Por JORGE QUINTANA (1957)
Hace pocas semanas, hacíamos mención a la especial situación de los nativos de Islas Canarias en Cuba, que siendo tan súbditos españoles como los de las demás provincias españolas, fueron los que más se distinguieron en las luchas del pueblo cubano. Ya en la época de Narciso López dos hijos de las Islas Canarias, dos hombres humildes pero sinceros, pagaron con sus vidas en el patíbulo, su adhesión a la causa que defendía el noble venezolano. Uno fue en Cárdenas. Se llamaba Bernardino Hernández.
Lo arrestaron la mañana del 20 de mayo de 1850 ósea unas horas después de haberse retirado de Cárdenas el general López y los expedicionarios que le acompañaban. Lo acusaron de haber manifestado simpatías por los invasores, al extremo, según sus acusadores, de que el día 19 andaba por las calles con un sable de los que traían los expedicionarios.
Aquello bastó para que la temible Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de la Isla de Cuba lo juzgara y condenara a morir en garrote vil en la misma ciudad de Cárdenas, en cuya cárcel hallábase preso.
El 10 de agosto de 1851 era ejecutada la terrible sentencia. El otro isleño agarrotado, en esta época por los españoles, fue Graciliano Montes de Oca. Este resultó mucho más comprometido que Bernardino Hernández porque se le pudo acusar, no de expresar vagas simpatías, sino de actuar en la búsqueda de un buen práctico de mar, conocedor de las costas cubanas, que pudiera prestar sus servicios, conduciendo la segunda expedición del general López que a la sazón se organizaba en los Estados Unidos. Juzgado también por la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de la Isla de Cuba fue condenado a morir en garrote vil. E1 29 de abril de 1851 se cumplía la espantosa sentencia en la explanada de la Punta, en La Habana.
Consideraron los cubanos en esta época la especial adhesión de los isleños a la causa cubana y la circunstancia de haber sido muerto dos hijos de Islas Canarias en el patíbulo por la causa de la libertad de Cuba, al extremo de que se imprimieron manifiestos dirigidos especialmente a ellos y en «La Verdad» de Nueva York se publicaron varios llamamientos a los hijos de Islas Canarias que vivían en Cuba, invitándolos a unirse a la causa de la liberación del pueblo cubano.
Pocos años después, en la Guerra de los Diez Años, hombres como Manuel Suárez, nativo de Islas Canarias se distingue notablemente hasta el grado de alcanzar el rango de general en aquella contienda donde al generalato sólo se llegaba a fuerza de coraje, de valor, de disciplina, de amor a la patria.
En la Guerra de Independencia no sólo registramos la presencia del mayor general Manuel Suárez, sino que encontramos otros casos de isleños como Jacinto Hernández Vargas, que también llegó al generalato y otros muchos que llegaron a ser coroneles como los Mayato en las fuerzas de Carlos Rojas en la zona de Cárdenas. De Jacinto Hernández Vargas vamos a escribir hoy para rendirle tributo a los hijos de Islas Canarias que tan leal adhesión mostraron en nuestras luchas por conquistar la independencia.
El 12 de mayo de 1863 nació en Guía, Islas Canarias, Jacinto Hernández Vargas. Su padre emigró a Cuba fomentando una finca en las inmediaciones de San Antonio de las Vegas, en la provincia de La Habana. En tanto el niño va creciendo allá en las islas donde naciera, instruyéndose y educándose.
En 1875, en plena Guerra de los Diez Años, le envían a Cuba a que se reúna con su padre. Tiene doce años de edad. Pese a ello se percata de la realidad cubana prontamente. En última instancia el cubano era tan sometido y atropellado por las autoridades coloniales como lo podían ser los isleños en las Canarias y aun los propios españoles en su patria. Como tenía cierta preparación desempeñó diversos cargos en San Antonio de las Vegas, entre ellos el de Juez Municipal. Afiliado al Partido Liberal Autonomista toma parte en la política local. Le eligen Alcalde Municipal.
Desempeñaba este cargo cuando el pueblo cubano se lanza de nuevo a la lucha para conquistar definitivamente su libertad a través de la independencia. Muchos antiguos autonomistas comienzan a abandonar esas filas para sumarse a los patriotas independentistas. Jacinto Hernández Vargas es uno de ellos. Desempeña una posición importante y no puede lanzarse al campo de la lucha, mientras las circunstancias no se lo permitan. Así aguarda a que la columna invasora que al mando de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo venía avanzando desde Oriente. Los triunfos que han obtenido en Las Villas y Matanzas los invasores levantan al máximo el entusiasmo del pueblo cubano. Jacinto Hernández Vargas se prepara, organiza hombres y aguarda. Como un buen patriota está dispuesto a todos los sacrificios.
El 9 de febrero de 1887 habíase casado con la cubana Florinda Pérez. Tiene hijos. Sin embargo, ello no le hace vacilar. Ella sabrá comprender su sacrificio y le ayudará como las buenas patriotas ayudan al esposo en situaciones de esta naturaleza, en que el deber patriótico se impone por encima de todos los demás.
En los primeros días de enero la columna invasora se interna incontenible en la provincia de La Habana. Los pueblos van cayendo en manos de los soldados invasores, en muchos casos sin disparar un tiro Guarniciones enteras se les rinden.
El Alcalde Municipal de San Antonio de las Vegas sale al campo y se dirige al campamento del mayor general Máximo Gómez que opera en el centro de la provincia tratando de distraer la atención de los españoles a fin de facilitar los avances de la columna invasora en la provincia de Pinar del Río, a cuyo frente se encuentra el valeroso Antonio Maceo. De aquella entrevista entre el general Gómez y el Alcalde Hernández Vargas sale una decisión. Jacinto Hernández reunirá los elementos que se han comprometido con é1 y saldrá al campo de la insurrección con el grado de comandante, para iniciar operaciones en la zona.
El 10 de febrero de 1896 el Alcalde Municipal de San Antonio de las Vegas, Jacinto Hernández Vargas, al frente de cuatrocientos hombres, abandona el pueblo y se declara en rebeldía contra el gobierno colonial. Para el autonomismo fue un rudo golpe, para las autoridades españolas no lo fue menos porque el sublevado en San Antonio de las Vegas no era un despechado, ni un hijo ingrato, ni un laborante, ni un bandido, epítetos con que se solía calificar a los cubanos patriotas que amaban la libertad y la defendían al precio de sus vidas.
Por el contrario, el sublevado de San Antonio de las Vegas era un noble hijo de Islas Canarias que lo tenía todo a su disposición, posición, honores, solvencia económica y sin embargo renunciaba a todo eso, a la tranquilidad del hogar, al cariño de los hijos pequeños, para lanzarse a la lucha en defensa de un ideal de libertad y de justicia, del derecho de un pueblo a que no le siguiesen atropellando, violando sus más elementales derechos ciudadanos.
El 25 de abril de 1896 asciende a teniente coronel. Opera a las órdenes del general Adolfo del Castillo, después a las de Juan Bruno Zayas. En toda la zona a su cargo se hace sentir su presencia. Cada día engrosan las filas de sus fuerzas, hombres atraídos por su simpatía. Como jefe de su Estado Mayor ha escogido a un patriota singular, el comandante Entralgo, un hijo de Guanabacoa, que se distingue también por espíritu de organización, por su disciplina, por su religiosidad. Las dificultades de combatir en la provincia de La Habana son superadas por el teniente coronel Jacinto Hernández.
Los jefes habaneros caen en sucesión peligrosa. Cuatro generales mueren en el campo de batalla. Son ellos el mayor general Antonio Maceo, Alberto Rodríguez, Juan Bruno Zayas y Adolfo del Castillo. Coroneles de tanto prestigio como Néstor Aranguren, los hermanos Delgado A. Collazo, caen también en arteros emboscados o en combates.
El gobierno colonial posee en la provincia de La Habana los mejores medios de comunicación, las mejores carreteras, las tropas más disciplinadas y de mejor entrenamiento para el tipo de guerra que se hace en Cuba. Los soldados de Otumba Pizarro no son hombres bisoños sacados de las quintas, sino veteranos con experiencia. Y esos son los soldados que el gobierno tiene a su disposición en la provincia de La Habana. Por eso el operar en ella era tan riesgoso y difícil.
El 26 de julio de 1897 el teniente coronel Jacinto Hernández Vargas es promovido a coronel por mérito contraídos en la campaña. Desde Las Villas el mayor general Máximo Gómez le sigue los pasos y se muestra orgulloso de la adquisición hecha en aquella entrevista de los días finales de enero de 1896, cuando el entonces Alcalde Municipal de San Antonio de las Vegas salió al campo para ponerse a la disposición de la causa cubana.
Después de la muerte de los generales Adolfo Castillo, Alberto Rodríguez y Juan Bruno Zayas que mandaron las fuerzas del Sur de la provincia de La Habana, pasaron algunos jefes un tanto fugazmente como los coroneles Juan Masó Parra, Ricardo Sartorio, etcétera. Al concluir la campaña el coronel Jacinto Hernández Vargas estaba hecho cargo del mando de la Brigada de La Habana del Quinto Cuerpo que operaba en Bejucal, San Felipe, Quivicán, Güines y San José de las Lajas.
Ha tomado parte en los combates de las lomas del Plátano, El Naví, La Güira, y Flor de Mayo. EI mayor general Máximo Gómez no olvida la lealtad con que aquel íntegro hijo de Las Islas Canarias había servido a la causa de Cuba y lo recomienda para el ascenso al grado de general de brigada. El 19 de agosto de 1898 se le asciende a ese grado. Con él concluirá la campaña.
El 1 de enero de 1899 al frente de las huestes libertadoras entra en el pueblo de Güines. Después entran en Bejucal. Los patriotas le aclaman como un héroe. Con el mismo sentido de responsabilidad conque había actuado cuando era Alcalde de San Antonio de las Vegas, actúa ahora. La disciplina de sus hombres debe contribuir a la conservación del orden. Se reúne con su familia.
El Gobernador General John R. Brooke le designa Alcalde Municipal de Güines. Su administración excelente le gana las simpatías de los güineros. Cuando año y medio después, el 16 de junio de 1900, se celebran elecciones para designar a los Alcaldes Municipales al general Jacinto Hernández Vargas, no le resultó difícil ganar la elección. Al año siguiente abandona el cargo, al resultar electo Alcalde de Güines en los comicios celebrados el 1 de junio de 1901, otro patriota de abolengo, Leandro Rodríguez, que fuera Tesorero del Comité Revolucionario Cubano que preparó la llamada Guerra Chiquita.
Jacinto Hernández retorna a San Antonio de las Vegas. Toma parte activa en la política habanera. Se afilia al liberalismo. Secunda el alzamiento liberal de agosto de 1906. Se suma a la Coalición Liberal que en 1908 representaba la unión de las ramas que liderean el mayor general José Miguel Gómez y el doctor Alfredo Zayas.
En los comicios del 14 de noviembre de 1908, el general Jacinto Hernández Vargas figura como candidato a representante, pero no sale, quedando entre los primeros suplentes. Dos años después toma posesión del acta de representante que ha dejado vacante el doctor Mario García Kohly que ha aceptado la cartera de Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en el Gabinete del Presidente Gómez. Cesa tres años después en 1913. Con ello liquida su carrera política. La familia ha crecido y el decide dedicarse a las atenciones de su finca en San Antonio de las Vegas, donde cría ganado y siembra cañas.
Es un ciudadano modesto a quien los prestigios de su actuación pública, limpia, sin manchas, sus méritos de la Guerra de Independencia donde alcanzó el grado de general de brigada, no le envanecen. Otros con muchos menos méritos que él, ascenderán más alto en la vida pública nacional. Él, por lo contrario, se conforma con un vivir modesto y sencillo, en el campo de su finca, en su casita de madera, junto a la abnegada esposa, a los hijos que han crecido y a los nietos que han llegado. Así es de ejemplar su vida.
Ha sido el último de los generales del Ejército Libertador que ha fallecido; hecho ocurrido el 8 de mayo de 1951. Luego de esa fecha no quedaban más que cuatro generales libertadores: Enrique Loynaz del Castillo, que procedía del estado mayor del mayor general José María Rodríguez; Carlos García Vélez, que procedía de las filas que mandara su inolvidable padre, el mayor general Calixto García Iñiguez y los doctores Eugenio Molinet y Daniel Gispert que procedían del glorioso Cuerpo de Sanidad Militar del Ejército Libertador.
Así terminó su vida, en medio de la tranquilidad de su hogar, humildemente, con sencillez magnífica aquel isleño valiente, íntegro, que colocado entre la injusticia del régimen colonial español y la justicia de la causa que defendían los cubanos, se sintió cubano y salió al campo a defenderles su derecho a la libertad con la misma decisión que los que ya combatían, con más vergüenza que muchos que combatieran en las filas españolas a sus hermanos.
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