Experiencias de un combatiente cubano de 88 años… (III de III)

Written by Libre Online

12 de marzo de 2024

Se apareció un avión y los milicianos nos dijeron:

– Si el avión nos ataca, los matamos a todos. 

Yo le dije a un compañero:

– Si nos disparan, rompemos el cristal de la ventana y huimos hacia el cañaveral. 

Aquel dicho parece que llegó a oídos de nuestros captores, porque fui el último que soltaron. Los milicianos tenían orden de liberar a los que no tenían deudas con los revolucionarios. En esos días recibían a los civiles que acusaban a los policías detenidos por cualquier hecho. Si alguien te acusaba, te llevaban preso, al resto los soltaban. Yo fui el último, me dejaron en solitario como 15 días más, tal vez por aquel comentario que hice. Cada día llegaba alguien a ofrecerme algo, para tenerme controlado: 

– Quédate en la Policía, la revolución es generosa, habrá que seguir cuidando el orden público.

Yo les contestaba: 

– Si la cosa se comporta como usted dice, yo puedo cooperar como civil, pero no como miembro del Cuerpo de Policía. 

Al fin me soltaron. Me fui a mi casa en el campo y me puse a trapichar, comprando en las siembras y revendiendo en el pueblo. También iba todos los días a la clínica a curarme las heridas. Un día, al regresar a casa, mi mamá me dijo: 

– Mira como vienen milicianos hacia acá.

Ellos andaban buscando a un ex-soldado que tenía una cuenta pendiente.  Aquel hombre iba de permiso a casa cuando los rebeldes detuvieron en un puente al autobús en que viajaba y lo quemaron. Como iba de civil, lo dejaron irse al igual que a los otros pasajeros. Pero él regresó al Regimiento e hizo la denuncia. Y después cometió la estupidez de regresar al lugar donde quemaron la guagua y delatar a una familia que vivía al lado del puente. Uno de los miembros de esa resultó ajusticiado por aquel hecho. Y los revolucionarios, ya en el poder, estaban buscando a aquel chivato para pasarle la cuenta.

Al frente de la patrulla que se acercaba a mi casa venía un oficial rebelde, los familiares del fallecido y varios milicianos. Uno de éstos, conocido como “El Cojo Ferrer”, sabía bien que yo no era soldado, sino policía. Entraron al barrio y preguntaron: 

– ¿Dónde vive un soldado por aquí? La respuesta fue: en aquella casa. Era mi casa.

Se bajaron del Jeep, el padre del muerto se escondió detrás de un rancho que había allí; y me hicieron señas para que saliera. 

– ¿Eres tú el soldado que buscamos? Preguntó el oficial.

– No señor, le respondí.

– ¿Tienes un hermano soldado? 

– Sí, está dentro de la casa. 

Llamaron a mi hermano y lo colocaron a mi lado. Y le preguntaron al padre del muerto:

– ¿Cuál de estos dos es el chivato?

El hombre dijo que era yo, Pedro López. 

Pero el Cojo Ferrer sabía que yo no era el soldado que buscaban. Aun así, me montaron en un Jeep. Llegaron a una tienda llamada Vista Alegre. Allí Ferrer cogió una soga y me amarró de pies y manos como a un puerco. Y me llevaron con ellos. Pasamos por Vueltas y al llegar al entronque de Vega de Palma, se detuvieron en la casa de Ferrer para tomar café.

Cuando la señora de la casa me vio, dijo que me conocía, y yo le respondí:

– Sí, usted visitaba la casa del padre del Coronel Río Chaviano para pedir puestos políticos.

Desde allí me condujeron hasta Placetas. Allí me celebraron un juicio popular en el parque, me pararon en medio de dos desconocidos y le pidieron a los familiares del muerto que identificaran al que los había delatado por la quema del autobús.

– ¿Cuál de estos tres es el chivato? 

Entonces el miliciano que me amarró se paró a mi lado y dijo:

– Quítate el sombrero y los espejuelos para que no te reconozcan.

– Estás equivocado. Yo me quedo como estoy, no tengo nada que ocultar – le contesté. 

Una morena subió hasta donde yo estaba y me hizo la señal de degüello. Pero luego llegó el padre y los hermanos del fallecido y todos ellos dieron testimonio de que no era yo el que buscaban. El oficial rebelde me dijo:

– Dale la mano al señor.

– No le doy la mano a nadie aquí. Son mis enemigos, acusan a un inocente sin saber quién es, no les quiero ver más en mi camino.

Me dieron un salvoconducto que decía: el señor Pedro López Cristo, detenido durante 24 horas en esta jefatura de Policía, hasta el momento no se le acusa de nada, queda libre bajo “investigación sujeto­re-volucionario”. Y me pidieron que lo firmara. Yo me negué:

– Ahí no dice que fui absuelto en el juicio – les dije. 

Entonces me dieron otro reporte haciendo constar que había salido absuelto en el juicio, pero siempre diciendo que quedaba bajo “investigación sujeto-revolucionario”. Salí a la calle, me eché el documento en la boca y lo mastiqué.

Allí le hice la señal de parada a un carro de alquiler:

– ¿Cuánto hasta Camajuaní? – El chofer me dice que cobra un peso y nos vamos. Un poco más adelante los milicianos que me habían amarrado le hacen la señal de parada para montarse. Le dije: 

– No pare, ya está fletado. 

Llegué a mi casa a las 8 de la noche. Y le dije a mi padre:

– No caigo más preso, estos facinerosos tendrán que cogerme a tiros. 

Y ese fue mi destino, hasta la fecha. Me rebelé ante la injusticia de los que habían tomado el poder en Cuba y se presentaban como salvadores, cuando en realidad estaban hundiendo al país y oprimiendo al pueblo. Y pronto estaría combatiendo a ese régimen de oprobio con todas mis fuerzas. 

Pedro López Cristo.

Miami Florida

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