Por José “Chamby” Campos
Siguiendo la costumbre de los años anteriores me uno a la tradición de los niños de escribirle una carta a Santa Claus y pedirle los regalos que más ansío.
Ya no necesito juguetes porque tengo una nieta que es mi mayor tesoro y empleo gran parte de mi vida disfrutándola crecer. En especial su interés por aprender todo lo que el mundo le brinda por primera vez. Desde el vuelo de un ave a cómo se monta una carriola.
Ya no necesito más camisas ni corbatas porque el nuevo mundo empresarial te da la opción de trabajar desde una oficina en la comodidad de tu hogar.
Ya no necesito plumas Mont Blanc ni carpetas para escribir porque todo se puede lograr en un Laptop.
La pasada Navidad, Papá Noel me regaló un viaje a través del tiempo y donde disfruté de siete eventos deportivos que han quedado para la historia. Sin embargo, tengo un deseo que quiero me complazca ya que en este año 2025 me he portado bien y pienso que me lo merezco.
Este 24 de diciembre cuando me acueste, mi anhelo es invitar a mi casa a un grupo de atletas que han dejado para siempre inmensas huellas en el mundo de los deportes.
Allí estarán presente los peloteros Mickey Mantle, Joe DiMaggio, y Ted Williams, leyendas del béisbol; el gran campeón de boxeo Rocky Marciano; el etíope Abebe Bikila, maratonista descalzo que hizo historia en las olimpiadas; Nadia Comaneci, la gimnasta que con solo 14 años de edad logró la perfección en un mundo imperfecto; Pelé, el indiscutible rey del fútbol; Jesse Owens, el hombre que derrotó a Hitler en Berlín y Rod Laver, el tenista más dominante de la historia.
En la primera mesa me sentaré para oír la conversación entre los inmortales Mantle, DiMaggio y Williams. De seguro que el tópico será la gran rivalidad entre Yankees y Medias Rojas.
Me maravillaré observando la pasión y sinceridad del “Espléndido” decir que DiMaggio fue “El mejor de todos los tiempos”, mientras el “Yankee Clipper” con la elegancia que siempre lo caracterizó comentará que “Nunca había existido un bateador como Williams”.
A mi lado Mickey Mantle, ídolo de mi niñez, con su constante sonrisa propondrá un brindis por la rivalidad más fuerte de los deportes norteamericanos y la admiración mutua de los tres gigantes.
Les preguntaré cómo pudieron ser estrellas por tantos años bajo la enorme presión de los fanáticos de las dos franquicias más importantes del béisbol.
De allí brincaré a la mesa donde Jesse Owens y el indomable Marciano intercambiarán anécdotas y vivencias como solo dos gladiadores de sus estaturas pudieran hacer. Uno recordando el cuadrilátero y la “gacela sepia” rememorando Alemania.
Mi pregunta al ítalo-americano sería de cómo a través de sus 49 victorias sin ninguna derrota, él pudo mantener esa fuerza mental que le hacía sobrepasar el miedo que sentía de perder.
Al velocista afro-americano le cuestionaré como pudo sobrevivir la ideología y odio de un dictador que creyó en una raza superior al tiempo que tenía que enfrentarse a los mejores atletas de ese momento.
Para despedirme les pediré cómo se sintieron física y mentalmente a la hora de la victoria.
Inmediatamente me dirigiré al rincón donde se encontrarán el Rey Pelé y el fondista Bikila. Interesamente los dos se reirán de cómo el mundo se sorprendió cuando ambas luminarias comenzaron sus carreras compitiendo sin zapatos.
El brasilero felicitándolo por la hazaña en las olimpiadas de Roma donde el etíope electrificó al mundo después de rechazar las zapatillas de correr y lo hizo descalzo, dejando una imagen para la posterioridad.
Del mismo modo el corredor se sorprendía de cómo un jovencito de 17 años de edad se convirtió en la gran estrella del mundial de Suecia de 1958 y más tarde el monarca del fútbol mundial.
Al dejar a estas dos inmensas figuras atrás me encaminaré a compartir con el australiano Rod Laver, atleta que dominó el mundo de las raquetas como ningún otro. Único tenista en haber logrado ganar los cuatro grandes torneos, Grand Slam, en el mismo año en dos ocasiones. Durante su carrera ayudó que Australia fuera el país más dominante en la Copa Davis.
Le consultaré cuál fue su mayor logro y probablemente me conteste que el nombramiento de la cancha principal del torneo australiano.
Ya para concluir mi fiesta me acercaré a la belleza y la perfección personificada en la rumana Nadia Comaneci. La niña que en el momento histórico donde consiguió una marca perfecta gracias a su actuación y carisma, perdió su inocencia.
La felicitaré por el coraje que siempre ha demostrado tanto en la arena competitiva como en su vida personal donde no solo sobrevivió el infierno comunista de los Ceausescu, su fuga a la libertad y cómo ahora se ha dedicado a ayudar a niñas gimnastas para que no sufran lo que ella sufrió.
Con esta conversación se marcharán todos en el trineo de Santa Claus y yo al despertarme habré recibido el mejor regalo del año.
Feliz Navidad y Paz en sus hogares son mis más grandes deseos.
Chamby – 2025








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