Por Roberto Luque Escalona
Anatomía comparada de dos seres diabólicos
A uno ya se lo llevó el diablo, pero el otro sigue vivo e intenta desgraciarnos la vida utilizando a su mujer como instrumento.
El padre de uno fue un aldeano gallego que llegó a Cuba como soldado dominador, regresó a España como soldado derrotado, y por segunda y definitiva vez volvió a la Isla como inmigrante, parte de la oleada de españoles que llegó a Cuba después de la independencia, fenómeno por demás extraño.
Era un patán laborioso, con talento empresarial y sin escrúpulos. Veinte años le bastaron para levantar un sólido capital, cuyo núcleo era una finca llamada Manacas, aunque todos la conocen por Birán. A esa finca llegó, desde el otro extremo de la Isla, una joven y hermosa campesina a la que dio empleo como sirvienta. La muchacha no tardó en convertirse en su amante; la esposa del enriquecido gallego, que le había dado dos hijos, abandonó el campo y la guajira pinareña quedó como concubina hasta que sus hijos se hicieron mayores y el dueño de Birán decidió casarse. En casada infiel se convirtió Lina Ruz y las historias de sus infidelidades recorrieron el valle de Nipe y llegaron a mis oídos de niño; Han de haber llegado también a los oídos adolescentes de su hijo Fidel.
Fidelito resultó ser un niño insoportable. Tanto, que con sólo seis años sus padres lo enviaron a casa de un amigo en Santiago de Cuba, a 200 kilómetros de distancia, luego a un internado en el propio Santiago y por último al colegio de Belén en La Habana. Buenos colegios no le faltaron al muchacho, aunque amor familiar nunca tuvo.
En Belén algunos lo llamaban “guajiro bastardo”, aunque no puede decirse que fuera un alumno abusado; más bien abusador, que era demasiado alto para ser víctima. Académicamente, no estuvo entre los mejores, pero tampoco entre los peores.
Ya en la universidad trató de convertirse en líder estudiantil, un buen inicio para quien quisiera dedicarse a la política. No lo consiguió. Nunca logró captar la confianza de sus compañeros y no fue elegido para cargo alguno en la Federación Estudiantil Universitaria. Probó suerte como pistolero en uno de aquellos grupos de revolucionarios sin revolución que los cubanos llaman “gánsteres”, pero tampoco logró destacarse; su valor ante el peligro carecía de solidez. La disparidad entre su audacia y su coraje casi le cuestan la vida y dejaron muy mal parada su autoestima cuando le disparó por la espalda a Rolando Masferrer y luego optó por huir.
La interrupción del proceso democrático el 10 de marzo de 1952 le abrió el camino. Condujo a un grupo de hombres mal armados al asalto de un cuartel y repitió en otra escala el incidente anterior: no entró en el recinto militar, huyó a las montañas y se rindió a un pelotón de soldados. Lo diferente fueron los resultados: se convirtió en alguien algo así como famoso y la irracionalidad política siempre presente entre los cubanos hizo que algunos comenzaron a tratarlo de héroe. Cinco años y cinco meses después recorrió la Isla y entró en La Habana como si héroe fuera.
Desde entonces, muchos se han preguntado cómo fue posible que un individuo con ese historial y esas características llegara a donde llegó. Casi medio siglo había pasado Fidel Castro en el poder cuando apareció Barack Obama.
Fidel Castro no tuvo amor en su niñez y adolescencia, pero al menos convivía con sus padres durante las vacaciones. No fue amado, pero tampoco abandonado. A Obama lo abandonó su padre a los dos años y su madre a los diez, quedando a cargo de sus abuelos.
Enorme es la diferencia entre el colegio jesuita de Dolores, donde estudió Fidel la primaria, y la escuela musulmana de Indonesia donde la estudió Obama, cuya condición racial lo convertía en un ser extraño a los ojos de sus compañeros malayos.
La promiscuidad sexual de las madres atormenta a los hijos varones. Ahora bien, no existen fotos de Lina Ruz desnuda, como esas en las que aparece Stanley Ann Dunham, la desorejada madre de Obama ¿El fotógrafo? Frank Marshall Davis, conocido comunista y amante de la pornografía, cuyo parecido con Barack es imposible pasar por alto.
Barack Obama le dio duro a la marihuana en su juventud. A Fidel Castro no se le conocen vicios. ¿Malas compañías? Emilio Tro, el jefe de la UIR, grupo llamado “gansteril” por la mayoría de los cubanos, era un santo varón si se le compara con Bill Ayers, un terrorista de los que hacen explotar bombas en lugares públicos; Ayers quería (aún quiere) destruir América, mientras que Tro se alistó como voluntario en el Army y combatió desde Normandía hasta el Elba.
En cuanto a relaciones con clérigos, hay que ser uno de esos fanáticos pastores de televisión y además un poco imbécil para comparar a los jesuitas de Belén con Jeremiah Wright, ese pozo de odio contra los Estados Unidos y contra los blancos. Por otra parte, Fidel Castro es parte del sector racial que siempre ha dominado su país, los blancos, mientras que Obama pertenece a una minoría que fue esclavizada y discriminada.
Ni los padres de Fidel ni los de Obama son gente recomendable. Ahora bien, aunque de Ángel Castro y Lina Ruz se dicen muchas cosas malas, nadie los ha acusado jamás de comunistas, lo que sí eran los abuelos de Obama, su revoltosa mamá y Frank Marshall Davis, su casi seguro padre y mentor en la adolescencia.
Hasta que llega al poder, la vida de Fidel Castro es un libro abierto. En la de Obama, el misterio comienza con el lugar de su nacimiento, continua en el Continental College, donde no se sabe si recibió o no una beca Fullbright como estudiante extranjero, con el viaje a Pakistán y a Kenia, con su paso por Columbia y Harvard, universidades de la Ivy Leage en las que no debió haber ingresado por sus mediocres resultados académicos en el college, las cuales mantienen en secreto sus expedientes.
Si algo tienen en común los antecedentes de Fidel Castro y Barack Obama es el no haber trabajado nunca. En cuanto a su proyección, ambos son destructores naturales, narcisistas, mitómanos y crueles. Bien les vienen a los dos las palabras que escribí sobre Fidel en 1991 y envié al Nuevo Herald desde Cuba: “Una personalidad abominable, impulsada por el odio, la envidia y el afán de dominio”.
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