Javier Arzuaga, el capellán de la galera de la muerte en La Cabaña de 1959

Written by Demetiro J Perez

27 de agosto de 2024

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

Javier Arzuaga Lasagabáster, nació el 30 de noviembre de1928 en Oñate, Guipúzcoa (65 km al S.E. de Bilbao y a 57 Km de la costa norte de España). Sus padres eran muy buena gente, aparentemente eran 5 hermanos, dos murieron trágicamente, quedando Asún, Jesús Mari y Javier. En su casa se rezaba más que en muchos conventos.

En 1938, con 10 años, Javier entró al seminario franciscano de Arantzazu (11 km. al sur de Oñate) según Javier: “a esa edad ningún niño sabe si es o no llamado por Dios a la vida religiosa, él no sabía si tenía o no tenía vocación.” “Fue un mal estudiante pero un buen lector y nunca se llevó bien con la autoridad”.

Sin embargo, a pesar de sus dudas, sus rebeldías e indisciplinas, con 23 años (luego de 13 años de seminario) en marzo de 1952 fue ordenado sacerdote y a finales de octubre ya estaba en Cuba.

Los cuatros primeros años estuvo de profesor en el Seminario Franciscano de Santiago de las Vegas. 

Luego en el Convento de San Francisco de la calle Aguiar entre Teniente Rey y Amargura.

En 1956, lo enviaron a Casablanca donde estuvo 3½ años. “No se preocupe, es una parroquia muy chiquita y verá que le coge el pulso en un dos por tres”, le dijo su superior.  

Cruzaba todas las mañanas la bahía (en la lancha) para atender sus deberes de párroco en Casablanca y allí en la parte norte está la Fortaleza San Carlos de La Cabaña.

La Cabaña también se usaba como cárcel política. Un día se presentó en la gran casa colonial el jefe del regimiento y comandante de la fortaleza: el coronel Roberto Fernández Miranda, hermano de Marta la esposa de Batista y le solicitó permiso para atender religiosamente a los presos: “No, aquí no hay presos”; el sacerdote replicó: “Sus soldados me han dicho que aquí hay presos y él le dijo: No, usted está equivocado, usted ha entendido mal”.

Como capellán de La Cabaña, todos los domingos subía a celebrar la Santa Misa en la capilla de Santa Bárbara, aunque nunca vio un militar entre los fieles.

El coronel Fernández Miranda huyó la madrugada del 1 de enero de 1959, junto a su familia y la de Batista.

El párroco Arzuaga se unió al júbilo general, creyendo que los que llegaban eran buenos.

El 3 de enero, la Cabaña tenía un nuevo jefe y la casa un nuevo inquilino: Ernesto Guevara de la Serna “el Ché”.

El domingo 4 de enero, a la hora de la misa en su parroquia en Casablanca, vio caras alegres y otras cargadas de preocupación y de temor.

En la Cabaña se organizaron los tribunales de justicia revolucionaria y se llenó de presos. El evangelio le prohibía ser neutral, el martes 6 de enero tomó el camino hacia La Cabaña y pidió audiencia con el Ché. No ocultó su admiración al saludar al nuevo Jefe de La Cabaña. Le explicó su función y conversaron. Arzuaga le habló que los Guevara avasallaron durante tres siglos su pueblo de Oñate”, contándole alguna anécdota. “No pretenderá que yo repare las barbaridades cometidas por mis antepasados, si de hecho lo son ¿verdad?”, le respondió el Ché. También charlaron sobre la revolución, la religión, la iglesia y el marxismo. En ningún momento disimuló su crueldad, se presentó ante él como lo que era, una persona entregada a su utopía, si la revolución le pedía matar, mataba, si le pedía mentir, mentía. Ese era el Ché, un hombre entregado a una idea, para él totalmente disparatada.

Por fin, el sacerdote le explicó su tarea y sus intenciones: dar misa a la tropa y visitar a los presos, más de 800, que se apiñaban en un espacio donde apenas había lugar para 300. La respuesta fue inversa a la de Fernández Miranda. “No, aquí se acabaron las misas, visitar los presos, cuando quiera, ese es su trabajo y le vamos a dar mucho trabajo”.

Hizo llamar a un soldado y le ordenó: “quiero saber quién es el encargado de la capillita de Santa Bárbara y de su llave, se la piden y me la trae, que yo mismo la voy a tirar al mar”.

Recuerda que el Ché a menudo explicaba: “La revolución no puede hacerse sin matar y para matar, lo mejor es odiar”.

El Ché nombró Juez Comisionado de los Tribunales Revolucionarios a su ayudante Orlando Borrego, a pesar de tener sólo 21 años y ser contador, sin ningún entrenamiento legal o judicial. Se estableció un procedimiento operativo: los jueces y fiscales designados se reunirían con el Ché antes del juicio para revisar los casos, decidirían la estrategia a seguir y determinarían de antemano la sentencia de los prisioneros acusados. En los juicios, no existían reglas básicas de jurisprudencia y se tomaban las acusaciones del fiscal como pruebas irrefutables de culpabilidad. Aunque el Ché era jefe de los tribunales revolucionarios, no asistía a los juicios, no quería malgastar su tiempo. 

En una entrevista filmada, José Vilasuso, encargado de revisar y preparar los expedientes de los acusados, narra como el Ché le decía: “El oficial investigador siempre tiene la razón y siempre tiene la verdad”. Otros subordinados en los tribunales han reportado que los amonestaba: “No demoren las causas, esto es una revolución, no usen métodos legales burgueses, las pruebas son secundarias. Hay que proceder por convicción”. También han testificado que los sermoneaba: “No hace falta hacer muchas averiguaciones para fusilar a uno. Lo que hay que saber es si es necesario fusilarlo. Nada más”. 

El Ché presidía la Corte de Apelaciones, tenía la última palabra sobre la pena capital y presidía las Vistas de Apelación, conocidas como “Revisión de Causa”. Eran habitualmente muy cortas, a veces duraban sólo minutos y no se conoce que anulara una sola sentencia de muerte. 

A continuación, vamos a describir lo que Javier Arzuaga ha contado en entrevistas, en su libro Cuba, 1959 La Galera de la Muerte (2006) o en un documental de 50 minutos producido por Ángel González Kataraín.

Entre sus entrevistas tenemos estas 4 concedidas a: José María Pérez Lozano, Andrés Candelario, Álvaro Vargas Llosa y Dr. Guillermo Toledo.

La escritora cubana María C, Werlau, de Archivo Cuba, escribió el libro “Las Víctimas Olvidadas del Che Guevara” y sobre el cura Javier Arzuaga dijo: “Me contaba cómo el Che le decía que había que matar. Gozaba con eso. No tenía piedad. El sacerdote quedó tan afectado que le dio una crisis nerviosa y tuvo que irse de Cuba. Lamentablemente, desapareció su diario, donde él guardó los datos de los 55 fusilamientos que hubo en el tiempo en que él estuvo ahí, desde enero hasta junio de 1959”.

Dariel Alarcón Ramírez, alias “Benigno”, fiel compañero de armas de Guevara en El Congo y en Bolivia, murió exiliado político en Francia en 2016. Este es su testimonio: “El Ché era el jefe militar de La Cabaña, plaza militar muy grande, con más de 1,000 soldados, él y Jorge “Papito” Serguera, comandantes los dos, presidían los juicios que se hacían. Se turnaban. Un día uno, otro día el otro. Los juicios nunca comenzaban hasta que llegaba entre las 5:30 y las 6:00 de la tarde el correo militar, un sobre manila lacrado. Había veces que eran las 6:30 y todavía no había llegado el correo. El Ché se impacientaba, miren la hora que es y todavía no ha llegado el correo. El sobre, lo que traía era la gente que se iba a juzgar ese día, allí venía la sentencia de cada uno. Ese papel venía del Estado Mayor y estaba firmado por Fidel, de eso no cabe la menor duda”.

Las oficinas de investigación y récord de la justicia revolucionaria, la Auditoria en La Cabaña, estaba a cargo del capitán Miguel Ángel Duque de Estrada, graduado de abogado en 1955, miembro del ejército castrista y hombre de confianza de Guevara.

El capitán Alfonso Zayas era de Puerto Padre y estuvo con Guevara en su columna invasora #8 era el principal subalterno del Ché en La Cabaña.

Uno de los presos en La Cabaña le pidió al padre Arzuaga que su madre se estaba muriendo en Santiago de las Vegas, este habló con el capitán Zayas y logró llevarlo a ver a su madre durante unas 4 horas y regresarlo a La Cabaña. Él no pone el nombre del preso, en su libro, solamente que había sido el jefe de la policía en Santiago de Las Vegas hasta el 1 de enero del 59.

Otro de los que nombra en su libro es al comandante del ejército de Batista, Pedro Martínez Morejón, uno de los dos que fueron juzgados junto a Jesús Sosa Blanco el 23 y 24 de enero de 1959 en la Ciudad Deportiva donde hubo más de 17,000 personas y fue transmitido por Radio y TV. Esa cifra llegó al Libro Guinness de los Récords Mundiales.

Condenado a pena de muerte por fusilamiento el 24 de enero, luego esperando la apelación en La Cabaña, trató de matarse en su celda, al gritar alguien, el padre Arzuaga corrió y logró que el preso Ricardo Luis Guerra elevara su cuerpo, pidió un machete y cortó la tira de sábana utilizada para ahorcarse.

Luego vino el juicio de apelación que duró apenas 10 minutos y fue presidido por Camilo Cienfuegos. Las apelaciones eran solamente para aparentar que había justicia, por supuesto quien decidía la suerte de todos los condenados era Fidel Castro y el Che nunca revocó una sentencia.

Antes de ser fusilado el 31 de enero de 1959, Martínez Morejón le pidió rezar el rosario juntos en la galera de la muerte. Fue el comandante Víctor Bordón Machado (1931-2014) quien dirigió el pelotón de 6 soldados. Luego de ver al cura Arzuaga darle los últimos óleos, con una cruz en su frente, Víctor Bordón dijo: “Emocionante padre, emocionante” ¿Quieres callarte? replicó el cura, quien estaba furioso porque lo habían fusilado muy cerca de la ventana de la galera de la muerte.

Demetrio Clausell González de 21 años, fusilado en La Cabaña el 1ro. de febrero de 1959. Era guardia de la Policía Nacional y fue acusado de matar de un disparo a un miembro del Movimiento 26 de Julio.

Miguel Ángel Ares Polo, de 27 años ejecutado por pelotón de fusilamiento en La Cabaña el 6 de febrero de 1959 “Miguelito” había sido policía sólo dos o tres meses antes del triunfo de la revolución. Su familia insistió que no tenía lazos políticos y no había cometido atrocidades. Aunque no pertenecía a ningún grupo político, había ayudado a amigos en la resistencia que vendían bonos para apoyar al Ejército Rebelde y había asistido a un amigo cercano a esconder armas. Fue éste quien lo entregó al gobierno revolucionario. El 8 de enero fue detenido y llevado a la prisión de la fortaleza de La Cabaña. Cuando llegó, los hombres encargados de procesarlo ni siquiera sabían escribir. Él se sentó frente a la máquina de escribir y llenó su propia acta. Miguel fue sentenciado a muerte acusado de cargos que él insistía eran inventados, ni siquiera había visto a los testigos. A una de sus hermanas se le permitió asistir el 5 de febrero a la apelación presidida por el Ché Guevara en horas tempranas de la mañana. Cuando se confirmó la sentencia, ella tomó al Ché por los hombros, lo sacudió y le dijo: “Mi hermano es inocente y no es ningún traidor. Ustedes, los comunistas, son los traidores”. Los ojos del Ché se agrandaron y su guardaespaldas le puso a la muchacha el rifle sobre el hombro para obligarla a retroceder. Miguel fue conducido inmediatamente al lugar de fusilamiento. No quiso cubrirse los ojos. El Padre Arzuaga, sacerdote de La Cabaña, estuvo con Miguel hasta el final. Se habían hecho amigos, ya que Miguel había asistido a escuela católica y ayudaba al padre a administrar la comunión a los prisioneros. Miguel había perdonado a sus acusadores. Antes de morir, había pasado bajo la puerta de su celda un librito sobre la vida de Cristo para que lo hicieran llegar a su hermana. En las primeras páginas había escrito que perdonaba a aquellos que lo habían acusado falsamente, que rezaba por el amigo que lo había traicionado y pedía piedad para su fiscal. También escribió: “El cobarde muere todos los días, el valiente sólo muere una vez”. 

José Luis Alfaro Sierra, sargento de la policía y fue acusado de dar muerte a los cuatro de Humboldt 7. Lo fusilaron el 6 de febrero de 1959. El capitán Alfonso Zayas dirigió el pelotón. Luego de los disparos cayó al suelo gimiendo, no estaba muerto. Visiblemente asustado Alfonso no procedía a darle el tiro de gracia. Al fin le disparó y falló. El padre Arzuaga se dirigió a Duque de Estrada y le dijo: ¡Ya lo han fusilado, llévenlo a un hospital! No, él fue condenado a morir y tiene que morir aquí. Padre, padre seguían los gemidos. Alfonso falló un segundo disparo, entonces el sacerdote le agarró la muñeca y acercó el arma a la cabeza del ejecutado y este disparó, el cuerpo en el piso se sacudió. Arzuaga con la respiración entrecortada y temblando le dio la extremaunción. ¡Descansa en Paz! Se retiró sin saludar ni mirar a nadie. Llegó al convento y despertó al padre Estanislao Sudupe para confesarse porque había matado a un hombre. Repite ¿qué has dicho? Que he matado a un hombre. Explícate. Le costó mucho trabajo tranquilizarse y lo logró a medias, Arzuaga se fue a la azotea a contemplar las estrellas y a llorar con ellas.

Ariel Lima Lago, de 19 años, ejecutado por pelotón de fusilamiento el 18 de febrero de 1959 en La Cabaña. Ariel estaba conspirando contra Batista, a mediados de 1958, fue capturado por el jefe de policía Esteban Ventura. Supuestamente, Ariel fue forzado a dar información sobre sus compañeros de conspiración bajo la amenaza de violar a su madre, aunque su hermana declaró que cuando le mostraron evidencia de que los comunistas estaban infiltrados en el 26 de Julio, él comenzó a colaborar con la policía por voluntad propia. Luego del triunfo de los fidelistas lo capturaron en Pinar del Río, cuando buscaba un bote para huir. Fue enviado a la prisión de La Cabaña, donde un tribunal revolucionario lo condenó a muerte. El sacerdote de La Cabaña recuerda cómo le rogó al Ché por la vida del muchacho, alegando su juventud. Pero en la vista de apelación el Ché ratificó la sentencia. La madre de Ariel se lanzó al suelo y le rogó al Ché que le perdonase la vida. Burlonamente, el Ché le respondió que hablara con el sacerdote, quien “era un maestro consolando gente”. Un día, mientras Ariel esperaba la ejecución, Guevara le dijo a la madre que le perdonaría la vida. Esa tarde se fue a casa muy contenta y celebró la noticia con su familia. El padre Arzuaga nunca la volvió a ver y esa noche odió al Ché.

A la mañana siguiente el padre de Ariel se enteró por el periódico del fusilamiento. La familia hizo todo lo posible para recuperar el cadáver, pero no se les permitió realizar un funeral y tuvieron que enterrarlo inmediatamente. A la familia le dijeron que Raúl Castro había visitado La Cabaña y había exigido fusilar inmediatamente a Ariel y a Sosa Blanco.

Jesús Sosa Blanco, de 51 años, fue juzgado en la Ciudad Deportiva, acusado por personas que ni supieron identificarlo, hasta niños, hubo muchas contradicciones, pero Fidel había decidido desde mucho antes su final. El juicio comenzó el 23 y terminó el 24 de enero de 1959. El tribunal estuvo presidido por Humberto Sorí Marín, Universo Sánchez y Raúl Chibás, el fiscal Jorge “Papito” Seguera. Luego el 18 de febrero se produjo la apelación y por supuesto ratificada.

Antes de morir Sosa Blanco le pidió que lo dejaran bañarse y ponerse ropa interior limpia y los zapatos que le había pedido a su esposa que le trajera. Cuando estaba en el paredón le dijo al padre Arzuaga: “Padre quiero pedirle un favor, cuando me hayan fusilado quiero que me quite los zapatos y mañana los va a regalar en Casablanca o en La Habana a cualquier pordiosero que los necesite. No le diga a quien pertenecieron los zapatos”. Efectivamente cuando fue fusilado les quitó los zapatos, los llevó con él y a la mañana siguiente encontró en La Habana a quien regalarle los zapatos. Sosa Blanco y sus zapatos siguieron paseando por las calles de la Habana, burlándose de Fidel Castro y su gente.

Ricardo Luis Guerra, teniente coronel del ejército, juzgado junto con Sosa Blanco y Pedro Martínez Morejón en la Ciudad Deportiva el 23 de enero de 1959. Estudió en el Colegio Maristas de Cienfuegos por eso rezó el rosario con el padre Arzuaga antes de ser fusilado el 23 de febrero. (En su libro Arzuaga lo nombra erróneamente como Luis Ricardo Grao).

El padre Arzuaga cuenta como el americano de Milwaukee, Herman Marks (1921-1971) que había estado en la Sierra Maestra, era un matón, un asesino nato, que había sido condenado en EE.UU. y que había escapado de la Justicia. En la Cabaña cayó en su ambiente, porque en realidad por ejemplo al Capitán Alfonso le era difícil dirigir al Pelotón. Pero llegó este americano y decía: “Encantado como no, a matar gente” El día en que debía morir a Ricardo Luis Guerra le gritó contento: ¡Padre, Padre, hoy tenemos 7! 

El padre Javier Arzuaga presenció el juicio en La Cabaña el viernes 24 de abril de 1959, al vocero de Batista, Otto Meruelo Beldarraín (1919-2011) natural de Cienfuegos, fue acusado por el comandante castrista Juan Nuiry, el abogado defensor fue Aramís Taboada, el juicio fue un teatro para hacerlo sufrir y hacer reír a los demás, al ver mojar sus pantalones. No pudieron probarle asesinato alguno, fue condenado a 30 años, puesto en libertad en 1979, murió en Nueva York.

Le preguntaron al padre Arzuaga en una entrevista: “Padre, usted cree que alguien que va a morir sea capaz de decir una mentira en confesión”. Arzuaga le contestó: “Yo en realidad no confesé a nadie y no lo hice precisamente por esa razón, por saber la verdad”, (en una de sus biografías el Che dijo que Arzuaga confesaba a los prisioneros, pero era mentira).

José de Jesús Castaño Quevedo, de 44 años, primer teniente, había ascendido de Director Asistente de la Inteligencia Militar (SIM) a Jefe de Operaciones del Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC), que controlaba las actividades de los comunistas dentro y fuera de Cuba.

Después que Batista huyera de Cuba, Castaño se presentó ante la Junta Militar a manos de la cual había pasado las Fuerzas Armadas. Se le dijo que no había problema alguno con él y se le envió a su casa. Pero pronto fue arrestado y enviado a La Cabaña. Allí, un tribunal revolucionario lo sentenció a muerte tras un juicio sumario. Su esposa e hija fueron los únicos miembros de la familia a quienes se permitió asistir al juicio. No se presentó evidencia de crímenes específicos. Sin embargo, fue acusado de asesinato, abusos, tortura, violación y robo. La familia reportó que 7 u 8 miembros del Movimiento 26 de Julio trataron de ofrecer testimonio de cómo Castaño los había ayudado, pero fueron rechazados. Vieron cómo se instruía a los testigos a mentir con cargos inventados. Dicen que durante el juicio Castaño declaró: “No serví a la dictadura de Batista; sólo trabajé contra la infiltración soviética en mi país”.

Castaño hombre culto, hablaba 5 idiomas, no quiso ni confesarse ni comulgar no era creyente. Cuando Arzuaga creía que lo iban a fusilar en dos horas, llegó el capitán Duque de Estrada a pedirle que lo acompañara a ver a Fidel, para pedirle aplazar la ejecución. Llegaron donde estaba hablando y pudieron hablar con él y aceptó el aplazamiento. Corrieron a informar a Castaño que no se preocupara que no sería ejecutado esa noche y después de la una de la madrugada, Arzuaga se retiró a dormir al Convento de San Francisco. Al poco rato lo despertaron a bocinazos y a gritos. El jeep lo esperaba para llevarlo a La Cabaña porque cuando Fidel terminó su largo discurso, a medianoche, llamó a Duque Estrada para saber más detalles. Le preguntó qué pensaba el Ché sobre el asunto y al saber que el Ché quería matar a Castaño, ordenó que la ejecución se llevara a cabo. Castaño fue sacado de su celda inmediatamente y fusilado a eso de las 3:00 am del 7 de marzo de 1959.

Arzuaga contó que dos metros antes de llegar al poste, Castaño lo detuvo y le preguntó: “padre le puedo pedir un favor, sé que no tengo derecho a ello, usted conoce cómo yo pienso, ¿podría por favor, prestarme su fe para presentarme con ella allá a dónde vaya?”

Arzuaga quedó paralizado al oír aquello, no sabía qué contestarle, cerró los ojos para que no lo viera llorar, se abrazó a él y le dijo sí José, tómala, llévatela…. Gracias. No se movieron, abrazados y en silencio ya no había nada más que decir. Rece algo, padre, para yo hacerlo con usted. Rezaron el Padre Nuestro, lento, deteniéndose en cada renglón y sin soltarse del abrazo.

Acercó la cruz a sus labios y la besó. Arzuaga se retiró. Murió con los ojos abiertos, muy abiertos, como si quisieran saltar, correr, hacia la cruz.

Raúl Clausell Gato, de 33 años, sargento de la Policía Nacional, arrestado en febrero y llevado a La Cabaña. Su hermana y su exesposa asistieron al juicio el 14 de marzo de 1959 y a la apelación al otro día. Vieron cómo llevaban a un grupo de personas a una habitación y les daban instrucciones sobre qué tenían que testificar. Cuando el testigo designado fue llevado al estrado y se le preguntó “¿Quién es Clausell?” señaló a otra persona. Aun así, Clausell fue sentenciado a muerte. Lo fusilaron el 15 de marzo de 1959.

Demetrio Clausell González, de 21 años, policía como su primo Raúl. Acusado de haber matado a un miembro del 26 de Julio fue ejecutado en La Cabaña el 1° de febrero de 1959.  

Ángel María Clausell García, de 35 años, otro primo de Raúl, sargento de la policía fue sentenciado a 30 años de prisión por cargos que su familia afirmó que eran falsos. La noche del 29 de abril de 1959 antes de su programada transferencia a la prisión de Isla de Pinos, fue sacado de su celda y fusilado sin explicación.

Fidel Díaz Merquías, de 50 años, miembro de carrera del ejército que trabajaba de Asistente en el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) en el área de Bauta, provincia de La Habana. Cómo no había cometido crímenes, no se había escondido ni había intentado abandonar el país. Pero fue arrestado y acusado de asesinar a un miembro de la resistencia cuyo cuerpo se encontró cerca de Mariel, de donde era su familia. Enviado a La Cabaña, donde lo sentenciaron a 25 años de prisión. Un día la familia recibió la inesperada noticia de que Fidel había sido ejecutado el 9 de abril de 1959. 

Rafael García Muñiz, de 23 años. Policía de la división de radiopatrullas por sólo seis meses.

Nunca se escondió ni huyó por no tener delito alguno. Fue arrestado y enviado a La Cabaña.

Lo acusaron de asesinar a 3 miembros del Movimiento 26 de Julio. Su familia afirmó que las acusaciones eran inventadas. En el juicio, un miembro del 26 de Julio testificó que Rafael era inocente y el fiscal impidió que otros testigos testificaran sobre su inocencia. Fue sentenciado a muerte.

 Su hermano Sergio fue a ver a Guevara a La Cabaña acompañado por un amigo de la familia y miembro del Ejército Rebelde que conocía al Ché. Le explicaron que Rafael era inocente y que matarlo sería un error de la revolución. Guevara respondió que ellos no perdonarían a nadie y que él debía morir “por haber usado el uniforme azul de la policía de Batista”.

A mediados del mes de mayo cambió el ritmo de su vida en La Cabaña. Los tribunales aflojaron un poco y el Ché afectado por su asma se mudó a la playa de Tarará, quizás eso tuvo que ver en ello. Arzuaga fue a ver al médico Ramón Casas y éste lo encontró afectado por el trauma del Ché y sus muertos. Le dijo necesitaba un cambio de ambiente, además lo refirió a un neurólogo amigo suyo en México.  

El 12 de junio por la mañana, salió de Rancho Boyeros con rumbo oeste. El neurólogo lo puso en tratamiento, una especie de “conejillo de indias”, pastillas, comer bien, dormir mucho, distraerse y pasear. A los 3 meses ya de alta, regresó a La Habana. A los pocos días le pidió al padre Luis Lizarralde, quien lo había sustituido en Casablanca que lo acompañara a La Cabaña. Se enteró con Lizarralde que en su ausencia habían fusilado a 15.

Todo había cambiado, ya no podía moverse como antes, no les permitieron entrar a saludar a los presos, porque la tía monja de uno de ellos estaba moviendo “teclas en el Vaticano” para dar a conocer lo que estaba sucediendo. Se despidió de La Cabaña y nunca más regresó.

Estuvo un año más asistiendo a la Juventud Masculina de Acción Católica, en calidad de Consejero Nacional.

Arzuaga recuerda la noche del sábado 28 de noviembre de 1959, la gran noche del Congreso Católico Nacional celebrado en la Plaza Cívica, todos mojados de aquella lluvia que parecía agua bendita, cuando Mons. Pérez Serantes afirmó: ¡Queremos una Cuba católica!

Fidel Castro hizo su aparición, recibiendo aclamaciones. Rayando la media noche, a punto de iniciarse el acto y acompañado de algunos de Juan Almeida y Víctor Bordón Machado se dejó ver al pie de la tarima-altar donde había sido colocada momentos antes la imagen de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba. 

El comandante en jefe, dueño ya a esas horas de vidas y haciendas de los cubanos, no fue invitado a subir a ocupar un lugar encumbrado en la tarima. Qué más hubiera querido él, robarle el espectáculo nada menos que a Cachita, la Virgencita del Cobre. 

Los vi y bajé a saludarles. El grito de ¡Caridad, Caridad, Caridad! aplastaba la noche y la plaza. También hacía difícil la conversación con Fidel y su gente. Él movía la cabeza arriba abajo, de derecha a izquierda, su gorra hundida hasta los ojos, la mandíbula inferior queriendo comerse la superior, hecho un haz de nervios. Se le veía a punto de reventar. 

Y reventó, gritando también él. Qué caridad y caridad, ¿y la justicia para cuándo? No me lo preguntaba a mí, era un desgarro retórico al estilo de Cicerón. Pero respondí a su pregunta. Comandante, no existe caridad sin la justicia, cierto, pero recuerde que donde falte la caridad nunca habrá justicia. Intervino Almeida y me pidió que me fuera, que no molestara.

Pasaron los meses y un día recibió la carta donde le decían que su padre estaba muy enfermo y que se apurara para poder verlo vivo.

 Como el Ché estaba ahora al frente del Banco Nacional, desde noviembre de 1959, fue a verlo para pedirle dólares, así fue le dio 500 pesos cubanos y él le dio 500 dólares. Luego al despedirse le preguntó: ¿Cómo catalogaría la relación entre usted y yo desde que nos conocimos? 

Arzuaga, algo extrañado por aquella pregunta que jamás había imaginado, se quedó mirándolo. ¿Le llamaría amistad? Diría que ha sido una relación como amistosa, como caminando a, pero no me atrevería a afirmar que ha cuajado en auténtica amistad.

 Es verdad, no hemos sido amigos, usted trataba de llevarme a su acera y fracasó, yo trataba de atraerle a la mía y fracasé, cuando nos volvamos a encontrar sin las caretas que llevamos puestas, seremos enemigos frente a frente. ¿Caretas?, comandante, yo nunca me puse una careta, no sé qué es eso. Siguieron mirándose un rato, se dieron la mano y el cura salió del despacho, Buen viaje, dijo él. Suerte, respondió Arzuaga.

Se marchó a España sabiendo que el Ché era cruel y tramposo, aunque honesto consigo mismo, su ideal le pedía matar y mataba, que mintiera y mentía.

¿Fueron muertes útiles, aquellos 55 muertos en su etapa de capellán? Muchas fueron las veces que se lo preguntó. Útiles para la revolución, absolutamente no. Matando no se enseña a ser mejor ciudadano y la venganza es estéril, no satisface al vengador. Tampoco favoreció a la contrarrevolución, ni para unos ni para otros, murieron como mártires.

Siempre lamentó no haber mantenido alguna relación con los familiares de los fusilados, pasó el tiempo, ya era tarde.

No regresó porque en la embajada cubana en Madrid le dijeron que en Cuba nadie le quería. 

Desde 1961 hasta 1968 estuvo en el equipo misionero en Medellín y Antioquia en Colombia, 

Ecuador, Perú y El Salvador, hasta un año en Miami. Los primeros años como simple misionero y desde 1965 como director del Equipo. Le tocó asistir a bien morir al equipo misionero del que formó parte. Al terminar sus labores en América regresó a España. En 1969 vino para Bayamón en Puerto Rico y como sacerdote en la parroquia de Levittown.

Ya tenía una historia pasada, muchas tristezas y penas que llorar y la necesidad de tener que romper con parte de la vida y la historia para tomar un nuevo rumbo, lo hizo porque ya no podía seguir y lo hizo como debía hacerlo, en 1974 pidió a Roma la dispensa de sus votos, luego le dieron la autorización para casarse, se casó con la puertorriqueña Stella Andino y tuvo con ella 2 hijas, 1 hijo: Madalen, Maite y Xabier que nació en 1976. 

El 26 de septiembre de 2014, Javier Arzuaga vio la película “A la Medianoche, momentos con Javier Arzuaga”, junto a los suyos y en el mismo acto firmó ejemplares de su libro. 

Para él todo este proyecto fue como “una espinita sacada del corazón” y eso que, como expresa al principio del documental, “no es fácil ser espectador de una batalla que se desarrolla en los espacios interiores de uno mismo”. Entonces el oñatiarra vivía en Atlanta, con su mujer, cerca de sus hijos “y en paz con sus demonios”, según el vasco Ángel González Kataraín, vivía con lo justico, lo necesario para poder escaparse cada 2 ó 3 años a su pueblo vasco.

Javier Arzuaga, falleció el 26 de febrero de 2017 a los 88 años.

Los 55 fusilados asistidos por el sacerdote Javier Arzuaga entre enero y mayo de 1959

– Pelayo Alayón 2//1959                                      

– Onerlio Mata Costa Cairo 1/30/1959 

– José Luis Alfaro Sierra 2/6/1959                   

– Elpidio Mederos Guerra 1/9/1959 

– José L. Álvaro 3/1/1959                                    

– José Manuel Milián Pérez 3/4/1959 

– Miguel Ángel Ares Polo 2/6/1959                     

– Pedro Martínez Morejón 1/31/1959 

– Alvaro Argueira Suárez 3/21/1959                      

– Juan Pérez Hernández 5/29/1959 

– Juan Manuel Capote Fiallo 5/1/1959                   

– Emilio Puebla 4/30/1959 29 

– Eladio Caro 2/6/1959                                          

– Alfredo Pupo Parra 5/29/1959 

– Antonio Carralero Ayala 2/4/1959   

– Secundino Ramírez 2/4/1959 

– José de Jesús Castaño Quevedo 3/7/1959         

– Ramón María Ramos Álvarez 4/23/1959 

– Gertrudis Castellanos 5/7/1959                         

– Rubén Rey Alberola 2/27/1959 

– Ángel María Clausell García 4/29/1959          

– Mario Riquelme 1/29/1959

– Raúl Clausell Gato 3/15/1959                          

– Pablo Rivero Pérez 5//1959 

– Demetrio Clausell González 2/1/1959       

– Pedro Santana 2//1959 

– Eloy F. Contreras Rabiche 4/1/1959                 

– Fausto Avelino Silva Guerra 1/29/1959

– Antonio de Beche 1/5/1959                              

– Jesús Sosa Blanco 2/18/1959 

– Mateo J. Delgado Pérez 4/12/1959                  

– Pedro Antonio Soto Quintana 3/20/1959 

– Fidel Díaz Merquías 4/9/1959  

– Oscar Suárez 4/30/1959

– Ramón Fernández Ojeda 5/29/1959                 

– Rafael Tarrago Cárdenas 2/18/1959 

– Salvador Ferrero Cañedo 5/29/1959                 

– Francisco Téllez 1/3/1959 

– Héctor Figueredo 1//1959                               

– Ramón Teodoro Téllez Cisneros 3/1/1959 

– Eduardo Forte 3/20/1959                                 

– Francisco Travieso 2/18/1959 

– Ángel García León 5/1/1959                            

– Lupe Valdés Barbosa 3/22/1959 

– Rafael García Muñiz 3/18/1959                     

-Antonio Valentín Padrón 3/22/1959 

– Ezequiel González 1//1959 35                         

– Daniel F. Vázquez 3/22/1959 

– Ricardo Luis Guerra 2/23/1959                     

– Sergio Vázquez 5/29/1959 

– Secundino Hernández Calviño 4/18/1959 

– Francisco Hernández Leiva 4/15/1959 

– Ariel Lima Lago 2/18/1959 

– Ambrosio Malagón 3/21/1959 

– Armando Mas Torrente 2/17/1959

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