Por José “Chamby” Campos
Cuando esta columna esté en la calle o en sus manos, será el Día de Nochebuena y espero que en unión de todos sus seres queridos tengan unas bendecidas Navidades llena de salud, paz y armonía.
De la misma manera que los niños en esta fecha del año escriben sus cartas a Santa Claus yo también he generado mi propia misiva. Mientras ellos han pedido que les traiga los últimos juguetes o la ropa que está de moda, la mía consiste que me traslade a un evento deportivo en el tiempo.
Para una persona que ha tenido la dicha de haber estado presente en un sin número de competencias que van desde Super Bowls, Series Mundiales, Olimpiadas, peleas de boxeo inolvidables y otras tantas actividades; mi deseo solamente consiste en lugares y momentos donde ocurrieron estas hazañas deportivas que han quedado impregnadas para siempre y donde me hubiera gustado ser parte de la audiencia.
Mi viaje comenzaría el dos de marzo de 1962 y me llevaría a la Arena Hershey Sports en la ciudad de los chocolates, Hershey, estado de Pennsylvania. Allí me sentaría una fila detrás del banco del equipo de Los Guerreros de Filadelfia que esa noche derrotarían a Los Knicks de Nueva York gracias al titánico esfuerzo del joven Wilt Chamberlain quien en ese partido anotaría 100 puntos y establecería una marca que sigue vigente en la actualidad.
De Filadelfia en un corto viaje partiríamos a la ciudad de Nueva York específicamente al barrio del Bronx, el 22 de junio de 1938.
Acomodado en una butaca donde a mi derecha encontraríamos a los actores Clark Gable y Gary Cooper mientras a mi izquierda estaría situado el jefe del FBI, Edgar J. Hoover. Nos encontraríamos a solo unos pies de un cuadrilátero instalado en medio del diamante del icónico Yankee Stadium para presenciar “La Pelea del Siglo” entre el estadounidense Joe Louis y el alemán Max Schmeling.
Un pleito previo a La Segunda Guerra Mundial con dos contrincantes representando las futuras potencias rivales. Presenciaríamos al “Bombardero de Color” noquear al noble alemán, que siempre condenó la acción de Hitler sin jamás negar su nacionalidad, en el primer episodio.
Inmediatamente Santa me llevaría el 20 de julio de 1924 a París, sede de los Séptimos Juegos Olímpicos. En una de las gradas del centro acuático “Piscine de Tourelles” me pararía para vitorear a los tres nadadores norteamericanos que terminarían 1-2-3 en la competencia de los 100 metros, siendo el ganador de la medalla de Oro un joven de 20 años de edad que tiempo más tarde se inmortalizara en el cine como Tarzán. Su nombre Johnny Weissmuller.
Después de despedirnos de la olimpiada regresaríamos al Yankee Stadium, solo que esta vez sería el 30 de septiembre del 1927.
Ese día el mundo del béisbol se encontraba a la expectativa del jonrón número 60 del hombre que había salvado el deporte. La prensa nacional reportaba todos los movimientos del maravilloso Babe Ruth.
El Bambino me complacería cuando en el octavo episodio le conectaría un cuadrangular al zurdo Tom Zachary de Los Senadores de Washington dándole la victoria de 4-2 a los que ese año fueron bautizados como “Los Bombarderos del Bronx”.
Mi próxima parada sería la capital cubana el 20 de abril del 1921. A solo 19 años de haberse independizado de España, la isla ya contaba con un embajador mundial de ajedrez.
José Raúl Capablanca era el retador a la corona del campeón alemán Emanuel Lasker, dos contrincantes con mucha animosidad. Esa tarde en el club de ajedrez de La Habana mi compatriota me entregaría la satisfacción de verlo coronarse monarca mundial.
El trineo del tiempo me transportaría una vez más al Yankee Stadium para en esta ocasión presenciar una proeza que hasta la fecha sigue presente. Me refiero al único “Juego Perfecto” por parte de un lanzador. Una victoria de 2-0 frente a los Dodgers de Los Ángeles.
Ese ocho de octubre de 1956 Papá Noel me sentaría en el dugout de Los Mulos de Manhattan para que cuando ocurriera el out número 27, yo pudiera salir corriendo y ser el primero en saludar a Don Larsen después que Yogi Berra lo pusiera en tierra. Inmediatamente buscaría a Felo Ramírez para darle un fuerte abrazo y darle todos los pormenores de lo ocurrido dentro del equipo durante el partido.
Finalmente, mi último regalo fuera una visita al estadio Sportsman Park III de la ciudad de San Luis en el estado de Missouri.
Allí, el cuatro de abril de 1949, colocado en un asiento encima del dugout de los visitantes Indios de Cleveland con mi camisa de Los Tigres de Marianao como símbolo de solidaridad con mi compatriota Orestes Miñoso; sería testigo del debut del primer pelotero de color no nacido en EE.UU. Para orgullo de todos los cubanos, el oriundo de Perico, Matanzas negoció una base por bolas del lanzador de Los San Luis Browns, Ned Garver, inmortalizándose así en los anales de la pelota de Grandes Ligas.
Con este viaje deportivo a través del tiempo y de la mano de Santa Claus celebraría la mejor Navidad de mi vida.
¡A todos les deseo una Feliz Navidad!
Chamby – 2024.
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