Figuras de la Emigración. CECILIO HENRÍQUEZ

Written by Libre Online

2 de septiembre de 2025

Por S. Cuervo (1898)

Lo vi por primera vez cuando llegué a Tampa, en el portal de su casa junto a su esposa y rodeado de sus hijos; en las piernas un nietecito que se entretenía en acariciarlo tejiendo trenzas con su luenga y nevada barba, mientras él, sin saberlo, con su venerable aspecto y melancólica sonrisa, me imponía el deseo de cultivar su amistad. La fisonomía no me revelaba al individuo de raza sajona, ni tampoco tenía los rasgos tan característicos del español. Es cubano, me dije, y quizás medita sobre el porvenir de Cuba y sus nietos. Yo también buscaba entonces, en el obscuro horizonte, una luz que me dejase entrever el porvenir de mi patria y de mis hijos…

Mi curiosidad se vio pronto satisfecha; uno de mis compatriotas me dijo: “Es Cecilio Henríquez; los cubanos le decimos Chicho”.

Después he tenido la honra de contarme entre sus amigos. Por la solidez de sus principios y su inalterable patriotismo debe presentarse como buen modelo que imitar.

Nació en Matanzas, Cuba, el día 9 de marzo de 1836. Allí empezaron sus servicios a la causa de nuestra independencia, tan pronto se iniciaron los trabajos preparatorios de la revolución de 1868.

Era dueño de una manufactura de tabacos, cuya circunstancia utilizó ocultando en bultos de sus mercancías armas y municiones que fueron enviadas a diversos puntos circunvecinos.

La Junta Revolucionaria, apreciando debidamente su labor e inteligencia, lo designó como jefe del pronunciamiento de la sección de hombres de color de aquella comarca, tratando de oponerse así a la política que el gobierno español se esforzaba en desarrollar sembrando cismas y procurando odios entre cubanos de diferentes razas. Los patriotas señor Roque Bermúdez y el venerable Avelino Pedro de la Torre pusieron en sus manos el correspondiente documento, quedando en posesión del cargo de “primer jefe de caballería para la zona de Ibarra y Mocha”.

Tal estado de cosas llegó a conocimiento del gobierno español, y, gracias a la leal amistad de un jefe de policía, nuestro compatriota pudo salir de la ciudad y permanecer oculto en el campo.

Este primer tropiezo sólo sirvió para estimularlo, desplegando entonces mayor actividad en su labor patriótica, hasta el punto de haber hecho buen acopio de armas y municiones, gran parte de las que fueron compradas a los mismos soldados españoles.

Pasó a Santiago de las Vegas, y en dicho punto no solamente sus trabajos fueron infructuosos, sino que se vio en la necesidad de abandonar precipitadamente la isla, habiendo llegado a Key West, el 29 de diciembre de 1872.

Una vez en el extranjero, en un país libre, no podía permanecer inactivo; y, al mismo tiempo que establecía su manufactura de tabacos, con cuyos productos debiera atender a su familia, consagraba a la patria gran parte de su tiempo y su dinero.

En el Cayo fue durante cuatro años Secretario del Instituto “San Carlos”; fundador, Presidente y miembro activo de varios clubs y sociedades políticas. Fue uno de los que el inolvidable Martí llamó a su lado para organizar la revolución de 1895.

Su casa y su caja siempre estuvieron abiertas para sus compatriotas, y éstos quisieron darle una prueba del alto grado de respeto y estimación que le profesaban nombrándolo por unanimidad el “Presidente de la Emigración de Cayo Hueso” cuando nuestros generales Máximo Gómez y Maceo se preparaban para marchar a Cuba.

En enero de 1894 abandonó el Cayo, —como lo hicieron entonces otros muchos cubanos—, habiendo llegado a Tampa el 16 del mismo mes.

Aquí, en su nueva residencia, lo encontramos con sus dos ídolos: la patria y su familia la cual venera y respeta.

Ni los años que pesan sobre él, ni la salud ya quebrantada, ni adversidades de la fortuna que han mermado notablemente sus intereses, han podido disminuir en un ápice su patriotismo; y lo vemos esforzándose cuanto puede en beneficio de Cuba.

Fue Presidente de los Clubs “Luz de Yara número 2” y “Bartolomé Masó”; Presidente honorario del Club profesional “Federico de la Torre” y del “Pedro Betancourt”.

Fue, además, presidente del “Cuerpo de Consejo de West Tampa” desde su fundación hasta años posteriores, en que sus achaques no le permitieron aceptar la responsabilidad de tal puesto.

La noticia del reconocimiento de la Independencia de Cuba por los Estados Unidos de América, le hizo exclamar: “Esa es mi gran medicina, me siento bueno; pero ¿por qué seré tan viejo?…”

Orgulloso de ser cubano, en una ocasión salieron de sus labios unas palabras que el mismo, al referírmelas, censuraba calificándolas de pueril desahogo. Llegó una tarde a casa de nuestro compatriota un astur que preguntó si allí vivía una muchacha española; la respuesta fue seca en esta forma; no señor, en esta casa hasta el gato es cubano.

Dios conserve la vida a nuestro compatriota, para que tenga la satisfacción de volver a la patria libre y feliz, protegido su hogar por la bandera que tantas veces él mismo ha colocado en su casita de la calle Franklin, en Tampa.

Athol Island, Cuarentena de Nassau, a 8 de septiembre de 1898.

De la Revista de Cayo Hueso, 10 de octubre de 1898.

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