Por Eladio Secades. (1950)
Nosotros somos temporeros de lo trágico. Los más perdurable en Cuba es el choteo. Se comprende la fe nacional en que a la larga todo se arregla entre cubanos. Hemos metido el relajo en un termo. Y creemos que no hay pena en el mundo que merezca que un pueblo viva con gesto de médico de cabecera.
Dichoso país que ha arrinconado lo trágico. Y que para divertirse necesita siempre una frase de moda. Aún en los momentos más estrechos de la historia, nos hemos seguido divirtiendo con la última pega.
Si de niños desarrollamos la malicia, es porque cuando nos dicen algo serio, antes de responder, preguntamos si es una broma. Todavía no se ha formado la conciencia ciudadana de que hablan los reformadores de la cosa pública, porque salimos a la calle con la preocupación de que un amigo nos acomode y de eso nada.
Hay criollos que son muy vanidosos. Usted les jura que cayó un régimen, o que se anuncia un cataclismo y la sospecha de que se trate de una broma, no les dejará ponerse trágicos. ¿A mi mismo? Y es que todavía no han podido olvidar aquello de que Hitler no quería paz ni guerra.
De nuestra porción de humanidad salen los que andan a caza del consonante. Y los virtuosos del dicharacho. Botó la pelota. Levantó el pollo. Ya la sugerencia a la mujer pretendida no es la declaración que se hace, sino el drama que se monta. El amor no entra por el corazón, sino por el cráneo. La seducción es problema de abacorar y meterle mano al repertorio. Juan Tenorio hubiera sido cubano si hubiese dividido sus aventuras en varios grupos. Las que se le cayeron, porque se puso fatal. Y las que se perdieron en la golilla.
La palabrería de solar no tiene importancia, por lo mismo que ha pegado en todas partes. En la alta sociedad se habla como en Prado. Se extraña a aquellas cubanas de jaqueca y miedo a trabajar en la calle, que no cruzaban las piernas y tenían pudor por el tamaño del escote. Habían vestidos que las viejas llamaban escandalosos.
Y las relaciones de amor mostraban un itinerario de decoro, sin la gran prisa de ahora. La reverencia. La poesía. Las manos cogidas. Y cuando mucho, el beso robado.
El cine tiene la culpa de que hoy día el beso tenga una técnica que consiste en aguantar la respiración. Es una especie de asfixia. Hay besos con tenacidad y violencia. Besos tremendos que llegan hasta donde el cepillo no toca. Antaño el matrimonio no era cosa de broma.
El viaje hacia el altar era un viaje sagrado y eterno. Del hogar, la señorita debía salir casada o muerta. Verdad que nunca se cansaba de proclamar la mamá de las muchachitas. Por lo mismo la boda era determinación que había que pensarlo. De lo que resultaban los novios crónicos.
Y las solteronas a las que les quedaba el consuelo de que no les habián faltado oportunidades. La víspera de la ceremonia la madre aconsejaba a la hija. Y el día de la ceremonia lloraban las dos. Y el padre se infundía valor diciendo que era lo más natural. Que iban a ser muy felices y que algún dia tenía que suceder. Claro que ya esos preámbulos van cayendo en desuso. Lo que sea, pero que sea pronto.
Yo asistí a una boda reciente que puede citarse como modelo de gentes modernas. La madre de ella estaba contentísima, porque era la última que le quedaba. Todas las últimas hermanas habían engrampado. La casa estaba llena de amigas que fueron a ver cómo lucía el novio y de amigos que querían ver a la novia con el velo, el temblor y el traje de cola. Sin que faltara la señora cursi que apuntara que formaban una pareja muy bonita.
Lo peor del casamiento no es el casamiento en si, sino el momento en que los novios tienen que fugarse de la fiesta para quedarse solos, dejando atrás un decorado con júbilo de ponche y bocaditos. Hay que pasar por la sala, es decir, recibir apretones de manos, deseos de ventura y hasta chistes alusivos. El novio de esta boda estaba en el último cuarto con la muchacha, ya lista para la retirada.
Pero no se atrevía a salir. Que clase de paquete. El padre de él, que es hombre práctico y franco se creyó en el deber de intervenir en el asunto. De infundirle valor al hijo que estaba loco por iniciar la luna de miel. Miró el viejo los dieciocho años de la novia, de parte a parte y de arriba a abajo y satisfecho de la clase de mujer que se llevaba Luisito, le guiñó un ojo y le dio ánimo: -Dale camina.
Ya no se reprochan las formas. La chusma ha sido presentada en sociedad. Como todos maltratamos el idioma, los que hablan mal no se notan. Cualquier señorita nos confiesa que lo que más le priva del club es el tiroteo en el bar. Y que el otro día levantó una nota, que llegó a su casa que no creía en nadie. La mujer borracha deja de ser mujer, porque empieza a oler a amigo.
No hay peor borrachera que la muy frecuente que inflama el sentido de la amistad. Puede empezar en cualquier parte, pero que termina aferrada a cualquier solapa es calamidad que no tiene remedio.
En nuestra pequeña vida hay muchachas que jaman calo con quile. Sin dejar de ser distinguidas. A la toilette le llaman coba. Porque la defensa está permitida. El compañero viejo y calvo es simpático, pero el pobre está hereje.
La mamá se espanta porque a la niña le ha dado por hablar como los conductores de la ruta quince. Y no se explica dónde ha aprendido, porque en casa nadie. La señora pertenece a una época criolla que la mujer era incapaz en fijarse más de la cuenta en la belleza masculina. Ahora con la mayor naturalidad del mundo me dice que Juan está entero. Y que a Pedro no hay por donde entrarle. A la hora del almuerzo la niña apaga el radio y a gritos comienza a llamar a los hermanos. Vamos viejos, que hay que entrarle a la paga. La madre confirma contrariedad. Se ha enterado de algo terrible.
-¿Saben quién se divorcia?
El viejo deja de tomar la sopa y observa a la esposa con atención.
-¿Otro divorcio?
-Concepcion y Arturo ya están en los trámites.
La dama sugiere:
-Incompatibilidad. La eterna incompatibilidad.
En eso salta una de las hijas modernas, que habla con la boca llena y sin soltar la cuchara,
-Seguro que la sorprendieron fuera de la base.
Puede aceptarse que el criollo es sentimental. Por las normas en el fondo. A pesar de su apego al relajo. Lo que pasa es que interpretamos nuestros dramas íntimos con lenguaje del género bufo. Del que mejora de situación decimos que está en la gloria, y del que cae en desgracia decimos que está hecho tierra.
Yo tengo un buen amigo que ha hecho de su vida un teatro para uso doméstico. Uno de esos tipos de chinchal de tabaquería que para hacernos el cuento se echan el sombrero de paja sobre la nuca y dejan de manotear para sujetarse los pantalones.
Él hace de la alegría una farola de comparsa y del corazón un cencerro de conga. Con cinco pesos en el bolsillo está “botao”. Una sola vez lo he visto triste. Fue para contarme de la muerte de su padre. Viejo tronco de una familia encuadernada de virtudes. Sostén, orgullo y ejemplo de sus hijos que lo adoraban cordialmente.
Su padre era un hombre acaudalado de glóbulos rojos. Pero aquel día al llegar a la casa notó un movimiento de extraña inquietud. Pechos que querían explotar. Ojos que habián llorado. Hay en la vida ironías tan amargas, que lo que más se parece al llanto es el catarro. El anciano estaba grave.
Todo había sido de repente. El sacerdote debía llegar de un momento a otro. De la habitación salió un hermano que como loco se le colgó del cuello para decirle,
-Alberto papá guarda…
Las grandes desgracias sugieren ideas vulgares. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Después de todo es un consuelo haber llegado a tiempo para verlo todavía con vida. El viejo que desertaba miró a los hijos reunidos entorno a su lecho de muerte. No puede existir sobre la tierra un silencio más hondo. Por fin detuvo la mirada en el mayor de los hermanos y con voz que se apagaba y se iba dejando le dijo:
-Me muero, Alberto…Hazte cargo de la orquesta…
He ahí como un cubano me contó la desdicha más grande de su existencia. Lo admirable del caso fue que Alberto, de verdad, se hizo cargo de la orquesta, asumiendo la batuta de padre. Sin serlo.
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