Por Orlando Martínez (1949)
Desde tiempos remotos existió entre nosotros la preocupación de establecer una entidad destinada a la pedagogía musical, ya que la música fue siempre el arte que más entusiasmo despertó en Cuba a través de toda su historia.
El primer empeño de esa clase que se tienen noticias es el de la academia “Santa Cecilia”, creada en 1816 bajo la protección de la Real Sociedad Económica y llegando a contar con una orquesta. En 1933, José Trespuentes y Clemente Peichier fundaron una academia para enseñar contrapunto, armonía y composición, lo cual es de una gran importancia histórica en la llamada “Casa de Bocarro”, Antonio Raffelin y Ramón Pintó dirigieron en 1830 la academia de música de una sociedad artística.
En 1832 llegó a La Habana el pianista, compositor y pedagogo alemán Juan Federico Edelmann, quien fundó una larga dinastía de músicos cubanos que se ha prolongado hasta nuestros días. Entre sus muchos alumnos notables, Edelmann formó a tres de los más grandes artistas que ha dado Cuba, Manuel Saumell (1817-1870), el inmortal autor de tantas contradanzas cubanas. Pablo de Bernini, (1823-1910) y Fernando Arizti (1828-1888). Samuel tuvo como discípulo al malvado Gregorio Ramos; Desvernine fue el mentor de Eddie MacDowell y Arizti el de Nicolás Ruiz quien a su vez, tuvo como alumnos a Cecilia Arizti (pianista) y compositora, hija de Fernando Arizti), Gaspar Villate, Ignacio Cervantes, Carlos Alfredo Peyrellade, Natalia Broch y Angelina Sicouret.
En 1881 Gaspar Villate, Ignacio Cervantes, Pablo Desvernine, Serafín Ramírez y otros quisieron establecer en la “Sociedad Económica” una academia de música pública y gratuita, no logrando sus empeños. Tres años después, Cervantes y José Navalón anunciaron la apertura de una academia de música en el nuevo Liceo, sin que llegaran a crearla.
Como se ve, no faltaron proyectos y esfuerzos en el campo pedagógico musical de Cuba en el siglo XIX, pero siempre por una causa o por otra, alcanzaron el fracaso.
Blanck visita a La Habana
Aprovechando unas vacaciones que le había concedido el College of Music de Nueva York, donde era profesor de piano en 1882, llegó a La Habana por vez primera el pianista y compositor Hubert de Blanck, de 27 años de edad. Aquí ofreció algunas audiciones, siendo la primera en el “Centro Gallego” con un programa que incluía el Trío, Op. 52 para piano, violín y cello, de Antón Rubistein, el cual interpretaron Blanck, Anselmo López y Serafín Ramírez. Nuestros músicos más notables, entre ellos Cervantes, Desbernini y Espadero aplaudieron con entusiasmo al joven artista que nos visitaba. Desvernini en carta a Augusto Berderlari -acreditado maestro residente en Nueva York-, le decía:
“Ha llegado a esta capital acompañado de su señora esposa, un pianista holandés Hubert de Blanck quien en su primer concierto ha obtenido un hermoso éxito artístico y pecuniario. He podido admirar su noble mérito de virtuoso y de compositor. Posee la buena escuela que usted sabe consiste en no sacrificar jamás el canto al mecanismo, demostrando también un buen estilo y una ejecución notable, siendo además, un perfecto caballero. Como profesor, estoy seguro que es de valor porque en la conversación que con él he tenido, aprobé su sistema de enseñanza conociendo que se ocupa de sus clases con talento y conciencia…”
EN CUBA PARA SIEMPRE
Una vez satisfecho el objeto que le trajo a esta ciudad, regresó Blanck a Nueva York, donde permaneció ocupándose de sus clases y tomando parte en un gran número de conciertos. El 28 de febrero de 1883 su retrato apareció a plaza entera en la portada del “Musical Courier.” de aquella ciudad. Por aquellos días se presentó en el “Steinway Hall”, iniciándose el programa con la primera audición en Nueva York del Trío, Op. 32 de Godard para piano, violín y cello, interpretado en unión de San Franko y Emil Schenck. Blanck tocó solo el “Andante” de la Op. 7 de Grieg, la Mazurca Op. 24 de Saint Saens, el Estudio Op. 10 No. 12 de Chopin y Fausto de Gounod-Litz, agregando tres obras suyas. Al hablar de Blanck en estas obras, la crónica dice que “en todas ellas demostró una técnica brillante y bien desarrollada”, agregando que “sus tres composiciones merecieron grandes elogios, mostrando sus favorables condiciones de compositor”. “Fausto” termina el artículo, “cerró la tarde sirviendo para acrecentar la
reputación de Blanck como un pianista y músico de talento” …
En aquel propio año de 1883, el artista vino a establecerse definitivamente en La Habana. Aquí se relacionó enseguida con todas las personalidades del arte y de la cultura, siendo nombrado presidente de la Sección de Filarmonía de “La Caridad del Cerro”. El 28 de septiembre de aquel año tomó parte en un concierto celebrado en el nuevo Liceo y el 8 de febrero de 1884, reestrenó en la propia asociación su sexteto “La Danza Infernal” para piano, violín, cello, contrabajo y flauta. El 16 de marzo siguiente organizó y dirigió con la ayuda del Gobernador General el festival celebrado en el teatro “Tacón” para recaudar fondos para la construcción del hospital “Reina Mercedes”, anotándose un triunfo extraordinario.
LA SOCIEDAD DE MÚSICA CLÁSICA
Ofreciendo algunas clases e interviniendo directamente en la pequeña vida musical de La Habana pasó Blanck algún tiempo decidiendo crear una Sociedad de Música Clásica, con el fin de divulgar principalmente la “música de cámara”. Con este objeto unió a él los violinistas José y Félix Vandergutch (padre e hijo), al
cellista francés Charles Werner y al violinista Tomás de la Rosa. El primer concierto de la “Sociedad de Música Clásica” tuvo efecto el cinco de noviembre de 1894 en la residencia particular del “diletante” Andrés Weber y de Torres, situada en la calle de Corrales número 1. El programa contenía el Cuarteto de piano, Op. 16 de Beethoven; el Trío Op. 52 de Rubinstein y el Cuarteto en sol, la Danella.
La “Sociedad de Música Clásica” se convirtió en 1886 en la “Sociedad de Cuartetos Clásicos” que laboró hasta 1889 con Tomás de la Rosa, (primer violín), Angelo Tempesti (cello) y Blanck (piano). Esta “Sociedad” fue revivida en 1909 por el propio Blanck con Juan Torroella, Arturo Quiñones, Constante Chané y Antonio Mompó después Torroella fue su animador y guía por espacio de muchas décadas.
UNA CARTA DE DÍAZ
ALBERTINI
Por aquellos días de la “Sociedad de Música Clásica” Blanck contaba ya con una copiosa y valiosa labor de compositor, y a propósito de unas obras que él debía imprimir en el establecimiento del famoso editor Lemoine, de París el gran violinista cubano Rafael Días Albertini, desde aquella ciudad, le envió una carta en la que decía:
“He enseñado a muchos artistas tales como Saint-Saéns, Lalo, Delibes, Wider y Girands, las obras que tengo en mi poder, y puedo aseguraros para vuestra satisfacción que la opinión de tan notables compositores os es muy favorable. Saint-Saéns, en particular, me dijo que la “Suite” de orquesta le ha gustado extraordinariamente, diciéndome Mr. Lemonoine que vuestro campo de acción estaba en París” …
ACTIVIDADES MÚLTIPLES
DE BLANCK
Además de su trabajo como director y profesor del Conservatorio, Blanck seguía interviniendo activamente en la vida cultural de La Habana. El 18 de noviembre de 1885 en una velada a la memoria de José Antonio Cortina, dirigió la interpretación orquestal de la marcha fúnebre que había dedicado al desaparecido. En febrero de 1886, Anselmo López le editó a Blanck el “Hed” titulado “Ante la tumba de un esclavo” con versos de Jerónimo Sanz.
El 30 de mayo siguiente, el pedagogo comenzó a editar la revista mensual “La Propaganda Musical” dedicada a los alumnos del Conservatorio y en sus páginas se relataba el desenvolvimiento interior de la institución. Y se recogían las noticias del desenvolvimiento musical en el mundo, dándose a conocer también biografías de compositores y artistas. Esta revista publicó ocho números.
El 10 de julio Blanck tomó parte en un concierto celebrado en “La Caridad del Cerro” con motivo de una conferencia de Evelio Rodríguez Lendián titulada “Los Grandes Hombres y las Grandes Ideas”. Allí interpretó un “Estudio” y la “Berseuse” de Chopin, su propia “Burlesca” y el Vals de “Fausto”, de Gounod-Lisst acompañándole varios números al genial violinista cubano Claudio Brindis de Salas.
CONTRA VIENTO Y MAREA
Muchos triunfos y honores, conquistaba Blanck. En 1887 “La Caridad del Cerro” le obsequió una medalla grabada en premio a sus servicios, pero no todo fue mieles en la obra gigantesca emprendida por aquel artista, pues lógicamente, la envidia y la maldad humanas pronto comenzaron a querer robar su gloria. Desde el momento mismo de la inauguración del Conservatorio, antes de abrir sus puertas para ser más exactos, los pobres de espíritu comenzaron a tratar de cercarle y hasta de aniquilarle, si era posible.
Entre los enemigos declarados del Conservatorio y su fundador, se contó en primer término por su apasionamiento Serafín Ramírez, quien llegó a encabezar cierto estado de opinión adversa a la institución y a Blanck. El famoso crítico y musicólogo dio rienda suelta a su bilis en su inmortal libro “La Habana Artística”; ni él ni los que le seguían podían conformarse con el hecho de que el músico europeo hubiera logrado la realización plena de sus fines, en tanto que ellos habían fracasado tantas veces.
Blanck callaba ante los ataques siempre seguro de sí mismo, pero el mal suele triunfar en parte y el pedagogo holandés comenzó a ser abandonado por muchos de aquellos que lo habían ayudado en los inicios de su obra. En 1890 se publicó un folleto de cuarenta y cuatro páginas titulado “El Conservatorio de La Habana, tal cual es. Consideraciones acerca de esta institución y de cuantos particulares con ella se relacionan”, el cual estaba dedicado a atacar a Blanck y a su centro de enseñanza. Desdichadamente, este folleto apareció firmado por Narciso Téllez, Modesto Julián, Ignacio Cervantes, entre otros. El estilo en que está redactado los razonamientos que contiene y el hecho de haber sido el último en firmarlo demuestran que el folleto fue escrito y confeccionado por Serafín Ramírez.
UNA CARRERA BRILLANTE
El once de junio de 1856 nació Hubert de Blanck en Utrech (Holanda), siendo hijo de William de Blanck, violinista y de Regina Valet, cantante; sus antepasados habían sido nobles franceses que con motivo de la Revolución de 1789 se refugiaron en Holanda, disfrazando el apellido Blanc con una “k” adicional. Las primeras lecciones de música se las dio su padre, hasta los nueve años. Después el 20 de febrero de 1865 ingresó en el Conservatorio de Lieja (Bélgica), entonces dirigido por Etienne Soubre, quien al hacerle el examen de admisión expresó: “Muy bien, mucho porvenir” … al año siguiente Blanck comenzó allí las clases de piano con Felix-Etienne Ledent, cuyos reportes anuales sobre su alumno no podían ser mejores.
Contando trece años de edad, Blanck ganó por unanimidad el segundo premio en concursos de piano celebrados en aquel Conservatorio, con el Concierto en Si menor de Hummel, para piano y orquesta. Los alumnos que se presentaron al concurso formaban un grupo muy nutrido y las presentaciones se prolongaban demasiado. Entonces, para entretenerse, los jóvenes pianistas se marcharon a la calle a jugar bolas. Uno de ellos le hizo trampa a Blanck y este enfurecido, se echó sobre su compañero, cayendo los dos al suelo en medio de una ardiente pelea.
Blanck se desgarró el pantalón y se llenó todo de polvo, en ese momento un ujier le avisó que el tribunal lo llamaba, pues había llegado su turno. Tenía que apurarse; sin tiempo para pensar en otra cosa el muchacho subió corriendo las escaleras hasta llegar al salón y sentarse al piano, dejando al tribunal perplejo por su estado; pero el joven pianista, haciéndose el incauto, comenzó a tocar… y ganó el segundo premio. El primero correspondió a Maurice Cbizelle, de dieciséis años de edad.
Aquel mismo año Blanck abandonó el Conservatorio de Lieja. Después de haber estado en Bruselas y haber tocado en el Palacio Real, el rey lo becó para perfeccionarse donde el quisiera. Su padre eligió Colonia, hacia donde marcharon los dos en 1872. Años después conoció al joven y notable violinista brasilero Eugene Maurice Dangremont y juntos inician una gira artística por Alemania y Dinamarca que les valió muy buenos éxitos.
Los dos amigos deciden después marcharse a América llegando a Río de Janeiro en abril de 1880 y recibiendo los mayores cumplidos en la corte de Pedro II, emperador de Brasil. Luego viajaron ambos y Buenos Aires y luego nuevamente a Europa.
En febrero de 1881 el pianista holandés se dirigió nuevamente a Buenos Aires, esta vez solo y de ahí pasó a Estados Unidos para ofrecer una serie de conciertos. En Nueva York se presentó interpretando el “Konzertstück” de Weber con la Orquesta Filarmónica de aquella ciudad dirigida por Theodore Thomas. Más tarde ganó por oposición la plaza de profesor de piano del “College of Music”.
Fue por aquellos días cuando Blanck conoció a la joven Ana G. Menocal, perteneciente a una distinguidísima familia cubana y con ella se casó en Nueva York el 15 de noviembre de 1881, de esta unión nacieron seis hijos: Willy, Humberto, Armando, Rosario, Florencio y Narciso. El hecho de haberse unido en matrimonio a una cubana y, por lo mismo, el oír hablar tanto de nuestro país, fue lo que decidió a Blanck a conocer nuestra capital.
TODO POR CUBA
Al estallar en 1895 nuestra
guerra de independencia, el músico simpatizó inmediatamente con el movimiento, ingresando como tesorero de la Junta Revolucionaria de La Habana, que presidía José Antonio González Lanuza. Los revolucionarios usaban distintos seudónimos en la
correspondencia privada, el de Blanck era el número “209”.
En carta del 15 de mayo de 1896, “Andrés Gómez” (González Lanuza) recomendaba a Estrada Palma que nombrara a “209” presidente de la Junta pues, según decía, ha trabajado desde el principio y es hombre absolutamente probado y de iguales condiciones que “952” (Leopoldo Cancio), por razón de su posición social”. Más adelante sobre la presidencia de la Junta, dice la carta: “..creo que “902” y “209” servirían para ello. Mejor tal vez “209”, porque ante todos nuestros elementos es indiscutible y ha trabajado más que el anterior. Usted debe pues decidir”.
Blanck no llegó a presidir la Junta Revolucionaria. Esta tuvo intenciones de enviarlo a Nueva York, pero no hubo tiempo. El 6 de septiembre de 1896, la policía sorprendió a los conspiradores conduciéndolos a la jefatura de orden público de la provincia de La Habana, bajo el mando del comandante de la Guardia Civil Manuel de la Barrera Fernández donde fueron internados en el calabozo número 9. El acta de detención figura en el libro correspondiente en la orden número 25 y en ella se hizo constar que en el domicilio de Blanck se ocuparon los retratos del cabecilla insurrecto don Armando Menocal y de su hermano don Raimundo.
Cuando a Blanck lo interrogan, entre otras, le preguntaron qué relaciones le unían con González Lanuza; el músico que gustaba de practicar el humorismo contestó: “Nos conocemos porque tenemos la misma profesión. Yo toco el piano y el doctor Lanuza toca la flauta” … declaración que el comandante tomó muy en serio. Como recuerdo de aquellos hechos, Blanck conservó siempre un humilde jarro de lata que adquirió para beber. Trece días permaneció el artista en el calabozo. Allí con un alfiler que encontró prendido en una de las solapas de su saco, se entretenía escribiendo en las paredes.
EN EL DESTIERRO
Por disposición del Gobernador General, el sanguinario Weyler, los conspiradores Hernández Huguete y Blanck, según el acta, “fueron expulsados del territorio de la isla y dominios españoles, teniendo en cuenta que ambos eran, el primero súbdito de los Estados Unidos y el segundo de Rusia”… Veinticuatro horas después partió Blanck al norte en el vapor “Mancotte”, en unión de su amigo Samuel Tolón. Su conservatorio lo dejó al cuidado del gran pianista y profesor cubano Carlos Alfredo Peyrellade.
Durante sus primeros tiempos en los Estados Unidos, el artista sufrió privaciones, pues su sustituto no le enviaba dinero a alguno de la institución. Entonces se vio obligado a vender el rubí que le había obsequiado el emperador de Alemania para así atender a sus necesidades más perentorias. Más tarde ofreció algunos recitales.
EL REGRESO A LA HABANA
Al terminar la guerra en 1899, volvió Blanck a nuestra capital. En un principio no pudo rescatar su institución porque Peyrellade le negó sus derechos a la misma. Después logró obtener los instrumentos muebles y útiles de su pertenencia, pero perdió el local y el nombre de la entidad. Tuvo la satisfacción de que muchos de sus alumnos de antes se fueran con él al establecerse nuevamente en la calle de Galiano esquina a Dragones.
Leonardo Wood el gobernador provincial de la isla con motivo de la primera intervención norteamericana, autorizó oficialmente a Blanck para añadir la palabra “Nacional” a su Conservatorio, sin que esto alterara su condición de entidad privada. Por aquella época, el pedagogo adoptó la ciudadanía cubana. El general Mario García Menocal, entonces jefe de la policía de La Habana, le ayudó a levantar su institución, obteniendo algunas becas de la Diputación Provincial. Blanck le presentó a Menocal un proyecto para crear la Banda de la Policía, a lo que se opuso el Gobernador norteamericano. Años más tarde, esa banda fue fundada por Guillermo M. Tomás, convirtiéndose después en Banda Municipal de La Habana.
LA ÓPERA PATRIA
En 1891 Blanck compuso la ópera “Actea”, en un acto, con libreto de Ramón Espinosa De los Monteros, que nunca fue representada. El primero de diciembre de 1899 en función de gala en honor del “Centro de Veteranos”, se estrenó en el teatro “Tacón” el segundo cuadro de la ópera “Patria” también de Blanck y Espinosa de los Monteros, bajo la dirección orquestal del autor. La obra fue interpretada por la soprano Chalía Herrera y el tenor Michele Sigaldi siendo la primera ópera basada en nuestra guerra de independencia y la tercera sobre un tema cubano, pues estaba precedida por “Colón” de Juan Bottesini y “Yumurí” de Sánchez de Fuentes. “Patria” se cantó de nuevo al día siguiente y en ambas ocasiones obtuvo un triunfo ruidosísimo. El 20 de mayo de 1922 la ópera se representó en el teatro “Martí” en forma íntegra, interpretada por Laura Obregón y Ortiz de Zárate y dirigida por el autor.
En los días del estreno de “Patria”, Blanck logró uno de sus más grandes empeños al comenzar a extender su pedagogía al interior de la isla. Las primeras academias incorporadas al conservatorio de La Habana fueron las llamadas Mozart en Matanzas, Beethoven en Cárdenas y el Instituto Musical de Cienfuegos. Poco después las incorporaciones alcanzaron a toda la República.
Una polémica curiosa
Entre las muchas versiones pianísticas que se han hecho de nuestro himno nacional, Blanck publicó una en 1900 y en ella se leía: “Presentado tal y como fue compuesto por el insigne patriota señor Pedro Figueredo en 1868” … Esto fue suficiente para que se iniciara una larga y apasionada polémica, pues Martín Varona, Serafín Ramírez y Guillermo Tomás sostenían que la frase de “La Marsellesa” que aparecía en la versión del himno hecha por Blanck era apócrifa. El pedagogo contó con el apoyo de Fernando Figueredo Socarrás, sobrino de Perucho y entonces Subsecretario de Estado y Gobernación. La última palabra sobre el asunto la dijo la señora Adela Morell de Hoyos de Camagüey, quien hizo llegar a Blanck el manuscrito original del himno, del cual era depositaria y en el que podía observarse las frases de “La Marsellesa”. No fue pequeña la lección de historia que un holandés supo darles a algunos cubanos.
UNA NUEVA COMPAÑERA
Ana Menocal, la esposa de Blanck, falleció el 19 de septiembre de 1900. El 15 de octubre siguiente, el maestro comenzó a publicar y dirigir su segunda revista, “Cuba Musical”, de música, teatro y bellas artes, asistido de Gabriel Morales Valverde como secretario de redacción y de Francisco Cortaderas como administrador. Esta revista, que se publicaba quincenalmente, pasó a manos de Marín Varona el 15 de diciembre de 1903, durante algunos años.
Un día, Blanck ganó para siempre el corazón de una alumna muy distinguida, Pilar Martín, y el 28 de junio de 1902 ambos unieron sus destinos. De este matrimonio nacieron tres hijos, Margot, notable Pianista, Ernesto, gran dibujante y diplomático y Olga, inspirada compositora. Muchos años después, Pilar Martín sustituyó a su esposo en la dirección del conservatorio por motivos de salud del músico.
EN CONSTANTE LABOR
En 1904, Blanck fue nombrado vicetesorero del Círculo de Bellas Artes. Al año siguiente presidió el jurado de los concursos de bandas infantiles de Santa Clara, convocado por el Ayuntamiento de aquella ciudad. En 1909 comenzó a laborar como crítico musical en el periódico “La Discusión”, cargo que desempeñó largos años. El 4 de noviembre de 1910 al crearse nuestra Academia Nacional de Artes y Letras, fue nombrado presidente de la sección de música de la misma. Un mes después, sus discípulos, colaboradores y amigos le ofrecieron un banquete obsequiándole una placa conmemorativa en homenaje por los 25 años de fundado del Conservatorio.
La Exposición Nacional celebrada en La Habana en 1911, organizada por la Secretaría de Agricultura, Comercio y Trabajo, le concedió un diploma de honor y medalla de oro por haber sido presidente del jurado de la Sección de Arte. En aquel mismo año, amparado por el General Menocal, Presidente de la República, y por el alcalde municipal Fernando Freire de Andrade, redactó un proyecto de ley para crear oficialmente el Conservatorio Nacional, sin que después lograra sus propósitos.
En noviembre del propio 1911, en unión de Joaquín Rodríguez Lanza, José Giralt y Max Henríquez Ureña suscribió las bases para la creación de un “Comité de Propaganda Artística” cuya idea lanzó en “La Discusión” a fin de tratar de traer a La Habana a los grandes concertistas de aquellos días. En 1912 se le nombró Vocal de la Comisión de la Exposición Nacional de Agricultura concediéndosele un Diploma de Honor. En 1914 estrenó un hermoso quinteto para piano y cuerdas, que fue muy aplaudido. Al año siguiente inauguró en el vedado una sucursal del conservatorio dirigida por Rafaela Serrano y publicó un magnífico artículo pidiendo que el Teatro Nacional pasara a poder del Estado.
El primero de marzo de 1917, comenzó a editar su revista “Correo Musical, que publicó treinta y tres números quincenales; en el de mayo 15 de aquel año firmó una histórica instancia al alcalde de La Habana, titulada “Por la Cultura Artística”, en la cual, con sobradas buenas razones, pedía la creación de una Orquesta Sinfónica por cuenta del Municipio. Al crearse en 1918 la sociedad “Pro-arte Musical” fue nombrado Socio de Honor de la misma, cediendo gratuitamente la “Sala Espadero” de su Conservatorio para los primeros actos de la Sociedad y cooperando en una gran medida, aquella gigantesca empresa iniciada por María Teresa García Montes de Giberga, que había sido discípula suya.
En enero de 1919 acompañó a la soprano María Barrientos en unos conciertos y dos años después obtuvo autorización del Gobierno por vez primera en Cuba en una institución de su clase para usar el escudo de la República en todos los documentos oficiales del Conservatorio. En mayo de 1922 obtuvo un Diploma de Honor en el Gran Concurso Comercial, Industrial, Profesional de Artes y Oficios. Al siguiente año publicó un interesante folleto sobre el piano y su historia.
UN HOMENAJE APOTEÓSICO
A Blanck se le ofreció un grandioso homenaje en el Teatro Nacional el 26 de junio de 1925, al cumplirse el 40 aniversario de la fundación del Conservatorio. Además de un elevado número de alumnos de la institución en el comité organizador de este acto figuraron la Academia Nacional de Artes y Letras, la Filarmónica Italiana, la Orquesta Sinfónica “Pro-arte musical”, los profesores y alumnos de todas las academias de la República incorporadas al Conservatorio, la prensa y distintas personalidades que se adhirieron. Al maestro se le condecoró con una medalla de oro y se le obsequió con una bellísima estatua artística. José Manuel Carbonell, entonces presidente de la Academia Nacional de Artes y Letras, pronunció un emotivo discurso en el que hizo el elogio del eminente músico.
Este homenaje en el que figuraron como intérpretes muchos solistas, una nutrida masa coral y la Orquesta Sinfónica de La Habana, dirigida por Gonzalo Roig, dio lugar a que todos los alumnos de Blanck sintieran la necesidad de estrechar sus relaciones y así inspirados en la idea que sugirió Ernesto Lecuona en septiembre de 1925 se fundó la sociedad “Antiguos alumnos de Blanck”, presidida por Amelia Solberg. Se nombraron presidentes de honor a María Teresa García Montes de Giberga y Ernesto Lecuona. El primer concierto de la sociedad tuvo lugar el 24 de marzo de 1926 en la “Sala Espadero” y en el mismo pronunció unas palabras el maestro Sánchez de Fuentes. Esta sociedad duró unos 15 años.
UN TÍTULO MERECIDO
Por motivos de salud, Blanck se retiró de la vida pública y activa por espacio de algunos años, falleciendo en La Habana el 28 de noviembre de 1932, a los 76 años de edad. Su muerte constituyó un duelo nacional para el arte y la cultura de nuestro país, pues a lo largo de su fecunda existencia había sabido ganarse desde mucho tiempo atrás un título con el que su nombre ha quedado para siempre en la gloria: el Patriarca de la música cubana.
BLANCK COMPOSITOR
Hubert de Blanck compuso un número muy elevado de obras para piano, violín, canto, música de cámara, etcétera, alguna de las cuales no se conservan. Su producción es las pianística y en ella se cuentan creaciones tan notables como la “Toccata” (quizás su obra más importante); los “Estudios de Concierto”, “Introducción y Rondó”. “Impromptu” (página bellísima dedicada a su segunda esposa, Pilar Martín); “Minuet”, “Idilio”, varios “Bocetos” (que incluyen algunas obras de carácter muy bien logradas); “Berceuse”, “La Rapsodia Americana”, el majestuoso “Himno a Martí”, a dos pianos (de grandes méritos musicales), “Elegía”, etcétera, etcétera.
Su música se caracteriza por una original y profunda vena melódica y un gran dominio de la técnica. Fue un compositor de tintes románticos, lleno de potencia creadora y de fuerza expresiva.
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