides resultaron ilesos.
Allí, en la manigua de San Carlos, aquel 13 de julio de 1851, había brotado el manantial de sangre cubana derramada por la independencia de Cuba y que a raudales habría de correr en el 68 y el 95.
Vía crucis
Después la traición se enseñoreó con los patriotas acogidos a la protección de un amigo, éste los entregó en “Punta de Ganado” a las fuerzas que los perseguían.
Amarrados los brazos, a pie, con un cabo de la soga, sujeto por un lancero como vulgares criminales fueron paseados por las calles de Camagüey y luego encerrados en calabozos del cuartel de caballería, donde estuvieron cuatro días incomunicados. Entonces vino la tarea del proceso, todo preparado y ordenado por el capitán general de la Isla Gutiérrez de la Concha que tenía sed de venganza contra los camagüeyanos por los malos ratos que le habían hecho pasar de allí que el proceso fuera aceleradamente tramitado y se prescindiera hasta el requisito de entregar la causa a los defensores para que pudieran estudiarla.
Joaquín de Agüero, que al formar la instructiva había hecho una declaración amañada, luego, al convencerse de que su muerte estaba decretada, la rectificó valientemente diciendo las palabras que se leen en la copia fotostática reproducida en esta página.
El mariscal José Lemery, Jefe Militar y político de la jurisdicción de Puerto Príncipe, tenía prisa por dar cumplimiento a las órdenes terminantes que recibiera del Capitán General, por lo que dictaba la sentencia de muerte contra Joaquín de Agüero, Fernando de Zayas, Tomás Betancourt y Miguel Benavides. Seguidamente entraron en capilla y al amanecer del día 12 de agosto fueron fusilados en la sabana del Arroyo de Beatriz Méndez.
El monumento más original y típicamente cubano que podía dedicarse a la memoria de los mártires son las Cuatro Palmas sembradas en la Plaza de Armas por el alcalde don José Antonio de Miranda y Boza, quien también tuviera el honor de recoger y dar sepultura en su bóveda particular a los despojos mortales de Joaquín de Agüero y Miguel Benavides. Bóveda en la que todos los años, hasta que estalló la guerra del 68, aparecía una tarjeta con los versos que ahora han sido reproducidos en bronce para eterna recordación.
No podríamos terminar este artículo sin referirnos a la actuación de la mujer cubana en el movimiento revolucionario acaudillado por Joaquín de Agüero. Y es el propio Capitán General de la Isla, Gutiérrez de la Concha, quien nos dice: “… y aun dejando por fin a un lado que de público, se asegurara que en los Estados Unidos se habían recibido linajes y joyas remitidas por una porción de señoras de aquella ciudad de Camagüey, con el objeto de que se rifaran y vendieran para proporcionar fondos a los revolucionarios, hecho que me consta, de modo fidedigno, aunque no bastante, para justificar un procedimiento…”
El sacrificio, el valor, el amor de aquellas mujeres por la independencia de Cuba tuvo una máxima representación en Ana Josefa Agüero Perdomo, la dulce esposa del caudillo de “San Carlos”.
Ana Josefa Agüero Perdomo es figura señora en el patriotismo de la mujer cubana. Después de ella ha habido muchas otras que han merecido bien de la patria, como decían de sus héroes los antiguos romanos, pero fue ella la que marcó la pauta de la dignidad del amor y del sacrificio por la patria cuando al dar al postrer abrazo a su soldado que se lanzaba a la manigua, le dijo: “¡Ve, cumple con tu deber y que cuando vuelva a abrazarte seas un hombre libre!”.
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