POR RODOLFO SANTOVENIA (1957)
Ilustraciones de Juan Sánchez.
Fotos de Jiménez.
En una calurosa tarde del verano de 1825, una explosión rompió el silencio de la siesta de los habitantes de una pequeña ciudad norteamericana de Connecticut. La detonación fue seguida por gritos y ruidos de confusión: Sam, el hijo del tendero Colt, fabricó una pistola de cuatro cañones, que explotó al disparar accidentalmente. Los vecinos de Hartford ya estaban acostumbrados a las extravagancias del muchacho, quien, al principio, los tenía continuamente sobresaltados con sus ensayos de química experimental.
Pero eso era ya demasiado. Un niño de once años no debía jugar con armas de fuego, peligrosas hasta para las personas mayores. La cara del jovencito estaba totalmente negra por la deflagración de la pólvora, el pelo chamuscado y fue un milagro que no hubiera quedado mal herido por la explosión de la pistola, al reventar.
El tendero, cuando vio a su hijo, lo primero que hizo fue correr hacia la tienda y agarrar el palo cuadrado del yard, que servía para medir las telas y se dispuso a dar el bien merecido castigo a su vástago. Pero la oportuna intervención materna hizo frustrar las siniestras intenciones de Mr. Colt La cara del joven experimentador quedó bien untada con manteca para mitigar el dolor y para poder sacar los granos de pólvora incrustadas en la piel, mientras el cabello fue cortado al rape y el muchacho no pudo salir de casa por unos días. Con todo, pese a los ruegos de su esposa, el padre de Sam estaba resuelto a tomar medidas enérgicas. No le gustaban los peligrosos experimentos de su hijo. Pocos días después. Samuel Colt fue internado en el Colegio del listado de Massachussets. Bastante lejos de Hartford.
Huye de la escuela
El inquieto muchacho, sin embargo, no se sentía bien entre las paredes de la escuela, donde los profesores, puestos sobre aviso por el padre de Sam, no le permitieron hacer ningún experimento peligroso. Desatendía sus estudios, pero devoraba los libros sobre química experimental y armas de fuego. Así estuvo dos años en el colegio, hasta que un día, sin previo aviso, se escapó.
Tenía miedo de regresar a la casa paterna y prefirió vagabundear por el campo, mendigando y trabajando alternativamente en el Este. Pero la idea de una pistola que pudiera disparar varios tiros sucesivamente no dejaba de preocupar su imaginación. De esta manera nació, en el cerebro de un muchacho vagabundo de trece años, la idea del revólver de hoy. En sus correrías— faltándole los elementos necesarios—, hizo de madera el tosco modelo de la pistola con tambor giratorio, cuya forma ya se asemejaba mucho al revólver actual.
Inventa el revólver en 1837
Un año después de haberse escapado de la escuela, cansado de la vida que llevaba, una noche de invierno se presentó arrepentido en la casa de su padre, quien, cediendo a los ruegos de la madre, lo acogió y no lo mandó otra vez al colegio, sino que lo hizo ingresar en una escuela técnica. Sam no deseaba otra cosa. Pronto llegó a ser el mejor alumno entre sus compañeros. Química, física, mecánica y todo lo de las ciencias prácticas le interesaba. También se dedicó a la electricidad, que en aquella época se hallaba en pañales. Pero no abandonaba su idea favorita: la del revólver.
Después de largos ensayos, fabricó un modelo de metal que respondía a mil maravillas a las esperanzas del joven inventor. Tenía un solo defecto: pesaba más de cuatro libras. No se desesperó. Siguió trabajando y en 1837, durante el verano, a la edad de veintitrés años, solicitó y obtuvo patente de invención para el revólver en Estados Unidos, Inglaterra y Francia.
Funda una fábrica y quiebra
No faltó, por supuesto, quien se interesara por el invento del joven Colt. En Paterson, estado de Nueva Jersey, se fundó el mismo año la Patent Arms Company para la fabricación de “pistolas de cilindro giratorio”; pero, algunos años después, tuvo que cerrar sus puertas, declarándose insolvente por falta de pedidos. La gente no quería convencerse de las innumerables ventajas del revólver sobre la antigua pistola de uno o dos cañones.
Con todo, el nivel industrial no se dio por derrotado. Empezó a trabajar en otros inventos que pronto le dieron fama en toda la Unión. Sus minas submarinas para la defensa de costas y puertos fueron recibidas con burlas, pero triunfó rotundamente en 1843 cuando el cable submarino de su invención, aislado por medio de algodón y asfalto que pasaba por un tubo de plomo se probó satisfactoriamente entre Nueva York y Brooklyn.
El revólver va al oeste
Sus éxitos en el perfeccionamiento de la electricidad aplicada le dieron suficiente dinero para montar una nueva fábrica de revólveres. Colt seguía luchando por “su idea fija”, que ya empezaba a dejar de ser tal, porque Adams, un ingeniero inglés que presentó un modelo de revolver muy parecido, en Londres, logró introducir la nueva arma en el ejército británico.
Esta vez tuvo más suerte. El general Zacarias Taylor. presidente de la Unión, al ser inminente la guerra con México, le dio orden de fabricar varios miles de revólveres para la caballería del ejército. También, los colonos que iban en largas caravanas para ocupar las tierras vírgenes de Texas, Arizona. Utah y California, se dieron cuenta pronto de la gran utilidad del arma liviana y mucho más manejable que la escopeta contra los ataques de los pieles rojas, que los hostigaban sin descanso.
Los vendedores ambulantes de revólveres ganaron sumas crecidas en el Far West. Los indios navajos, comanches, cherokees y cheyennes vieron enseguida, que el índico metálico del colono blanco escupía balas de plomo con la misma mortífera eficacia que el caño largo y con más rapidez todavía. Porque los nuevos revólveres de Colt ya no se cargaron por la boca como antes, sino por la culata. Apareció el cartucho, que suprimió el largo proceso de cebar el arma. La fábrica de Samuel Colt ya no daba suficiente abasto a las demandas. El revólver imperaba en las inmensas praderas del Lejano Oeste. Era la ley de los rudos hombres que iniciaron la guerra de la conquista de la Naturaleza. También era el argumento supremo en las frecuentes disputas del juego. Su oportuna aparición, detrás del abanico de naipe significaba más que tener cuatro ases en el póker.
El descubrimiento de los ricos campos auríferos, en California, dio un nuevo impulso a la fábrica de armas de Colt. En los campamentos de los mineros, donde se daban cita los aventureros de los cinco continentes, el revólver a veces valía más de lo que pesaba en oro. Era la dorada época de Bill Cody, el inolvidable Búffalo Bill.
Los caballeros del revólver manejaban con mágica destreza las armas de Colt. Perforaban dólares de plata en pleno vuelo con sus certeros tiros, hacían impacto en el corazón del “as” desde quince metros y sacaban cigarros de la boca de uno con la misma imperturbable serenidad conque dejaban un agujero en el centro de la frente del adversario. Y en las noches, con sus salvas de revólver, convirtieron en un colador el cielo de Texas, para que las estrellas brillasen con más luz e intensidad a través de sus agujeros. Los héroes de las novelas de Bret Harte iniciaron una nueva Edad Media en el Oeste a base de la caballerosidad del revólver; que pronto revivió medio siglo más tarde en la pantalla cinematográfica.
¿Quién no se acuerda de la mirada acerada del inolvidable William S. Hart, tan amenazante y justiciera, como los cañones de sus dos revólveres, con los cuales subrayaba la intimidación silenciosa a sus adversarios?
El fracaso del revólver en las guerras
El revólver es un arma defensiva. Así creía también su inventor que sin embargo, logró vender una cantidad nada menos de un millón de piezas, en la larga guerra civil de la Unión. Las batallas decisivas fueron ganadas por las violentas cargas de las caballerías de los yankees, donde el revólver tuvo un peso importante al lado del sable. Colt era abolicionista, y con su enorme fábrica, se puso incondicionalmente a las órdenes de los jefes que al lado de Lincoln lucharon contra la esclavitud. También era contrario a las guerras, lo que, no le impidió vender revólveres a Rusia y Turquía en la famosa guerra de Crimea. En las trincheras de Balaklava, las balas de los colts hicieron enormes estragos entre ingleses, franceses, osmanlíes y moscovitas.
Colt regalaba revólveres primorosamente cincelados al Sultán y al Zar. Con todo, el éxito del revólver en las guerras fue de corta duración. La aparición de los fusiles de repetición y la ametralladora; relegó a su verdadero lugar de arma de defensa.
Dejó cinco millones al morir
Samuel Colt murió en 1882, a la edad de 48 años. Dejó a sus herederos la enorme fortuna, para aquel entonces, de cinco millones de dólares, que el hijo del tendero amansó en menos de veinte años con su invento. Su vida de industrial tuvo mucha semejanza a la de Henry Ford. Apreciaba mucho a sus obreros e introdujo la jornada de nueve horas en sus fábricas en una época de explotación inicua —¡ay, los patronos! —, cuando las horas de trabajo no eran menos de doce por día.
Además, construyó viviendas cómodas para sus operarios y concedió jubilación a los ancianos, aunque los otros fabricantes lo consideraban demente por tal medida.
Esa, y otras “excentricidades” suyas le crearon fama de loco genial. Se decía, por ejemplo, que en sus últimos años, se levantaba cada noche y solía tener largas conversaciones con su caballo Shamrock, en lo cual había algo de verdad, pues Colt apreciaba mucho al noble animal. Sus adversarios le temieron hasta el día de su muerte, por su habilidad industrial inigualable.
Algunas dudas
Por largos años, el nombre de Colt ha sido sinónimo de revólver. Sin embargo, y como sucede con otras tantas invenciones, algunos afirman que el verdadero padre de la revolucionaria arma de fuego no fue otro que un oscuro armero de Baltimore, nombrado John Pearson.
Nada más lejos de la verdad. La realidad es que este nombre aparece asociado al de Sam Colt, durante un par de años nada más. Y que al inaugurarse la primera fábrica de Colt ya Pearson no figuraba en su nómina. El hombre de quien se asegura llevó a la realidad las ideas originales, pero embrionarias de Sam, nació en Nottingham, Inglaterra, a principios del siglo pasado.
Sus primeros años los empleó como aprendiz en una relojería, de donde salió convertido en un operario habilísimo, capaz de realizar trabajos de verdadera precisión. Fueron sus condiciones artesanas las que llevaron a Colt a contratarle por diez dólares semanales. Y efectivamente trabajó para el gran inventor. Pero de ahí a que haya fabricado el primer revólver, hay una enorme distancia.
Por dos años, y mientras Sam Colt recorría los Estados Unidos en aquellos shows a que era tan aficionado, Pearson llevaba a la práctica los chatos diseños del inventor. En esta labor demostró talento extraordinario, como le prueban los modelos existentes, pero es dudoso que contara con verdadero genio inventivo, como se le atribuye por algunos. Después de su corta colaboración con Colt, John Pearson se desvanece, y aunque se sabe que practicó el oficio durante algún tiempo, lo cierto es que su nombre no aparece registrado entre los fabricantes de la época, ni se han conservado piezas de mérito que pudieran serle atribuidas. El genio de John Pearson —si es que realmente lo tuvo— sólo brilló al contacto con el de Samuel Colt, y alejado de él se disipó como una tenue nube de verano.
Ocaso del arma
El revólver fracasó en los ejércitos, ya mucho antes de la I Guerra Mundial. En tiempos de paz, su única utilidad, al parecer, no era otra que estampar el punto final en la vida de algún oficial, en la madrugada fatal que seguía a la noche de juego, en la cual se perdió la caja del regimiento. Fracasó, también, en la pelea entre gánsteres, al caer en desuso.
Las pistolas automáticas ocuparon su lugar. Son más chatas, más portátiles y cargan más plomos. Para combate mayor, se reemplazan con la más eficaz ametralladora, pequeña y liviana, para la cual era necesario, hace años, tener un estuche de violín. Hubo un tiempo en que Chicago y Nueva York fueron invadidas por una ola de supuestos músicos, demasiado elegantes para ser tales y cuya mirada penetrante y fría estaba en plena contradicción con la profesión que aparentaban tener. En aquella época se vendió una cantidad diez veces mayor de cajas de violines en las casas de música, que violines mismos.
El revólver quedaba para el asalto en los callejones. Para los dramas pasionales. Para los suicidios, para los policías. Y para el Oeste. Para el Salvaje Oeste, para el cual lo inventó Mr. Samuel Colt. Pues hasta en la lucha novelesca entre gánsteres e investigadores, el arma era relegada. En las manos levantadas del detective de moda ya no aparecían —como por arte de magia– los dos revólveres escondidos en las mangas de su saco. Lentamente desaparecía “el arma de los hombres”, símbolo de la valentía, destreza y coraje de los que no admitían “juego sucio”, para ceder su lugar a las ráfagas mortíferas de la ametralladora traicionera, cuya matraca nunca es precedida por el clásico aviso de “¡manos arriba!”.
Cada vez retumbaba con menos frecuencia el arma inventada por el inquieto hijo del tendero de Connecticut, para volver al lugar donde inició su carrera vertiginosa, habiendo sido legislador y enemigo de la ley a la vez. Con él, desaparecía una época de romanticismo y caballerosidad.
El revólver cumplió ahora, en el mes de julio, ciento ochenta y siete años de existencia. ¿Vale la pena recordarlo? Creemos que sí. Pues, aunque ha arrebatado la vida a muchos inocentes, también ha tenido su momento positivo. Festejándolo, rendimos homenaje a todos los que han sido ídolos de nuestra juventud, nobles figuras que duermen su sueño eterno en las páginas amarillas de los lomos encuadernados en rústica, que yacen bajo una fina capa de polvo en las estanterías de las librerías de segunda mano, a veinte centavos cada uno.
Bibliografía. — “Samuel Colt”. por Leslie Taylor.
“Colt Revolver” por F K. E von Oppen.
0 comentarios