Por JORGE QUINTANA (1956)
Francisco Leyte-Vidal Inarra fue de los bravos orientales que entregó todo su fervor patriótico a la empresa titánica de hacernos libres. Paciente, silencioso laboró incansablemente por su ideal. Ni gritó estentóreamente, alardeando de un patriotismo que no sentía, ni se entregó a la obra de calumniar a diestro y siniestro, destruyendo la unidad revolucionaria del pueblo cubano frente al enemigo común representado por la tiranía del gobierno colonial. Por el contrario, sufrió en silencio. Se disciplinó dando ejemplos brillantísimos. Organizó las fuerzas revolucionarias y en llegada la hora supo cumplir con su deber sin parpadeos cobardes, ni titubeos estériles.
El 10 de octubre de 1852 nació Francisco Leyte-Vidal lnarra en Mayarí, Oriente. Dieciséis años exactamente cumplió el 10 de octubre de 1868 cuando Carlos Manuel de Céspedes daba la clarinada de La Demajagua. Inmediatamente el jovenzuelo partió a incorporarse. Su hermano Emilio fue hecho prisionero por los españoles. Se le somete a bárbaras torturas para que delate a los conspiradores de la zona. Emilio Leyte-Vidal, como un héroe griego, resiste, pero nada informa. Se apela al fuego. Van a quemarle vivo.
En ese instante llega, junto con otros diez patriotas, Francisco Leyte-Vidal tratando de rescatar al hermano prisionero. Los españoles los rechazan. Emilio Leyte-Vidal es quemado. Los patriotas pudieron recoger el cadáver carbonizado y darle sepultura. Sería el primer gran sacrificio de la vida revolucionaria de Francisco Leyte-Vidal.
Después del suplicio de Emilio Leyte Vidal, pasó Francisco Leyte-Vidal a servir a las órdenes del coronel Nicolás Pacheco, en la jurisdicción de Santiago de Cuba.
Poco tiempo después otro hermano suyo, José Leyte-Vidal sería hecho prisionero por los españoles y fusilado. Pero el jovenzuelo Francisco habría de ir ganándose los ascensos por méritos de guerra a lo largo de aquella gloriosa campaña. Toma parte en la derrota del Batallón de Reus, en la Loma de Piloto; en el copo de la fuerza del Batallón Provisional de Madrid, en Sojo; en la derrota del Batallón de San Quintín, en la Loma de la Galleta; en la invasión de Monte Tauro; en el ataque y toma del fuerte del cafetal de “La Indiana”; en la invasión de Baracoa por el general Antonio Maceo y en el apresamiento de un convoy en Las Calabazas.
Al concluirse la campaña, su primo Arcadio Leyte-Vidal había alcanzado el grado de brigadier y él las estrellas de teniente coronel. Ambos primos se retiran a vivir a Mayarí. Al iniciarse la Guerra Chiquita, en agosto de ese mismo año de 1879, el coronel español don Pedro Pin hubo de visitarlos, ofreciéndoles, bajo su palabra de honor, de que serían respetados mientras no se manifestasen en actitud hostil al gobierno español.
Poco tiempo después ambos primos se trasladaron a Nipe. El 27 de septiembre de 1879 se hallaban anclados en aquella bahía el cañonero “Alarma”, al mando del teniente de navío Carlier y el cañonero “Almendares”, al mando del teniente de navío Jacome. A bordo de este último, se encontraba el jefe de la División de Cañoneros, capitán de fragata Enrique Trujillo. En horas de la tarde llegó a ese lugar, procedente de Santiago de Cuba, el buque de guerra “Alicante”. Traía órdenes terminantes del general Camilo Pola vieja, comandante general de la provincia.
Esa misma noche los Leyte-Vidal, en unión de unos amigos, se trasladan, en bote, al Cayo Cojímar. Al ir a desembarcar, los alcanza el contramaestre Ballester, del “Alarma”, con ocho hombres, quien de orden de su jefe, invitó a comer a los Leyte-Vidal a bordo de dicho cañonero. Cuando llegaron al costado del “Alarma”, se dispuso por el capitán de fragata Trujillo que pasasen al “Almendares”. Una vez en este barco fueron reducidos a prisión.
Francisco Leyte-Vidal fue conducido a la bodega del barco donde le pusieron en barras, dejándolo durante dos días sin darle ni siquiera agua. En tanto el brigadier Arcadio Leyte-Vidal fue trasladado nuevamente al bote, donde tres heroicos marinos, cumpliendo los deseos del tristemente célebre general Pola Vieja, procedieron a despojarlo de sus prendas y dinero, estrangulándolo después.
Finalmente, su cadáver fue arrojado al agua. Pocos días después el teniente de navío Carlier lucía las sortijas y las botonaduras del brigadier cubano asesinado de modo tan vil y cobarde. La madre del infeliz mambí se trasladó a La Habana donde logró visitar al capitán general don Ramón Blanco Erenas, siéndole imposible obtener que este jefe dispusiera tan siquiera la investigación de rigor.
Francisco Leyte-Vidal pudo salvar la vida porque el soldado Matilde Gómez de la guerrilla del capitán Martrapa, hubo de ver cuando le bajaban a la bodega del barco y ofreció esa información a los señores Jesús Rodríguez; Manuel Grave de Peralta y Francisco Leyva que habían llegado, procedentes de Santiago de Cuba, para tratar de darles garantías. En principio el dominicano Valera, que figuraba en el escalafón del ejército español con el grado de brigadier, negó fuese cierto ese hecho, pero, finalmente, tuvo que confesar que en efecto se hallaba preso disponiendo su inmediata libertad.
Una vez libre Francisco Leyte-Vidal se trasladó a una finca cercana a Santiago de Cuba, donde se puso en contacto con los conspiradores, aguardando la hora de retornar al campo libertador.
Al iniciarse la guerra nuevamente el 24 de febrero de 1895 el teniente coronel Francisco Leyte-Vidal se trasladó al extranjero.
El 3 de julio le encontramos en Jamaica. Ha fracasado en su empeño de unirse al coronel Mariano Torres que debe venir a Cuba conduciendo una pequeña expedición. Leyte-Vidal y diez hombres que le siguen, llegan a un desacuerdo con el coronel Torres. En esa fecha del 3 de julio desde Kingston, Jamaica, el teniente coronel Leyte-Vidal le escribe a Benjamín Guerra informándole lo ocurrido y pidiéndole le ayudara para organizar otra expedición.
El 14 de julio, olvidando sus diferencias con el coronel Torres, le va a ver, en unión de sus hombres, abrazándolo y diciéndole: “Coronel la patria está por encima de todo, entre nosotros no debe haber disensiones”. El coronel Torres, emocionado, le responde: “Todo lo que ha pasado no es culpa nuestra, nosotros debemos queremos y cumplir unidos nuestros deberes”. ¡Magnífica lección de hidalguía y patriotismo! Por algo aquella generación de héroes estuvo a la altura de las circunstancias…
Los jóvenes compañeros del teniente coronel Leyte-Vidal le manifestaron al coronel Torres su respetuosa adhesión, “y desde ese día, escribe el patriota Rondón, en una carta a Estrada Palma, se encuentran los expedicionarios en completa armonía y llenos de esperanza por llegar, en breve, a los campos de la patria”.
Después de la partida del coronel Torres, el teniente coronel Leyte-Vidal se traslada a los Estados Unidos. En abril de 1896 le encontramos en Jacksonville. La Delegación ha accedido a los ruegos del patriota Julián Zárraga para organizar una expedición que deberá desembarcar por Pinar del Río, donde el general Antonio Maceo se batía, a la sazón con su indomable bravura.
El 3 de abril de 1886 el general Joaquín Demetrio Castillo le escribe a Fernando Figueredo anunciándole que la expedición organizada por Juan Zárraga será conducida por éste, pero llevando también, como jefe, al teniente coronel Leyte-Vidal ya que le inspira poca confianza la inexperiencia de Zárraga.
El 27 de abril salen Leyte-Vidal y Zárraga de Jacksonville a bordo del “Bermuda”. Conducen a unos treinta expedicionarios. Ya en alta mar el teniente coronel Leyte-Vidal ordena, de acuerdo con las instrucciones recibidas del general Emilio Núñez que se cambie la ruta, dirigiéndose a las costas orientales de Cuba. El 5 de mayo llega el “Bermuda” frente a Manzanillo. El barco se detiene a cierta distancia de la costa e inicia, inmediatamente, el alijo. Ocho botes con hombres y armas son lanzados al agua.
Ya iba a alistarse el noveno, donde se embarcaría el teniente coronel Leyte-Vidal, cuando una farsa alarma provocó que el capitán del “Bermuda” ordenase cortar las amarras, echando a andar el barco a toda velocidad. No bastaron la energía de Leyte-Vidal y Zárraga para contener el miedo del capitán del “Bermuda”. En un informe posterior estos jefes aseguraron que se habían visto perseguidos por cañoneros españoles que hasta llegaron a dispararle su artillería. Lo cierto es que de los treinta y cuatro expedicionarios que se hallaban a bordo de los botes, solamente veinticinco llegaron a tierra.
Además, en su miedo el capitán del “Bermudas”, arrojó varias cajas de pertrecho y treinta y cinco armamentos. Después puso proa a Trujillo, en la República de Honduras, adonde arribó, dirigiéndose después a Zacape, donde desembarcaron, trasladándose, por tierra, a Ceiba, en cuyo lugar tomaron pasaje en un frutero para los Estados Unidos.
En tanto, en Cuba, el Presidente del Consejo de Gobierno Salvador Cisneros Betancourt ordenaba al comandante Armando de J. Riva que instruyese un expediente de investigación. Veinticuatro horas más tarde el comandante Riva elevaba el expediente, solicitando que el mismo se trasladase a la Delegación en Nueva York, entre otras razones para que le tomase declaración a los Jefes de la expedición Leyte-Vidal y Zárraga. El 24 de mayo de 1896 Leyte-Vidal y Zárraga hacía, por escrito, sus descargos.
Llegaban a la conclusión de que la responsabilidad estaba tan diluida que resultaba del todo imposible encontrar al responsable. La Delegación aceptó esa explicación y dio por terminado el incidente, renovándoles la confianza, al extremo de que se entregaron a la tarea de organizarles otra expedición, pero con instrucciones precisas de conducirla y desembarcarla por la provincia de Pinar del Río.
El 17 junio salen de nuevo Leyte-Vidal y Zárraga de Jacksonville. Conducían 44 hombres, 200 fusiles, 35 tercerolas, 300,000 tiros, 10 cajas de dinamita y otros efectos a bordo del Three Friends. El 23 desembarcan felizmente todo lo que conducían en Cabo Corrientes, Pinar del Río. Después parten, por tierra, llevándole todo lo desembarcado al general Maceo, que estaba bastante escaso de armamentos y parque. Ese mismo día se le reconoció al teniente coronel Leyte-Vidal su ingreso en el Ejército Libertador, ascendiéndole al grado de coronel.
Después de la muerte del general Maceo quedó el coronel Leyte-Vidal operando en la provincia de Pinar del Río, a las órdenes del general Rius Rivera, primero, y después de la prisión de éste, a las del general Pedro Díaz. Mandaba el regimiento Vidal Ducasse. El 15 de agosto de 1898 asciende a general de brigada, pasando a la provincia de La Habana, ocupando con sus fuerzas el territorio de Marianao
Concluyó la campaña en el Cuartel General del jefe del Departamento Militar de Occidente. El 3 de septiembre de 1898 el Consejo de Gobierno de la República acuerda acceder a la propuesta que había hecho el general Máximo Gomes de ascenso a general de brigada a favor del coronel Francisco Leyte-Vidal, con antigüedad de 15 de agosto de ese mismo año. El 28 de febrero de 1898 el mayor general José María Rodríguez lo propone para ascenso a general de división.
El 14 de abril, la Comisión Ejecutiva acuerda dejar sobre la mesa aquella propuesta. El 30 de junio, la propia Comisión Ejecutiva, acuerda reconocerle, como antigüedad, en el grado de general de brigada, la del 20 de mayo de 1897, tal y como lo solicitara el mayor general José María Rodríguez.
El Gobierno Interventor le ha designado alcalde municipal de Marianao. Fue el primer alcalde republicano de ese término. En los comicios del 16 de junio de 1900 resultó electo para ese mismo cargo. En las elecciones del 1º de junio de 1901 fue reelecto.
El 21 de diciembre de ese mismo año resultó electo representante a la Cámara por el Partido Nacional de la provincia de La Habana. Obtuvo 36,037 sufragios.
En el sorteo para decidir quiénes de aquellos representantes habían salido electos por el periodo de cuatro años y quiénes por el de dos, el general Francisco Leyte-Vidal resultó favorecido con el periodo de cuatro años. Cesó el 2 de abril de 1906. Las dificultades políticas de la República le impelieron a retirarse a la vida privada. Se trasladó a Santiago de Cuba donde residió hasta el 20 de mayo de 1928 en que falleció, con setenta y cinco años de edad.
Tenía, por herencia, el marquesado de Casa Vidal y el condado de Nipe, títulos nobiliarios que jamás utilizó porque él, al igual que Salvador Cisneros Betancourt eran republicanos de veras, sinceros y leales a sus ideas y principios.
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