Por Ernesto Díaz Rodríguez
Sólo unos pocos días nos separan de una infortunada fecha, que llenó de desolación y no poca tristeza nuestros corazones: el inesperado fallecimiento de un valeroso amigo, a quien mucho admirábamos y queríamos, líder espiritual de Alpha 66, junto al no menos querido Andrés Nazario Sargén: el Dr. Diego Medina Hernández. Era el 23 de julio del año 1999. Para que fuera más dolorosa para mí la noticia de su repentina muerte, me encontraba por aquellos días envuelto en una serie de conferencias, relacionadas con nuestra lucha por la libertad de Cuba, atascado en un extenso recorrido por diversos países de Europa. Cuando regresé a Miami, casi tres semanas más tarde, luego de aquel agotador recorrido, todavía la ausencia física del Dr. Diego Medina me parecía un golpe del destino sumamente difícil de asimilar.
Al hacer una valoración de las causas que precipitaron el fallecimiento de Diego, no podemos dejar de tener en cuenta el hecho de que, como médico, en contraste con el empeño de este hombre, nacido para brindar amor a todos cuanto lo rodeaban y, más allá de los intereses económicos, entregarse a sus pacientes con nobleza sin límites, no dejó espacio en su vida para cuidar de su propia salud. Su auto compromiso con la libertad de Cuba consumió una parte de lo mejor de su tiempo; la otra, su labor humanitaria, su dedicación al cuidado de la salud de sus pacientes, esmerado siempre, sin importarle su posición económica en el caso de los más privados de recursos. La aportación de los requeridos medicamentos, sacadas con ternura y comprensión de sus propios bolsillos, era ingrediente básico en su refinada nobleza. Esas fueron parte de las cualidades humanas que a través de los años conocí, que conocimos todos, del Dr. Diego Medina.
Para aquellos que, junto a él, a través de los años integramos la militancia activa de Alpha 66, no podíamos menos que considerar casi mágica la suma de las actividades a las que Diego hacía frente cada día, y de la forma impresionante que las cumplía con éxito. Entre ellas, cabe destacarse, además de la ya señalada esmerada atención de sus pacientes, los programas de onda media y de onda corta, con realidades del acontecer diario en la lucha por la libertad de Cuba. Sólo los más íntimos, entre ellos su abnegada esposa, Sara Martínez Castro, conocimos, tal vez, las dificultades que el Dr. Diego Medina debía vencer en cada ocasión que entrelazaba sus esfuerzos, físicos y espirituales, para que sus programas radiales de onda corta, con bases casi rústicas, artesanales (para definirlos dentro de una realidad palpable), pero con el más refinado contenido ideológico y la fórmula más adecuada para crear daños a las estructuras económicas a la tiranía comunista de Cuba.
Fue por su amor a las instituciones democráticas y a la prosperidad de ese pueblo que amó con todas las fuerzas y la exquisita transparencia de su corazón que, en ocasión de otro aniversario de su partida física, como un ensueño de añoranzas fértiles, al evocar los recuerdos del Dr. Diego Medina Hernández, escribí:
“Durante su larga etapa como adversario interno, a pesar del acoso y la persecución de los cuerpos represivos de la tiranía y, más tarde, en su condición de exiliado político, se destacó por su intransigencia revolucionaria en la defensa de una libertad para Cuba sin aceptar agendas de humillantes concesiones, ni fórmulas de apertura sumisa de diálogo alguno con la tiranía comunista. Tampoco aceptó beneficios económicos ni ayuda militar o asesoría política de ninguna fuerza extranjera que, de una u otra forma, implicara riesgos de compromisos de gratitud o interferencia externa en el destino futuro de nuestra nación, una vez que, con el sacrificio de los propios cubanos, nuestra lucha diera los frutos que anhelábamos. Considerábamos que, para una plena libertad, era estrictamente necesario lograr sin interferencia alguna el derrocamiento de la tiranía comunista, que diera paso, con la apertura de un gobierno nacido de unas elecciones genuinamente democráticas, libre y pluripartidistas, abiertas al genuino respeto, al libre pensamiento, a la prosperidad. En fin, a la felicidad y la paz de la familia cubana.
Como médico, el Dr. Diego Medina nos dejó un hermoso legado de sencillez y bondad. Y fue su transparente sensibilidad una característica permanente de su vocación humanitaria. Por eso, al recordarlo debemos hacerlo con el alma desnuda, con esa admiración que sólo son capaces de merecer hombres como él, hombres que el destino y el diario quehacer a través de los surcos de la vida los convirtió en faros de luz inextinguible, que irradiaron chorros de bondad, y hoy giran junto a las estrellas, apacibles, en lo alto del cielo, fecundando el árbol de la esperanza y alimentando de fe nuestros corazones, para el combate de cada día por la libertad de Cuba”.
¡Descansa en paz, hermano del alma! ¡Gracias por tus nobles aportes al bien, a la esperanza, y a ese futuro radiante de dicha y prosperidad por el cual diste, con inquebrantable determinación, lo mejor de tu vida!
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